#HojaDeRuta: “Chamín ha tenido que partir”

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Algo más se va con Chamín que sus manos. 90 años después, deja una estela de sonidos inolvidables. Hubo una época en que los apodos elegantes de la farándula se quedaban en la memoria popular: “El Príncipe de la canción”, “El lujo de México”, “El charro cantor”. Chamín era “El requinto de México”.

Hace un año -quizá en su última entrevista larga- dijo a La Jornada que ya no veía a nadie llorar con una canción. Puso “Amor Eterno” de ejemplo, contando la anécdota de que Juanga no se la habría compuesto su mamá, sino a un lanchero de Acapulco que se ahogó después de una parranda. Quizá. Pero el público la volvió parte de su patrimonio sentimental para siempre, convirtiéndose en la elegía más bella de la música en español junto con la musicalización de Serrat del poema “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández.

Aunque no soy partidario de considerar la calidad con base a las épocas (quizá por mi resistencia al conservadurismo de pensar que todo pasado fue mejor), tampoco puede negarse que una época musical, un pedazo significativo de nuestra historia cultural y emocional, se ha venido desvaneciendo durante los últimos años con las partidas de figuras como Juan Gabriel, José José y ahora, Chamín Correa.

Chamín nunca tuvo las dimensiones de José José o Juan Gabriel, pero él siempre se asumió como una pieza de algo más grande: “Cada quien tenía su misión. Como yo, nadie tocaba la guitarra, pero yo no cantaba tan bonito como la primera voz y, no hacía canciones como Cantoral. En mi caso era el arreglista y Roberto, el autor”.

Sin Roberto Cantoral, jamás hubiese existido “La Barca”, un tema cumbre de la canción romántica mexicana, pero sin Chamín, no hubiese tenido ese requinto de apertura que está tatuado en todo bohemio y ha sobrevivido a décadas de versiones, desde la de los propios Tres Caballeros hasta la de Luis Miguel en “Romance” (donde, por supuesto, Chamín grabó el requinto).

El mayor beneficio que alguna vez obtuve de la privatización de Teléfonos de México fue que a alguna persona de alma bohemia se le ocurrió editar dos grandes obras: el libro “Recogiendo Poemas” de Jaime Sabines (con un maravilloso ensayito de Monsiváis titulado “Sabines al Poder” en el que relata el carácter popular del único poeta que la gente reconocía en la calle) y la otra fue el CD “Cuerdas, amor y guitarra” de Chamín correa, que en la portada y de su puño y letra, estampó “Juntos…con LADA”, el eslogan de llamadas de larga distancia que Telmex tenía allá por la mitad de los noventa.

El Disco Compacto (en ese entonces, el formato imponía con sus reflejos multicolor) estaba en casa de mi abuela y entre eso y que jamás le cambiaron a la AW (El lujo del gran radio) quedé atrapado por el bolero.

Romance, de Luis Miguel, vino a sellar para siempre mi fascinación por el bolero. Y ahí estaba Chamín. Y seguirá estando entre quienes hagamos vibrar una y otra vez sus arreglos, entre quienes creemos que hay pocas cosas tan lindas como llorar por una canción.

Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir.

#HojaDeRuta: “Caminantes Neumáticos”

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Vivimos en el centro y nos gusta caminar nuestro barrio, aunque no lo hagamos tanto como deberíamos ni sea sencillo hacerlo.

Esta tarde, la pandemia y la tormenta -es extraño escribir de calamidades ya con cierta familiaridad- vaciaron aún más las calles, combinándose silencio, relente y una luz tenue.

Recientes noches de verano fueron amenizadas por el rugir de motores, luces amarillas para prevenir a los despistados y el rumor de manos que a su paso dejan los caminos con oscura rigidez: el recarpeteo.

Sacude el contraste desde la escala humana: la renovación y recursos dedicados a la superficie de rodamiento contra las interminables grietas que presenta la superficie de “caminamiento”.

Agrede la diferencia en el estado de la infraestructura, pero agrede más la indiferencia hacia una idea de ciudad humana.

