En el caso de México, más allá de que la población no sepa qué es el cambio climático o que no haya voluntad política por contribuir a la mitigación, la población aún no sabe muy bien a quién y cómo le afecta. El cambio climático simplemente aún no se ve, o por lo menos no se nos presentan historias de individuos directamente afectados por él. Si bien el fenómeno de Patricia logró advertir que las poblaciones costeras en México son vulnerables a fenómenos naturales que van aumentando en fuerza y frecuencia, no existen investigaciones suficientes de todas las implicaciones humanas y económicas del cambio climático en nuestro país. ¿Qué tal acerca de los pescadores acapulqueños y el peligro de quedarse sin sustento? ¿O de las ciudades veracruzanas cuya principal actividad económica es el ecoturismo? ¿Qué si los arrecifes del caribe se mueren por completo? ¿Y si los tarahumaras se ven obligados a dejar por completo sus tierras porque ya no son fértiles? ¿Qué tal si la falta de lluvias en Sonora detiene fábricas enteras por falta de suministro de agua?
En el caso de México, más allá de que la población no sepa qué es el cambio climático o que no haya voluntad política por contribuir a la mitigación, la población aún no se sabe muy bien a quién y cómo le afecta.
En ciudades como Monterrey, una urbe protegida por las montañas y lo suficientemente poderosa como para asegurarse recursos energéticos e hídricos por décadas (Ahem, ¿Monterrey VI?), el cambio climático sólo se vuelve real cuando tu abuelita te dice en diciembre que “ni te quejes, porque el frío estaba más gacho en mis tiempos, mijita”. Eso es todo. Debido a que los efectos del cambio climático son globales, dispersos, irregulares, y en general están teñidos por la incertidumbre, pensar en que debemos de actuar con urgencia, y sobre todo invertir recursos y cambiar comportamientos ante un problema tan invisible, es una idea que roza lo ridículo.
Para ejemplificar cómo el cambio climático golpea más fuerte en algunos sitios que en otros, podemos aprender de una actual campaña por Human Rights Watch, que evidencia los golpes a los derechos humanos de los pobladores de una región dependiente de un lago al norte de Kenya. Estas personas han estado más susceptibles que nunca a patrones de lluvia impredecibles, a la reducción del flujo del río que abastece a su lago, la consecuente salificación de estas aguas y la pérdida de bancos de peces, a la pérdida del ganado por la falta de pastizales, todo a consecuencia de una prolongada sequía y la construcción de una mega presa en el país colindante de Sudán del Sur que está reduciendo sustancialmente el flujo del agua a su lago. Los kenianos también encuentran su propia seguridad e integridad en peligro, pues habitantes de poblaciones cercanas se acercan a la región para desplazarlos con amenazas mortales a manos de metralletas y machetes, todo porque no hay agua suficiente para todos.
Ante un escenario como este, ¿quién puede asistirles? El gobierno de Kenya es el único con los medios para proteger a estas personas impulsando negociaciones con Sudán del Sur para que repartan el flujo de manera más equitativa, organizando campañas de protección civil ante los enfrentamientos violentos, así como campañas de abastecimiento de alimentos, semillas más resistentes a la falta de agua, entre otras soluciones. Pero como sucede en muchos países en desarrollo, el gobierno tiene muchas otras necesidades que cubrir y pocos recursos para todas.
Hoy, más que nunca, hay una gran necesidad de conectar las evidencias globales con las locales para estar mejor preparados para los cambios que se avecinan.
