#HojaDeRuta: “¿Dónde está la persuasión?”

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Enrique Dussel suele decir que los sistemas democráticos parten de un principio de realismo político: en países con 120 millones de personas o ciudades de 5 millones de habitantes, es irreal creer que todas las personas pueden estar todo el tiempo en todos los asuntos. De ahí que el mecanismo de la democracia representativa sea racional, pues no hay que olvidar que en una República, la soberanía reside en el pueblo, y por tanto éste elige a sus gobernantes. Así, cada proceso electoral no es solo nuestro sagrado derecho democrático, sino que debiera ser un momento de persuasión basada en ideas que siempre tendrán como lugar común la promesa de construir un mejor futuro colectivo, nadie hace campaña predicando el apocalipsis.

Es lugar común entre la clase política y asesores en materia electoral considerar que las elecciones se tratan más de emoción y sentimiento que de ideas y razonamiento. Esta aseveración tiene algo de cierta en el sentido de que se construyen narrativas que pretenden ser inspiradoras (o destructoras, cuando viene la guerra sucia) y no suelen debatirse los temas a profundidad en todos los públicos. A esto hay que sumar el fenómeno de espectacularización de la política, cuyo epicentro ha sido EEUU y ha influido en cómo se entienden las elecciones en las democracias contemporáneas. Imagen sobre sustancia, escándalo sobre propuesta, grito sobre reflexión. No es casualidad que una estrella de Reality TV sea el actual presidente de ese país.

Sin embargo, un fenómeno particular preocupa: la política del coraje y la bravuconería. Apelar al coraje es peligroso, pues hay una delgada línea entre el enojo y despertar sentimientos de odio, que, hay que decirlo, tienen raíces históricas que aguardaron largo tiempo bajo tierra el momento de volver a brotar en contextos como el norteamericano, el británico y el francés.

En el caso mexicano el tema racial no es la raíz del coraje (aunque se ejerce un silencioso y lacerante racismo, pero será tema de otra entrega), sino la indignación ante la rampante corrupción de la clase política, que acumula casos terribles a todos los niveles. Esto en principio pareciese positivo, sin embargo, cuando no hay más sentimiento que el enojo, el espacio para la reflexión se reduce al mínimo. Entramos entonces en una suerte de política del hígado, donde pareciera que el más bravucón (rayando en lo violento) es quien se lleva la atención y las palmas del gran público.

Esto lo había advertido ya hace algunos meses con lucidez Jesús Silva-Herzog Márquez, quien llamaba a tener precaución ante este fenómeno, pues el miedo y el enojo llevan a tomar decisiones de las que podemos arrepentirnos, o peor, conducen a permitir decisiones y excesos que en otras circunstancias hubiese sido inadmisibles.

La bravuconería y la pirotecnia le dan sabor al caldo electoral, pero también conducen a nublar el juicio y acabar dando un balazo en el pie de la democracia. (PD. Este espacio estará fuera del aire por algunos días a partir del 7 de septiembre, pero pronto regresará para atormentar a las buenas conciencias).

#HojaDeRuta: “Momento de que México voltee al Sur”

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“Aquí abajo, cada uno en su escondite. Hay hombres y mujeres, que saben a qué asirse. Aprovechando el sol y también los eclipses. Apartando lo inútil y usando lo que sirve. Con su fe veterana, el Sur también existe”.

El poema de Benedetti resuena en un momento de sacudidas geopolíticas en distintas partes del globo. Para México resulta de particular relevancia en un momento donde la “integración” (habría que analizar y cuestionar el alcance del concepto) del TLCAN, la gran apuesta económica de política exterior de los últimos 25 años, navega en aguas inciertas.

Aunque hoy los reflectores están puestos en la negociación del tratado, no hay que olvidar el contexto que la provoca: la llegada de la ultra derecha a la presidencia de Estados Unidos encarnada en la figura de Donald Trump, personaje que ha ejercido la vejación pública más cruenta hacia México que se recuerde en la historia contemporánea.