Uno de los principales depósitos de asfalto en el mundo es el Mar Muerto (Lago Asfaltites, le llamaban los antiguos griegos). El mismo asfalto que ya usaban los egipcios para sus momias, hoy lo usamos para seguir vendando a una ciudad en riesgo de ser momificada.

Dado que las calles y recursos favorecen abrumadoramente a los neumáticos, quizá habría que cambiar el argumento y recordar que nosotros, biomáquinas bípedas, también somos neumáticos, al menos atendiendo la definición de la palabra: lo que funciona con aire u otro gas. Caminantes a base de aire, eso somos.

No va a ser la destrucción la que nos convenza: el huracán Alex quebró la ciudad y la reconstruimos con los mismos paradigmas. Lo que tiene que deconstruirse es nuestra noción del valor público: ¿qué es lo que consideramos que mejora nuestras vidas en términos de salud, oportunidades, esparcimiento, felicidad? ¿Cómo pensamos nuestra relación con los demás y el medio ambiente? Y por tanto ¿en qué estamos invirtiendo los recursos que son de todos que por más recarpeteos, jorobas y desniveles que hacemos, la ciudad no mejora?.

La ciudad es un reflejo de quiénes hemos sido, pero no determina quiénes podemos ser. Esos pasos aún están por darse, preferentemente a pie o en bicicleta.

#HojaDeRuta: “El Balompié se cuece aparte”

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Defenderle no es necesario: existe, arrastra, apasiona. En los últimos días, la pelota se apropió de incontables páginas, pantallas, charlas y deseos. Se haya experimentado gusto, rechazo o indiferencia, nadie pudo escapar de la sombra del evento deportivo más importante en la historia de la ciudad.

En una época donde la cultura es consumo y la maquinaria depende de la insatisfacción permanente, hay momentos sublimes que escapan a cualquier factura: Valencia picando la caprichosa que hizo lenta y bella elipse hasta acariciar la red rival. El ecuatoriano se atrevió a marcar un penal con la máxima humillación posible: cobrar a lo “Panenka”. Galeano escribió que son precisamente los rebeldes y su magia los que desaparecen -así sea por preciosos segundos- los grilletes comerciales y se enmarcan en la estética.

¿Qué es un golazo sino belleza inesperada? El deporte tiene una liga especial con los procesos sociales: desde la victoria de un hombre negro que humilló a la Alemania nazi en su propio terruño, hasta pintar de rosa uniformes y balones para promover la prevención del cáncer de mama.

El deporte es emoción: tenemos el mismo derecho a emocionarnos con una pirueta de Nadia Comaneci que con un batazo de Sammy Sosa o el gancho al hígado de Julio César Chávez. Pero por alguna razón curiosa, el balompié se cuece aparte. Será porque es democrático: cualquier calle o cualquier patio escolar se volvían cancha, piedras o mochilas los largueros, cinta enredada o un envase vacío lleno de basura hacían las veces de balón. La pelota divierte a raudales, pero también roba el corazón. Espectáculo y sentimiento, sentimiento y espectáculo. Decía Benedetti que un estadio vacío es un esqueleto de multitud. Por eso no extraña que medio millón de personas hayan tomado el espacio público para gritar su amor amarillo.

No tiene mucho caso entrar a discutir la usual queja de “ojalá así se manifestaran contra el gobierno”, porque habría que anteponer un importante número de quejas a esa: ojalá todas las personas tuvieran nutrición suficiente, educación formadora, trabajo decente, espacios de convivencia. Centrar los males del mundo en la pelota sería tan injusto como reclamar que se baile cumbia: sería negar el derecho a la alegría.

Este clásico nos dio la oportunidad de disfrutar la pasión deportiva y, al mismo tiempo, demostrarnos que podemos hacerlo sin agresiones de por medio. ¿Qué vale un campeonato? Nada…todo. Es algo que cada cual hace suyo sin tenerlo, es un orgullo masivo, una sonrisa grabada en el tiempo. La U de Nuevo León se ha convertido en un modelo exitoso de gestión deportiva en uno de los ámbitos más cruelmente globalizados que existen. Y al mismo tiempo, una fuente de goce para los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho.

