LOS ACUERDOS ENTRE POLÍTICOS NO ESTÁN POR ENCIMA DE LA LEY

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Imagina que en los espacios donde realizas tus actividades cotidianas te enfrentaras con personas que rompen las reglas y pasan por encima de tu dignidad. ¿Cuál sería el resultado? Seguramente un caos, imposible transitar.

Si te digo que esto se vive en el Congreso por una mayoría creada por el PRIAN y MORENA que busca imponerse más allá de lo que la Ley permite. Sí, esto ocurre, es real.

La Ley Orgánica del Poder Legislativo señala quién debe presidir la Mesa Directiva y no es el PRI ni Lorena de la Garza, le corresponde a MC. La Ley señala quién debe dirigir la Comisión de Coordinación y Régimen Interno y no es MORENA y Anylu Hernández. También dice cuántas Comisiones debe presidir cada Partido de acuerdo al resultado electoral y no, ni PRIAN ni MORENA pueden presidir más comisiones que MC.

Esto ocurre en el Congreso, caos y confrontación que no es provocada por MC como te han hecho creer, es provocada por el PRIAN y MORENA al violar la Ley.

En MC apostamos por el respeto a la ley y terminar este abuso de poder. Recuperemos el orden y la legalidad en el Congreso y en la política de Nuevo León.

(Las opiniones vertidas en este editorial son de exclusiva responsabilidad de quien las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de Altavoz MX o su equipo)

Ella Llegó, Pero Aún Faltamos Nosotras

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Es un hecho histórico. Por primera vez en la historia de México, tenemos una PresidentA. No solo eso, por primera vez, dos mujeres fueron las principales contendientes en una elección presidencial. Dos perfiles completamente diferentes, liderando propuestas políticas aún más divergentes, pero al final, dos mujeres. Y hoy, una de ellas se encuentra al frente del poder ejecutivo. Esto no es un detalle menor, especialmente en un país donde aún nos cuesta trabajo aceptar el uso del género femenino en nuestro lenguaje, mucho menos un lenguaje inclusivo que abarque a todas las personas. Decir “PresidentA” es un acto político, un acto de resistencia, porque nombrar es existir. Y ella es una PresidentA, no una PresidentE.

Pero no confundamos este hito con la llegada de todas las mujeres al poder. El hecho de que una mujer ocupe la silla presidencial no significa que la agenda feminista esté garantizada, ni que los derechos de todas las personas en México, incluyendo las diversidades, estarán automáticamente en el centro de su gobierno. Ser mujer no es sinónimo de ser feminista, ni asegura una perspectiva de derechos humanos. Sin embargo, el simple hecho de que una mujer haya alcanzado el más alto escaño de la política mexicana es histórico, y eso es digno de celebrarse.

Aun así, no debemos dejar de lado nuestras exigencias. Yo quiero una presidenta feminista, una que entienda que la estructura misma del poder que ahora ocupa puede perpetuar las violencias de género. Hemos avanzado un enorme paso, al tener una mujer como PresidentA, pero ese no debe ser nuestro destino final. La verdadera meta es la distribución equitativa del poder y las oportunidades, que no solo Claudia llegue, sino que lleguemos todas. Su llegada es un recordatorio de que el camino hacia la verdadera igualdad de género es mucho más complejo de lo que se nos hace creer.

Es también necesario dejar de replicar discursos violentos que la reducen a ser un simple “títere” de hombres. No importa si no estamos de acuerdo con sus políticas, es innegable que es una mujer que ha llegado por sus propios méritos a la cima de la política mexicana. Criticarla es necesario, como es necesario con cualquiera persona servidora pública, pero no desde la violencia de género. No es adecuado tachar de “dama de hierro” ni que llamarle fría, porque cuando un hombre se comporta de la misma manera, lo llamaríamos líder.

La fuerza de este momento histórico también se refleja en quienes la acompañan. Ifigenia Martínez, líder de la Cámara de Diputados, quien nació 28 años antes de que las mujeres en México pudieran votar, fue quien colocó la banda presidencial a nuestra primera PresidentA, después de que 65 hombres la portaran antes. Este acto, simbólico y poderoso, nos recuerda que, aunque la llegada de una mujer a la presidencia es significativa, no estamos en un momento en el que los derechos humanos y la equidad de género estén asegurados. Vivimos en un país donde la violencia feminicida sigue siendo normalizada, donde 10 mujeres son asesinadas cada día, y donde aún la violencia sexual es ocho veces más común contra niñas y adolescentes que contra sus pares varones.

Tener mujeres al mando de los tres poderes del Estado es un gran logro, pero eso no significa que la lucha por la equidad de género haya terminado. Nos recuerda que ser mujer en el poder no es suficiente; necesitamos más. Queremos una PresidentA que comprenda cómo el poder puede perpetuar las violencias que estamos tratando de erradicar.

Han pasado 203 años desde la consumación de la independencia de México, 108 años desde el primer Congreso Feminista en Yucatán, 71 años desde que las mujeres pudimos votar, y hoy tenemos una PresidentA. Sin embargo, el país que liderará Claudia aún enfrenta enormes desigualdades. Las mujeres seguimos ganando menos por el mismo trabajo, solo 2 de cada 10 empresas tienen mujeres en sus consejos de administración, y la paridad, al ritmo actual, no se alcanzará hasta el 2052.