Es una negociación que parte no solo de un cambio político que ha provocado un efecto dominó, también parte de la indignidad, pues la autoridad política de México, en particular el presidente EPN, ha sido de una debilidad y tibieza tal que descorazona.

Hace algunos días fui invitado por Alianza Cívica a moderar un diálogo con Sara Tamez, vieja amiga que durante los últimos años se ha dedicado a trabajar en campañas políticas de Sudamérica. En particular, venía a compartir la experiencia de la reciente victoria de Lenín Moreno en la elección presidencial de Ecuador. Dentro de sus vivencias, contaba cómo mucha gente en el cono sur le reprochaba que México no volteaba hacia la región, que vivíamos solo viendo hacia el norte. Recordé de inmediato que me tocó vivir el mismo reclamo hace ya más de una década en Chile. Lo increíble es que México sí es referencia en múltiples aspectos en el hemisferio sur, desde la cultura popular hasta ciertos aspectos de su desarrollo.

Hoy nuestro país concentra poco más del 80% de sus exportaciones a Estados Unidos, menos del 3% a Canadá y 16% al resto del mundo (Reforma, 2017). Por supuesto que el argumento geopolítico, de aprovechar la proximidad con la economía más grande del mundo es racional y una meta deseable, pero eso no debería significar dependencia absoluta ni cortedad de miras, sobre todo en un momento donde el mismo país que pregonó el liberalismo económico a pies juntillas hoy apuesta por la cerrazón y el proteccionismo.

Por ejemplo, en la industria automotriz, que es el sector que mayor participación tiene en las exportaciones mexicanas hacia EEUU, con 23%, un trabajador norteamericano gana en promedio 29.5 dólares la hora, mientras que el mexicano gana 4.51. La diferencia es brutal, e ilustra el por qué México sigue y seguirá siendo atractivo para la maquila, pero también, cómo este modelo que ha hecho crecer sustancialmente las exportaciones no se ha traducido en crecimiento suficiente ni ha podido frenar el crecimiento de la pobreza y la desigualdad.

La renegociación del TLC sin duda es estratégica para nuestro país, pero también una llamada de atención, un grito y un destello que nos obliga a mirar hacia otras latitudes y replantear nuestro rol económico en función del lugar que queramos ocupar en el mundo, las ideas que representemos, el proyecto de nación que comencemos a construir.

Quizá como nunca antes, la visión de política exterior será de primer orden en la agenda de la sucesión presidencial de 2018. Habrá entonces que recordar que el sur también existe, lo mismo que el oriente: pero aquí abajo, cerca de las raíces, es donde la memoria ningún recuerdo omite. Y hay quienes se desmueren, y hay quienes se desviven. Y así entre todos logran, lo que era un imposible: que todo el mundo sepa que el Sur también existe”.

#HojaDeRuta: “Rius, en la memoria popular”

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Sin pelos en la lengua ni barreras en la tinta, Rius fue parte de mi educación cívico política. Me lo encontré como herencia accidental, aquél mayo de 1999 cuando mi abuelo se murió por segunda vez (la primera, en 1985, como que no le había gustado) y dejó tras de sí pocas cosas y muchos libros. Tras su partida, reclamé sin disputa su limitado pero sustancioso acervo, en el que se encontraban las veces de Sartre, Mao, Rulfo, Usigli y, por supuesto, el pícaro monero. Ahí estaban Filosofía para principiantes, Los panuchos, Lenin para principiantes y algún otro título.

Hace unas cuantas semanas volví a toparme con Rius en “Una historia muy monita”, exposición temporal sobre la historieta nacional de 1930 a 1970, que se exhibe hasta este 20 de agosto en el Museo de Historia Mexicana. Ahí comparte vitrinas y colores con la Familia Burrón de Gabriel Vargas, Los Supersabios de Germán Butze y Kalimán de Modesto Vázquez, pasando por los lances y aventuras del Santo. Las creaciones de Rius son, como todos esos personajes, parte de la cultura pop mexicana. Flotan en ese imaginario compartido (y por tanto, democrático) de las cosas que el pueblo reclama para sí, más allá de licencias o marcas registradas.