Cualquiera tiene lugar en un grito de gol. Así sea viendo los colores de Monet, escuchando la trompeta de Chet Baker o vibrando con las imágenes de Iñárritu, tenemos derecho a disfrutar de aquello que nos provoca y apasiona. Tenemos derecho a la alegría. Y a mí, a lo largo de la vida, ser de Tigres me ha hecho sentir.

 

#HojaDeRuta: “Lo “vintage” de las ideologías”

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Hablar de ideología suena anticuado, trasnochado, y, en el mejor de los casos: “vintage”, aquello a lo que se tiene aprecio -admiración, incluso- en el presente, pero es intrínsecamente perteneciente al pasado. Yo no estoy tan seguro. El jueves, el congreso de Nuevo León se vanaglorió de aprobar una reforma al Código Civil para prohibir el matrimonio infantil. Más que aplaudir la reforma, habría que reflexionar cómo era posible que tal aberración siguiera existiendo.

Pero hay otro tema relacionado al matrimonio que está pendiente debatir en el estado: el de personas del mismo sexo. Ahí sí, los mariachis callaron. En estos tiempos en que se cree (o se quiere hacer creer) que la ideología es cosa del pasado, pareciera que las fuerzas políticas tradicionales tienen muy presente que prefieren congelar el asunto, a correr el riesgo de “ofender” a los votantes conservadores.

En las relaciones sociales la ideología es similar al viento: aunque no la veamos, está presente, y hay momentos en que se hace sentir. En política, pocas técnicas tan efectivas como el cansancio: dejar que el tiempo pase, que los temas se enfríen ¿de qué otra manera podría explicarse el dilatar un derecho que la Suprema Corte ha reconocido? La lógica es sencilla: esperar hasta que pueda venderse como inevitable mandato judicial para no asumir el costo político, y qué mejor que esto suceda cuando hayan pasado las elecciones. Ahí está la vergonzante respuesta de Margarita Zavala ante una pareja de mujeres lesbianas, con hijos, que le solicitan definir su postura para dar certeza jurídica a la comunidad LGBT.

La precandidata independiente se sobresalta ante la presencia del ojo negro de la cámara de un móvil, y sus reacciones resultan una delicia tragicómica: -“¿Estás grabando eso? No, no, apaga eso, que esto es distinto…Yo creo que el matrimonio es hombre y mujer, lo demás habrá que revisarlo -Nuestras familias ya existen ¿qué vas a revisar? -“¿Alguien quiere tomarse una foto?”.

Otro caso muy distinto, pero que también revela trasfondo ideológico, es el del transporte público. Nos es más fácil pensar que en esta ciudad debe haber 5 millones de coches, generando embotellamientos interminables que recuerden a “La autopista del sur” de Cortázar, a contemplar la posibilidad de tener una empresa pública que lo reordene de fondo ¿Qué otro criterio, sino el axioma de que lo privado es mejor que lo público, permitiría sostener un modelo tan ineficiente y caduco como el existente? ¿Por qué nadie pone el grito en el cielo si es evidente que los empresarios del transporte lucran con la disminución de la calidad de vida de la población con menos recursos? ¿Por qué la negativa a cambiar de paradigma, si prácticamente todos los casos de éxito internacionales en la materia tienen como elemento fundamental ser una empresa pública, donde la prioridad es mover a las personas, no hacer negocio? Aquí hay otro fenómeno interesante: descafeinar la ideología.

¿El transporte público en Nuevo León sigue siendo público? Por supuesto, los privados meramente tienen concesionado prestar al servicio. Ah, vaya, entonces el sagrado principio se mantiene incólume, como momia cuya sangre caliente hace mucho se evaporó. La distracción, la ignorancia y vaciar de contenido son algunas de las tácticas para evitar el conflicto ideológico, pero así como el viento no desaparece por decreto, tampoco lo hace la ideología. Ahora que nos acechan las boletas electorales, bien haríamos en pensar en qué creemos y por qué. Como escribió el poeta francés Paul Valéry: “Se levanta el viento. Debemos tratar de vivir”.

#HojaDeRuta: “Viejo Siglo Nuevo”

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El título del libro publicado por Beatriz Gutiérrez Müller en 2012 acerca de la revolución y el maderismo, me ha parecido la mejor manera de encuadrar lo sucedido durante los últimos días alrededor del “destape” de José Antonio Meade.

