Nuevo Gobierno en San Pedro: Retos y Oportunidades

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Inicia una nueva administración en San Pedro Garza García, y con ella, se presenta un conjunto de retos que no pueden ser subestimados. Antes de asumir tan significativa responsabilidad, es fundamental reflexionar sobre el estado actual del municipio y los desafíos que deberán enfrentarse para garantizar su óptimo desarrollo.

San Pedro ha alcanzado su posición de liderazgo nacional en gran medida gracias a sus ciudadanos, quienes se han distinguido por ser participativos, críticos, y propositivos. A lo largo de las últimas tres décadas, bajo la administración de líderes emanados del Partido Acción Nacional, y con una ciudadanía activa y comprometida, San Pedro se consolidó como el mejor municipio de México, fruto de una visión a largo plazo y gobiernos muy profesionales.

No obstante, hace seis años, el electorado decidió optar por un proyecto político distinto. Como en todo gobierno, se pueden identificar ciertos logros, aunque también es evidente que existen áreas de oportunidad significativas. Si bien se avanzó en ciertos aspectos, no podemos ignorar que el municipio se encuentra hoy con puentes colapsados, más de cien parques en condiciones deplorables, obras públicas mal planeadas y peor ejecutadas, y proyectos impuestos sin la consulta y aprobación de los vecinos.

Ante este escenario, el desafío es monumental y exige un enfoque serio y comprometido. Tenemos ante nosotros la oportunidad histórica de liderar desde lo local el cambio que México necesita, demostrando que un gobierno municipal como el de San Pedro puede ser ejemplar en el uso eficiente de los recursos públicos y que las obras y proyectos sean el resultado de un trabajo en equipo con la ciudadanía, que enfrentemos de manera decidida la problemática del tráfico, y que asumamos con determinación el reto de la seguridad.

Quienes estamos en el servicio público tenemos una responsabilidad y obligación: dejar al gobierno y a la ciudad mejor que como la encontramos. Y si existe un perfil capaz de alcanzar estos objetivos, es el de Mauricio Fernández. Su experiencia y visión estratégica son claves para lograr que esta nueva administración sea la mejor en la historia de San Pedro. El objetivo es claro: regresar al municipio a los primeros lugares en todos los indicadores de calidad de vida y gobernanza.

El mito del águila

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Propongo la siguiente definición de nación: es una comunidad política imaginada, y se le imagina como inherentemente limitada y soberana.

Es imaginada porque los miembros de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, no se encontrarán con ellos, ni siquiera oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión (…) Las comunidades se distinguen no por su falsedad o autenticidad, sino por el estilo en que se las imagina.

Finalmente, [la nación] se imagina como una comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación actuales que puedan prevalecer en cada una, se concibe como una camaradería profunda y horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que hace posible, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas no maten, sino que estén dispuestas a morir por esas imaginaciones limitadas.

— Benedict Anderson, Imagined Communities (1983)

Las historias y los símbolos son fundamentales porque nos permiten dar sentido a nuestra existencia, definir quiénes somos, cómo nos relacionamos con los demás y cómo nos situamos en el mundo. La identidad no se genera en un vacío; surge de la interacción entre nuestras experiencias personales y las narrativas compartidas que nos rodean.

Cuando hablo de narrativas, me refiero a la forma en que se estructura y cuenta la historia de nuestra existencia, aquello que determina el status quo y nos ayuda a entender nuestra realidad. Estas historias no solo definen a los individuos, sino también a las comunidades, los grupos sociales, las naciones y las culturas. Las narrativas colectivas, como las de la familia, la sociedad, la nación o la religión, nos proporcionan una identidad compartida y un sentido de pertenencia. Por ejemplo, las historias de la fundación de una nación, las leyendas populares o los mitos religiosos crean una sensación de continuidad y cohesión dentro de un grupo, conectando nuestras vidas individuales con algo más grande.

El mito del Volk

Völkisch es una palabra alemana que connota tanto lo “folclórico” como lo “populista”. En sus orígenes, era una visión cultural profundamente arraigada en la idea de una identidad nacional compartida y un amor por las tradiciones, la naturaleza y el idioma. Como ocurre con muchos mitos, es difícil rastrear su origen exacto. Sin embargo, se le atribuye gran parte de su desarrollo a Richard Wagner, cuyas óperas y representaciones de la esencia germana a través de mitos y leyendas –como la trilogía del Nibelungo— son parte integral del pensamiento völkisch.

El riesgo de la instrumentalización

Lo que comenzó como una narrativa de identidad para el pueblo germánico terminó convirtiéndose en el mayor catalizador del nacionalismo y el mito de la raza aria. Paradójicamente, Houston Stewart Chamberlain, un británico que se fascinó con Wagner, se casó con su hija y desarrolló las teorías de la raza aria. El resto de esta historia es bien conocido, y lo obviaré…

El nacionalismo

El peligro de las narrativas identitarias en las naciones es la polarización, pues para pertenecer a un grupo, es necesario definir al “otro”. Como bien dice Sartre, “somos conscientes de nosotros mismos en tanto que somos vistos por otros”, y nuestra identidad se configura, en parte, a partir de cómo nos ven. Al diferenciarnos, las narrativas y los símbolos pueden ser manipulados para excluir a otros o justificar ideas peligrosas. El nacionalismo extremo, por ejemplo, puede distorsionar las historias colectivas para construir una identidad que excluye o demoniza a ciertos grupos. Los mismos símbolos que unifican a una nación pueden usarse para fomentar el odio, la xenofobia o el racismo.

Más mexicanos, más… ¿humanos?