Claudia dijo que no llegó sola, que llegamos todas, pero la realidad es más compleja. Llegaste tú, Claudia, pero aún faltamos muchas. Y lo que deseo para ti y para México es que uses tu poder para mejorar la vida de todas las personas. Que inviertas en escuelas, en transporte público, en clínicas. Que escuches a las madres buscadoras y no las ignores, que no fortifiques el Palacio Nacional cuando salgamos a protestar, porque seguiremos exigiendo que nos protejas, que nos unas y que nos defiendas.

PresidentA, tu llegada es un paso histórico, pero no el final del camino. Nos recuerda que aún queda mucho por hacer para que realmente lleguemos todas, para que cada mujer y persona en este país tenga acceso a las mismas oportunidades, derechos y libertades. El poder que ahora sostienes debe ser una herramienta para construir un México más justo, donde no solo una mujer pueda alcanzar la cima, sino donde todas las personas podamos caminar hacia adelante sin miedo. No es suficiente haber llegado tú; necesitamos que uses esa fuerza para abrir el camino para las que aún faltamos. Porque solo entonces podremos decir que, verdaderamente, llegamos todas.

Nuevo Gobierno en San Pedro: Retos y Oportunidades

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Inicia una nueva administración en San Pedro Garza García, y con ella, se presenta un conjunto de retos que no pueden ser subestimados. Antes de asumir tan significativa responsabilidad, es fundamental reflexionar sobre el estado actual del municipio y los desafíos que deberán enfrentarse para garantizar su óptimo desarrollo.

San Pedro ha alcanzado su posición de liderazgo nacional en gran medida gracias a sus ciudadanos, quienes se han distinguido por ser participativos, críticos, y propositivos. A lo largo de las últimas tres décadas, bajo la administración de líderes emanados del Partido Acción Nacional, y con una ciudadanía activa y comprometida, San Pedro se consolidó como el mejor municipio de México, fruto de una visión a largo plazo y gobiernos muy profesionales.

No obstante, hace seis años, el electorado decidió optar por un proyecto político distinto. Como en todo gobierno, se pueden identificar ciertos logros, aunque también es evidente que existen áreas de oportunidad significativas. Si bien se avanzó en ciertos aspectos, no podemos ignorar que el municipio se encuentra hoy con puentes colapsados, más de cien parques en condiciones deplorables, obras públicas mal planeadas y peor ejecutadas, y proyectos impuestos sin la consulta y aprobación de los vecinos.

Ante este escenario, el desafío es monumental y exige un enfoque serio y comprometido. Tenemos ante nosotros la oportunidad histórica de liderar desde lo local el cambio que México necesita, demostrando que un gobierno municipal como el de San Pedro puede ser ejemplar en el uso eficiente de los recursos públicos y que las obras y proyectos sean el resultado de un trabajo en equipo con la ciudadanía, que enfrentemos de manera decidida la problemática del tráfico, y que asumamos con determinación el reto de la seguridad.

Quienes estamos en el servicio público tenemos una responsabilidad y obligación: dejar al gobierno y a la ciudad mejor que como la encontramos. Y si existe un perfil capaz de alcanzar estos objetivos, es el de Mauricio Fernández. Su experiencia y visión estratégica son claves para lograr que esta nueva administración sea la mejor en la historia de San Pedro. El objetivo es claro: regresar al municipio a los primeros lugares en todos los indicadores de calidad de vida y gobernanza.

El mito del águila

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Propongo la siguiente definición de nación: es una comunidad política imaginada, y se le imagina como inherentemente limitada y soberana.

Es imaginada porque los miembros de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, no se encontrarán con ellos, ni siquiera oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión (…) Las comunidades se distinguen no por su falsedad o autenticidad, sino por el estilo en que se las imagina.

Finalmente, [la nación] se imagina como una comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación actuales que puedan prevalecer en cada una, se concibe como una camaradería profunda y horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que hace posible, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas no maten, sino que estén dispuestas a morir por esas imaginaciones limitadas.

— Benedict Anderson, Imagined Communities (1983)

Las historias y los símbolos son fundamentales porque nos permiten dar sentido a nuestra existencia, definir quiénes somos, cómo nos relacionamos con los demás y cómo nos situamos en el mundo. La identidad no se genera en un vacío; surge de la interacción entre nuestras experiencias personales y las narrativas compartidas que nos rodean.

Cuando hablo de narrativas, me refiero a la forma en que se estructura y cuenta la historia de nuestra existencia, aquello que determina el status quo y nos ayuda a entender nuestra realidad. Estas historias no solo definen a los individuos, sino también a las comunidades, los grupos sociales, las naciones y las culturas. Las narrativas colectivas, como las de la familia, la sociedad, la nación o la religión, nos proporcionan una identidad compartida y un sentido de pertenencia. Por ejemplo, las historias de la fundación de una nación, las leyendas populares o los mitos religiosos crean una sensación de continuidad y cohesión dentro de un grupo, conectando nuestras vidas individuales con algo más grande.