“El problema no es aprender historia, sino interpretarla. (En México) no se enseña historia para pensar” dijo la autora durante una de las presentaciones de la obra hace algunos años. Este peculiar proceso político al interior del PRI necesariamente debe verse a la luz de la historia, empezando por la supervivencia de la figura simbólica de “el tapado”.

De entrada, dos observaciones: si hay un tapado, significa que el proceso de decisión está en la punta de la pirámide y es estrictamente personal. Si hay un tapado, hay un tapador: el presidente en turno que asume como prerrogativa la designación de un sucesor (El Maestro Cosío Villegas debe estar sonriendo desde la biblioteca etérea donde habita), lo que por definición extingue cualquier atisbo democrático alrededor del partido más añejo del actual sistema político mexicano.

Segundo, siempre se asume en masculino. Es “El tapado”, nunca hemos escuchado hablar de “La tapada”. El genial Abel Quezada (uno de los monstruos regiomontanos de la cultura, a quien urge rescatar y promover) dibujó al “tapado” como ese paciente ser trajeado con una sábana sobre la cabeza cual fantasma (aludiendo al espiritismo maderista, el ungido no puede materializarse antes de tiempo), que hasta fumaba sus cigarros “Elegantes” mientras aguardaba su gran día.

Si el destape de Meade hubiese sido una película, habría que adjetivarla como formulaica: una baraja de aspirantes (Chong, Nuño, Narro, Meade); la “caja china” para despistar (Hace unas semanas se daba casi como un hecho la llegada de Meade al Banco de México en sustitución de Carstens); el banderazo del Presidente y los rumores cuyo fuego es atizado desde el propio oficialismo; la renuncia y el anuncio formal de los enroques; la ausencia simbólica del rival (Chong ausente en la renuncia de Meade); la declaración formal de intención y la cargada de apoyo; la visita simbólica a las bases tradicionales (CTM, CNC, CNOP); la comida entre el “derrotado” y el ungido que realmente es un photo-op: “Comieron Meade y Chong. Comenzó operación cicatriz”. El pan y la sal como símbolo de unidad: uno para reconocer que ha sido batido, el otro para tenderle la mano al rival caído y sumarlo. Todo está bien en el paraíso.

En 96 horas se acabaron las dudas y se dio una imagen (al menos en la fachada) de orden y unidad. Múltiples voces celebran y reconocen la elección de Meade como (pre)candidato del PRI. Las formas fueron tradicionales, su perfil, un poco menos: será el primer candidato presidencial del partidazo que no milite en él. En otros tiempos, siquiera pensar en esa modalidad hubiese sido herejía política.

Su figura se presta a interesantes dualidades: donde unos ven a un hombre institucional, otros ven a un hombre del sistema y la confirmación de que la creatura mitológica conocida como PRIAN existe. Donde unos ven una señal de estabilidad, otros ven el continuismo de dos sexenios fallidos. Donde unos ven un alto perfil, otros ven frialdad tecnocrática (Salinas y Zedillo también eran preppys de Ivy League).

El PRI tomó la decisión más racional al elegir a su perfil con menos negativos, menos polémico y sin mayores esqueletos en el clóset (hasta ahora). Probablemente sigue fresca en la memoria la lección del 2006, donde el fratricidio resultó en un desastroso tercer lugar en las presidenciales.

Para aquellos que pensamos que la transición a la democracia en México se esbozó, pero nunca se consolidó (Lorenzo Meyer llama “democracia autoritaria” a nuestro disfuncional híbrido), el proceso de destape de José Antonio Meade nos recordó que la lógica y formas del sistema político del siglo XX siguen presentes. “Viejo Siglo Nuevo”, aquí estamos otra vez.

gilberto@altiusconsultores.com

#HojaDeRuta: “Nuestros Muertos”

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Decenas de niños saludan al cielo, aunque no podemos escucharlos, imaginamos su algarabía. Mientras la toma se aleja de la tierra gracias a las mágicas hélices de un drón, sus cuerpos forman las letras “C” y “R” bajo el brillante sol de Monterrey: Colegio Regiomontano. La imagen forma parte de un video institucional, y cuesta trabajo creer que de la mano de algún estudiante pudo haber ocurrido una horrenda tragedia.