La Encuesta Mundial de Valores (EMV) ha revelado una tendencia curiosa: los mexicanos son cada vez más conscientes de su historia y, por ende, se sienten más orgullosos de identificarse como mexicanos. Sin embargo, este orgullo nacional no está necesariamente relacionado con una mayor disposición a “sacrificarse” por el país.

Esta paradoja puede deberse a varios factores que influyen en la identidad nacional y en la relación de los ciudadanos con el Estado y sus instituciones. Los mexicanos sienten un fuerte sentido de identidad basado en elementos culturales como la historia, la música, las tradiciones y la rica herencia cultural. Este orgullo parece estar más vinculado a la comunidad y la cultura que a las instituciones gubernamentales, incluidas el ejército.

Cansados de luchar…

A pesar del orgullo por la capacidad de resistencia y la lucha cotidiana, esta misma lucha puede generar una sensación de agotamiento y una menor disposición a comprometerse con sacrificios extremos, como la lucha por la nación. El aumento del orgullo nacional parece estar más relacionado con la comunidad y la solidaridad ciudadana que con el Estado o sus instituciones.

Los mexicanos pueden sentir satisfacción y orgullo por la capacidad de unirse frente a las adversidades como sociedad civil, mientras que desarrollan un desapego hacia el gobierno o hacia cualquier noción de “lucha” que implique obedecer a las autoridades políticas o militares. Este fenómeno también refleja una mayor conciencia crítica de la historia, lo que lleva a muchos a rechazar las narrativas tradicionales del nacionalismo vinculado a la guerra y los conflictos armados.

Hoy, la comunión con el ser mexicano funciona porque imaginamos a nuestros compatriotas a través de nuestra individualidad, aun sin conocer a la mayoría. Sin embargo, “en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”, aunque nuestra imaginación está limitada y segmentada por círculos sociales y económicos.

Nostalgia Patriota

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El 16 de septiembre, fecha que debería estar impregnada de orgullo nacional, se convirtió para algunos, comenzando por el que escribe esta columna, en un ejercicio de nostalgia. En lugar de celebrar la independencia y la libertad, pareciera que conmemoramos los ideales que soñamos haber alcanzado pero que, en la realidad cotidiana, parecen más lejanos que nunca.

Algo de inseguridad, que sigue acechando específicos rincones del país, no es solo una estadística fría que se mide en cifras; es una constante que transforma la vida diaria de los ciudadanos, limitando sus movimientos y condicionando sus sueños.

A lo anterior, se suma un autoritarismo disfrazado de democracia. Desde las cúpulas del poder, se predican discursos de cambio, pero en la práctica, el poder se concentra y los mecanismos de rendición de cuentas se diluyen. El equilibrio de poderes, un pilar fundamental de nuestra democracia, parece estar cediendo ante una lógica de aplaudidores en lugar de verdaderos funcionarios comprometidos con la ciudadanía.

La figura del servidor público se ha desdibujado para dar paso a personajes cuyo único mérito es la lealtad ciega, no al país, sino al líder de turno. La política, que alguna vez se trató de construir acuerdos para mejorar la vida de las personas, ahora parece un espectáculo en el que los actores principales no tienen más interés que perpetuarse en sus papeles. Se premia más la sumisión que la capacidad, y eso deja al país sin el verdadero liderazgo que necesita.

Todo esto nos deja con una sensación amarga: cosas que creímos enterradas en la historia están regresando. La tentación autoritaria, la censura disfrazada de regulación”, los ataques a las instituciones democráticas que tanto trabajo costó construir. A veces, es fácil pensar que estamos retrocediendo más que avanzando.

Sin embargo, a pesar de este contexto oscuro, todavía hay motivos para mantener viva la esperanza. Porque el patriotismo no es solo ondear la bandera y cantar el himno; el verdadero amor por el país se demuestra en la lucha diaria por corregir lo que está mal, por construir un México más justo, seguro y democrático. Y esa lucha, aunque hoy parezca más ardua que nunca, sigue siendo el único camino hacia el país que soñamos.

En estas fiestas patrias, celebremos no solo lo que fuimos, sino lo que aún podemos ser. Mantengamos viva la nostalgia por el México que queremos, pero, sobre todo, hagamos de esa nostalgia una fuente de energía para seguir adelante. Porque el patriotismo no se demuestra solo en los festejos, sino en la pasión por servir y transformar.

Y esa pasión no puede extinguirse.

¡Que viva México!

Septiembre de incertidumbre

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“Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.” — Un epigrama de Jean-Baptiste Alphonse Karr en la publicación de enero de 1849 de su diario Les Guêpes (“Las avispas”).

Me había propuesto que estas publicaciones pudieran funcionar más allá de la coyuntura en que se lean, es decir, hablar de ideas y no de noticias. Sin embargo, hoy es necesario abordar un tema coyuntural que será el marco teórico para entender lo que sucederá en las próximas décadas en nuestro país.

Lo que ocurra durante septiembre de 2024 promete marcar el rumbo de la nación. Y no, no me refiero a las últimas semanas de La Casa de los Famosos. Es sorprendente lo poco mediático que ha sido el tema de la transición presidencial, en la cual, durante un mes, coinciden la nueva legislatura y los últimos días del actual presidente. Para sorpresa de nadie, resulta más cómodo ver 24 horas de un reality show que tomar conciencia de la compleja realidad que vive y vivirá nuestro país.