El mito del Volk

Völkisch es una palabra alemana que connota tanto lo “folclórico” como lo “populista”. En sus orígenes, era una visión cultural profundamente arraigada en la idea de una identidad nacional compartida y un amor por las tradiciones, la naturaleza y el idioma. Como ocurre con muchos mitos, es difícil rastrear su origen exacto. Sin embargo, se le atribuye gran parte de su desarrollo a Richard Wagner, cuyas óperas y representaciones de la esencia germana a través de mitos y leyendas –como la trilogía del Nibelungo— son parte integral del pensamiento völkisch.

El riesgo de la instrumentalización

Lo que comenzó como una narrativa de identidad para el pueblo germánico terminó convirtiéndose en el mayor catalizador del nacionalismo y el mito de la raza aria. Paradójicamente, Houston Stewart Chamberlain, un británico que se fascinó con Wagner, se casó con su hija y desarrolló las teorías de la raza aria. El resto de esta historia es bien conocido, y lo obviaré…

El nacionalismo

El peligro de las narrativas identitarias en las naciones es la polarización, pues para pertenecer a un grupo, es necesario definir al “otro”. Como bien dice Sartre, “somos conscientes de nosotros mismos en tanto que somos vistos por otros”, y nuestra identidad se configura, en parte, a partir de cómo nos ven. Al diferenciarnos, las narrativas y los símbolos pueden ser manipulados para excluir a otros o justificar ideas peligrosas. El nacionalismo extremo, por ejemplo, puede distorsionar las historias colectivas para construir una identidad que excluye o demoniza a ciertos grupos. Los mismos símbolos que unifican a una nación pueden usarse para fomentar el odio, la xenofobia o el racismo.

Más mexicanos, más… ¿humanos?

La Encuesta Mundial de Valores (EMV) ha revelado una tendencia curiosa: los mexicanos son cada vez más conscientes de su historia y, por ende, se sienten más orgullosos de identificarse como mexicanos. Sin embargo, este orgullo nacional no está necesariamente relacionado con una mayor disposición a “sacrificarse” por el país.

Esta paradoja puede deberse a varios factores que influyen en la identidad nacional y en la relación de los ciudadanos con el Estado y sus instituciones. Los mexicanos sienten un fuerte sentido de identidad basado en elementos culturales como la historia, la música, las tradiciones y la rica herencia cultural. Este orgullo parece estar más vinculado a la comunidad y la cultura que a las instituciones gubernamentales, incluidas el ejército.

Cansados de luchar…

A pesar del orgullo por la capacidad de resistencia y la lucha cotidiana, esta misma lucha puede generar una sensación de agotamiento y una menor disposición a comprometerse con sacrificios extremos, como la lucha por la nación. El aumento del orgullo nacional parece estar más relacionado con la comunidad y la solidaridad ciudadana que con el Estado o sus instituciones.

Los mexicanos pueden sentir satisfacción y orgullo por la capacidad de unirse frente a las adversidades como sociedad civil, mientras que desarrollan un desapego hacia el gobierno o hacia cualquier noción de “lucha” que implique obedecer a las autoridades políticas o militares. Este fenómeno también refleja una mayor conciencia crítica de la historia, lo que lleva a muchos a rechazar las narrativas tradicionales del nacionalismo vinculado a la guerra y los conflictos armados.

Hoy, la comunión con el ser mexicano funciona porque imaginamos a nuestros compatriotas a través de nuestra individualidad, aun sin conocer a la mayoría. Sin embargo, “en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”, aunque nuestra imaginación está limitada y segmentada por círculos sociales y económicos.

Nostalgia Patriota

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El 16 de septiembre, fecha que debería estar impregnada de orgullo nacional, se convirtió para algunos, comenzando por el que escribe esta columna, en un ejercicio de nostalgia. En lugar de celebrar la independencia y la libertad, pareciera que conmemoramos los ideales que soñamos haber alcanzado pero que, en la realidad cotidiana, parecen más lejanos que nunca.

Algo de inseguridad, que sigue acechando específicos rincones del país, no es solo una estadística fría que se mide en cifras; es una constante que transforma la vida diaria de los ciudadanos, limitando sus movimientos y condicionando sus sueños.

A lo anterior, se suma un autoritarismo disfrazado de democracia. Desde las cúpulas del poder, se predican discursos de cambio, pero en la práctica, el poder se concentra y los mecanismos de rendición de cuentas se diluyen. El equilibrio de poderes, un pilar fundamental de nuestra democracia, parece estar cediendo ante una lógica de aplaudidores en lugar de verdaderos funcionarios comprometidos con la ciudadanía.

La figura del servidor público se ha desdibujado para dar paso a personajes cuyo único mérito es la lealtad ciega, no al país, sino al líder de turno. La política, que alguna vez se trató de construir acuerdos para mejorar la vida de las personas, ahora parece un espectáculo en el que los actores principales no tienen más interés que perpetuarse en sus papeles. Se premia más la sumisión que la capacidad, y eso deja al país sin el verdadero liderazgo que necesita.

