#ContraPortada: “¿De qué tamaño es el hoyo?”

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México es un país donde el manejo de crisis debería ser perfecto, hemos vivido tantas de ellas que la experiencia adquirida debería ser profunda. Casi tan profunda como el fondo de los problemas que vivimos semana tras semana, tal parece que la capacidad de asombro ante la incertidumbre y el caos ya no es una característica nuestra.

Cuando creímos haber tocado fondo con la matanza de Tlatelolco, cuando pensamos que “la caída del sistema” era el último ridículo que viviríamos, cuando el narcotráfico estrechó lazos cercanos al gobierno, cuando aparecieron las famosas “casas blancas” de la primera dama y el Secretario de Hacienda, cuando desaparecieron a los 43, cuando Javier Duarte empobreció y ridiculizó a Veracruz, cuando Trump nos escupió en la cara y lo recibimos en casa y recientemente cuando Odebrecht sobornó a nuestra clase política.

La lista es larga e interminable, el hoyo parece tener una profundidad sin límite, no se vislumbra un tope y no se sabe a ciencia cierta de qué tamaño es el hoyo. México es ese país del que todos nos podemos sentir orgullosos, aunque muchos prefieren hacerlo exclusivamente en éste mes; pero también del que todos en alguna ocasión hemos sentido vergüenza.

En México uno cree que toca fondo, se indigna, reflexiona y continúa con su vida al día siguiente. Siempre hay un nuevo hoyo, siempre caemos un poco más en la profundidad de las situaciones más oscuras y de escándalo.

Si en algo coincidiremos todos los mexicanos en alguna ocasión, es que México se encuentra en un hoyo, grande, profundo y oscuro. Un hoyo que se ha construido a modo, a conveniencia de acrecentar la pobreza de los más pobres en paralelo con enriquecer a los ya de por sí más poderosos. Un hoyo donde el acusado y su acusante comen en la misma mesa, pertenecen a la misma institución y, en algunos casos, hasta guardan nexos familiares lejanos.

¿De qué tamaño es el hoyo? Soy de los que creen que todo es cuantificable con sus ligeras excepciones, contarlo nos permite mantener el control de la evolución de un país o el retroceso del mismo, nos permite planear si es que tenemos intención de hacerlo. Pero ¿quién cuenta la profundidad del hoyo mexicano?

Muchos grandes intelectuales han decidido separarnos geopolíticamente, hablan de México como un caso extraño, sin posibilidad de clasificación ni cuantificación. Hablan de los sistemas latinoamericanos, de los occidentales, analizan los orientales y permiten la distinción de casi cada rincón en el mundo. Nadie se atreve a analizar México, es un caso raro, extraño, tanto que ni los mexicanos lo entienden.

¿De qué tamaño es el hoyo? La profundidad quizá sea cercana a la del mar.

#HojaDeRuta: “¿Perdida de memoria?”

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“Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo…Mis sueños son como la vigilia de ustedes”, así describía el jovenzuelo Irineo Funes la magnífica maldición de tener una memoria perfecta, imparable, incontrolable: “Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro”.

Quizá Borges nos hablaba a través de Funes, el memorioso, acerca de cómo observar la realidad de las cosas es labor que fatiga y pesa, y que recordar puede ser doloroso. La memoria perfecta de su personaje no dejaba lugar a la imaginación: las cosas son lo que son, o mejor dicho, fueron lo que fueron. Memoria, dolorosa y necesaria memoria. Cada cual lleva consigo su versión de lo vivido, eso que literal e imaginariamente puede llamarse punto de vista: la dirección de la mirada para grabar lo sucedido, la construcción e interpretación que hacemos del mundo.

“Cuando un hombre entra a una habitación, trae su vida entera consigo. Tiene un millón de razones para estar en cualquier parte, solo pregúntale”, dice Matthew Winer a través de Don Draper, el enigmático publicista que protagoniza “Mad Men”. A cada momento cargamos la vida entera con nosotros, la vida que recordamos, nuestra versión de la película: la memoria. Cada historia es única, pero hay partes que nos son comunes: el tiempo (vivir una época), el espacio (el pueblo, la ciudad, el país), las circunstancias (un temblor, un presidente, un golazo). Existe tal cosa como el pasado público: las cosas que nos marcaron como colectividad – muchas veces, antes de nuestra propia existencia.