La nueva legislatura que entra en funciones este mes trae consigo una reconfiguración del poder digna de los giros más dramáticos de cualquier guion televisivo. La coalición Morena-PT-Partido Verde no solo ha asegurado la mayoría en ambas cámaras, sino que ha alcanzado la codiciada mayoría calificada. En términos prácticos, esto significa que tienen los votos suficientes para modificar la Constitución sin necesidad de negociar con la oposición.

Este “Congreso oficialista” llega en el momento más oportuno para el presidente López Obrador, quien se encuentra en la recta final de su sexenio. Con apenas un mes por delante, AMLO tiene la oportunidad de consolidar su legado a través de una serie de reformas que podrían aprobarse de manera “fast track”.

Este último tema ha sido especialmente polémico para quienes han seguido de cerca las elecciones de los últimos meses. Existe un término político llamado “sobrerrepresentación”, que ocurre cuando un partido obtiene, en función del mecanismo electoral correspondiente, un porcentaje de curules superior al porcentaje de votos obtenidos o permitido por ley. Sin embargo, esta limitante dejó de aplicarse para las coaliciones a principios de este milenio. La coalición que impulsó a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, obtuvo el 59.7% de los votos en las elecciones presidenciales, y hoy cuenta con 373 diputados (el 74.6% de la Cámara de Diputados), quedándose solo a un curul de la mayoría calificada. De manera similar, alcanzan 83 escaños en el Senado, de los 128 disponibles.

A partir de esta semana y hasta el último día de su mandato, el presidente tiene la oportunidad de impulsar una cantidad considerable de iniciativas, pero sobre todo retomar aquellas que no lograron convencer al Congreso en su momento.

Entre las iniciativas que más resuenan está la polémica reforma al Poder Judicial. Este proyecto de ley, presentado originalmente el 5 de febrero de 2024 por el todavía presidente López Obrador, incluye 20 iniciativas que abarcan diversas modificaciones constitucionales y reformas secundarias.

La reforma judicial propone un cambio radical en el funcionamiento actual del Poder Judicial a nivel federal. En el centro de la reforma está la “democratización” de la elección de autoridades judiciales, sometiendo a elecciones populares más de 1,600 puestos gubernamentales, incluidos jueces, magistrados y ministros. En 2025, se elegirían ministros de la Suprema Corte y la mitad de los jueces y magistrados de distrito; la otra mitad sería elegida en 2027. También se plantea reducir el número de ministros de la Suprema Corte de 11 a 9, con un sistema de rotación para la presidencia cada dos años. Además, se propone sustituir al Consejo de la Judicatura Federal por un nuevo órgano encargado de administrar (y controlar) al Poder Judicial, y limitar las remuneraciones de magistrados y jueces, quienes no podrían percibir salarios superiores al del presidente.

Busquemos argumentos a favor…

No es ningún secreto que el sistema de justicia mexicano no es motivo de orgullo, plagado como está de corrupción y nepotismo. Los defensores de la reforma argumentan que la elección popular de jueces aumentará la transparencia y la rendición de cuentas, permitiendo que la justicia sea más accesible para todos los ciudadanos y fomentando una mayor participación ciudadana. La reforma se presenta como un paso hacia la democratización del sistema judicial, “asegurando que jueces y magistrados reflejen mejor la voluntad del pueblo”.

Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual…

La realidad es que la reforma al Poder Judicial nos dejará en el mismo lugar, quizá incluso algunos pasos atrás. Una reforma de este calibre en un sistema de justicia donde solo el 10% de los delitos son denunciados, y de esos casos, apenas el 1% llega a ser presentado ante un juez, no cambiará nada. La reforma no toca las fiscalías, ni las policías estatales, locales o comunitarias, donde ocurren las primeras injusticias sociales.

Me cuesta trabajo imaginar a cualquier ciudadano tratando de seleccionar a jueces entre hasta mil 600 boletas. La Reforma permitirá que los jueces deban favores políticos, inclusive anonimizando su participación en juicios a su placer. Hoy será posible ser parte del sistema judicial con 8 de promedio y la “recomendación” de un vecino.

La reforma, tal como se presenta, es una oportunidad desperdiciada para robustecer la justicia en nuestro país, donde la corrupción no termina, solo cambia de manos cada sexenio. La reforma quebrantará la autonomía de uno de los tres poderes, haciendo al partido hegemónico casi “dueño” de todos ellos: controlando el poder Ejecutivo con Claudia, el Legislativo con un Congreso sobrerrepresentado, y el Judicial con un sistema politizado que hace “valer la voluntad del pueblo”. Un pueblo manipulado, desconcertado, cansado y que ha decidido creer que las cosas cambiarán tanto, pero tanto, hasta dejarlas igual.

 

La transición y otras ficciones

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“Within the next generation I believe that the world’s rulers will discover that infant conditioning and narco-hypnosis are more efficient, as instruments of government, than clubs and prisons, and that the lust for power can be just as completely satisfied by suggesting people into loving their servitude as by flogging and kicking them into obedience.
-Extracto de la carta de Aldous Huxley a George Orwell (California, 21 de octubre de 1949)

El miércoles pasado, Claudia Sheinbaum recibió su constancia como presidenta electa de México, marcando el inicio de una nueva era política en el país. Este hito histórico no solo representa la llegada de la primera mujer a la presidencia de México y Norteamérica, sino que también plantea una serie de interrogantes sobre el futuro de la nación.

Sheinbaum heredará un México complejo y polarizado. Por un lado, el gobierno saliente de López Obrador deja un legado de programas sociales ambiciosos y una retórica de transformación nacional. Por otro, la nueva mandataria enfrentará desafíos formidables: una economía en cuerda floja, instituciones debilitadas y una sociedad fragmentada.