Todo esto nos deja con una sensación amarga: cosas que creímos enterradas en la historia están regresando. La tentación autoritaria, la censura disfrazada de regulación”, los ataques a las instituciones democráticas que tanto trabajo costó construir. A veces, es fácil pensar que estamos retrocediendo más que avanzando.

Sin embargo, a pesar de este contexto oscuro, todavía hay motivos para mantener viva la esperanza. Porque el patriotismo no es solo ondear la bandera y cantar el himno; el verdadero amor por el país se demuestra en la lucha diaria por corregir lo que está mal, por construir un México más justo, seguro y democrático. Y esa lucha, aunque hoy parezca más ardua que nunca, sigue siendo el único camino hacia el país que soñamos.

En estas fiestas patrias, celebremos no solo lo que fuimos, sino lo que aún podemos ser. Mantengamos viva la nostalgia por el México que queremos, pero, sobre todo, hagamos de esa nostalgia una fuente de energía para seguir adelante. Porque el patriotismo no se demuestra solo en los festejos, sino en la pasión por servir y transformar.

Y esa pasión no puede extinguirse.

¡Que viva México!

Septiembre de incertidumbre

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“Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.” — Un epigrama de Jean-Baptiste Alphonse Karr en la publicación de enero de 1849 de su diario Les Guêpes (“Las avispas”).

Me había propuesto que estas publicaciones pudieran funcionar más allá de la coyuntura en que se lean, es decir, hablar de ideas y no de noticias. Sin embargo, hoy es necesario abordar un tema coyuntural que será el marco teórico para entender lo que sucederá en las próximas décadas en nuestro país.

Lo que ocurra durante septiembre de 2024 promete marcar el rumbo de la nación. Y no, no me refiero a las últimas semanas de La Casa de los Famosos. Es sorprendente lo poco mediático que ha sido el tema de la transición presidencial, en la cual, durante un mes, coinciden la nueva legislatura y los últimos días del actual presidente. Para sorpresa de nadie, resulta más cómodo ver 24 horas de un reality show que tomar conciencia de la compleja realidad que vive y vivirá nuestro país.

La nueva legislatura que entra en funciones este mes trae consigo una reconfiguración del poder digna de los giros más dramáticos de cualquier guion televisivo. La coalición Morena-PT-Partido Verde no solo ha asegurado la mayoría en ambas cámaras, sino que ha alcanzado la codiciada mayoría calificada. En términos prácticos, esto significa que tienen los votos suficientes para modificar la Constitución sin necesidad de negociar con la oposición.

Este “Congreso oficialista” llega en el momento más oportuno para el presidente López Obrador, quien se encuentra en la recta final de su sexenio. Con apenas un mes por delante, AMLO tiene la oportunidad de consolidar su legado a través de una serie de reformas que podrían aprobarse de manera “fast track”.

Este último tema ha sido especialmente polémico para quienes han seguido de cerca las elecciones de los últimos meses. Existe un término político llamado “sobrerrepresentación”, que ocurre cuando un partido obtiene, en función del mecanismo electoral correspondiente, un porcentaje de curules superior al porcentaje de votos obtenidos o permitido por ley. Sin embargo, esta limitante dejó de aplicarse para las coaliciones a principios de este milenio. La coalición que impulsó a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, obtuvo el 59.7% de los votos en las elecciones presidenciales, y hoy cuenta con 373 diputados (el 74.6% de la Cámara de Diputados), quedándose solo a un curul de la mayoría calificada. De manera similar, alcanzan 83 escaños en el Senado, de los 128 disponibles.

A partir de esta semana y hasta el último día de su mandato, el presidente tiene la oportunidad de impulsar una cantidad considerable de iniciativas, pero sobre todo retomar aquellas que no lograron convencer al Congreso en su momento.

Entre las iniciativas que más resuenan está la polémica reforma al Poder Judicial. Este proyecto de ley, presentado originalmente el 5 de febrero de 2024 por el todavía presidente López Obrador, incluye 20 iniciativas que abarcan diversas modificaciones constitucionales y reformas secundarias.

La reforma judicial propone un cambio radical en el funcionamiento actual del Poder Judicial a nivel federal. En el centro de la reforma está la “democratización” de la elección de autoridades judiciales, sometiendo a elecciones populares más de 1,600 puestos gubernamentales, incluidos jueces, magistrados y ministros. En 2025, se elegirían ministros de la Suprema Corte y la mitad de los jueces y magistrados de distrito; la otra mitad sería elegida en 2027. También se plantea reducir el número de ministros de la Suprema Corte de 11 a 9, con un sistema de rotación para la presidencia cada dos años. Además, se propone sustituir al Consejo de la Judicatura Federal por un nuevo órgano encargado de administrar (y controlar) al Poder Judicial, y limitar las remuneraciones de magistrados y jueces, quienes no podrían percibir salarios superiores al del presidente.

Busquemos argumentos a favor…

No es ningún secreto que el sistema de justicia mexicano no es motivo de orgullo, plagado como está de corrupción y nepotismo. Los defensores de la reforma argumentan que la elección popular de jueces aumentará la transparencia y la rendición de cuentas, permitiendo que la justicia sea más accesible para todos los ciudadanos y fomentando una mayor participación ciudadana. La reforma se presenta como un paso hacia la democratización del sistema judicial, “asegurando que jueces y magistrados reflejen mejor la voluntad del pueblo”.

Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual…

La realidad es que la reforma al Poder Judicial nos dejará en el mismo lugar, quizá incluso algunos pasos atrás. Una reforma de este calibre en un sistema de justicia donde solo el 10% de los delitos son denunciados, y de esos casos, apenas el 1% llega a ser presentado ante un juez, no cambiará nada. La reforma no toca las fiscalías, ni las policías estatales, locales o comunitarias, donde ocurren las primeras injusticias sociales.

Me cuesta trabajo imaginar a cualquier ciudadano tratando de seleccionar a jueces entre hasta mil 600 boletas. La Reforma permitirá que los jueces deban favores políticos, inclusive anonimizando su participación en juicios a su placer. Hoy será posible ser parte del sistema judicial con 8 de promedio y la “recomendación” de un vecino.

La reforma, tal como se presenta, es una oportunidad desperdiciada para robustecer la justicia en nuestro país, donde la corrupción no termina, solo cambia de manos cada sexenio. La reforma quebrantará la autonomía de uno de los tres poderes, haciendo al partido hegemónico casi “dueño” de todos ellos: controlando el poder Ejecutivo con Claudia, el Legislativo con un Congreso sobrerrepresentado, y el Judicial con un sistema politizado que hace “valer la voluntad del pueblo”. Un pueblo manipulado, desconcertado, cansado y que ha decidido creer que las cosas cambiarán tanto, pero tanto, hasta dejarlas igual.

 

La transición y otras ficciones

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“Within the next generation I believe that the world’s rulers will discover that infant conditioning and narco-hypnosis are more efficient, as instruments of government, than clubs and prisons, and that the lust for power can be just as completely satisfied by suggesting people into loving their servitude as by flogging and kicking them into obedience.
-Extracto de la carta de Aldous Huxley a George Orwell (California, 21 de octubre de 1949)

El miércoles pasado, Claudia Sheinbaum recibió su constancia como presidenta electa de México, marcando el inicio de una nueva era política en el país. Este hito histórico no solo representa la llegada de la primera mujer a la presidencia de México y Norteamérica, sino que también plantea una serie de interrogantes sobre el futuro de la nación.

Sheinbaum heredará un México complejo y polarizado. Por un lado, el gobierno saliente de López Obrador deja un legado de programas sociales ambiciosos y una retórica de transformación nacional. Por otro, la nueva mandataria enfrentará desafíos formidables: una economía en cuerda floja, instituciones debilitadas y una sociedad fragmentada.

La llegada de una mujer a la presidencia es, sin duda, un avance significativo para la igualdad de género en la política mexicana. Sin embargo, sería ingenuo asumir que este hecho por sí solo garantiza una agenda progresista en materia de derechos de las mujeres. Como bien señala Rosario Guerra en su análisis “Tenemos presidenta”, la verdadera prueba estará en las políticas concretas que Sheinbaum implemente y en su capacidad para desafiar las estructuras patriarcales enquistadas en el sistema político mexicano.

Un aspecto preocupante de esta transición es la sombra alargada de López Obrador. Si bien se han observado algunos distanciamientos en decisiones de gabinete, persiste la percepción de que el actual mandatario busca mantener las riendas del poder tras bambalinas. La posible desaparición de organismos autónomos como el INE y el TEPJF, avalada por una mayoría cuestionable, sugiere una continuidad en la concentración del poder que podría socavar la independencia de Sheinbaum como presidenta.

En el frente económico, el panorama es igualmente desafiante. El gobierno entrante heredará un país con las arcas vacías, tras el agotamiento de los fondos de emergencia en proyectos de infraestructura controvertidos. Estas obras, que prometían impulsar el desarrollo, han resultado en muchos casos más costosas de lo previsto y de utilidad cuestionable, dejando a México en una posición fiscal precaria justo cuando más necesita recursos para enfrentar retos sociales y económicos apremiantes.

La transición

La gran incógnita que flota sobre México es cómo gobernará realmente Sheinbaum. ¿Será una presidenta con voz y agenda propias, o se convertirá en una mera ejecutora de los designios de su predecesor? El riesgo de que asuma un papel de “presidenta delegada”, “vicepresidenta” o simple “encargada” es real y preocupante. La autonomía de Sheinbaum será crucial para determinar si México avanza hacia una democracia más madura o retrocede a una posible segunda ‘dictablanda’ en la historia mexicana.

La expectativa más grande en México, por tanto, gira en torno a cómo Sheinbaum ejercerá su mandato presidencial. ¿Logrará distanciarse de la sombra de López Obrador y forjar su propio camino? ¿Tendrá la fortaleza para defender las instituciones democráticas y al mismo tiempo impulsar las reformas necesarias para un México más justo y próspero?

Tenemos presidenta, sí, pero la pregunta crucial es: ¿tendremos una verdadera líder capaz de unir al país y llevarlo hacia adelante, o seremos testigos de un gobierno que perpetúe las divisiones y los vicios del pasado bajo una nueva fachada? Solo el tiempo y las acciones concretas de Sheinbaum darán respuesta a esta pregunta.

