Odio es odio: Por el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia

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Hace unos siete años, mi mamá salió del closet conmigo, o al menos así lo sentí porque me dijo que se convertiría en Testigo de Jehová y me horroricé. Mi reacción fue inmadura y estúpida: sentí mucha impotencia, coraje y mucho miedo. Traicioné todo lo que ella con tanto esfuerzo trató de inculcarme.

En cuanto a mí, yo no salí del clóset. Mi madre -ahora una estudiosa Testigo de Jehová- me sacó. Hace unos 12 años, encontró unos mensajes de texto que yo había enviado a mi entonces novio del celular de mi papá y que olvidé borrar. Cuando mi mamá los leyó, me confrontó con cariño y complicidad. Yo llegué a la casa después de un día normal en la prepa y ella me recibió para meterme directito a mi cuarto, impaciente y podría decirse que hasta frívola. Yo juraba que tenía el chisme del siglo y no podía esperar para contármelo… El chisme resulté ser yo.

Me preguntó si Fulanito De Tal era mi novio y le dije que sí. Y ella soltó un gritito de sorpresa y emoción. Estoy seguro de que, a pesar de expresar esa emoción y su apoyo incondicional, le preocupaba lo que me esperaba y temía a todo lo que me tendría que enfrentar.

En cambio, cuando ella me confió la decisión que había tomado respecto a su fe, yo fui una persona despreciable. Probando una vez más que ella siempre será mejor persona que yo. Sólo pensaba en mí; en lo que ella pensaría de mí cuando se involucrara de lleno en esa religión, en lo que le dirían de mí, en que cambiara su opinión o su amor por mí. Como a muchas personas, no me caían nada bien los Testigos. Los veía como personas enfadosas, radicales e intolerantes. Nunca les abría la puerta y si me abordaban en la calle les pedía que no me molestaran. No concebía que una persona tan importante para mí, pasara a formar parte de ellos. (Me comporté y pensé como un típico padre homofóbico.)

Quitemos algo del camino: los Testigos sí rechazan las prácticas de la homosexualidad. No nos aceptan plenamente en su religión, maceran en sus estudios la equidad de género, y coinciden con la Iglesia Católica en su concepto de familia, matrimonio y derechos de las mujeres. También son un sistema principalmente machista y opresor. Sí creen ser los mejores defensores de la verdad en la biblia y efectivamente, pueden ser radicales en su interpretación de los textos bíblicos, rechazando doctrinas, prácticas, tradiciones o hábitos que otras religiones cristianas dejaron de interpretar tan estrictamente (la Trinidad, celebración de cumpleaños, transfusiones sanguíneas, adoración de santos, el clero, la cruz, etc.). También es cierto que un Testigo conoce mejor los textos y enseñanzas de la biblia que cien católicos o cristianos juntitos y soplándose las respuestas. Pero ellos no organizan marchas para exigir que se despoje a otros de sus derechos. Nunca en su historia lo han hecho, y por sus más elementales creencias y enseñanzas, nunca lo harán.

Descubrí que no son lo que muchos pensamos. Que lo que sabemos de ellos suena mucho más radical de como son en realidad. Que al igual que en todas las religiones, los hay muy conservadores y otros un tanto liberales. Son disciplinados, amables, respetuosos y a su modo, pachangueros.

Pero, ¿por qué se me ocurriría hablar de mi madre y los Testigos por el Día Internacional contra la Homofobia?

Porque tanto la comunidad religiosa a la que pertenece mi madre, como la comunidad de diversidad sexual a la que pertenezco yo, sufrimos discriminación y persecución. En diferentes manifestaciones y formas. Pero es discriminación y persecución. Así como intentamos gritarle al mundo que AMOR ES AMOR, tenemos que entender que ODIO ES ODIO. De cualquier forma en la que se exprese y de cualquier manera en la que se manifieste.

En la comunidad LGBT también sabemos odiar: A los que se visten de una u otra forma, a los que “jotean”, a los que no, a los sexualmente extrovertidos, a “las musculocas”, a los afeminados, a los que travisten, a los que hacen drag, a los bisexuales, a las lesbianas que no usan vestidos, a las trans que llamamos “vestidas”. Odiamos a las y los gays religiosos, odiamos a los religiosos en general.