La llegada de una mujer a la presidencia es, sin duda, un avance significativo para la igualdad de género en la política mexicana. Sin embargo, sería ingenuo asumir que este hecho por sí solo garantiza una agenda progresista en materia de derechos de las mujeres. Como bien señala Rosario Guerra en su análisis “Tenemos presidenta”, la verdadera prueba estará en las políticas concretas que Sheinbaum implemente y en su capacidad para desafiar las estructuras patriarcales enquistadas en el sistema político mexicano.

Un aspecto preocupante de esta transición es la sombra alargada de López Obrador. Si bien se han observado algunos distanciamientos en decisiones de gabinete, persiste la percepción de que el actual mandatario busca mantener las riendas del poder tras bambalinas. La posible desaparición de organismos autónomos como el INE y el TEPJF, avalada por una mayoría cuestionable, sugiere una continuidad en la concentración del poder que podría socavar la independencia de Sheinbaum como presidenta.

En el frente económico, el panorama es igualmente desafiante. El gobierno entrante heredará un país con las arcas vacías, tras el agotamiento de los fondos de emergencia en proyectos de infraestructura controvertidos. Estas obras, que prometían impulsar el desarrollo, han resultado en muchos casos más costosas de lo previsto y de utilidad cuestionable, dejando a México en una posición fiscal precaria justo cuando más necesita recursos para enfrentar retos sociales y económicos apremiantes.

La transición

La gran incógnita que flota sobre México es cómo gobernará realmente Sheinbaum. ¿Será una presidenta con voz y agenda propias, o se convertirá en una mera ejecutora de los designios de su predecesor? El riesgo de que asuma un papel de “presidenta delegada”, “vicepresidenta” o simple “encargada” es real y preocupante. La autonomía de Sheinbaum será crucial para determinar si México avanza hacia una democracia más madura o retrocede a una posible segunda ‘dictablanda’ en la historia mexicana.

La expectativa más grande en México, por tanto, gira en torno a cómo Sheinbaum ejercerá su mandato presidencial. ¿Logrará distanciarse de la sombra de López Obrador y forjar su propio camino? ¿Tendrá la fortaleza para defender las instituciones democráticas y al mismo tiempo impulsar las reformas necesarias para un México más justo y próspero?

Tenemos presidenta, sí, pero la pregunta crucial es: ¿tendremos una verdadera líder capaz de unir al país y llevarlo hacia adelante, o seremos testigos de un gobierno que perpetúe las divisiones y los vicios del pasado bajo una nueva fachada? Solo el tiempo y las acciones concretas de Sheinbaum darán respuesta a esta pregunta.

Siervo de la Nación

La manipulación de la opinión pública y el uso de narrativas poderosas han sido cruciales para consolidar el poder de la 4T. En lugar de recurrir a la fuerza bruta, la política mexicana ha visto un uso estratégico de los medios para moldear percepciones, fomentar lealtades y polarizar a la población.

La construcción de un discurso que apela a las emociones y promete un cambio profundo puede generar una suerte de “amor a la servidumbre”, donde la población, seducida por la promesa de un futuro mejor, se adapta a un sistema que, en última instancia, refuerza estructuras de poder ya establecidas. Esta transición revela cómo el control político se ha sofisticado, moviéndose de la coerción directa a un condicionamiento más sutil. Tal vez la 4T ama a su servidumbre: a nosotros, “el pueblo”. Es cuando menos plausible la hipótesis de que caímos a un Síndrome de Estocolmo, donde el sometimiento y la subordinación se disfrazan de un amor a la patria.

El verdadero obstáculo

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“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres.”

Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo (2000)

En México, como en gran parte de Latinoamérica, el deporte se ha convertido más en un campo de batalla político que en una actividad física. En nuestro país, el deporte está atrapado en un ciclo vicioso de egos e intereses, resultando en un abandono sistemático que ha frenado significativamente su avance en las últimas décadas.

Hablar de políticas públicas en el deporte implica debatir sobre la inversión en la salud corporal de la sociedad, la cual, a largo plazo, impacta positivamente en el deporte de alto rendimiento. Invertir en el deporte en México puede enfocarse en la promoción de la cultura física o en el desarrollo del alto rendimiento, caminos paralelos que, aunque distintos, no son disociados.

El verdadero obstáculo

El alto rendimiento deportivo en México está compuesto por federaciones deportivas y el Comité Olímpico Mexicano, todos subsidiados por la CONADE (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte), presidida actualmente por Ana Gabriela Guevara. Ser un atleta de alto rendimiento en México no solo requiere destacar en su disciplina, sino también ser un experto en relaciones públicas, marketing y obtención de subsidios. Los atletas deben superar a los entes reguladores, cuyos escándalos y luchas por recursos son una constante en su vida diaria.

El bienestar del sector deportivo y su éxito depende en gran medida de las acciones (o su falta) del ente público. El deporte ha sido uno de los sectores más perjudicados en la asignación de presupuesto. Durante este sexenio, el presupuesto de la CONADE se ha reducido a menos de la mitad, pasando de un promedio anual de 4.9 mil millones de pesos a solo 2.3 mil millones. Este recorte ha afectado las becas para deportistas de alto rendimiento, reduciéndolas en más del 40%, y la atención a prospectos deportivos sigue siendo deficiente.

La detección y atención de talentos deportivos también se ha deteriorado, con una reducción de 3,182 en 2018 a solo 2,477 en 2019. El número de becas otorgadas a deportistas se ha reducido en un 45%, de un promedio anual de 2,299 a solo 1,269. El apoyo a federaciones deportivas se ha reducido en un 23%, pasando de un promedio anual de 468 millones de pesos a solo 361 millones. Organizaciones como el Comité Olímpico Mexicano y la Federación Mexicana de Natación han sufrido recortes del 90% y 88%, respectivamente.

