“El Chapo” antes de su segunda captura y fuga ya se había convertido en algo más que en un simple personaje del hampa. En la prensa comparaban su poderío crematístico con el de los grandes empresarios de los negocios lícitos y; una (¿gran?) parte de mexicanos, lo enaltecían al nivel de un héroe del pueblo, una leyenda viva, como una especie tergiversada de Robin Hood de los narcóticos que otorgaba dádivas a sus paisanos con dinero ilícito.
Sabíamos, como cualquier otro narcotraficante, que “El Chapo” maniobraba sus negocios ilícitos desde la seguridad de su escondrijo y que era el capo de unos de los cárteles más longevos y poderosos de México; pero poco conocíamos de la personalidad y vida privada de este hombre enigmático; solo esas historias urbanas de que iba a restaurantes y pagaba al final la comida a todos los comensales, o de sus paseos despreocupados por las calles de alguna metrópoli sin que alguna autoridad se le atreviera a aprehenderle. Que eran chismes de boca en boca y solo eso, y que a los más escépticos nos parecían esas historias más que patrañas, idolatrías, hipérboles de pláticas de café o de borrachera. Una leyenda más como la de “El Chupacabras” y “La Llorona”.
Su última fuga exaltó en la población aún más esa idolatría, y a los escépticos nos dio un atisbo de su astucia y su poder de persuasión pecuniaria.
Su última fuga exaltó en la población aún más esa idolatría, y a los escépticos nos dio un atisbo de su astucia y su poder de persuasión pecuniaria. El Chapo era capaz de franquear cualquier barrera que se le presentara para conseguir su libertad y de utilizar subterfugios para persuadir con grandes fajos de billetes a los celadores. Sin duda, el Gobierno Federal subestimó su astucia y poderío, y eso nos hizo pensar en que tal vez sí fuera ese hombre un mítico, intocable, impasible.
A seis meses de haber besado la libertad por segunda ocasión, la noticia de su tercera aprehensión inundó los periódicos mundiales. El legendario señor del narco de Sinaloa al fin había caído. Tal vez había cometido un craso error de logística como en sus capturas pasadas. Pero más que eso, su tercera recaptura desembocaba en un melodrama inverosímil, surrealista, que se dividió en opiniones maniqueas sobre su función en la sociedad. Digno de una película noventera de Hollywood con Jean-Claude Van Damme como protagonista, con todo y sus clichés y su Deus ex machina.
Con cada nueva información que se publicaba, ésta iba acompañada de un incrédulo “Oh my God!”, seguido por el escrutinio de la fuente para cerciorarse de no haber caído en uno de esos sitios de sátira. Con los videos de la entrevista y los mensajes con la actriz mexicana, lo conocimos de forma más íntima, humana, capaz de odiar y amar, y que sobre todo era capaz de cometer los más flagrantes errores por sentimentalismos e ínfulas. El capo mítico, intocable e impasible se había reducido a un ser humano ordinario que el azar y la coyuntura nacional lo hicieron proliferar en uno de los negocios más violentos.
“El Chapo” cometió sus errores y ahora nos toca a nosotros no cometer los nuestros. Un error sería guardar por él un sentimiento entrañable.
La manera en que se logró capturar a “El Chapo”, con el asalto de un comando de elite de la marina mexicana a la casa en donde se ocultaba, para seguir con la persecución por las alcantarillas y terminar en la ventura de dos policías federales que patrullaban en la carretera, la veremos encarnada en un alud de películas y series que aparecerán en los próximos años. Ensalzadas con el romántico desenlace de la actriz mexicana y la polémica entrevista del actor galardonado con dos Oscar.
Un narcotraficante no debe de ser símbolo de humildad, valentía ni altruismo, aun si éste regalara toda su fortuna a los pobres, ese fin nunca justificará el medio sangriento y caótico con lo que lo consiguen.
“El Chapo” cometió sus errores y ahora nos toca a nosotros no cometer los nuestros. Un error sería guardar por él un sentimiento entrañable. Las recientes entrevistas y ola de películas, series y libros que se vienen de la vida del capo podrían, a algunos de nosotros, suscitar simpatías por él. Hollywood convertirá la vida del capo en una historia romántica y aventurera, escondiendo las atrocidades que el mercado negro de las drogas (por la prohibición) ha causado en el país. Un narcotraficante no debe de ser símbolo de humildad, valentía ni altruismo, aun si éste regalara toda su fortuna a los pobres, ese fin nunca justificará el medio sangriento y caótico con lo que lo consiguen.
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