Es realmente increíble la facilidad que tiene el mexicano para enojarse, indignarse o resignarse cada semana con un sin número de sucesos que marcan la pauta para el ‘decrecimiento’ de las esperanzas en nuestro país.
Desde la mal votada Ley 3 de 3 que sufrió una rasurada importante por los Senadores y Diputados del PRI que decidieron darle la espalda a más de 630 mil ciudadanos (a los cuales deben su sueldo y su carrera) hasta la humillante actuación de la selección mexicana de fútbol en la Copa América, considerando que somos un país fanático de este deporte.
El mexicano promedio tiene verdaderas razones para sentirse decepcionado, enojado y frustrado. Recibe uno de los salarios mínimos más bajos del mundo por lo cual tiene que trabajar prolongadas jornadas laborales; convive con niveles de corrupción e inseguridad realmente altos e incluso vive en una sociedad donde la discriminación y el lenguaje despectivo son el pan de cada día.
El mexicano promedio tiene verdaderas razones para sentirse decepcionado, enojado y frustrado. Recibe uno de los salarios mínimos más bajos del mundo por lo cual tiene que trabajar prolongadas jornadas laborales; convive con niveles de corrupción e inseguridad realmente altos e incluso vive en una sociedad donde la discriminación y el lenguaje despectivo son el pan de cada día.
México es el país de las etiquetas: el gordo, el flaco, el joto, el pobre, la puta, la fea, la mantenida y demás calificativos sin un gramo de sensibilidad. Aunque nuestra constitución lo demande, no hay verdadera libertad de expresión. La comunidad LGBT sufre una de las épocas más difíciles en el mundo con masacres como la de Orlando o los asesinatos en Veracruz, ¿dónde está la libertad?
Somos un país hipócritamente religioso, y digo hipócritamente porque para nuestra cultura la religión sirve para limpiar nuestra mente los domingos de todos los “pecados” que cometemos el resto de la semana, ah, y para castigar y señalar a los impuros que se alejan del camino de Dios.
Mientras mantenemos los peores índices de seguridad los policías a su vez son de los que más tememos; aún con un rezago educativo preocupante y un analfabetismo en crecimiento, nuestros maestros se encuentran en las calles luchando por sus intereses sindicales mientras son reprimidos por el gobierno.
Somos un país hipócritamente religioso, y digo hipócritamente porque para nuestra cultura la religión sirve para limpiar nuestra mente los domingos de todos los “pecados” que cometemos el resto de la semana, ah, y para castigar y señalar a los impuros que se alejan del camino de Dios.
Sin olvidar que hasta hace poco vivimos una de las peores masacres a los normalistas de Ayotzinapa, los coches bomba y el narcotráfico en Tamaulipas, los fraudes millonarios de empresarios y políticos sin olvidar las casas blancas y los contratos multimillonarios a KIA.
Hoy, como ayer y mañana, la única posibilidad de cambiar la realidad de nuestro país es en base al trabajo de los ciudadanos, a las iniciativas sociales, al castigo participando en las urnas y a la transformación de nuestro propio entorno. A México solo lo salvamos los mexicanos de a pie, los que día a día sufrimos y soportamos un país en llamas.
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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”