Lograrlo… a pesar de México

Ser un deportista de alto rendimiento requiere más que talento. Implica sacrificar alternativas tradicionales de vida, dedicarse profesionalmente a un deporte desde la infancia, renunciar a una vida social y, en muchas ocasiones, buscar maneras de financiarse, apostando todo por alcanzar el éxito y compensar años de sacrificio, con el gran riesgo de no lograrlo.

Este obstáculo se agrava si el deportista tiene la fortuna de representar a México. El deporte mexicano está infectado por la corrupción, una enfermedad endémica de la política mexicana. Las instituciones deportivas son insuficientes y están contaminadas por la podredumbre de sus representantes. Los deportistas deben sobrevivir sin el apoyo necesario. “Nos dan lo mínimo indispensable”, argumentan las medallistas olímpicas de Tiro con Arco en París 2024. “No voy a agradecer por darnos de comer”, comentó una de ellas.

El sistema las ha obligado a buscar otros medios para solventar sus gastos de entrenamiento y competencias internacionales. Tal es el caso del equipo de nado sincronizado, quienes terminaron vendiendo trajes de baño para cubrir sus gastos, logrando colocarse entre los 10 mejores equipos del mundo. “Por mí que vendan tupperware”, contestaba Ana Gabriela Guevara.

Las federaciones que manejan el dinero de los deportistas también están envueltas en escándalos. La Federación de Natación, por ejemplo, ha desviado millones de pesos, coaccionando a deportistas y otros líderes. El Comité Olímpico Mexicano no ha podido justificar 27 millones de pesos en gastos del ciclo Olímpico actual. La problemática es compleja y no hay dónde esconderse. Ni la CONADE ni las federaciones ofrecen una solución.

Cuando los atletas luchan no solo contra sus rivales en la competencia, sino también contra un sistema plagado de corrupción y negligencia, la ilusión de ganar medallas se ve empañada. Los logros deportivos se convierten en medallas que, en realidad, llevan el nombre de políticos que capitalizan el éxito ajeno. ¿Hasta cuándo nuestros grandes atletas soportarán este peso? ¿Nos quedaremos sin la ilusión de ver a nuestros deportistas triunfar y sin ganas de competir por nuestro país?

Cada vez veo más complicado que se logre algo trascendente en nuestro deporte, pero tampoco veo un verdadero cambio acercarse a nosotros. El deporte mexicano necesita transparencia y un riguroso seguimiento del presupuesto. Debe ser accesible para todos, con rendición de cuentas y espacios de participación. México requiere una reestructuración profunda para garantizar el uso eficiente y transparente de los recursos, priorizando la inversión en infraestructura y en personas. El deporte de élite debe ser un trabajo digno, con reglas claras que permitan a los atletas vivir de él, aspirando a llevar el nombre del país a lo más alto en la historia.

 

Sobre el futuro de los sistemas políticos

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“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia.” — Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

La democracia, el supuesto sistema político que promueve la participación ciudadana y la representación igualitaria, está enfrentando una crisis global sin precedentes. En varios rincones del mundo, la promesa de gobiernos democráticos se está desvaneciendo, reemplazada por la sombra del autoritarismo y el poder concentrado. Este fenómeno no es exclusivo de una región, sino que se manifiesta tanto en naciones desarrolladas como en desarrollo, afectando a potencias mundiales y a países con democracias emergentes.

El regreso de la hegemonía en México

Las elecciones recientes en nuestro país han puesto de manifiesto una tendencia hacia el resurgimiento de un poder hegemónico. Durante décadas, el país luchó para liberarse del dominio de un solo partido, logrando establecer una pluralidad política que, aunque imperfecta, representaba un avance significativo. Sin embargo, los resultados recientes sugieren un regreso a los viejos tiempos, donde una élite política y moral busca monopolizar el poder.

La concentración del poder no solo erosiona la pluralidad política, sino que también amenaza la rendición de cuentas y la transparencia. Este resurgimiento hegemónico podría llevar al deterioro de las instituciones democráticas, una disminución de los derechos civiles y la generación de una apatía social.

Frente a la democracia como espectáculo

Del otro lado del Río Bravo, se preparan para unas elecciones que parecen más un espectáculo de entretenimiento que un proceso democrático serio. Las campañas políticas se asemejan a programas de televisión, donde los candidatos actúan más como celebridades que como servidores públicos. Esta teatralización de la política ha desviado la atención de los problemas fundamentales y ha polarizado aún más a la sociedad.

Estados Unidos pareciera estar cimentado sobre instituciones sólidas; sin embargo, el ADN de la sociedad del espectáculo infecta la política, provocando una aparente polarización. Debord, en su libro “La sociedad del espectáculo”, argumenta que la vida social auténtica ha sido sustituida por su imagen representada en forma de espectáculo en la sociedad moderna. Existe una “separación espectacular” donde la vida real está mediada por una serie de imágenes o filtros que nos alejan de la capacidad de generar una realidad diferente. Las lógicas míticas que constituyen nuestra manera de pensar y entender el mundo son el espectáculo.

Hoy en día, la línea entre realidad y ficción parece desdibujarse cada vez más. Incorporamos ilusiones y elementos irreales en nuestra vida diaria a través de la realidad aumentada y virtual. Parece que realidad y ficción han encontrado su punto de encuentro e interaccionan entre sí para cambiar el mundo real y virtual según nuestras necesidades.