Rius era monero de oficio: ocupación habitual, profesión de algún arte mecánica, ministerio (todas definiciones de la palabra “oficio”, todas acciones del monero). Valiente e irrenunciable en su compromiso y claridad ideológica, sus trazos le llevaron a distancias insospechadas, como escribía Elena Poniatowska apenas este último diciembre: “Rius es, sin proponérselo, uno de los grandes educadores que ha dado México en el siglo XX, además de su crítico más lúcido”, al tiempo que recuerda que alguna vez el Subcomandante Marcos también reconocía en el monero a un maestro, pues “en la provincia, la política llegaba por Rius o no llegaba”.

Solía contar que sus monos rebeldes lo pusieron una noche al filo de una tumba cavada en las faldas del Nevado de Toluca y cómo una intervención del General Cárdenas le salvó el pellejo. “Una vez me dijo Renato Leduc: Joven Rius, en esta profesión o le pagan o le pegan, y yo de menso escogí que me pegaran”, rememoró -seguramente sonriendo- en una entrevista para Confabulario de El Universal. El humor era el hilo conductor de una pedagogía politizada aunada a una crítica mordaz.

Hombre sereno y de tersas maneras, hablaba con un dejo de desesperanza en sus últimas entrevistas registradas, sobre la ausencia de opciones políticas con arraigo en las bases populares, sobre la dificultad de influir mediante monitos en las masas al competir con grandes medios y sobre todo, como la mera posibilidad de la crítica al poder no tiene efectos si no es acompañada de una labor de politización y creación de conciencia popular: “El caricaturista, el buen periodista se ha convertido en una especie de Juan el Bautista, que está allá en el desierto pegando de gritos y el gobierno dice: “Mira, hay libertad, pueden gritarnos y mentarnos la madre”.

Pero no nos toman en cuenta, no hacen caso de la crítica”. Monero de oficio, educador político de vocación, el monero ha dejado de existir. Así lo creía, pero lo recibe desde ahora el único cielo que hubiese aceptado: el de vivir en las nubes de la memoria popular.

#HojaDeRuta: “Gobiernos de coalición y la Iniciativa Galileos”

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La foto en sí misma ya es nota: Manlio Fabio Beltrones, Gustavo Madero y Miguel Ángel Mancera se miran sonrientes. Símbolos del PRI, PAN y PRD en creciente cercanía. Hasta hace unos cuantos años, el sistema político mexicano era multipartidista, pero con la clara distinción de tener tres partidos mayoritarios y una serie de partidos pequeños, que podían ir desde la bisagra hasta intentos genuinos de socialdemocracia, pasando por los tradicionales satélites. Las cosas han cambiado.

El PAN falló en su oportunidad histórica de encabezar la alternancia, desmantelar las estructuras añejas, desterrar el autoritarismo y consolidar la transición democrática. Además, se vio terriblemente desgastado por el sexenio calderonista y la violencia desatada, que aún hoy genera intensa polarización.

El PRD se ha venido resquebrajando tras años de fratricidio y escándalos, debilitándose fuertemente en la capital del país -su máximo bastión histórico-, al grado de estar en fuerte riesgo de perder la jefatura de la Ciudad que mantiene desde hace 20 años, cuando en 1997 se realizaron por primera vez elecciones y resultó ganador Cuauhtémoc Cárdenas.

El PRI (al que muchos cometieron el grave error estratégico de dar por muerto tras la derrota del 2000) regresó por sus fueros en 2012, y tras 18 meses de ánimo reformista, cayó en un profundo bache provocado por el regreso de la violencia al proscenio y escándalos de corrupción del presidente y su primer círculo, que han resultado en un rechazo nunca antes visto para un mandatario en México.

Las que fueran las tres principales fuerzas políticas del país hace unos cuantos calendarios, hoy se encuentran en serio predicamento. Obedeciendo a su razón de ser como partidos, que es conseguir y conservar el poder, las circunstancias han encendido su instinto de conservación, llevándoles a construir puntos de encuentro.

