La Taquería

#HojaDeRuta: “¿Hay monstruos personales?”

Comparte este artículo:

Para Guillermo del Toro, todos lo son. En el “Laberinto del Fauno”, en un mundo donde la fantasía se cruza con la realidad, y detrás de lo aparente hay sapos gigantes, un hombre pálido con ojos en las palmas de las manos y un fauno cruel, el verdadero monstruo es el que aplasta los sueños y ahoga libertades: el Capitán Vidal, soldado fascista del ejército de Franco en los estertores de la guerra civil española. En un mundo de monstruos, ninguno peor que el ser humano, parece decirnos el jalisciense.

El genio ha vuelto a la carga de la mejor manera que sabe hacerlo: contando historias fantásticas que resuenan en nuestra realidad, en este caso, responde con la rebeldía propia del amor genuino ante el clima monstruoso generado por Donald Trump. Entra a escena su nuevo largometraje, “La Forma del Agua” (The Shape of Water), que cuenta la historia de una “princesa” muda que se enamora de un hombre-pez (sin duda, un guiño a la criatura de la laguna negra) atrapado en un laboratorio militar en plena guerra fría. Un romance donde el galán es un monstruo (por supuesto que hay un eco a la bella y la bestia) y la heroína, una conserje muda de un gris edificio gubernamental. Personas que no se ven (ella, ignorada; él, escondido en cautiverio), de pronto se encuentran el uno al otro sin prejuicios, barreras o etiquetas.

Con su usual elocuencia, Del Toro explica que, “lo que estoy tratando de decir con la película es que la cosa más deseable es la imperfección y la tolerancia. Los ideologizados entronizan la pureza y la perfección. Son valores inalcanzables. Si te digo que tienes que ser perfecto, no puedes. Pero si te digo que tienes que ser imperfecto…”. Y abunda: “Para mí, lo que tienen en común el cine y el amor es que se tratan de ver. El mayor acto de amor que puedes darle a alguien es verlos exactamente como son. La ideología te ciega a las personas: inmigrante, negro, gay. Lo que sea que vuelva a esa persona invisible y parte de un grupo, es lo que borra el acto de ver ¿y qué es el cine, sino el acto de ver? (Vanity Fair, septiembre 2017).

Del Toro ha confeccionado un romance profundamente anti-fascista, una respuesta amorosa y valiente a un mundo cuya política parece cada vez más centrada en el prejuicio, el miedo, la ira. En una conversación con El País, el director mexicano regala otra perla que devela la esencia de la obra: “Vivimos en un mundo raro, donde odio y cinismo se consideran discursos inteligentes y si hablas de sentimientos suenas como un idiota. La emoción es el antídoto, es el nuevo punk. Por eso quería una película enamorada del amor y del cine, mi obra más esperanzadora”.

Un romance rabiosamente distinto, y por ende, de naturaleza incluyente, parece ser una de las apuestas más arriesgadas para detener con arte los embates de ese odio que hibernó por largos años y hoy nos amenaza de nuevo. La verdadera rebelión ante el fascismo es ver la genuina humanidad en otros seres humanos, asumirlos como únicos en su esencia, pero iguales en su valor, y para eso, quizá necesitamos que un monstruo marino y una mujer muda nos recuerden que ellos, como cualquiera, tienen derecho enamorarse. Y que el amor, como el agua, toma cualquier forma. (The Shape of Water estará en cines este diciembre).