El pasado 4 de junio del presente año, cuatro entidades federativas celebraron elecciones locales para distintos puestos políticos, entre los que se encontraban candidatos a gobernador, alcaldías y diputaciones. Unas elecciones nada sencillas, por un lado, la elección local más importante, por tamaño poblacional y económico, la del Estado de México, y por otro, la última competencia de la partidocracia previo a las elecciones por la silla presidencial. Todo está en juego y, como muchos afirman, una probada de lo que será el próximo año de conflicto partidista. Pero ¿qué pudimos darnos cuenta con lo acontecido?
Lo primero, las encuestas y los análisis vuelven a quedarse cortos con los resultados predichos, a pesar de no tener datos oficiales por el INE, es claro que el PREP nos muestra una realidad lo más cercano a la resolución final, y está es la de, como virtual ganador en las gubernaturas el PRI, tanto en Coahuila como en Estado de México.
Con altas expectativas se inició la jornada electoral y con encuestas en mano que apuntalaban a Delfina Gómez y Guillermo Anaya, con MORENA en Estado de México y con el PAN-PRD en Coahuila, respectivamente, a ser los rotundos ganadores, se finiquitaron con lo cerrado que se tornaba la contienda. Las esperanzas fueron cayendo poco a poco, y así, conforme se transcurría la noche y el PRI tomaba fuerza para posicionarse en primer lugar de las preferencias del electorado.
Lo segundo, aún le queda poder a ese monstruo político, llamado PRI, cual posee entre sus organizaciones e institucionalismo, la capacidad para convocar a masas sociales para obtener la mayoría de los sufragios, condicionando el voto.
Y tercero, el abstencionismo, mismo que pareciese no extinguirse, 1 de cada 3 mexicanos decide no ir a las urnas a ejercer su derecho de elección y contribuir a la democracia nacional, prefiere quedarse en casa y dejar en manos de otros tomar las decisiones y los liderazgos que administrarán el futuro del país.
Estas tres razones se ven reflejadas en el voto duro, el mal de todos los males, un sufragio condicionado y forzado, que abusa de las necesidades de la sociedad para obligar a los ciudadanos a elegir a un partido especifico, con fuertes consecuencias en caso de no hacerlo. Un voto duro que las mismas encuestas son incapaces de calcular, imposibilitando sus predicciones correctas, sesgando todo resultado posible. Y que es, incluso, mayor que el mismo abstencionismo, que no perjudica a los partidos, pero sí a la sociedad misma.
Con todo esto, el PRI dejó en claro una cosa, no es tan débil como pensamos, no lo subestimemos, el PRI no es sólo Enrique Peña Nieto y su mala administración, o la camada de gobernadores más corrupta de la historia, el PRI es, y seguirá siendo, una de las instituciones mejor organizadas que tiene la región y eso le es suficiente para, aún, ganar elecciones, apoyado en su voto duro.
Así que no lo hemos visto todo, y el conflicto mayor apenas comienza, a un año de las próximas elecciones todo puede pasar y nada está escrito.