La plataforma donde se ha cristalizado el encuentro de los personajes referidos al inicio de estas líneas es la Iniciativa Galileos, misma que desde el año pasado fue impulsada por la corriente perredista que se escindió de “Los Chuchos”, y que encabezan Guadalupe Acosta Naranjo y Fernando Belaunzarán. Es en los Diálogos Galileos donde han coincidido personajes de los tres partidos, junto con intelectuales como José Woldenberg,  y desde donde se han debatido ideas como la segunda vuelta electoral, la fragmentación del voto en México y los gobiernos de coalición.

En este último tema pueden encontrarse claves del acercamiento, pues surgido del Pacto por México, a partir de 2014 se estableció en la constitución la facultad del presidente de establecer un gobierno de coalición con los partidos representados en el congreso. Sería una nueva forma de construir mayorías legislativas, de integrar el gabinete federal y presentar un programa común de gobierno.

En principio se antoja interesante, pues sería un primer paso en transformar el modelo presidencial. Sin embargo, preocupa que la motivación no sean las circunstancias históricas ni un ánimo renovador de las reglas del juego, sino el debilitamiento común y la fortaleza competitiva de AMLO como candidato presidencial mejor posicionado.

“A mí no me preocupa si gana el PRI, el PAN o si gana Andrés Manuel; lo que me preocupa es la gobernabilidad”, dijo Manlio el lunes en el Foro Galileo. Pero omitió que a todos ellos, como fuerzas políticas, lo que primero les interesa, es sobrevivir.

#HojaDeRuta: “Comprar libros es un oscuro placer”

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Aunque dispositivos como el Kindle podría contener entera la biblioteca de Alejandría, carecen de encanto. ¿Son los aparatos más útiles, lógicos, sencillos? Por supuesto, pero también son mucho menos inspiradores. Por eso uno se emociona cuando un pequeño panel de acrílico anuncia que esa mesa del costado tiene 50% de descuento en libros del INAH y el Fondo de Cultura Económica.

Me encontré libros donde menos esperaba: en una vieja prisión potosina construida en tiempos porfiristas, donde hasta el encierro y el castigo tenían ecos franceses. Cavando entre las pilas de títulos, me encuentro con el último título del maestro Monsiváis, y en su contraportada, una frase de William Blake que guió su vida: “espera solo veneno del agua estancada”. En ella, el poeta encontró con minimalista belleza la forma de resumir la esencia del progresismo: el movimiento. Progresar es moverse y hacerlo hacia adelante. El conservadurismo es quietud, y muchas veces, retroceso. Ahí radica uno de los principales motores de la vida pública. Somos un país que casi no lee, y también somos un país que casi no participa en la política, esa niebla tenebrosa a la que no queremos acercarnos.

De acuerdo al Módulo de Lectura (Molec) del INEGI, de cada 100 mexicanos, solo 45 leyeron al menos un libro en el último año. De acuerdo al mismo Instituto, el año pasado en México se leyeron 3.8 libros al año, promedio por debajo de otras naciones latinoamericanas como Chile, que promedia 5.4, y Argentina, que alcanza 4.6. El Molec también revela la obvia correlación que existe entre escolaridad y lectura, pero llama la atención su agudeza: sólo 25% de quienes no tienen enseñanza básica leen libros o algún otro tipo de material (periódicos, revistas, portales de Internet), mientras que el 70% de quienes cuentan con educación superior mantiene un hábito de lectura, por mínimo que sea. Ah, y en promedio, las mujeres leen más que los hombres, lo que no debe extrañar, pues tienen también mejor rendimiento académico (a pesar de vivir en medio de la peste machista).

Leer por sí mismo tiene un valor inconmensurable, pero no es solo la acción lo que importa, sino la comprensión. Más del 20% de la ciudadanía mexicana reconoce entender poco o solo la mitad de lo que lee, lo cual nos habla de la necesidad de formar pensamiento crítico. Letras y números son el herramental más poderoso de la humanidad, pero se requiere la formación que permita desarrollar el potencial de las personas, para que entonces pueda estallar su creatividad.