Siervo de la Nación

La manipulación de la opinión pública y el uso de narrativas poderosas han sido cruciales para consolidar el poder de la 4T. En lugar de recurrir a la fuerza bruta, la política mexicana ha visto un uso estratégico de los medios para moldear percepciones, fomentar lealtades y polarizar a la población.

La construcción de un discurso que apela a las emociones y promete un cambio profundo puede generar una suerte de “amor a la servidumbre”, donde la población, seducida por la promesa de un futuro mejor, se adapta a un sistema que, en última instancia, refuerza estructuras de poder ya establecidas. Esta transición revela cómo el control político se ha sofisticado, moviéndose de la coerción directa a un condicionamiento más sutil. Tal vez la 4T ama a su servidumbre: a nosotros, “el pueblo”. Es cuando menos plausible la hipótesis de que caímos a un Síndrome de Estocolmo, donde el sometimiento y la subordinación se disfrazan de un amor a la patria.

El verdadero obstáculo

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“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres.”

Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo (2000)

En México, como en gran parte de Latinoamérica, el deporte se ha convertido más en un campo de batalla político que en una actividad física. En nuestro país, el deporte está atrapado en un ciclo vicioso de egos e intereses, resultando en un abandono sistemático que ha frenado significativamente su avance en las últimas décadas.

Hablar de políticas públicas en el deporte implica debatir sobre la inversión en la salud corporal de la sociedad, la cual, a largo plazo, impacta positivamente en el deporte de alto rendimiento. Invertir en el deporte en México puede enfocarse en la promoción de la cultura física o en el desarrollo del alto rendimiento, caminos paralelos que, aunque distintos, no son disociados.

El verdadero obstáculo

El alto rendimiento deportivo en México está compuesto por federaciones deportivas y el Comité Olímpico Mexicano, todos subsidiados por la CONADE (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte), presidida actualmente por Ana Gabriela Guevara. Ser un atleta de alto rendimiento en México no solo requiere destacar en su disciplina, sino también ser un experto en relaciones públicas, marketing y obtención de subsidios. Los atletas deben superar a los entes reguladores, cuyos escándalos y luchas por recursos son una constante en su vida diaria.

El bienestar del sector deportivo y su éxito depende en gran medida de las acciones (o su falta) del ente público. El deporte ha sido uno de los sectores más perjudicados en la asignación de presupuesto. Durante este sexenio, el presupuesto de la CONADE se ha reducido a menos de la mitad, pasando de un promedio anual de 4.9 mil millones de pesos a solo 2.3 mil millones. Este recorte ha afectado las becas para deportistas de alto rendimiento, reduciéndolas en más del 40%, y la atención a prospectos deportivos sigue siendo deficiente.

La detección y atención de talentos deportivos también se ha deteriorado, con una reducción de 3,182 en 2018 a solo 2,477 en 2019. El número de becas otorgadas a deportistas se ha reducido en un 45%, de un promedio anual de 2,299 a solo 1,269. El apoyo a federaciones deportivas se ha reducido en un 23%, pasando de un promedio anual de 468 millones de pesos a solo 361 millones. Organizaciones como el Comité Olímpico Mexicano y la Federación Mexicana de Natación han sufrido recortes del 90% y 88%, respectivamente.

Lograrlo… a pesar de México

Ser un deportista de alto rendimiento requiere más que talento. Implica sacrificar alternativas tradicionales de vida, dedicarse profesionalmente a un deporte desde la infancia, renunciar a una vida social y, en muchas ocasiones, buscar maneras de financiarse, apostando todo por alcanzar el éxito y compensar años de sacrificio, con el gran riesgo de no lograrlo.

Este obstáculo se agrava si el deportista tiene la fortuna de representar a México. El deporte mexicano está infectado por la corrupción, una enfermedad endémica de la política mexicana. Las instituciones deportivas son insuficientes y están contaminadas por la podredumbre de sus representantes. Los deportistas deben sobrevivir sin el apoyo necesario. “Nos dan lo mínimo indispensable”, argumentan las medallistas olímpicas de Tiro con Arco en París 2024. “No voy a agradecer por darnos de comer”, comentó una de ellas.

El sistema las ha obligado a buscar otros medios para solventar sus gastos de entrenamiento y competencias internacionales. Tal es el caso del equipo de nado sincronizado, quienes terminaron vendiendo trajes de baño para cubrir sus gastos, logrando colocarse entre los 10 mejores equipos del mundo. “Por mí que vendan tupperware”, contestaba Ana Gabriela Guevara.

Las federaciones que manejan el dinero de los deportistas también están envueltas en escándalos. La Federación de Natación, por ejemplo, ha desviado millones de pesos, coaccionando a deportistas y otros líderes. El Comité Olímpico Mexicano no ha podido justificar 27 millones de pesos en gastos del ciclo Olímpico actual. La problemática es compleja y no hay dónde esconderse. Ni la CONADE ni las federaciones ofrecen una solución.