Noticia brutal, noticia vieja: una adolescente de secundaria llevó al colegio un arma de fuego en la mochila. Por suerte, fue detectada antes de que algo sucediera. La noticia tuvo impacto nacional y generó calosfríos al recordar la crudeza del atentado de apenas el pasado enero en el Colegio Americano del Noreste. Relampaguearon en nuestras mentes las imágenes que a través del gélido azul del circuito cerrado mostraban cómo eran abatidos menores inocentes por uno de sus compañeros. Esos disparos también perforaron nuestra frágil y engañosa rutina. Hicieron añicos -momentáneamente- la creencia de que los días de sangre habían quedado detrás. La realidad es que nunca se fueron.

De acuerdo a la SEGOB, durante 2017 han aumentado 23% los homicidios dolosos a nivel nacional (El Universal), mientras que en Nuevo León se registró el octubre más violento en cinco años (Milenio). El lector podría pensar que la enorme mayoría de esos homicidios dolosos están relacionados con el crimen organizado, y estaría en lo correcto. Sin embargo, la pregunta permanece: ¿qué efectos ha tenido en nosotros como país y comunidad estar expuestos a más de una década de violencia extrema? La ejecución como costumbre junto al desayuno nos ha marcado.

Hay una generación de adolescentes que asumen los asesinatos e impiedad como parte natural de su entorno, aunque los perciban a través de la lejanía de las pantallas. Pocas cosas tan riesgosas como la normalización. Casos como el del Colegio Americano del Noreste y el Colegio Regio Contry tienen al menos un par de componentes que los vuelven alarmantes: primero, porque están rompiendo fronteras antes impensables, de niños y jóvenes dispuestos a ejercer violencia o arriesgar a decenas de personas a través de armas de fuego. Segundo, están ocurriendo en clases medias-altas. Gran parte de la supuesta inmunidad a la ejecución de desayuno proviene a que los cuerpos apilados y la sangre derramada son de “los otros”: los pobres, los malandros, los perdidos, los últimos del mundo. Basta leer y escuchar las reacciones que se dan tras los motines mortales en los presidios de la entidad para perder el apetito: “se lo merecían”, “que los maten a todos”, “son basura”. Nadie nunca pregunta sus nombres.

Supongo que de entre todas las versiones posibles, la mayoría opta por suponer que habrán sido escupidos por algún pozo llamante que provenía sin escalas del infierno. Otro camino sería reconocerles como seres humanos, como niños que lloraron al caerse intentando un primer paso o rieron ante el botar de una pelota. Niños que se hartaron de tener hambre o vivir entre el polvo interminable. Personas cuyas vidas se oscurecieron desde temprano en el camino (casi todos mueren jóvenes). Esa violencia también es nuestra, esos muertos son nuestros muertos, aunque por tanto tiempo lo hayamos querido negar.

Mientras no reconozcamos en la violencia el producto de las profundas injusticias y perversiones de nuestro intento de sociedad, seguiremos ciegos, solo iluminados momentáneamente por el estruendo de disparos. Callar la violencia nos hace daño, verla reflejada en nosotros dolerá profundamente, pero será la única manera de comprenderla, y entonces comenzarla a sanar: “ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera me reconozco: vi en tu llamarada lo destruido y lo remoto” – José Emilio Pacheco.

#HojaDeRuta: “¿Hay monstruos personales?”

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Para Guillermo del Toro, todos lo son. En el “Laberinto del Fauno”, en un mundo donde la fantasía se cruza con la realidad, y detrás de lo aparente hay sapos gigantes, un hombre pálido con ojos en las palmas de las manos y un fauno cruel, el verdadero monstruo es el que aplasta los sueños y ahoga libertades: el Capitán Vidal, soldado fascista del ejército de Franco en los estertores de la guerra civil española. En un mundo de monstruos, ninguno peor que el ser humano, parece decirnos el jalisciense.