Lea, que mucho le conviene, ¿Y qué es leer? robémosle otra vez al poeta para intentar describirlo: “Ver el mundo en un grano de arena, y ver el cielo en una flor silvestre, sostener el infinito en la palma de tus manos, y la eternidad en una hora” – William Blake.

#HojaDeRuta: “¿Perdida de memoria?”

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“Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo…Mis sueños son como la vigilia de ustedes”, así describía el jovenzuelo Irineo Funes la magnífica maldición de tener una memoria perfecta, imparable, incontrolable: “Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro”.

Quizá Borges nos hablaba a través de Funes, el memorioso, acerca de cómo observar la realidad de las cosas es labor que fatiga y pesa, y que recordar puede ser doloroso. La memoria perfecta de su personaje no dejaba lugar a la imaginación: las cosas son lo que son, o mejor dicho, fueron lo que fueron. Memoria, dolorosa y necesaria memoria. Cada cual lleva consigo su versión de lo vivido, eso que literal e imaginariamente puede llamarse punto de vista: la dirección de la mirada para grabar lo sucedido, la construcción e interpretación que hacemos del mundo.

“Cuando un hombre entra a una habitación, trae su vida entera consigo. Tiene un millón de razones para estar en cualquier parte, solo pregúntale”, dice Matthew Winer a través de Don Draper, el enigmático publicista que protagoniza “Mad Men”. A cada momento cargamos la vida entera con nosotros, la vida que recordamos, nuestra versión de la película: la memoria. Cada historia es única, pero hay partes que nos son comunes: el tiempo (vivir una época), el espacio (el pueblo, la ciudad, el país), las circunstancias (un temblor, un presidente, un golazo). Existe tal cosa como el pasado público: las cosas que nos marcaron como colectividad – muchas veces, antes de nuestra propia existencia.

Tan marcados estamos por la colonia y su división racial, como por la sangre de Tlatelolco y el levantamiento de Chiapas. Tan marcados estamos por el desarrollo empresarial como por la Liga 23 de septiembre. Personajes y sucesos, con luces y sombras (que en buena medida dependen del cristal con que uno lo mire, o la perspectiva desde donde se coloque) que han alterado la realidad que hoy nos toca transitar.

El maestro Eric Hobsbawm advertía con agudeza que la juventud de este siglo ha crecido en una suerte de presente permanente que carece de cualquier relación orgánica con el pasado público de los tiempos que viven. De ahí, decía, que la labor de los historiadores más esencial que nunca, pues su trabajo es recordar lo que otros olvidan. Es lugar común escuchar la queja de la “corta memoria” de “la gente” como amasijo abstracto.

La memoria colectiva, el pasado público implica compromiso, el más elemental: el interés por quiénes somos, dónde estamos y dónde queremos ir como comunidad. Implica acción: interés de saber y reflexionar. A Funes le dolía la memoria, pues “discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad”. No es cosa fácil asomarse a nuestro pasado público, pero es vital: ¿cómo saber que no hay mal que dure cien años, si no podemos recordar lo que ocurrió hace diez?

#HojadeRuta: “Nuevo León ¿Ingobernable?”

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La reciente polémica sobre la reforma electoral obliga a una reflexión: pareciera que los cauces democráticos y la división de poderes están comenzando a mostrar disfuncionalidad, al menos en su etapa rutinaria. Toda organización funciona con base en rutinas, y cuando estas sufren disrupción (sobre todo si esta no es planeada) pueden experimentar inestabilidad.

Podría argumentarse que el hecho de que una disputa entre el poder legislativo y el ejecutivo sea resuelta por una instancia del poder judicial es normal, ya que es un mecanismo de control diseñado para tal efecto. Eso es cierto. Sin embargo, estamos observando un comportamiento inusual propio de una situación inusual: es la primera ocasión en nuestro sistema político moderno que un gobernador no tiene un solo diputado en el Congreso. Lo anterior es circunstancia de la reciente adición de la posibilidad de competir por puestos de elección popular por la vía independiente, por lo que el escenario presente era una consecuencia lógica y previsible.