Platicando con la Dra. Angelina Valenzuela, directora de los programas del posgrado en derecho en la UDEM y con experiencia en temas de derecho ambiental, comentaba ella que investigaciones sobre la migración climática[1] a nivel local son prácticamente inexistentes, pero muy necesarios. Esto es un ejemplo de cómo estamos aún en pañales en cuestión de hacer propio un problema global aún lejano, pero que sin duda ya comienza a afectar a poblaciones vulnerables en Nuevo León, y que de una manera u otra, comienza a afectarnos indirectamente también; lo que pasa es que no comprendemos cómo. Hoy, más que nunca, hay una gran necesidad de conectar las evidencias globales con las locales para estar mejor preparados para los cambios que se avecinan. La academia necesita también poner de su parte para llenar estos huecos. Es la única manera de apropiarnos de las soluciones.
Muy lamentable ha sido también que, a nivel internacional, existen pocos especialistas políticos dedicados a investigar sobre los avances en regulación sobre cambio climático. Su apoyo pudiera ser crucial para avanzar más rápido hacia más y mejores políticas públicas de mitigación. Curioso que en décadas pasadas hubo extensas publicaciones sobre otras amenazas a la seguridad internacional como la guerra nuclear, y ahora, a pesar de tanta certeza y el gran alcance de este perverso problema, no haya avances en estos estudios. Dependiendo de los resultados de este evento, quizás se logren canalizar más recursos para este tipo de investigaciones.
Bien sabido es que la manera en que se ha abordado universalmente la problemática —como un problema de mitigación, y no de prevención ni adaptación— ha provocado en los países una maligna inactividad o lo que es conocido como el freerider problem. Este dilema, el de los “acarreados”, consiste en que todos los países son afectados por el mismo problema, pero impera ambigüedad acerca de a quién le afecta más, entonces los países deciden que es mejor esperar a que el otro incurra en los costos de tratar de solucionar el problema que solucionarlo ellos mismos, pues a fin de cuentas, cualquier esfuerzo que haga el otro país será beneficioso para el propio. Expertos declaran que esta cumbre será decisiva en este sentido, ya que introduce oficialmente las Contribuciones Intencionadas y Nacionalmente Determinadas (INDC por sus siglas en inglés), que son los compromisos impuestos por cada país de acuerdo a sus posibilidades económicas y planes políticos que definirán en gran medida si se logran los objetivos de reducción de impuestos en este nuevo acuerdo de 2015 o no.
En Altavoz hemos tocado varias veces el tema de la tecnología cívica, el caso de la COP21 también tiene que ver con ella. Se nos presenta la oportunidad de involucrarnos a través de numerosas herramientas a nuestra disposición para conectarnos con la problemática.
Ahora, no quiero despedirme de este artículo dejando la idea de que las maneras de involucrarse en la problemática son aún muy opacas, poco a poco iremos viendo con más claridad cómo contribuimos a la problemática y qué soluciones son más efectivas. Pero por lo pronto, recomiendo visitar el sitio oficial de la COP21 para estar presentes en este evento histórico. Singularmente, los organizadores de esta cumbre han puesto especial atención en utilizar las tecnologías para educar a la mayor cantidad de personas posible sobre la importancia de este evento. En otras palabras, todos hemos sido invitados a la gran fiesta. En Altavoz hemos tocado varias veces el tema de la tecnología cívica, el caso de la COP21 también tiene que ver con ella. Se nos presenta la oportunidad de involucrarnos a través de numerosas herramientas a nuestra disposición para conectarnos con la problemática, concientizarnos sobre nuestro papel dentro de ella y apropiarnos de las soluciones. Aplicaciones que nos retan y nos acompañan por 90 días para hacer nuestra “transición verde” en hábitos de consumo, plataformas que permiten geolocalizar a los principales emisores de GEI, y muchas más. Estas oportunas herramientas nos ayudan a jalar un tema de escala internacional al plano doméstico. Hora de sentir el cambio climático en nuestras vidas. Hora de asistir a esta fiesta de la COP21, por lo menos virtualmente. Hora de hacer el cambio nosotros.
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[1] Movimientos migratorios causados por los efectos directos e indirectos del cambio climático: sequía, malas cosechas, pérdida de tierra arable, desplazamiento de especies nativas, enfermedades, entre otros.
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