El genio ha vuelto a la carga de la mejor manera que sabe hacerlo: contando historias fantásticas que resuenan en nuestra realidad, en este caso, responde con la rebeldía propia del amor genuino ante el clima monstruoso generado por Donald Trump. Entra a escena su nuevo largometraje, “La Forma del Agua” (The Shape of Water), que cuenta la historia de una “princesa” muda que se enamora de un hombre-pez (sin duda, un guiño a la criatura de la laguna negra) atrapado en un laboratorio militar en plena guerra fría. Un romance donde el galán es un monstruo (por supuesto que hay un eco a la bella y la bestia) y la heroína, una conserje muda de un gris edificio gubernamental. Personas que no se ven (ella, ignorada; él, escondido en cautiverio), de pronto se encuentran el uno al otro sin prejuicios, barreras o etiquetas.

Con su usual elocuencia, Del Toro explica que, “lo que estoy tratando de decir con la película es que la cosa más deseable es la imperfección y la tolerancia. Los ideologizados entronizan la pureza y la perfección. Son valores inalcanzables. Si te digo que tienes que ser perfecto, no puedes. Pero si te digo que tienes que ser imperfecto…”. Y abunda: “Para mí, lo que tienen en común el cine y el amor es que se tratan de ver. El mayor acto de amor que puedes darle a alguien es verlos exactamente como son. La ideología te ciega a las personas: inmigrante, negro, gay. Lo que sea que vuelva a esa persona invisible y parte de un grupo, es lo que borra el acto de ver ¿y qué es el cine, sino el acto de ver? (Vanity Fair, septiembre 2017).

Del Toro ha confeccionado un romance profundamente anti-fascista, una respuesta amorosa y valiente a un mundo cuya política parece cada vez más centrada en el prejuicio, el miedo, la ira. En una conversación con El País, el director mexicano regala otra perla que devela la esencia de la obra: “Vivimos en un mundo raro, donde odio y cinismo se consideran discursos inteligentes y si hablas de sentimientos suenas como un idiota. La emoción es el antídoto, es el nuevo punk. Por eso quería una película enamorada del amor y del cine, mi obra más esperanzadora”.

Un romance rabiosamente distinto, y por ende, de naturaleza incluyente, parece ser una de las apuestas más arriesgadas para detener con arte los embates de ese odio que hibernó por largos años y hoy nos amenaza de nuevo. La verdadera rebelión ante el fascismo es ver la genuina humanidad en otros seres humanos, asumirlos como únicos en su esencia, pero iguales en su valor, y para eso, quizá necesitamos que un monstruo marino y una mujer muda nos recuerden que ellos, como cualquiera, tienen derecho enamorarse. Y que el amor, como el agua, toma cualquier forma. (The Shape of Water estará en cines este diciembre).

#HojaDeRuta: “2018: pluralidad entre comillas”

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La elección presidencial en puerta probablemente establezca un récord en el número de candidaturas participantes, primordialmente debido a la existencia de la modalidad independiente. En días pasados, el INE recibió 86 manifestaciones de intención de personas que pretenden competir por la presidencia sin partido político, de las cuales ya aprobó 40.

Uno de los primeros elementos que se ha señalado es la titánica cantidad de ciudadanía firmantes para que estas candidaturas llegaran a cristalizarse. Cada ciudadano puede firmar por un solo aspirante independiente, y cada aspirante debe recoger poco más de 866 mil firmas, lo cual indica que poco más de 34 millones de mexicanas y mexicanos tendrían que firmar para hacer viables a las 40 candidaturas. Esto se antoja poco probable -por no decir que absurdo-, sobre todo si consideramos que en la elección federal de 2012 se emitieron 50 millones de votos, es decir, tendrían que firmar casi el equivalente a tres cuartas partes de quienes participaron en ese proceso.

Esto señala de entrada que la gran mayoría de esas candidaturas no se obtendrán, por lo que terminarán por ser testimoniales. En sí mismo, este hecho no puede reprocharse, pues aspirar a una candidatura por esta vía es un derecho que cualquiera puede ejercer. Sin embargo, llama la atención que ante tal avalancha de candidaturas, haya poco refresco a la pluralidad del abanico ideológico y de agendas políticas.