Cuando se elige al máximo representante popular en cualquier sistema democrático, siempre se analiza cómo gobernará el nuevo líder dependiendo de la composición legislativa que le toque. Por ejemplo, el recién electo presidente de Francia, Emmanuel Macron, logró colocar 314 escaños de su partido, La République En Marche!, de un total de 577. Esto le permitirá gobernar con la mayoría absoluta y, en consecuencia, empujar con relativa facilidad su programa de gobierno.

Un gobernante que no tiene representación legislativa alguna, inevitablemente iba a enfrentarse a una situación desventajosa, lo cual exigiría una alta capacidad de negociación, que hasta el momento no ha sido el sello de la actual administración.

Lo importante de analizar es el respeto al orden constitucional, a la división de poderes y al orden republicano. Cuando comienza a abusarse del instrumento del veto, se vuelven práctica común tácticas dilatorias para buscar evitar la publicación de la legislación y hay un sentimiento de imposición de parte del legislativo, el sistema se está tensando.

No es normal que un Ejecutivo se niegue a publicar una legislación, ni que tenga que venir una orden de un tribunal para que se acate. Menos normal es que un Ejecutivo decida abiertamente desacatar la orden de un tribunal. El debate es interesante, pues plantea preguntas fundamentales: ¿El Ejecutivo está en su derecho a defender su postura e intereses ante su indefensión legislativa, usando cuanta herramienta o táctica tenga a la mano (dentro de la ley, por supuesto)? O por el contrario ¿La actitud de negarse a aceptar las decisiones que toma el congreso vulnera la más esencial soberanía, dado que su composición fue producto de un proceso electoral aceptado por todos los actores en cuestión?

Mientras sigue desenvolviéndose la rocosa relación entre el Ejecutivo y Legislativo locales, es evidente que el Gobernador deberá buscar como primera prioridad de 2018 contar con representación legislativa. Solamente conformando una fuerza política propia podría empujar su programa de gobierno, lo cual, para todo fin práctico, constituiría un partido político, aunque no tenga registro ni reciba recursos. Su finalidad sería la misma: un grupo que compite por obtener y conservar el poder con una agenda común. Esto es normal, así le sucedió a En Marche! en Francia y a Podemos en España. De ahí a que nos lleve a cerrar este espacio con otra pregunta que exigirá futura reflexión: Hoy en México ¿Se rechaza al sistema de partidos, o a los partidos y gobernantes que tenemos?

#HojaDeRuta: “Cálculos Políticos rumbo al 2018”

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“Los guerreros victoriosos ganan primero y después van a la guerra. Los guerreros derrotados primero van a la guerra, luego buscan ganar” – Sun Tzu.

 

Una de las máximas habilidades en el arte del general, o estrategia, es la capacidad de cálculo. La guerra y la política guardan una relación íntima, vital en su esencia: la noción amigo-enemigo; el conflicto; la lucidez al tomar decisiones; la moral de la tropa; el espionaje; el engaño. Hitler erró en su cálculo de abrir múltiples frentes y buscar invadir Rusia en el invierno. Nixon erró en su cálculo de permitir y posteriormente negar el infame escándalo de espionaje de Watergate. El desafuero contra Andrés Manuel López Obrador fue calculado como una estrategia para destruirlo, y terminó por colocarlo como el principal personaje opositor al “sistema” y fortaleciendo su primera candidatura presidencial. Nos dice Sun-Tzu: “No hay más de cinco notas musicales, sin embargo, estas cinco crean más melodías de las que podrán ser escuchadas”. El cálculo estratégico requiere de un elemento primordial: la imaginación, y cuando esta falta, se nota.

“La reputación de McConnell como un maestro de la táctica recibe un golpe” fue un titular de ayer del New York Times tras el revés que sufrió el Senador republicano Mitch McConnell, que se vio obligado a posponer la votación de la ley de salud que echaría por la borda el famoso “Obamacare”, que provocaría que millones de personas pobres perdieran su servicio de salud y beneficiaría a quienes más tienen. McConnell apostó a que todos los senadores republicanos se unirían a la que quizá sea la principal promesa del llamado “Grand Old Party”: echar abajo el sistema de salud construido por Obama. Se equivocó.