Tan marcados estamos por la colonia y su división racial, como por la sangre de Tlatelolco y el levantamiento de Chiapas. Tan marcados estamos por el desarrollo empresarial como por la Liga 23 de septiembre. Personajes y sucesos, con luces y sombras (que en buena medida dependen del cristal con que uno lo mire, o la perspectiva desde donde se coloque) que han alterado la realidad que hoy nos toca transitar.

El maestro Eric Hobsbawm advertía con agudeza que la juventud de este siglo ha crecido en una suerte de presente permanente que carece de cualquier relación orgánica con el pasado público de los tiempos que viven. De ahí, decía, que la labor de los historiadores más esencial que nunca, pues su trabajo es recordar lo que otros olvidan. Es lugar común escuchar la queja de la “corta memoria” de “la gente” como amasijo abstracto.

La memoria colectiva, el pasado público implica compromiso, el más elemental: el interés por quiénes somos, dónde estamos y dónde queremos ir como comunidad. Implica acción: interés de saber y reflexionar. A Funes le dolía la memoria, pues “discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad”. No es cosa fácil asomarse a nuestro pasado público, pero es vital: ¿cómo saber que no hay mal que dure cien años, si no podemos recordar lo que ocurrió hace diez?

Mereces lo que sueñas

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Hoy todos se burlan de las libretas de la esposa de Javier Duarte, sin embargo, la práctica de anotar compulsivamente un deseo buscando obtener una respuesta  del universo o de cualquier otra fuerza invisible y misteriosamente servil, es bastante común.

Libros, documentales, cursos, retiros, conferencias y un largo etcétera, nos ofrecen rutas mágicas, absurdas y exprés para alcanzar nuestras metas o sueños. No son pocos los patrones que han transmitido estas ideas a sus trabajadores creyendo que les están haciendo un bien.

En la búsqueda de concretar nuestros objetivos, hay múltiples factores que no dependen de nosotros y lidiar con esa incertidumbre es tan incómodo que la esperanza llana y simple no logra calmarnos; si no aprendemos a vivir con esas dudas, la desesperación nos puede hacer recurrir a las estupideces más grandes y ejemplos, tristemente, hay muchísimos.




Pero más allá de creer en absurdos, estas prácticas nos pueden llegar a convencer de que lo que tenemos es merecido, de que fue puesto frente a nosotros como una “señal” de alguna enigmática energía profundamente interesada en nuestros caprichos.

Asimismo, consideremos que el ser humano tiende a justificar sus conductas, por más espantosas que sean. Pensemos en Jorge Videla muriendo convencido de que su dictadura no cometió excesos y mantuvo el orden, situación idéntica a la de Francisco Franco o similar a la de Gustavo Díaz Ordaz, quien dijo sentirse orgulloso de lo ocurrido en Tlatelolco en 1968.

Combinemos las ideas de los dos párrafos anteriores:

El cinismo sea quizá la forma en que estas personas sobreviven a sus propias atrocidades y las ideas mágicas se presentan como una herramienta invaluable para ello.

Tal vez entonces, la familia Duarte crea que su abundancia es consecuencia de haber escrito sus deseos en un pedazo de papel y no de conductas ilícitas.

Que las quimioterapias falsas fueron en realidad una oportunidad cósmica para obtener ganancias a costa de niños enfermos de cáncer. Que las empresas fantasmas eran estrategias místicas para concretar las respuestas del universo. Que la desaparición de periodistas fue simplemente la eliminación de obstáculos siderales que se entrometían de forma incómoda con el gran plan de materializar los antojos del entonces gobernador.




Porque todo lo repugnante se puede justificar si se parte de una óptica desvergonzada y fantasiosa.

Las libretas no hacen sino mostrarnos los alcances de estas conductas inútiles, disparatadas y nacidas del pensamiento mágico: aprovecho las oportunidades, sean cuáles sean y merezco lo que tengo, haya llegado cómo haya llegado.