En este contexto, no es sorprendente que pensar en “conspiraciones” sea visto con menos escepticismo, cuando en realidad podrían ser estrategias de control de la narrativa por parte de quienes detentan el poder político y económico.

El sistema político estadounidense enfrenta desafíos similares a los de muchas otras democracias en crisis. El próximo 5 de noviembre vivirán una de sus elecciones más interesantes, la sexagésima. En medio del delicado atentado contra Trump y la renuncia de Biden a su reelección, el futuro político de una de las economías más trascendentales se enfrenta a la incertidumbre.

Reflexión: ¿Hacia Dónde Van los Sistemas Políticos?

La crisis de la democracia es solo una parte de un fenómeno global más amplio: la transformación de los sistemas políticos. ¿Es la democracia todavía un sistema vigente en el siglo XXI? ¿Vale la pena luchar por ella, o debemos explorar alternativas más adecuadas para las realidades contemporáneas?

El libro “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt analiza cómo las democracias pueden deteriorarse y colapsar, incluso sin un golpe militar o una revolución violenta. Los autores, investigadores de la Universidad de Harvard, argumentan que las democracias actuales tienden a morir de una manera más sutil, a manos de líderes electos democráticamente que subvierten gradualmente las instituciones y normas democráticas. Esto se logra a través de reformas constitucionales, plebiscitos y fallos judiciales, sin necesidad de tanques en las calles.

Los líderes autoritarios suelen llegar al poder a través de elecciones, utilizando la democracia como pretexto para socavarla. Emplean estrategias como polarizar a la sociedad, deslegitimar a los oponentes y debilitar instituciones clave como la prensa y el sistema judicial. La preservación de la democracia requiere un esfuerzo constante de la sociedad civil y el compromiso de los partidos políticos con las normas democráticas. Los autores proponen vías para evitar el declive democrático, como la destitución de líderes antidemocráticos, la no reelección y el fortalecimiento de los contrapesos institucionales.

“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia”. Levitsky y Ziblatt nos recuerdan que la democracia puede ser socavada desde dentro. Si se quiere evitar que el poder se concentre en manos de unos pocos y asegurar que la democracia, o cualquier sistema político que adoptemos, sirva a los intereses de todos los ciudadanos, es necesario rescatar el interés público e involucrarnos activamente.

La pregunta fundamental es si estamos dispuestos a comprometernos y reinventar nuestros sistemas políticos bajo la idea de hacerlos más inclusivos, justos y representativos. La respuesta no es simple, pero la necesidad de un cambio es innegable.

*Economista y consultor

Reflexiones en tiempos electorales

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Desde su independencia en 1821, México ha tenido 65 gobernantes. Las primeras décadas de la República se caracterizaron por su inestabilidad, con líderes que tuvieron hasta 11 mandatos, periodos tan cortos como meses o días, e incluso gobiernos paralelos como el de la Guerra de Reforma. La construcción de bases políticas en México llevó más de un siglo.

Construir una democracia en este país ha sido un proceso doloroso. Nuestra historia está marcada por intervenciones extranjeras, pérdida de territorio, guerras civiles y dictaduras, hasta llegar a la llamada “Revolución”. Esta etapa institucionalizó un sistema de poder que brindó cierta estabilidad económica, pero también significó más de 70 años de hegemonía y concentración de poder. México tiene 202 años de historia, de los cuales solo 20 han sido bajo una democracia medianamente funcional.

Un proceso de 200 años que ha implicado la construcción de instituciones y una identidad colectiva, superando adversidades, dictaduras unipersonales y de grupos políticos, como lo describió Vargas Llosa al referirse a la “dictadura perfecta”.

Recientemente, encontré algunos videos del siglo pasado que mostraban el entusiasmo con el que la gente asistía a votar, la esperanza de un cambio para construir un mejor país. La participación electoral era una tradición familiar.

El año 2000 marcó la primera alternancia y transición federal en el país, resultado de movimientos estudiantiles en 1970 y cambios en Congresos Locales y Gobiernos municipales. Sin juzgar el gobierno de esa alternancia, su importancia en el progreso democrático es indiscutible.

Es necesario reflexionar sobre cómo se ha aprovechado la alternancia política y en qué ha quedado a deber. Los resultados económicos y sociales han puesto en riesgo la legitimidad de las instituciones. Además, la construcción de este sistema político ha sido complicada y dolorosa, lo que lleva a cuestionar si el sistema actual es la mejor alternativa para el país.

Me resulta difícil encontrar el entusiasmo ciudadano por involucrarse en lo político. Reconocer la decadencia de nuestra clase política y su impacto en la participación ciudadana es un primer paso.

Hoy, la víspera de la elección que probablemente llevará a la primera presidenta de México, reina la decepción. No por elegir a una mujer, algo que ya era necesario, sino por la calidad de los contendientes en estos comicios.

Los debates presidenciales recientes han expuesto la realidad de nuestras opciones:

  1. Hegemonía: Claudia representa la continuidad del proyecto de Morena, mostrando una sorprendente similitud con el actual presidente. El riesgo de mantener este proyecto es el resurgimiento de la hegemonía en el país, algo que las “alternativas” en estas elecciones buscan contrarrestar.
  2. Alternancia: Sin embargo, las alternativas actuales no son tomadas en serio:
    1. Xóchitl, a pesar de lograr una coalición sorprendente, proyecta poca preparación y falta de capacidad para enfrentar los desafíos del país. Su campaña se limita a las bases electorales de sus partidos sin reconocer los errores del pasado. No hay coherencia entre su plataforma y su discurso, lo que dificulta el apoyo de quienes se niegan a votar por el PRI.
    2. Máynez, por otro lado, es una candidatura improvisada de Movimiento Ciudadano, sin un proyecto de nación claro. Esta alternativa carece de seriedad y parece más una “página de Facebook que se salió de control”.

