Comprado durante la gestión de Felipe Calderón y usado por Enrique Peña Nieto, ayer por la tarde pisó nuevamente suelo mexicano el Boing 787 más famoso: el José María Morelos y Pavón; el “avión presidencial”, ese que no lo tiene ni Obama y que tampoco lo tiene (ni lo quiso) el amigo Trump.
De acuerdo con el presidente, el avión está de vuelta pues ya hay un comprador interesado. La oferta de 120 millones de pesos (poco más de la mitad de lo que costó) incluso ya está medianamente blindada por un anticipo. Aseguró que las negociaciones van por muy buen camino y que se están terminando revisar detalles técnicos para concretizar la venta. Se habla de que, incluso si se cayera la venta, existen dos ofertas más.
El próximo lunes el presidente ofrecerá una conferencia de prensa donde hablará (una vez más) de los lujos de la aeronave y, quizá, detalles sobre esta posible venta definitiva. Pero si él mismo dijo que no había problema con que fuera entregado en México o en EEUU, entonces ¿por qué traerlo de vuelta al país?
La pregunta puede tener tantas respuestas como uno pueda imaginar. Hay que recordar que mantener el avión en EEUU ha costado ya decenas de millones de pesos entre inspecciones, mantenimiento, vigilancia y resguardo. Tenerlo al hangar presidencial y que su custodia la realice ejército no es precisamente gratis, pero al menos (se presume) que el gasto es menor. Y si siempre fue así, ¿por qué se fue en primer lugar? ¿Por qué traerlo de vuelta hasta ahora?
El avión dejó de ser un bien desde hace mucho y se convirtió en un símbolo. El presidente fue el principal artífice de ello y lo sigue utilizando como tal. Para la contienda de 2018, el avión le fue muy útil como mecanismo para dar congruencia a su relato de austeridad y lo acercó a la gente, algo que nuestro mandatario prioriza sobre cualquier otra cosa. Y si la fórmula funcionó, ¿por qué cambiarla?
Hay quien sostiene que el retorno del avión es una cortina de humo para tapar la mala situación en la que se encuentra nuestro país por la pandemia (más de 40 mil muertes) o contrarrestar el escándalo de los diputados morenistas y petistas luego de que Porfirio Muñoz Ledo los llamara “golpistas” por intentar boicotear la elección de los nuevos consejeros del INE. Quizá el efecto colateral pueda ser este, pero hay que recordar que si Morena tiene la fuerza electoral que tiene es gracias a su líder.
Si AMLO recupera los niveles de aprobación de hace un año, garantiza que la maquinaria volverá a dar resultados tan amplios como en 2018. Qué mejor oportunidad para hacerlo cuando se está a un año de que la mitad del país se renueve y, una vez más, crecer políticamente en tiempos de elecciones.
Si el avión es el símbolo del derroche de las administraciones anteriores y su salida del país marcó “el inicio del fin de la corrupción”, ¿entonces su sobrevuelo y su regreso son un augurio de que algo más está por venir? Habrá que esperar.