No arrebato, el universo me regala.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

 

 

Dimes y Diretes: “Sí al #Jitomatazo”

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Durante las recientes semanas ha sonado mucho en redes sociales la propuesta de tirarle jitomates a los diputados federales de México que hayan recibido el bono navideño y no lo devuelvan.

El ex City Manager de la Delegación Miguel Hidalgo, Arne aus den Ruthen, es el impulsador del #Jitomatazo, y aunque ha sido duramente criticado, yo coincido con el mismo.

César Camacho, diputado federal plurinominal y miembro del afamado Grupo Atlacomulco (mismo al que pertenece nuestro querido Presidente), fue la primera víctima del #Jitomatazo.

El ex gobernador del Estado de México ya hizo una denuncia penal contra Arne y todos los que resulten responsables de aventarle jitomates y arruinarle su traje (muy probablemente de marca). Aquí es donde yo me pregunto, ¿y nosotros cómo los denunciamos a ellos por ratas?

La realidad es esta: cada diputado federal nos cuesta alrededor de un millón de pesos mensualmente. También no tiene progenitora que a pesar de la crisis económica por la que pasa el país, los diputados se hayan otorgado millones de pesos en bonos navideños (cada diputado recibió alrededor de entre 500 mil a 700 mil pesos). ¿Ahora salen que por unos jitomatazos van a lloriquear?

Los diputados del PRI y su Presidente Nacional, Enrique Ochoa, piden que no haya violencia, pero ¿cuántas veces el PRI ha incitado a la violencia? Es más, ¿cuántas matanzas han sido hechas por gente afiliada al PRI?




Ahí, le va un recuento: Tlatelolco (1968), La Masacre del Jueves de Corpus (1971), las ejecuciones extrajudiciales en Tanhuato (2015), los periodistas asesinados durante los sexenios de varios gobernadores, sobresaliendo Javier Duarte.

Ya que estamos con Javier “Ñoño” Duarte, los 9 niños que murieron de cáncer fue porque el tratamiento era patito, pura agua. Después de todo esto, ¿neta los priistas se quejan por unos jitomates? Denle gracias a Dios que no les avientan piedras y que realmente el hartazgo social no se ha desbordado por completo.

Para mí ni los jitomatazos, ni el pañalazo que se avecina son actos de violencia. Son acciones que demuestran el hartazgo social que comienza a crecer en México, en esta clase política, que en su mayoría se ha encargado de desfalcar al país.

Por lo tanto, yo digo, que adelante con los jitomatazos, hasta que los diputados federales devuelvan el bono navideño y cumplan con su trabajo. Y yo no lo dejaría en los diputados federales, también a cualquier político corrupto en México.




¡Ahí Se Leen!

P.D. Aventar jitomates no es un delito penal, es una falta administrativa por vejaciones, por lo tanto no amerita cárcel.

Ni perdono ni olvido: a dos años de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa

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México es, probablemente, uno de los países con el mayor número de heridas abiertas infringidas por su propio gobierno; Tlatelolco, Acteal, Aguas Blancas o Atenco, nos demuestran que la brutalidad es y sigue siendo el arma predilecta del estado para mantener bajo control a la población. El caso más reciente de ello es Ayotzinapa, caso que, como todos los previamente mencionados, sigue sin aclararse.

Ya han pasado dos años desde aquella desaparición forzada por parte del estado, la cual llegó a abrir los ojos de los jóvenes más alejados de la realidad social. Mediante marchas, concentraciones, mítines y eventos artísticos, la juventud de México mostró un espíritu de lucha y una solidaridad, que llevaba tiempo de no verse.

Igualmente, no solo estos se movilizaron, pues inclusive, adultos mayores formaron parte de las filas de indignación hacia el estado por tal crimen de lesa humanidad. Tal espíritu de unidad y de lucha soportó el mayor cinismo del gobierno, el cual no hizo más que fortalecer esta unidad al hacer declaraciones exentas de toda consideración, como las hechas por Murillo Karam, con su famoso “ya me cansé”.

Desde el norte hasta tierra caliente, todo mexicano y extranjero que estuviera al tanto de lo que sucedía, podía presenciar cómo iba tomando forma un movimiento similar al de los estudiantes de los 60’. El presenciar a diversas generaciones juntas bajo la consigna de “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, llegó a llenar de esperanza a muchísimos que llevaban tiempo en la lucha por un mejor.