Es responsabilidad de las nuevas generaciones mantener viva la esperanza en un mejor futuro. Hoy, no veo esa esperanza. Las supuestas alternativas ideales se alían con quienes antes criticaban, lo que dificulta imaginar una plataforma para el crecimiento y desarrollo real.

Diagnóstico: Desesperanza

Reconocer la realidad es importante, pero caer en la desesperanza implica renunciar a la posibilidad de cambio. La desesperanza en el futuro político de México tiene serias implicaciones para la democracia, ya que puede llevar a una menor participación ciudadana, menos exigencia de rendición de cuentas y polarización, consolidando el poder en manos de unos pocos.

Cortázar dice que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Hoy, la esperanza de México no debe ser atribuida a un grupo político, sino al fomento de un pensamiento crítico que nos ayude a construir un mejor entorno. La política en México no debe de ser el arte de lo posible, sino que debemos aspirar a contar con las voluntades de cambiar lo imposible.

Sobre la (des)información, los medios de comunicación y la verdad

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“Nothing can now be believed which is seen in a newspaper. (…) General facts may indeed be collected from them (…) I will add, that the man who never looks into a newspaper is better informed than he who reads them; inasmuch as he who knows nothing is nearer to truth than he whose mind is filled with falsehoods & errors. He who reads nothing will still learn the great facts, and the details are all false.”

Carta de Thomas Jefferson a John Norvell, 1807

Controlar la narrativa y, por ende, lo que se considera verdad, ha sido la forma de soportar el poder. Desde leyendas y cánticos en la prehistoria hasta los modernos medios de comunicación y redes sociales. Thomas Jefferson, en 1807, ya señalaba la subjetividad inherente en la reproducción de los hechos. La selección de palabras, el tono y la estructura de las oraciones influyen en la interpretación de la realidad.

Para pensadores como Derridá, inclusive el significado de las palabras es dinámico. Para él, el lenguaje es inherentemente ambiguo, las palabras no pueden capturar la totalidad de la realidad objetiva, lo que socava la noción de una verdad fija y definitiva. Ahora, imaginemos agregarle una opinión o postura a través de los perfiles de diferentes medios, lo que nos termina llegando es cada vez más alejado de los hechos.

Los sesgos

Los humanos tenemos la debilidad de interpretar a nuestro gusto la información disponible, ejerciendo una influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios, la toma de decisiones y, por supuesto, la interpretación por parte de terceros. Los sesgos influyen en nuestra percepción del mundo, con implicaciones culturales y sociales. En la era digital, donde se genera una cantidad abrumadora de información diaria, el sesgo de confirmación se vuelve especialmente peligroso. Este sesgo nos lleva a buscar e interpretar información que confirme nuestras creencias preexistentes.

La nueva era de la información y los filtros burbuja

Este es un momento muy interesante en la historia humana. La era digital ha exacerbado este desafío, con la proliferación de información y la influencia de los algoritmos de las redes sociales. Cada minuto se suben más de 500 horas de contenido a plataformas como Youtube. Necesitaríamos 80 años para consumir el contenido que se sube al día. Pese a esa cantidad de información, las redes sociales cuentan con algoritmos sumamente adictivos y poderosos que refuerzan ciertos sesgos.

Existe un concepto llamado el filtro burbuja, este es un fenómeno en el cual las plataformas en línea, como los motores de búsqueda, las redes sociales y los sitios de noticias, presentan a los usuarios contenido que se alinea con sus intereses, preferencias y comportamientos anteriores, creando así una “burbuja” de información personalizada. El filtro burbuja es un proceso mediante el cual las plataformas utilizan algoritmos para seleccionar y presentar contenido que probablemente sea relevante o atractivo para un usuario específico, en función de su historial de búsqueda, clics anteriores, interacciones en redes sociales y otros datos recopilados.

¿Y ahora qué?

La estructura económica actual, la cual prioriza la rentabilidad y la ambición, ha permeado hacia las compañías de medios de comunicación, lo que compromete su objetividad, perpetúa ciclos viciosos de desinformación y manipulación. Existen distintas estrategias que alimentan la polarización de los medios, los hacen más morbosos y por ende aumentan sus ingresos pues es “lo que vende”.

El incremento en rentabilidad sería el resultado de tácticas para desviar la atención de problemas importantes, crear situaciones que generan reacciones específicas, implementar medidas impopulares de manera gradual, entre otras acciones influenciadas, a beneficio de algún interés propio o tercero.

Hoy los medios apuntan a desviar la atención del público mediante distracciones sensacionalistas, crear problemas y ofrecer soluciones simplistas, graduando la calidad del contenido para normalizar la superficialidad, presentar medidas impopulares como inevitables, influir en la audiencia como si fueran niños, apelar a las emociones en lugar de la reflexión, mantener a la audiencia en la ignorancia y la mediocridad, promover la conformidad con la superficialidad, reforzar la auto-culpa y conocer a los individuos mejor que ellos mismos para manipular sutilmente sus decisiones de consumo.

Con esta óptica es que hay que consumir la información hoy. Más en una coyuntura de debilitamiento democrático a vísperas de elecciones. Es inevitable y necesario romper con esta dinámica, exponiéndonos a opiniones e interpretaciones adversas y reconociendo los límites de nuestro propio entendimiento. En un mundo inundado de información, la búsqueda de la verdad requiere valentía y discernimiento, pero también nos brinda la oportunidad de fortalecer nuestra libertad y nuestra democracia.