Margarita Zavala, Ríos Piter y Jaime Rodríguez se encuentran entre los que probablemente conseguirán candidaturas, pero todos son personajes formados en los partidos tradicionales. Ferriz de Con no proviene de los partidos, pero representa una visión conservadora ya desgastada.

Hasta ahora, solamente Marichuy Patricio y Marco Ferrara marcan una tendencia distinta. La primera representa no solo al EZLN, sino una agenda de género y a la población indígena, además de ser la única candidatura genuinamente anti-sistema, pues representa una suerte de sátira a un sistema político que consideran caduco y al capitalismo como mundo-sistema imperante. Ferrara, por su parte, abriría un interesante espacio a las minorías sexuales, pues de lograr conjuntar las firmas, sería el primer candidato abiertamente gay en la historia de México, lo cual ya sería simbólico en sí. Emilio Álvarez Icaza también hubiese representado una bocanada de frescura a una opción progresista con alto contenido de derechos humanos, pero decidió no contender debido a que evaluó que hacerlo solamente hubiese beneficiado a fragmentar el voto y beneficiar a los partidos mayoritarios, particularmente al PRI, de acuerdo a su dicho.

Por tanto, habrá que tomar la modalidad independiente con un grano de sal, y esperar a ver cuáles y cuántas candidaturas serán viables. La probabilidad indica que pocas, y de esas pocas, una buena parte la ocuparán personajes de formación y herencia en las fuerzas tradicionales. Pluralidad entre comillas.

#HojaDeRuta: “Rusia y el Estados Unidos Dividió”

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Si un año antes de la elección presidencial 2016 de Estados Unidos alguien hubiera dicho con seguridad que Trump resultaría victorioso, y que la principal polémica a su alrededor sería la intromisión rusa en el proceso, hubiese sido muy difícil de creer. Bien se dice que la realidad suele superar a la ficción, pero vaya maneras que a veces tiene la realidad de superarse a sí misma.

La paradoja resulta por demás difícil de digerir: el que fuera el enemigo mortal de la guerra fría resultó probable aliado de un conservador nacionalista y movió los cimientos de la supuestamente estable democracia norteamericana. Bien decía Marx que todo lo sólido se desvanece en el aire.

Versiones han ido y venido, pedazos del rompecabezas que van siendo develados de a poco, esbozando la probable estrategia que siguió el Kremlin para generar influencia en la elección norteamericana. Cambian las herramientas, avanzan las tecnologías, pero ciertos principios inquebrantables de los juegos de poder permanecen: la manipulación de las pasiones y sembrar división fueron dos de los que fuerzas ligadas a los círculos de poder rusos habrían echado mano.

El New York Times recién publicó un artículo titulado “Cómo Rusia cultivó la ira norteamericana para transformar la política de Estados Unidos”, donde analizan parte del modus operandi que se dio primordialmente a través de las redes sociales. La parte fundamental es el punto de partida: aprovechar la ira existente -y creciente- para alimentar la división de los norteamericanos. Lo impresionante es que quienes hayan estado detrás de la misteriosa campaña no tuvieron que inventar nada, sino seleccionar (con notable habilidad de curaduría) los materiales adecuados, mismos que ya existían en las redes ¿el truco? seleccionar el momento y los públicos ante quienes se promocionaban ciertos contenidos ¿la herramienta? Facebook y Twitter.

Así, videos de brutalidad policiaca o una farsa de supuestos hombres árabes cobrando cheques de ayuda social para múltiples esposas, eran promocionados mediante pautas pagadas en las redes. Lo interesante es que la estrategia incluía curar videos y contenidos para apelar al coraje tanto de liberales como de conservadores, aprovechándose de uno de los principales males de la era de la informática masiva: la desinformación.

La nota cita a Jonathan Albright, director del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia, que da una peculiar definición del fenómeno: “Esto es hacking cultural. Están usando sistemas que ya establecidos por estas plataformas para aumentar el interés. Están alimentando la indignación, y es fácil hacerlo, porque la indignación y la emoción es cómo la gente comparte”. La sofisticación del trabajo no radica en la tecnología, sino en la adaptación de la contra-inteligencia y la propaganda a nuevas circunstancias.