Hoy, tras estos dos años cumplidos de la desaparición forzada de los normalistas, no puede negarse que, lamentablemente, el movimiento no tiene la misma cantidad de personas que poseía en el año anterior.

No obstante, a pesar de disminución del número de integrantes de tal movimiento, la fuerza de voluntad se mantiene, y será esa fuerza la que habrá de brindar justicia y que hará relucir la verdad. A su vez, será esta unidad del pueblo, la que traerá una dignidad que tanto le falta a este mismo, para que pueda ser visto como lo que realmente es: la autoridad verdadera, de la cual proviene el poder.

Podrá actualmente, haber una oscuridad que desanima a aquellos que antes marchaban rumbo a la obtención de respuestas y al descubrimiento de la verdad, podrá seguir el gobierno con su nula respuesta respecto al esclarecimiento de lo ocurrido y de su responsabilidad con esto mismo; pero a su vez, seguirán luchando los mexicanos para lograr el México que merecen, y saber de unas vez por todas que les ocurrió a sus hermanos aún desaparecidos.

Este es un camino difícil, pero es el único camino que vale la pena recorrer, sin importar los riesgos que se presenten, pues este camino es el mismo que trazaron nuestros héroes que nos dieron patria, y que ahora nosotros llevamos. Morelos, Victoria y Madero están en nuestra memoria y en nuestras acciones y en nuestra sangre, pues el espíritu de lucha es algo que comparte, todo México.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

¿Ocupa “dientes” la CNDH?

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No es ningún secreto que nuestro país tiene, desde hace varias décadas, una crisis en lo concerniente al respeto de los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Eventos como la matanza de Tlatelolco, Acteal, Ayotzinapa, y más recientemente, Nochixtlán, corroboran el latente problema que hoy se vive, el cual es causado en numerosas ocasiones por las mismas autoridades (nótese que, en todos los casos mencionados, existen supuestos de la participación de funcionarios públicos, además de las sospechas de intervención policial y militar).

Por otra parte, ¿qué medidas ha llevado a cabo el gobierno para solucionar esta evidente crisis? Desde hace tiempo, México se ha incorporado a organismos internacionales que velan por la protección a los derechos humanos, tales como la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos), o bien, el CDH (Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas).

Dichos organismos han señalado, en más de una ocasión, la falta de consideración que se tiene en torno al aseguramiento de los derechos fundamentales para con su población; ¿cuáles han sido las repercusiones de la integración de México a estas agrupaciones internacionales?

Si bien cabe destacar que, desde que México comenzó a fungir como miembro de diversos grupos de cooperación para el resguardo y protección de las antes llamadas garantías individuales, este ha tenido que darle una mayor ponderación a las mismas, así como aceptar la intervención de aquellos grupos, en casos que han causado gran difusión mediática, el problema no ha logrado disminuir más que de forma tenue.

A pesar de este supuesto “compromiso” para mejorar la defensa de nuestros derechos por medio de la subscripción antes dictada, los ataques y la represión continúan formando parte de la vida diaria de los mexicanos, sin importar si estos tienen como profesión el periodismo (México es calificado como el país con mayor riesgo para tal empresa), o si son maestros o aspirantes a los mismos (previamente mencionado de Ayotzinapa), o bien si son campesinos (San Quintín).

Ahora bien, ¿qué es lo que falta hacer para mejorar esta situación y garantizarle la dignidad y la existencia a cada miembro de la nación? Lo primero que habría que hacer es, reforzar nuestras instituciones antes de estar firmando acuerdos que sabemos, no vamos a cumplir; actualmente tenemos instituciones como la CNDH, la cual tiene por objeto la defensa de derechos humanos. No obstante, ¿cómo es posible que esta misma pueda defender nuestros derechos si su función se encuentra limitada a la “emisión de recomendaciones”?

Es preocupante observar casos, como lo ocurrido en Veracruz, donde pudimos ser testigos de una abierta represión hacia el periodismo y hacia todo aquel que se opusiera al gobernador, Javier Duarte, en donde las recomendaciones del organismo mencionado no trascendieron, a lo mucho, a un “jalón de orejas”.

