Lo previsible pasó: el presidente Trump anunció el retiro de su país del Acuerdo de París. Hay todavía tela por cortar, pues el proceso de salida toma al menos cuatro años; 2020 es entonces el umbral para hacer el anuncio efectivo. Pero cierto es también que al proclamar su retiro Washington se une a Damasco y Managua, únicas capitales que no lo han adoptado.
El Acuerdo de París es un tratado universal (147 países, el 82% de las emisiones de gas a efecto invernadero, son parte en junio de 2017) mediante el cual los firmantes se obligan a limitar el calentamiento climático futuro. Los Estados Unidos emite alrededor del 14% de gases a efecto invernadero. El acuerdo considera las peculiaridades de cada país y establece mecanismos recurrentes de revisión para evitar los peores efectos de un aumento desmedido de la temperatura. Si se traspasa la barra de los 20C, la seguridad alimentaria peligraría, los eventos climatológicos extremos se multiplicarían, y el aumento en el nivel del agua se convertiría en una amenaza a los litorales. El “norte” acordó además trasferir USD 100 billones por año (hasta el 2020) al “sur” para ayudar a mitigar los efectos del cambio en curso y acelerar la transformación hacia una economía verde.
Las razones con las que Trump justifica el retiro son inverosímiles. El pacto favorecería los intereses extranjeros en menoscabo del contribuyente estadounidense, quien debe asumir costos como la pérdida de empleos, salarios más bajos, pérdidas del PIB, etc. El fondo verde costaría billones, lo cual implicaría la necesidad más impuestos; crece así la pobreza. Finalmente, y esta es la peor de todas las excusas, como Trump es el “paladín” del medio-ambiente, no puede permitir un pacto que penalice al líder mundial en la materia sin castigar a los verdaderos contaminadores. China e India han hecho lo que han querido desde siempre, y no están hoy en el banquillo de los acusados. Como si de eso se tratara…
En el mundo de Trump, su país gana resucitando la industria del carbón. Poco importan los empleos creados por las tecnologías verdes, que empresas estadounidenses como Shell y Exxon Mobil tengan competitividad en la materia, que líderes de empresas como Disney, Goldman Sachs, SpaceX, Tesla, etc., se declaren inquietos por la falta de liderazgo de Washington, y que muchos de ellos renuncien a sus funciones de asesoría en la capital estadounidense. Eso es secundario. Importa aun menos mantener una voz dentro del Acuerdo, que los aliados critiquen la decisión-“error” para Paris, “hecho lamentable” según Berlín, “decepción” en Ottawa-y que contradigan a Trump al aclarar que el pacto no es renegociable. ¿Y qué decir de los gobiernos sub-nacionales estadounidenses, muchos de los cuales ya se declararon rebeldes? Los gobernadores de New York, California, y Washington anunciaron la “Alianza por el clima”, un foro para reforzar los programas de lucha contra el cambio climático. Los alcaldes de New York, Los Ángeles, y Boston anunciaron un boicot a Washington.
El “Occidente” está fracturado. Trump perdió otra oportunidad de enderezar su presidencia, que se enfrasca en una espiral de sinsentidos. Sus defensores dirán que no hace más que cumplir su palabra. Es cierto: en su aislacionismo, el candidato prometió en 2016 retirarse para proteger la soberanía y el interés nacional. Pero los argumentos arcaicos de la Paz de Westfalia se convierten en una burla anacrónica, inconsciente y egoísta. China y Europa, que ven en este aislacionismo la oportunidad para posicionarse mejor en un mundo en donde las tecnologías verdes ya dan la ventaja, se pronunciaron a favor del acuerdo. Un sistema multipolar se erige ante nosotros, con Europa autónoma, Rusia en apogeo, China acelerando hacia la economía verde, y con una hegemonía estadounidense en franco declive. Trump es una tristeza para su país, un peligro para el planeta, y una vergüenza para su generación.
Fernando A. Chinchilla
Cholula (México), junio de 2017