Senadores de diversos estados se echaron para atrás por la razón más lógica del mundo: la (contra) reforma afectaría gravemente a muchísimos de sus electores, que en campaña vitorearon rabiosamente los dichos de Trump, muchas veces sin la conciencia de que estos cambios les afectarían también a ellos. Quizá los republicanos acaben pasando una versión regresiva (aunque menos agresiva) de la ley, pero el error de cálculo fue evidente.

Los meses siguientes serán fundamentales en términos de cálculo para actores locales y nacionales: ¿Tiene sentido para Jaime Rodríguez volverse el principal enemigo de la prensa, desde el gobierno, antes de una posible candidatura presidencial? ¿Le conviene al PAN y PRD una candidatura presidencial conjunta, o perderían credibilidad y acabarían allanando el camino a AMLO? ¿El PRI debería impulsar una candidatura propia competitiva y al mismo tiempo pensando en apuntalar la de otro partido o coalición, dada su baja reputación? ¿Debería AMLO considerar la posibilidad de construir un gobierno de coalición? ¿Las organizaciones civiles de Nuevo León deberían dedicar su tiempo y esfuerzo a construir base social, más que a participar en consejos o espacios tradicionales?

Vienen tiempos que exigen cálculos complejos, y por ende, de las mentes que puedan realizarlos.

 

#HojaDeRuta: ¿Segunda Vuelta Electoral es necesaria?

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Decir que la democracia se trata de mayorías es una obviedad, pero decir que un sistema político democrático se trata montar un entramado legal institucional para construir mayorías legítimas, nos acerca más al meollo del asunto. México tiene un serio problema en su forma de construir mayorías consecuencia directa de décadas de autoritarismo expresadas a través del que por mucho tiempo fuera el partido hegemónico y un férreo sistema presidencialista. Pasamos de las mayorías aplastantes pero falsas, propias de un sistema de simulación democrática, a la fragmentación pragmática.

Es cierto que el sistema ha venido cambiando: la oxigenación del legislativo a través de las reformas políticas; estados que comenzaron a vivir alternancia (aunque aún hay otros que tienen casi un siglo sin conocerla); la separación del ejecutivo de la instancia encargada de organizar y vigilar las elecciones; el cambio de sistema político en la capital del país; la existencia de organismos descentralizados como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y, sobre todo, la alternancia a nivel presidencial y una mayor separación de poderes. Pero esa luna tiene un lado oscuro que inevitablemente parte de la incertidumbre respecto a la legalidad y, por ende, legitimidad de los procesos electorales. Aunado a esto, los ganadores de las últimas tres elecciones presidenciales han alcanzado un umbral de victoria de 38% en promedio, lo que en términos reales significa que únicamente cerca del 20% de los mexicanos acaban eligiendo a nuestra máxima autoridad.

En este contexto, por supuesto que tiene sentido discutir el establecimiento de la segunda vuelta, pero no por sí misma. Una segunda vuelta no solamente se trata de crear una mayoría más realista y, por ende, legitima. Se trata también de negociar apoyos que se vuelvan coaliciones, lo que en sistemas semi-presidenciales y parlamentarios implica compromisos programáticos e incluso el control de ciertas áreas del gabinete por otras fuerzas políticas. De ahí viene la idea de “formar” gobierno. En un escenario donde el PRI, aun debilitado, logra triunfos con poco más de 30%, la necesidad de cambio es evidente.

Un sistema que acepta mayorías débiles no da incentivos para coaliciones sólidas y hace casi imposible cambiar de gobernantes dentro de los periodos establecidos (que un presidente o un gobernador en México pierdan su puesto es más que difícil). Además este tipo de sistema inevitablemente favorece a la política del dinero y la movilización electoral clientelar sobre la de las ideas y el convencimiento.

Aunque es muy poco probable observar cambios del sistema político de alto calado antes de la elección de 2018, la realidad está marcando el paso a las fuerzas políticas exigiendo la formación de alianzas sustanciosas que no dependan de la coyuntura ni tengan como fin último la mera supervivencia.