Si en verdad queremos mejorar esta deplorable situación por la que pasamos, si en verdad queremos construir una nación más prospera y garantista de derechos, deberíamos empezar por darle “dientes” a nuestras instituciones protectoras de derechos fundamentales.

¿Cómo empezar con dicho cambio? Con algo tan simple como hacer de carácter vinculatorio (obligatorio) aquellas “recomendaciones” de la CNDH, para que así el poder judicial se encuentre obligado a investigar a los servidores públicos que la comisión ha señalado como posibles responsables de violaciones hacía los derechos reconocidos en la carta magna.

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Hoy, mi corazón está en el sur

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“Este recuerdo último era el nuestro y ahora yo lo sabía: en mitad de este invierno, venía a saber que en mí, había un verano invencible.”
Albert Camus

Soy del norte, pero hoy mi corazón está en el sur, junto al de los maestros que ejercían sus derechos constitucionales de movilización y expresión de ideas que fueron reprimidos, junto al de las familias de las víctimas de aquellos actos del gobierno contrarios a todo ideal de democracia y libertad. Mi corazón se encuentra también con aquellos heridos, sean manifestantes o policías dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir con unas cuantas monedas. Se encuentra además, con los que toda su vida han presenciado la escasez, con los que nos han dado catedra de cómo hacer la revolución y también con los que sufren el abuso de la clase política. Hoy, al estar en el norte y tener mi corazón en el sur, he decidido, por primera vez, apoyar a los maestros que levantan su voz contra la reforma educativa.

Hoy, al estar en el norte y tener mi corazón en el sur, he decidido, por primera vez, apoyar a los maestros que levantan su voz contra la reforma educativa.

Y sí, yo deseo un cambio en el sistema educativo de las escuelas públicas, por eso mismo es que no puedo tolerar, que se nos engañe con esta reforma que solo busca modificar los derechos laborales de los docentes, y que no modifica los programas educativos en lo absoluto. Quiero un cambio en el que el gobierno cumpla su obligación de dialogar con los ciudadanos (en los que reside la soberanía popular), y en donde no se recurra a la fuerza bruta para legitimar una iniciativa de ley. Sé que dicha empresa no será sencilla, pero si no se actúa ahora, las repercusiones recaerán sobre las generaciones futuras, las cuales sabrán que la imposibilidad de ejercer sus derechos habrá de ser un reflejo de nuestra pasividad ante los problemas que nos aquejaron.

Por otra parte, sobran ejemplos de masacres que han dejado cicatrices en los corazones de cada mexicano: Tlatelolco, Acteal, Atenco, Ayotzinapa, y más recientemente, Oaxaca. Si hay un pueblo que ha sufrido suficiente, es el nuestro. Asimismo, si hay un pueblo que ha sabido plantar cara a la injusticia, es el pueblo de México; sea a través de los campesinos comandados por Zapata, por los liberales encabezados por Juárez o por los movimientos estudiantiles de los 60’, como mexicanos no hemos dejado de poner el ejemplo en lo que valentía se refiere.

Asimismo, si hay un pueblo que ha sabido plantar cara a la injusticia, es el pueblo de México; sea a través de los campesinos comandados por Zapata, por los liberales encabezados por Juárez o por los movimientos estudiantiles de los 60’, como mexicanos no hemos dejado de poner el ejemplo en lo que valentía se refiere.

Estos ejemplos no deberían de verse como hechos aislados, como acciones emprendidas por personas fuera de lo común, sino todo lo contrario: deben verse como acciones llevadas a cabo por gente normal. ¿Por qué? Porque la valentía es algo característico de nuestra gente. Está en la sangre de cada uno aquel coraje, aquel amor por la nación que nos lleva a entregarnos a los ideales más altos. Si muchos no lo hemos puesto en práctica, habrá de ser por el olvido. Sin embargo, sólo basta con recordar quienes somos y mirar un poco a nuestro pasado, para entender el hecho de que hoy contamos con un espíritu invencible que puede llevarnos a tener días mejores, en los cuales se viva un auténtico estado de derecho. Hoy, mi corazón está en el sur, y con ello, habré de llegar hasta él, por medio de mis acciones. Finalmente, cuando llegue hasta él, daré gracias a la gente del sur, por ayudarme a abrir los ojos, por hacerme recordar que soy mexicano.