Así, enardecer y alimentar la furia de norteamericanos conservadores que guardan prejuicios contra las personas árabes, o personas afroamericanas a quienes les duele profundamente la violencia policiaca, se volvió parte de un mismo fin: sembrar discordia. La pugna entre conservadores y liberales (ambos con su muy particular visión desde ópticas norteamericanas) no es algo nuevo en ese país, pero el nivel de división e incluso odio han sorprendido a propios y extraños.

Una división que se nutre particularmente de la ignorancia y desinformación. Una dura lección que haríamos bien en aprender cuando estamos a punto de entrar de lleno a una elección presidencial de circunstancias inéditas en México.

#HojaDeRuta: “Los costos de la democracia mexicana”

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Un claro síntoma del estado de la democracia mexicana es que el primer tema que surge al respecto suele ser el dinero: el que se le da a los partidos, el que financia la organización de las elecciones, el que pasa por debajo del agua, el dinero negro que amenaza, el dinero que compra voluntades.

Que la democracia mexicana es onerosa, no hay quien lo niegue. De acuerdo a un estudio reciente de México Evalúa, el costo de las elecciones en México es dieciocho veces mayor al promedio de América Latina. Apenas hace algunos meses atestiguamos el oleaje de dinero en la elección de gobernador del Estado de México, donde el tope de campaña fue equivalente al 86% del tope de gasto de campaña establecido para las presidenciales de 2012. Cada candidato a la gubernatura pudo gastar hasta 4.7 millones de pesos al día.

Sin embargo (o a pesar de) tanto dinero, nos encontramos en una lamentable paradoja: tenemos elecciones carísimas que de todos modos acaban siendo cuestionadas. Esto lleva necesariamente a uno de los problemas raíz: el desencanto y decepción sobre la democracia que existe en México. Latinobarómetro, que mide desde hace poco más de 20 años las opiniones y actitudes en la región respecto a la democracia, en 2016 registró un promedio de 54% de apoyo a la democracia en la población de la región. México se encuentra por debajo del promedio, registrando 48%.

Una segunda variable es qué tan satisfecha se encuentra la gente con la democracia, cifra que ha venido a la baja: apenas el 34% de los latinoamericanos se sienten satisfechos con este sistema de gobierno. Nuestro país tiene una larga historia simulando la democracia, y una muy corta practicándola. ¿Por qué fuimos capaces de organizar y respetar la elección presidencial que dio paso a la alternancia en el 2000, y en las últimas dos hemos tenido avalanchas de irregularidades e impugnaciones?

Hay que echar mano del instrumento de la memoria pública: el IFE (hoy INE) se crea en 1990 tras la polémica caída del sistema en 1988. No solo se trataba de una reacción del oficialismo ante la cuestionada legitimidad del triunfo de Salinas de Gortari, sino de sacar la organización de las elecciones del aparato presidencial, pues hasta entonces dependían de la Secretaría de Gobernación. Después vendrán las reformas electorales de 1996-97 que darán al IFE el carácter ciudadano, expresado en la composición de su consejo, que logrará no solo conducir al país con éxito en la alternancia del 2000, sino poner al Instituto como una de las instituciones públicas que mayor confianza inspiraban en México. Pareciera que aquello es historia antigua, pero realmente ha pasado poco tiempo. Entre otros factores, el Instituto perdió credibilidad ante la clara partidización del Consejo General, que fue borrando la esencia ciudadana que le dio fortaleza en el crepúsculo del Siglo XX.

La indignación ciudadana ante un sistema electoral caro y poco confiable es más que entendible, sin embargo, habrá que tener cuidado en tomar la puerta falsa del financiamiento privado, pues se presta a diversos problemas, desde la presencia del dinero negro hasta el financiamiento de candidatos para empujar agendas particulares de grupos de interés. El dinero público tiene la principal característica de que puede y debe ser vigilado, por tanto el debate debería centrarse en cuánto y por qué es justo y adecuado financiar a los partidos y operación electoral, no en “privatizar” el proceso que, por definición, es el más público de todos: el elegir quienes nos gobiernan.

(P.D. Este espacio estará fuera del aire por algunos días a partir del 7 de septiembre, pero volverá pronto para atormentar a las buenas conciencias)