Como país urge comenzar a perder el miedo a destruir gobiernos y armarlos de nuevo. Dice un viejo principio taoísta que la rama verde, aunque sea más suave y débil en apariencia, resiste más que la rama seca en apariencia fuerte, pero que se quebrará a la primera ventisca. Este sistema político endurecido, rígido y, sobre todo, drenado de legitimidad, quizá no vaya a romperse de buenas a primeras, pero de seguir por el mismo camino continuará secándose y haciéndose más débil, hasta que un día el viento no le perdonará

#HojaDeRuta: “Golpes a la Sociedad Civil Organizada”

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Durante el último mes la sociedad civil organizada de Monterrey ha recibido un par de duros golpes por parte de las autoridades: el desaguisado y distanciamiento de los ediles metropolitanos a la plataforma Alcalde Cómo Vamos, y el rechazo del gobernador Jaime Rodríguez al Sistema Estatal Anticorrupción que diversas agrupaciones ciudadanas trabajaron junto al congreso. Aunque han abundado señalamientos e intentos de justificaciones por todas las partes involucradas, se ha debatido poco la lógica y cálculo de estas maniobras políticas. Aventuremos una explicación.

En el caso de la plataforma Alcalde Cómo Vamos, las señales de tensión y desgaste no son nuevas. La inconformidad de los alcaldes había sido expresada en anteriores ocasiones, la verdadera pregunta es: ¿por qué los alcaldes pueden con tal ligereza amenazar con abandonar la plataforma o condicionar su permanencia? La respuesta es simple: porque tienen el capital político de su lado, y por tanto, el costo político de poner en entredicho, o incluso abandonar la plataforma, es relativamente bajo. Esto es debido a que las múltiples organizaciones que la conforman tienen larga trayectoria y defienden causas loables, pero en términos de real politik, cuentan con una muy limitada base social.

En este sentido, la sociedad civil organizada se conforma como una élite que está más cerca de la clase política que de la ciudadanía en general. Su arma principal es la vocería con resonancia mediática, la cual ejerce presión, pero como cualquier otro recurso, su efecto es limitado. Los esquemas tradicionales de consejos o conjunción de organizaciones suelen surtir efectos positivos, pero mantienen la participación limitada a las instituciones (sociales y privadas) tradicionales, por lo tanto limitando la representación. Por supuesto que la labor que estas organizaciones realizan es fundamental y de alto valor, el tema es que sus plataformas no se socializan lo suficiente.

Tomemos como ejemplo el Informe País para la Calidad de la Ciudadanía en México, realizado por el INE y el Colmex. Al medir el índice de confianza, el estudio encontró que solo el 30% de los mexicanos confía en los gobiernos municipales, y en las organizaciones de la sociedad civil, la cifra sube apenas a 40%. Esto da una idea de la distancia que existe entre la ciudadanía general tanto con las autoridades como con las organizaciones de la sociedad civil.

También podríamos tomar como ejemplo la elección de gobernador de 2015: se dio un fenómeno social hacia una opción alternativa que consiguió una votación inusitada, pero fue un tsunami, una gran ola que rompió rápido. Esto es lógico, la enorme mayoría de la ciudadanía está desorganizada. El citado estudio del INE aventura una hipótesis con tres elementos para explicar la debilidad ciudadana:

1. La desconfianza que existe entre la ciudadanía, y de la ciudadanía hacia la autoridad.

2. La desvinculación en redes que vayan más allá de la familia, amistades o religión.

3. La decepción ante los resultados de la democracia.

Una de las respuestas podría estar en impulsar una mayor organización y politización ciudadana, por ejemplo, mediante los Comités Ciudadanos contemplados en la Ley de Participación Ciudadana estatal, cuestión que organizaciones como Alianza Cívica han visualizado e impulsado.

La clase política tienen recursos, herramientas, espacios y estructuras para generar cuadros, mantener organización y empujar su agenda. La sociedad civil flaquea en este aspecto, a pesar de ser mayoría. Ahí radica hoy su debilidad, y al mismo tiempo, el enorme poder por desarrollar.