En un mundo donde la información se conoce al instante y lo que sucedió hace 24 horas ya es cosa del pasado, escribir sobre la visita del Papa a una semana de haber pasado parecería desatinado, desactualizado e incluso intrascendente. Sin embargo, ya que se calmaron los ánimos y las inquietudes del fanático católico y del activista de Facebook, respectivamente, es conveniente evaluar este fenómeno social desde varias ópticas. No hay una respuesta correcta, no está mal, no está bien, sólo es cuestión de ubicar el contexto.
Si yo no soy católico, ¿por qué tengo que sufrir los efectos colaterales de la visita de un líder que no sigo?
Por una parte, partiendo del hecho de que vivimos en un estado laico, el viaje a México de un dirigente religioso no debería ser motivo de cierre de calles, parálisis del transporte, fiesta nacional o algún otro tema que cause desventajas al sector de la población que no profesa dicho dogma. Si yo no soy católico, ¿por qué tengo que sufrir los efectos colaterales de la visita de un líder que no sigo? Ése es un lado de la moneda, válido y genuino.
El otro lado, es que vivimos en un país donde más del 80% de los habitantes son católicos, lo cual generará una gran movilización cuando su máximo jefe visite nuestra nación. Por supuesto que esto traerá consecuencias negativas para algunos, pero los católicos están en todo su derecho de mostrar entusiasmo y hacer los arreglos pertinentes para recibir a su líder. Y si son la mayoría, la minoría tendrá que respetar dicha decisión. Al final, eso es lo más justo, respetar lo que la mayoría quiera, ¿no?
El problema es que no se hizo de esa manera. El Gobierno Federal, los medios de comunicación y ciertas empresas contribuyeron a convertir la visita papal en un magno evento donde el judío, el ateo, el budista y el católico eran perpetrados por igual con noticias, anuncios, promocionales, canciones y campañas sobre el Papa, gastando millones de pesos y horas hombre en un tema que los no católicos tuvimos que soportar. Me pareció excesivo y hasta molesto que en los periódicos de economía y finanzas se cubría al Papa con la misma importancia que el precio del petróleo, pero si la mayoría de los mexicanos querían informarse de su llegada, el periódico y los medios están en su derecho de informar todo al respecto. ¿Quién soy yo para decidir qué tema es más importante que otro? De nuevo, dos lados de la moneda.
Su estancia es diplomática y el Gobierno Federal debe recibirlo como tal, con los preparativos y condiciones con las que se recibiría a Obama o a Merkel.
El gasto público en seguridad y logística (por nombrar algunos) ejercido por el Gobierno Federal molestó a muchos y con justa razón. Unos preguntan: “¿Por qué se destinan recursos al catolicismo cuando vivimos en un México laico?”; “Ese dinero lo deberían utilizar para construir escuelas”, argumentan otros. Y coincido en que este viaje debería ser financiado al 100% por los fieles. Pero no olvidemos que el Papa, así como líder religioso, es Jefe de Estado y el Vaticano es un país como cualquier otro. Su estancia es diplomática y el Gobierno Federal debe recibirlo como tal, con los preparativos y condiciones con las que se recibiría a Obama o a Merkel. Pero no más allá, no actuando como si todos los mexicanos quisiéramos ver a Jorge Bergoglio en primera fila.
Tocando otro tema importante, se habló mucho de la derrama económica que este suceso dejaría al país, calculada hasta en $2,500 millones de pesos (mdp). Entonces, esta pequeña estadía de 5 días apuntalaría en cierta escala la economía de hoteles, restaurantes, comercios, taxis, übers, aerolíneas, etc. Beneficiando así desde al más acaudalado empresario hasta al más humilde vendedor ambulante de estampitas de la virgen y el Papa fusionados macrosantamente. Si este viaje mejoró las ventas de cualquier negocio, y por ende la economía de muchos mexicanos, que venga tantas veces quiera.
Cada aspecto de esta visita puede ser debatido y creará conflictos y asegunes por tratarse de un tema religioso en un país sumamente religioso. Como no católico, me es indiferente si Francisco viene o no, pero tampoco creo que su visita sea inútil o fuera de lugar; el que no es católico, que no vaya a ver al Papa, el que sí lo es, que se emocione y festeje. Se debe de respetar ambos lados y dejar de lado el deporte nacional de “hacerla de pedo” por todo.
A pesar de que existen muchas posturas en contra, se me hace extraño no haber visto algún pseudo análisis de un “activista online” diciendo que la visita del Papa era una cortina de humo para cubrir algún maquiavélico plan del maldito gobierno imperialista corrupto opresor. Al parecer, el catolicismo queda fuera de la indignación social.
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