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Jorge y Javier: hacia 2190 días de lucha

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“La verdad, por más que se oculte, no dejará de ser verdad, y la mentira, por más que se propague, seguirá siendo mentira”-Mahatma Gandhi

Están por cumplirse 6 años del suceso en el que dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, Jorge y Javier, fueron abatidos por miembros del ejército. Para los padres, habrán de cumplirse seis años de lucha ininterrumpida en los que han tenido que plantar cara a la falta de respuesta de las autoridades correspondientes; para otros, habrán de cumplirse seis años de esfuerzos por enterrar la verdad y cultivar la mentira entre los ciudadanos con el fin de justificar lo ocurrido. Finalmente, para muchos de nosotros se van a cumplir 6 años en los que abrimos nuestro corazón y nos dimos cuenta de la clara ineficiencia de usar la fuerza bruta para combatir un problema que solo podrá ser solucionado apelando a la razón y no al instinto.

al estar por cumplirse 6 años de este homicidio… nos queda claro a varios de nosotros, que solo la unidad entre la sociedad va a ser la que nos ayude a traer al país un estado de derecho verdadero, en el que la justicia no intente ser enterrada por quienes están encargados de administrarla, en donde no se incrimine a quien sufre un delito ni los servidores públicos huyan de sus responsabilidades.

Asimismo, cada año cumplido se ha observado cómo los estudiantes, los amigos, así como los padres de Jorge y Javier dan testimonio de fortaleza ante una de las más grandes luchas que los mexicanos hemos vivido desde que, vaya la redundancia, tenemos memoria: la lucha contra el olvido sistemático. Estoy seguro que este último concepto no sorprende al lector, pues se trata de uno de los mayores obstáculos que todo movimiento que exige la impartición de justicia, afronta. De la matanza de Tlatelolco al suceso de Acteal, de Atenco a Ayotzinapa, son claros los ejemplos, no solo de patrones similares en cuanto a los abusos de autoridad, sino también en cuanto a los muros gubernamentales concebidos como una clara (desde mi punto de vista, recalco) ineficiencia voluntaria y un encubrimiento aparente de, al menos una parte del estado, al momento de brindar justicia y resolver de manera pronta y expedita tales eventos.

Para los padres, habrán de cumplirse seis años de lucha ininterrumpida en los que han tenido que plantar cara a la falta de respuesta de las autoridades correspondientes; para otros, habrán de cumplirse seis años de esfuerzos por enterrar la verdad y cultivar la mentira entre los ciudadanos con el fin de justificar lo ocurrido.

Ahondando en lo anterior, parece no existir ni vergüenza ni honor entre algunos cuerpos pertenecientes al sector gubernamental. Al observar el uso de tácticas como el colocar armas de fuego en los estudiantes del Tecnológico de Monterrey abatidos con el fin de justificar su ataque, así como apreciar en un momento, la afirmación de estar vinculados los normalistas desaparecidos de Iguala al crimen organizado con el fin de desacreditar, frente a la sociedad, su estatus de víctimas de desaparición forzada; me atrevo a asegurar que mientras tengamos esta clase de personas dentro del gobierno no podremos conseguir un México mejor para las futuras generaciones, y mucho menos vamos a lograr resolver el problema del crimen organizado, el cual aún acecha a nuestra nación.

Por otra parte, al estar por cumplirse 6 años de este homicidio perpetrado por agentes gubernamentales, nos queda claro a varios de nosotros, que solo la unidad entre la sociedad va a ser la que nos ayude a traer al país un estado de derecho verdadero, en el que la justicia no intente ser enterrada por quienes están encargados de administrarla, en donde no se incrimine a quien sufre un delito ni los servidores públicos huyan de sus responsabilidades. Dicho en otras palabras, solo la unidad social podrá hacer que tengamos una nación que los mexicanos que dieron su vida en la revolución y la independencia soñaron: un México que sea, tal como como su definición dicta, un “ombligo de la luna” en su máxima extensión de la palabra.

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