El manto febril de la noche comenzaba a cubrir el horizonte. Las partículas exangües de la luz del día se perdían ante sus ojos. En sintonía, el chisporroteo de la fogata y las cigarras entonaban su última melodía del año. No parecía importarle el cada vez más incómodo respaldo del roble sobre el cual reposaba su cansado cuerpo.
Esperó así hasta que la luna decidió mostrarse a través de un espeso telón de nubes. Un efímero rayo de luna nueva lo atravesó hasta descansar su reflejo en el gran lago adyacente al roble.
Armado de valor, se levantó, y se atrevió a asomarse al lago. Lo que vio le sorprendió: era su rostro, sin embargo, ajeno. El reflejo le mostró todo aquello que reprimía en lo más obscuro de su corazón.
De inmediato se alejó del agua y emprendió su marcha de regreso. Pero ya era muy tarde.
Le afligía el rostro la cicatriz que no lucía. Le azotaban decisiones que aún no había tomado. Le repugnaban las facciones que había adorado. Le asustaba la violencia que había observado.
¿Qué clase de maldición era aquella? ¿Qué clase de dios lo había condenado a observar su reflejo?
Es sólo a través de espejos que el ser humano se descubre a sí mismo. Tienen la capacidad de mostrarnos el más temible de nuestros demonios y de hallar la más sigilosa inseguridad. Así, el reflejo que muestra es, tantas veces, aterrador como lo es complaciente. Después de todo, nos alarman porque nos muestran ese lado que intentamos reprimir. Bien hacía Borges en temerles. La magia de los espejos, paradójicamente, oscila entre lo que muestra y lo que oculta.
Quizá por esa razón regresamos constantemente a ellos: para constatar lo que somos (y lo que aún no somos).
Es sólo a través de espejos que el ser humano se descubre a sí mismo. Tienen la capacidad de mostrarnos el más temible de nuestros demonios y de hallar la más sigilosa inseguridad. Así, el reflejo que muestra es, tantas veces, aterrador como lo es complaciente.
Su maravilla: están presentes en todo momento. No son sólo los cristales de vanidad erguidos en alcobas. Y de ahí el terror constante de Borges. Muestran el reflejo del humano las aguas serenas de un lago; los sueños taciturnos del desamor; la tinta vertida al papel; las letras que sosiegan el alma; al igual que las cosechas de la amistad. ¡Qué dicha (y que terror) el poder observarse a través de tantos espejos!
Pero, ¿tendrá toda una nación la misma fortuna? ¿Podrá observarse a través de espejos tan certeros y mágicos toda una sociedad?
La respuesta es cruel, pues el espejo nacional no reviste las cualidades poéticas y heroicas antes descritas. Muestran el reflejo de una nación su clase política. ¡Con qué terror se postra México frente a su espejo!
Su reflejo es producto de los demonios que lo han consumido durante años: poca participación ciudadana y políticos corruptos. Y así los muestra. Sin máscaras: el orgullo reformador de Peña Nieto; la ira incrédula de Calderón; la ignorancia en el discurso de Fox; la envidia política de Zedillo; la avaricia capitalista de Salinas; la gula electoral de Miguel de la Madrid; y la lujuria monetaria de Portillo.
Hoy lucen ajenos, pero son viva imagen de nuestra cultura. De indignación, pero conformista. Y es que a través de los años, no hemos querido enfrentar el reflejo. No hemos querido cambiar nuestro espejo, a pesar de tener las herramientas para hacerlo: el voto y la participación ciudadana.
Sin máscaras: el orgullo reformador de Peña Nieto; la ira incrédula de Calderón; la ignorancia en el discurso de Fox; la envidia política de Zedillo; la avaricia capitalista de Salinas; la gula electoral de Miguel de la Madrid; y la lujuria monetaria de Portillo. Hoy lucen ajenos, pero son viva imagen de nuestra cultura. De indignación, pero conformista.
El problema del mexicano es que a la hora de enfrentarse al espejo, en ocasiones, huye con cobardía del reflejo, y decide no inmiscuirse en los asuntos políticos; en otras, peca de vanidad y se enamora del reflejo, optando por una continuidad electoral pocas veces racional; y en otras tantas, se ahoga en su propia inseguridad y, con temor, decide una alternancia poco favorable.
Pero el espejo nacional no tiene que ser visto necesariamente como algo negativo. Es, de hecho, una de las herramientas más útiles: nos muestra los rostros de lo que fuimos, de lo que somos, y de esa manera, nos es posible vislumbrar el horizonte de una manera clara.
…el espejo nacional no tiene que ser visto necesariamente como algo negativo. Es, de hecho, una de las herramientas más útiles: nos muestra los rostros de lo que fuimos, de lo que somos, y de esa manera, nos es posible vislumbrar el horizonte de una manera clara.
Ahí están los Gobernantes demagogos. Con tintes de héroes dedicándose a destruir una partidocracia desde una plataforma independiente, nos han indicado el camino a seguir: la reinvención de partidos políticos. Las leyes prohibicionistas, que al reflejar los resultados obsoletos de las posturas retrógradas y conservadoras, han obligado a la tinta legislativa a tomar modelos liberales y con estricto apego a los derechos humanos.
México debe postrarse, sí, con terror frente a su espejo, pero con valentía, para darse cuenta de lo que es y el rumbo que debe tomar. Sólo a través de una participación activa en la vida política del país podrá el espejo mostrarse benigno con México. Es vital entonces que el ciudadano, con valentía, se postre frente al espejo y acaricie las cicatrices del pasado que le muestre, no como recuerdo nostálgico, sino como presagio de un futuro próspero.
México debe postrarse, sí, con terror frente a su espejo, pero con valentía, para darse cuenta de lo que es y el rumbo que debe tomar. Sólo a través de una participación activa en la vida política del país podrá el espejo mostrarse benigno con México.
Regresó al palacio aún con la última Luna de 1514 a sus espaldas. Faltaban horas para el nuevo amanecer, pero a Nezalhualpilli le aterraba aquello que había observado en el lago de Texcoco. No era la primera vez que sus deidades le revelaban sus maquinaciones sin claridad alguna.
Como tlatoani, había gobernado sabiamente, lo que le ganó la reputación de buen gobernante entre los nobles. Su congoja jamás fue la política, sino su espíritu de poeta. Sin lugar a dudas, su fascinación por la adivinación y por los agüeros también había contribuido a sus pesares, pero siempre fue la poesía la que lo acechaba inclusive en sus sueños. Esa noche antes de ir a la cama, no concilió el sueño. Los dioses le habían mostrado un sufrimiento que no le pertenecía.
A un año de morir, ¿qué le habían mostrado los dioses a tan dotado gobernante? Hay quienes aseguran que fue sólo el proemio de su muerte; el epitafio de su sepulcro. Otros afirman que fue la inminente llegada de Cortés a territorio nacional. Pocos otros aseguran que fue su propio reflejo pero sin la vanidad de la belleza que tanto le caracterizó. Y otros más, aseguran que el reflejó que observó aquella última noche de 1514 fue el reflejo de una nación condenada a sufrir durante más de quinientos años.
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