En corredores y a calle abierta; en las bocinas de los teléfonos y cada letra digital e impresa; entre las mesas y el tintinear de tazas, están los murmullos. “Renunció porque según quería dedicarse a x, pero realmente quiere y”; “se le ve demacrado, dicen que está enfermo y por eso mintieron del motivo de su operación”; “ya sabían dónde estaba. Lo agarraron ahorita porque vienen elecciones y porque ya negoció que no toquen a los suyos”.
Corría septiembre de 2004 cuando el entonces titular de la SEGOB, Santiago Creel, hizo su contribución más duradera a la política nacional al invitar a “dejar atrás la cultura del sospechosismo”. Aunque la academia se ha resistido a abrir los brazos del diccionario al peculiar término, la realidad es que a las y los mexicanos nos hizo perfecto sentido su existencia.
Si la cultura se define como el conjunto de modos de vida y costumbres, por supuesto que en este país existe tal cosa como la cultura del sospechosismo. Quizá sea un sinónimo informal de “desconfianza”, pero que conlleva una carga política muy particular: la idea de que en lo público no puede creerse.
Las traiciones políticas son tan viejas como las dagas que los senadores le clavaron a Julio César, pero en México la cosa va más allá: en un país donde el 70% de la gente dice que no se puede confiar en los demás, la desconfianza se ha vuelto parte del sistema. Y ese es un problema grave.
Ya en otras ocasiones hemos mencionado que el maestro Zygmunt Bauman definió la actual crisis global de la democracia como “el colapso de la confianza”. Desde luego que si existe tal nivel de suspicacia entre nosotros es porque no éramos ariscos, nos volvieron. Años de tradición oral, decepción ante la impunidad y amargas experiencias en carne propia, nos han curtido a ser recelosos. Pero aquí viene lo interesante: la desconfianza debería llevar al cuestionamiento, la reflexión y finalmente, al sentido crítico.
Sucede que el efecto es contrario: hoy, de acuerdo al barómetro de confianza de Edelman, que mide a 28 países (incluido México) confiamos más en “una persona como usted” que en oficiales de gobierno, directores de empresas y representantes de organizaciones civiles. Y ahí tenemos una dificultad seria: si nos creemos lo que dice mi amigo(a) de la primaria que no veo hace 20 años pero que me encontré en Facebook y le doy share a su noticia que relata como el líder norcoreano Kim Jong-un detonó 30 bombas nucleares y se ha declarado nuevo emperador del universo.
La duda, decía Borges, es uno de los nombres de la inteligencia. Y lo es, siempre y cuando esa duda no se quede en mero sospechosismo, pues dudar de todo pero creerse a pies juntillas las oleadas de “fake news” nos pone en el peor de lo mundos: el de los que no saben que no saben, y eso, paradójicamente, no lo sospechan.
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