Y esto tiene que parar. Porque odio es odio.

El Frente por la Familia algún día tendrá que entenderlo, lo que hacen es una forma de manifestar odio y discriminación. Por más que lo quieran disfrazar, por más que lo quieran esconder.

Los Testigos de Jehová han sido perseguidos casi en las mismas épocas y casi en los mismos países en los que han sido perseguidos hombres y mujeres gay (Alemania Nazi, la Unión Soviética Estalinista, el régimen Castrista, el Oriente Medio, y un largo etcétera).

Hoy, en Chechenia, autoridades están despareciendo, torturando y deteniendo a hombres que sospechan homosexuales. Los torturan, los concentran en cárceles, los golpean y hasta los matan. Los primeros reportes de esta persecución surgieron este pasado abril y tenemos que alzar la voz también por ellos, aunque nos queden lejos.

También en abril, el gobierno ruso oficializó la persecución de los Testigos de Jehová -algo a lo que casi nadie le prestó atención- a través de un juicio promovido por el Ministro de Justicia, declarándolos como un grupo extremista, poniéndolos a la par de militantes de Al Qaeda o el Estado Islámico, vulnerando la libertad y los derechos de quienes profesan esa fe. Esta persecución que hasta ahora retomó este vuelco tan radical, lleva ya muchos años, al igual que la persecución a la comunidad LGBT en la Federación Rusa. Odio es odio.

El 17 de mayo se conmemora el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia. Persiste una importante lucha para lograr plenitud de derechos para todas las personas y para todos los tipos de familias. Una batalla para lograr que ninguna persona tenga miedo de ser quien es y que pueda vivir su preferencia, orientación sexual o su identidad de género en libertad y plenitud.

Estos días son importantes porque las niñas y los niños LGBT merecen ir a la escuela sin miedo. Merecen crecer sin miedo de que los vayan a matar. Ya que en el México de hoy, eso sucede, y sucede todo el tiempo. En México, 7 de cada 10 niños han sufrido discriminación en su escuela por su identidad de género, preferencia u orientación sexual (CEAV, “Investigación Sobre Atención A Personas Lesbianas, Gays, Bisexuales Y Trans En México”, 2016). México es el segundo lugar a nivel mundial en asesinatos de miembros de la comunidad LGBT.

Hasta el 2015, en México se habían cometido más de 1,300 homicidios contra miembros de la comunidad LGBT. (Letra S, antes la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia, 2015). Y hay que considerar que, por cada uno de estos casos reportados, hay tres o cuatro que no se denuncian o que son incorrectamente categorizados en otros tipos de asesinatos.

Todos, sin importar nuestra edad, clase social, nuestra raza, sexo, identidad de género, orientación o preferencia sexual, religión, color o sabor, merecemos un mundo de libertad y plenitud de derechos.

Empecemos por lograr un país en el que se reconozca, se respete, se proteja y se valore la diversidad. Pues si algo nos une a todos es que todos somos diferentes.

#HojadeRuta: “72 años de V-E Day: Reflexiones para el mundo”

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¿Qué tan lejos está la guerra, el estruendo de la bomba, la quietud de cuerpos muertos? ¿Cuántas películas, libros y documentales después que nos acercan al gas letal y las playas de marea roja?

Esta semana se cumplieron 72 años de la rendición de la Alemania Nazi, el día 8 de mayo, conocido como el Día V-E, o de la victoria en Europa. La máxima guerra que ha conocido la humanidad: en muertes, en costo, en producción, en extensión, en romper la historia.

Las muertes derivadas del conflicto se estiman entre 50 y 85 millones de personas. Nunca habrá de saberse de cierto. Recuerdo que en la adolescencia solía pensar que era demasiado el material sobre la segunda guerra: de Casablanca al Soldado Ryan, las historias parecían inagotables. Pasa el tiempo y las ideas sobre uno y empieza a comprender cosas como la paradoja del máximo conocimiento y proezas técnicas del ser humano puestas al servicio de su propia destrucción. El odio ciego, inconmensurable que existe detrás de una creencia como la supremacía racial.

Caminé en silencio las playas de Normandía donde quedan como piezas arqueológicas los bunkers de batería anti aérea alemana que resistieron el desembarque aliado (la mayor operación marítima jamás intentada) como caparazones secos que no reciben más que el rumor de las olas.