Cuando los atletas luchan no solo contra sus rivales en la competencia, sino también contra un sistema plagado de corrupción y negligencia, la ilusión de ganar medallas se ve empañada. Los logros deportivos se convierten en medallas que, en realidad, llevan el nombre de políticos que capitalizan el éxito ajeno. ¿Hasta cuándo nuestros grandes atletas soportarán este peso? ¿Nos quedaremos sin la ilusión de ver a nuestros deportistas triunfar y sin ganas de competir por nuestro país?

Cada vez veo más complicado que se logre algo trascendente en nuestro deporte, pero tampoco veo un verdadero cambio acercarse a nosotros. El deporte mexicano necesita transparencia y un riguroso seguimiento del presupuesto. Debe ser accesible para todos, con rendición de cuentas y espacios de participación. México requiere una reestructuración profunda para garantizar el uso eficiente y transparente de los recursos, priorizando la inversión en infraestructura y en personas. El deporte de élite debe ser un trabajo digno, con reglas claras que permitan a los atletas vivir de él, aspirando a llevar el nombre del país a lo más alto en la historia.

 

Sobre el futuro de los sistemas políticos

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“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia.” — Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

La democracia, el supuesto sistema político que promueve la participación ciudadana y la representación igualitaria, está enfrentando una crisis global sin precedentes. En varios rincones del mundo, la promesa de gobiernos democráticos se está desvaneciendo, reemplazada por la sombra del autoritarismo y el poder concentrado. Este fenómeno no es exclusivo de una región, sino que se manifiesta tanto en naciones desarrolladas como en desarrollo, afectando a potencias mundiales y a países con democracias emergentes.

El regreso de la hegemonía en México

Las elecciones recientes en nuestro país han puesto de manifiesto una tendencia hacia el resurgimiento de un poder hegemónico. Durante décadas, el país luchó para liberarse del dominio de un solo partido, logrando establecer una pluralidad política que, aunque imperfecta, representaba un avance significativo. Sin embargo, los resultados recientes sugieren un regreso a los viejos tiempos, donde una élite política y moral busca monopolizar el poder.

La concentración del poder no solo erosiona la pluralidad política, sino que también amenaza la rendición de cuentas y la transparencia. Este resurgimiento hegemónico podría llevar al deterioro de las instituciones democráticas, una disminución de los derechos civiles y la generación de una apatía social.

Frente a la democracia como espectáculo

Del otro lado del Río Bravo, se preparan para unas elecciones que parecen más un espectáculo de entretenimiento que un proceso democrático serio. Las campañas políticas se asemejan a programas de televisión, donde los candidatos actúan más como celebridades que como servidores públicos. Esta teatralización de la política ha desviado la atención de los problemas fundamentales y ha polarizado aún más a la sociedad.

Estados Unidos pareciera estar cimentado sobre instituciones sólidas; sin embargo, el ADN de la sociedad del espectáculo infecta la política, provocando una aparente polarización. Debord, en su libro “La sociedad del espectáculo”, argumenta que la vida social auténtica ha sido sustituida por su imagen representada en forma de espectáculo en la sociedad moderna. Existe una “separación espectacular” donde la vida real está mediada por una serie de imágenes o filtros que nos alejan de la capacidad de generar una realidad diferente. Las lógicas míticas que constituyen nuestra manera de pensar y entender el mundo son el espectáculo.

Hoy en día, la línea entre realidad y ficción parece desdibujarse cada vez más. Incorporamos ilusiones y elementos irreales en nuestra vida diaria a través de la realidad aumentada y virtual. Parece que realidad y ficción han encontrado su punto de encuentro e interaccionan entre sí para cambiar el mundo real y virtual según nuestras necesidades.

En este contexto, no es sorprendente que pensar en “conspiraciones” sea visto con menos escepticismo, cuando en realidad podrían ser estrategias de control de la narrativa por parte de quienes detentan el poder político y económico.

El sistema político estadounidense enfrenta desafíos similares a los de muchas otras democracias en crisis. El próximo 5 de noviembre vivirán una de sus elecciones más interesantes, la sexagésima. En medio del delicado atentado contra Trump y la renuncia de Biden a su reelección, el futuro político de una de las economías más trascendentales se enfrenta a la incertidumbre.

Reflexión: ¿Hacia Dónde Van los Sistemas Políticos?

La crisis de la democracia es solo una parte de un fenómeno global más amplio: la transformación de los sistemas políticos. ¿Es la democracia todavía un sistema vigente en el siglo XXI? ¿Vale la pena luchar por ella, o debemos explorar alternativas más adecuadas para las realidades contemporáneas?

El libro “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt analiza cómo las democracias pueden deteriorarse y colapsar, incluso sin un golpe militar o una revolución violenta. Los autores, investigadores de la Universidad de Harvard, argumentan que las democracias actuales tienden a morir de una manera más sutil, a manos de líderes electos democráticamente que subvierten gradualmente las instituciones y normas democráticas. Esto se logra a través de reformas constitucionales, plebiscitos y fallos judiciales, sin necesidad de tanques en las calles.

