Una vez más fuimos testigos de que las urnas fueron visitadas por votantes disgustados con la clase política tradicional y deseosos de ver un cambio radical en el status quo del gobierno. Sucedió con El Bronco, el Brexit y ahora con Donald Trump por nombrar sólo tres ejemplos. En lo personal creo que dos grandes temas se desprenden de estos hechos.
El primero es que la democracia quizá no funciona, siendo un sistema fallido que permite que gente sin conocimientos y movilizados por el sentimiento y no por la razón lleven al poder hasta al más incompetente.
Segundo, que la gente en todo el mundo está harta de sus gobernantes, que en algunos casos representan la corrupción del poder y el dinero y el abuso de funciones, en todos los niveles y en diferentes alcances.
Atribuyamos la culpa a los millenials, a los rebeldes, a los insurrectos. No importa, los ciudadanos están exigiendo un cambio a los gobernantes y su manera de gobernar. Tal vez es que el sistema de gobernanza debe renovarse y escuchar más de cerca las necesidades de un electorado cada vez más involucrado en las decisiones del sector público y sobre todo cada vez más críticos, con conocimiento o desde la ignorancia, de los resultados de dichas decisiones.
Sin importar si es Nuevo León, la Unión Europea o el país más poderoso del mundo, los gobernados mandan un mensaje que diverge del tradicionalismo y el conservadurismo, al cual sería necio no hacer caso. Como en los negocios, no importa qué tan bueno es el producto sino qué tanto lo compra la gente, de esta forma, más allá de estar de acuerdo con los votantes o de darles la razón, la clase política debe hacer caso a lo que la gente demanda.
También es prudente resaltar que comúnmente el ciudadano pide a sus gobernantes la probidad y virtud que él mismo no tiene. Como ciudadanos exigimos que los funcionarios públicos sean cuasi perfectos cuando nosotros mismos somos partícipes de la corrupción al dar mordida a un policía; del abuso cuando construimos una casa sin uso de suelo; de evasión cuando hacemos lo imposible por no pagar nuestros impuestos; y un sin número de casos más donde somos muy buenos para exigir pero malos para cumplir con nuestras obligaciones.
Toda proporción guardada y bajo el contexto adecuado, pero todos somos partes de la decadencia o avance de nuestro entorno.
Lo he mencionado antes y lo reafirmo ahora, la clase política debe reinventarse, los servidores públicos debemos prestar mayor atención a la coyuntura actual y transformar la forma de ejercer el gobierno de un municipio, de un estado y sobre todo de un país.
El futuro del orden mundial dependerá de la capacidad de entrelazamiento de gobierno, sector privado y ciudadanos; de la cercanía de las necesidades de la gente y de las posibilidades de los gobiernos; y de la participación del empresario en la infraestructura pública.
Todo esto tomando como premisa que el crecimiento y desarrollo económicos son la directriz del estado de derecho y la principal variable del bienestar social. Sin embargo, tal vez lo anterior puede ser logrado con un sistema electoral distinto a la democracia. Como ejemplo, a pesar de que muchos resultarán ofendidos, el crecimiento económico de México en la época de Porfirio Díaz fue inaudita.
La modernización social y de infraestructura lograda en su mandato hizo que nuestro país se transformará de una nación rural a una con ciudades industriales con servicios públicos y trabajo para todos.
La democracia permite que un gobernante llegue al poder con tan sólo 30% de los votos del electorado, tal y como sucedió en 2012 con el triunfo de Enrique Peña Nieto, cuya aprobación es cada vez menor. Si bien en 2015 las elecciones de Nuevo León dieron el triunfo a Jaime Rodríguez con 50% de los votos, a un año de su paralizada gobernanza la gente se empieza a dar cuenta, afortunadamente, de la inmensa incompetencia de su administración.
Ahora con Donald Trump como Presidente, no sólo Estados Unidos, sino el mundo entero está a la espera de sus acciones y de los efectos que su victoria traerá. El futuro inmediato de la economía y política mundiales depende, para bien y para mal, de lo que suceda en el país americano. ¿Le damos al President Trump el beneficio de la duda?
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