Vi los gigantescos muelles flotantes donde fueron colocadas tropas, tanques, armas y vehículos; mismos que hoy están encallados a unos metros de la playa, como esqueletos de bestias innombrables. Alguna vez escuché los solemnes lamentos desde el anillo roto que conmemora los 900 días y 900 noches del cerco de Leningrado, donde las fuerzas nazis aprisionaron a una ciudad entera por casi tres años que en medio del frío más crudo sufrieron de hambre y la violencia a escalas casi imposibles de imaginar.

Decía el gran Eric Hobsbawm -considerado por muchos como el más sabio historiador del siglo XX- que hay un grave riesgo en perder la conexión con el pasado público: ese que está compuesto por los sucesos que moldearon la realidad que hoy nos toca transitar, pues al vivir en una suerte de presente perpetuo, se corre el grave riesgo de olvidar las duras lecciones, incluso banalizarlas y caer en el mayor riesgo posible: el de creer desterrados los males y sombras que dieron pie al nefasto episodio.

Hoy que la ultra derecha despide tufos fascistas y avanza en distintas partes del globo; hoy que se acusa a una religión de ser inspiración y causa de terrorismo; hoy que el racismo y xenofobia muestran que estuvieron guardados por largo tiempo y vuelven como Pedro Páramo, siendo rencores vivos; hoy es de vital importancia comprender que múltiples riesgos acechan, y que solo pueden ser contrarrestados con fuertes dosis de humanismo, tanto en las ideas, como en la realidad de los millones y millones que viven en precariedad, o que sienten perdida la bonanza que alguna vez conocieron.

Decía Asimov que la única guerra que la humanidad puede permitirse es aquella contra su propia extinción, por lo que hoy habrá que luchar contra el hambre, la injusticia, la violencia, la intolerancia, el racismo, la desigualdad, la miseria, la discriminación. Ahí está la batalla que nos toca.




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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

 

Cuando se justifica el odiar

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El pasado domingo nos despertamos con una horrible noticia, Omar Siddique Mateen, decidió acabar con la vida de al menos 50 personas, y dejar heridas a otras 53, en un club nocturno de Orlando, Florida. Lamentablemente ha quedado registrado en la memoria y la historia como el peor tiroteo múltiple en Estados Unidos.

¿La razón? Aún no se ha podido aclarar. El Presidente Barack Obama manifestó que se trato de un “acto terrorista y de odio”, el Estado Islámico se atribuyó el hecho, y la comunidad LGBTI, protestó que era un crimen innegable de odio por homofobia. Yo pienso que, claro que es un crimen de odio por homofobia específicamente por la comunidad que se decidió atacar, así como terrorista por las secuelas y consecuencias que dejó a su paso.

Creo que después de leer un poco, conocer otro tanto y debatir hasta el cansancio, he descubierto: lo que nos ha matado como sociedad y humanidad, es querer imponer nuestras ideas sobre las de los demás; “lo que a mi me enseñaron es lo correcto”, suelen decir, pero nunca cuestionar. Es cierto, cada persona tendrá sus ideologías, creencias, costumbres, tradiciones, en fin su propia forma de ver el mundo. Pero es no nos exime de la responsabilidad de observar y ser empáticos con el mundo de los demás.

Descubrir que existen otras cosas además de nuestro contexto y situación.

Creo que después de leer un poco, conocer otro tanto y debatir hasta el cansancio, he descubierto: lo que nos ha matado como sociedad y humanidad, es querer imponer nuestras ideas sobre las de los demás; “lo que a mi me enseñaron es lo correcto”, suelen decir, pero nunca cuestionar.

La homofobia y transfobia, son una realidad, puede ser cierto, que muchas personas por más que estén en desacuerdo con algo o alguien, no llegan a materializar su odio tratando de acabar a un grupo social, ¿pero qué pasa con los que si?.