Los líderes autoritarios suelen llegar al poder a través de elecciones, utilizando la democracia como pretexto para socavarla. Emplean estrategias como polarizar a la sociedad, deslegitimar a los oponentes y debilitar instituciones clave como la prensa y el sistema judicial. La preservación de la democracia requiere un esfuerzo constante de la sociedad civil y el compromiso de los partidos políticos con las normas democráticas. Los autores proponen vías para evitar el declive democrático, como la destitución de líderes antidemocráticos, la no reelección y el fortalecimiento de los contrapesos institucionales.

“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia”. Levitsky y Ziblatt nos recuerdan que la democracia puede ser socavada desde dentro. Si se quiere evitar que el poder se concentre en manos de unos pocos y asegurar que la democracia, o cualquier sistema político que adoptemos, sirva a los intereses de todos los ciudadanos, es necesario rescatar el interés público e involucrarnos activamente.

La pregunta fundamental es si estamos dispuestos a comprometernos y reinventar nuestros sistemas políticos bajo la idea de hacerlos más inclusivos, justos y representativos. La respuesta no es simple, pero la necesidad de un cambio es innegable.

*Economista y consultor

Reflexiones en tiempos electorales

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Desde su independencia en 1821, México ha tenido 65 gobernantes. Las primeras décadas de la República se caracterizaron por su inestabilidad, con líderes que tuvieron hasta 11 mandatos, periodos tan cortos como meses o días, e incluso gobiernos paralelos como el de la Guerra de Reforma. La construcción de bases políticas en México llevó más de un siglo.

Construir una democracia en este país ha sido un proceso doloroso. Nuestra historia está marcada por intervenciones extranjeras, pérdida de territorio, guerras civiles y dictaduras, hasta llegar a la llamada “Revolución”. Esta etapa institucionalizó un sistema de poder que brindó cierta estabilidad económica, pero también significó más de 70 años de hegemonía y concentración de poder. México tiene 202 años de historia, de los cuales solo 20 han sido bajo una democracia medianamente funcional.

Un proceso de 200 años que ha implicado la construcción de instituciones y una identidad colectiva, superando adversidades, dictaduras unipersonales y de grupos políticos, como lo describió Vargas Llosa al referirse a la “dictadura perfecta”.

Recientemente, encontré algunos videos del siglo pasado que mostraban el entusiasmo con el que la gente asistía a votar, la esperanza de un cambio para construir un mejor país. La participación electoral era una tradición familiar.

El año 2000 marcó la primera alternancia y transición federal en el país, resultado de movimientos estudiantiles en 1970 y cambios en Congresos Locales y Gobiernos municipales. Sin juzgar el gobierno de esa alternancia, su importancia en el progreso democrático es indiscutible.

Es necesario reflexionar sobre cómo se ha aprovechado la alternancia política y en qué ha quedado a deber. Los resultados económicos y sociales han puesto en riesgo la legitimidad de las instituciones. Además, la construcción de este sistema político ha sido complicada y dolorosa, lo que lleva a cuestionar si el sistema actual es la mejor alternativa para el país.

Me resulta difícil encontrar el entusiasmo ciudadano por involucrarse en lo político. Reconocer la decadencia de nuestra clase política y su impacto en la participación ciudadana es un primer paso.

Hoy, la víspera de la elección que probablemente llevará a la primera presidenta de México, reina la decepción. No por elegir a una mujer, algo que ya era necesario, sino por la calidad de los contendientes en estos comicios.

Los debates presidenciales recientes han expuesto la realidad de nuestras opciones:

  1. Hegemonía: Claudia representa la continuidad del proyecto de Morena, mostrando una sorprendente similitud con el actual presidente. El riesgo de mantener este proyecto es el resurgimiento de la hegemonía en el país, algo que las “alternativas” en estas elecciones buscan contrarrestar.
  2. Alternancia: Sin embargo, las alternativas actuales no son tomadas en serio:
    1. Xóchitl, a pesar de lograr una coalición sorprendente, proyecta poca preparación y falta de capacidad para enfrentar los desafíos del país. Su campaña se limita a las bases electorales de sus partidos sin reconocer los errores del pasado. No hay coherencia entre su plataforma y su discurso, lo que dificulta el apoyo de quienes se niegan a votar por el PRI.
    2. Máynez, por otro lado, es una candidatura improvisada de Movimiento Ciudadano, sin un proyecto de nación claro. Esta alternativa carece de seriedad y parece más una “página de Facebook que se salió de control”.

Es responsabilidad de las nuevas generaciones mantener viva la esperanza en un mejor futuro. Hoy, no veo esa esperanza. Las supuestas alternativas ideales se alían con quienes antes criticaban, lo que dificulta imaginar una plataforma para el crecimiento y desarrollo real.

Diagnóstico: Desesperanza

Reconocer la realidad es importante, pero caer en la desesperanza implica renunciar a la posibilidad de cambio. La desesperanza en el futuro político de México tiene serias implicaciones para la democracia, ya que puede llevar a una menor participación ciudadana, menos exigencia de rendición de cuentas y polarización, consolidando el poder en manos de unos pocos.

Cortázar dice que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Hoy, la esperanza de México no debe ser atribuida a un grupo político, sino al fomento de un pensamiento crítico que nos ayude a construir un mejor entorno. La política en México no debe de ser el arte de lo posible, sino que debemos aspirar a contar con las voluntades de cambiar lo imposible.