El situarse en una cueva de eco es uno de las condiciones más peligrosas, vuelve al ignorante en narcisista, egoísta y con una aparente superioridad. La dinámica actual de la información refuerza creencias de manera ciega y resulta peligroso puesto que crea extremistas. Abandonar el pensamiento crítico y sucumbir ante la complacencia y seguridad ilusoria funciona de una manera similar a estar rodeado de aduladores. Que las generaciones crezcan con información en filtros burbuja me preocupa sobremanera, ya que estas son las que determinarán el futuro (y el presente). Tendremos (o ya tenemos tenemos) gobernantes, empresarios y “activistas” que viven, se informan y ejercen en burbujas.

Sobre las decisiones y la democracia

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El quietismo es la actitud de la gente que dice: “Los demás pueden hacer lo que yo no puedo.” La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: “Sólo hay realidad en la acción.” Y va más lejos todavía, porque agrega: “El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida.” (Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo)

Para el filósofo, escritor y pensador francés Jean Paul Sastre, los seres humanos estamos condenados a la libertad. Agregaría que estamos atados a las causas que nos anteceden, inconscientes de que somos consecuencia de la interpretación de la historia. No somos libres de nuestro pasado, pero es el marco teórico y nuestra cancha para la toma de decisiones diarias.

Cada elección tiene su anverso, es decir, una renuncia, por lo que no hay diferencia entre el acto de decidir y de renunciar.

Cada elección diaria implica la renuncia a una alternativa. Al elegir una opción se excluye la posibilidad alterna. A veces, esta libertad es solo otra palabra para definir la alternativa por perder y es la ansiedad de la duda ante la decisión; la decisión de elegir una cosa y renunciar a otras. No hay nada más humano que una renuncia.

La libertad individual implica la capacidad de tomar decisiones autónomas, con sus restricciones intrínsecas. Estas decisiones reflejan la autonomía y la voluntad del individuo, su expresión de libertad. Dice Isaiah Berlín que la libertad de los lobos significa la muerte para los corderos. Es decir, nuestras decisiones tienen consecuencias, y más importante aún, el bien individual no es necesariamente el bien común.

La realidad de nuestras elecciones se manifiesta en la dualidad entre decidir y renunciar. A veces, renunciar se percibe como una expresión consciente de la libertad. La capacidad de decidir a qué renunciar puede ser tan significativa como la elección misma. Dice más de la elección aquello a lo que renuncias que la elección misma; y en la libertad radica la posibilidad de renunciar a la felicidad dentro de nuestras alternativas.

Una toma de decisión auténtica implica ser consciente de las renuncias y de asumir la responsabilidad de ellas. La libertad auténtica implica aceptar las consecuencias de las elecciones y que afectan a aquellos que participan en tu núcleo cercano, o inclusive, en la sociedad. La renuncia, lejos de ser un acto de debilidad, se convierte en la contraparte necesaria de cada elección.

Sobre las decisiones personales y su relación con la democracia

La vida en sociedad nos transforma en actores políticos, donde nuestras elecciones personales reverberan en la narrativa colectiva de la historia. La democracia, con su ambición de equilibrar la libertad individual con el bien común, se presenta como el sistema que busca gestionar las complejidades inherentes a la convivencia humana.

En el escenario político, nuestras decisiones se expanden más allá de lo personal, convirtiéndonos en arquitectos de la sociedad que habitamos. La democracia se erige como el delicado arte de gestionar la complejidad humana, donde la participación ciudadana y el respeto por los derechos individuales son las fuerzas que sostienen la balanza.

La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás

En el análisis de la democracia, no podemos ignorar sus imperfecciones. La democracia contemporánea enfrenta retos como la polarización, la desinformación y la apatía ciudadana. La complejidad de la sociedad humana y la diversidad de perspectivas hacen que encontrar una alternativa clara y superior a la democracia sea un desafío monumental.

En un mundo donde la autoridad unipersonal ha llevado a opresiones históricas, la democracia, a pesar de sus fallas, sigue siendo el camino de una sociedad más justa y equitativa. La indefinición de alternativas claras nos insta a mejorar y perfeccionar la democracia en lugar de abandonarla, recordándonos que la tarea de perfeccionar este sistema de gobierno es una responsabilidad compartida entre ciudadanos, líderes y pensadores.

¿Qué significado tiene hoy la democracia?

Este año se cocina como una encrucijada para la democracia, con más de 70 países, que albergan a la mitad de la población mundial, ejerciendo su derecho a través de elecciones. En este sentido, ante la apatía surge la pregunta de qué significa hoy la democracia. No tenemos respuestas claras ante sus deficiencias, pero poseemos el poder de decisiones individuales significativas.

En este contexto, hacer conscientes nuestras renuncias adquieren una nueva dimensión. No solo representan actos individuales, sino también una contribución personal a la sociedad que define nuestra convivencia. En el ejercicio de la democracia, cada decisión, cada renuncia, se convierte en un una vuelta al timón tanto personal como colectivamente. Hoy es clave entender el por qué de nuestras renuncias, ejecutarlas y definir qué significarán entorno a la vida y las alternativas restantes.

En un mundo que puede parecer, a veces, indiferente e inmenso ante la presencia de una persona más o menos, una decisión cambia por lo menos uno de los 7 billones de mundos, cada uno tan valioso como el otro. Tomar decisiones diarias para mejorar 2 o tal vez 10 mundos, valora de una manera distinta nuestra vida y el sentido de la misma.