En la historia, la discriminación, ha dejado centenares de cuerpos tirados, a miles de familias destrozadas y a grupos sociales destruidos. En nuestras clases de historia, nos enseñaron a condenar los actos reprochables e inhumanos de Hitler en la Alemania Nazi, hacía los judíos; sentenciar la historia de represión, discriminación y racismo con las personas afrodescendientes en Estados Unidos; recordar los años del apartheid como uno de los peores episodios, y a indignarnos por la denegación de los derechos civiles y políticos de las mujeres. Basándose, en el terrible daño que nos había hecho como humanidad, y sobre todo recalcando el valor y la dignidad que tiene cada persona. Pero ahora digo yo, ¿cuándo nos enseñaran qué no respetar las diferencias y el amor sin importar el género, también nos destruye como sociedad?.

En la historia, la discriminación, ha dejado centenares de cuerpos tirados, a miles de familias destrozadas y a grupos sociales destruidos.

¿En qué momento vamos aprender que odiar esta mal? y ¿hasta cuándo vamos a dejar de justificar el odio? Hoy por hoy, existen una infinidad de grupos que han decidido oponerse al matrimonio homosexual, a la adopción, y sobre todo han realizado actos tajantes a la segregación e invisibilización de la comunidad LGBTI, tachándola de antinatural, rara, y en algunas ocasiones señalándola como “gente chiflada”. ¿Cómo se sentirían si les prohibieran el amor y la felicidad?

Ustedes se preguntaran ¿qué tiene que ver la matanza del domingo pasado con el matrimonio y la adopción? Pues yo creo que todo tiene conexión, el no reconocer derechos fundamentales a un grupo de la sociedad, los deja apartados de la misma y además los coloca inmediatamente en una situación de discriminación ante los demás. Los grupos opositores infunden y generan odio, alegan y defienden una supuesta normalidad. Me tocó leer opiniones en donde manifiestan: “lamentamos muchísimo la muerte de las personas en el bar y todo acto de violencia”, sin embargo, en ningún momento se aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni las conductas sexuales, pues son tachadas de desviadas y antinaturales. Determinar que una persona es anormal, el negarle ser feliz, simplemente por no ser igual a ti, ¿eso no es el primer paso para crear e infundir odio?

Ustedes se preguntaran ¿qué tiene que ver la matanza del domingo pasado con el matrimonio y la adopción? Pues yo creo que todo tiene conexión, el no reconocer derechos fundamentales a un grupo de la sociedad, los deja apartados de la misma y además los coloca inmediatamente en una situación de discriminación ante los demás.

Algunas veces las formas más simples de discriminación terminan siendo las más profundas y mortales, sino recordemos las palabras de la profesora Erin Gruwell cuando describió el dibujo de uno de sus alumnos, en el cual se burlaba de un compañero por sus facciones raciales: “Una vez vi una foto como esta en un museo. Sólo que no era un hombre negro, era un judío. Y en lugar de grandes labios tenía una gran nariz, al igual que un rata. Pero no era un dibujo en particular, sino representaba a todos los judíos. Tú te haces cargo de tus barrios, ellos se hicieron cargo de los países ¿cómo? Simplemente exterminaron a los demás. Realizaron pruebas científicas en donde demostraban que los judíos y los negros eran más como animales, y como eran animales no importa si vivían y morían. De hecho, la vida sería mucho mejor si todos estaban muertos. Así fue como sucedió el holocausto.

A veces se puede llegar a creer que un dibujo no pasará a mayores consecuencias, el lenguaje despectivo y ofensivo que utilizamos, la denegación de ciertos derechos, pero no se percatan del mensaje que le están enviando a la sociedad. Cuando se está en contra de la violencia y discriminación, es en todas sus formas y presentaciones, aplica para toda las personas, sin antes pensar en su género, orientación o preferencia sexual. En vez de buscar que prevalezcan nuestras ideologías, debemos abrir la puerta a la diversidad y la oportunidad de que ambas puedan coexistir. Tenemos que dejar de buscar excusas para odiar y apartar, ya es hora de reconocer la humanidad en todos las personas.

Cuando se está en contra de la violencia y discriminación, es en todas sus formas y presentaciones, aplica para toda las personas, sin antes pensar en su género, orientación o preferencia sexual.

Alguna vez se creyó que los judíos, los afrodescendiente y las mujeres, no se les debía reconocer sus derechos, no los merecían, no eran normales, no eran personas. ¿Si los reconoces después qué van a querer?, argumentaban.

Seamos como Martin Luther King, y decidamos seguir al amor, ya que el odio es una carga demasiado pesada que soportar.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”