El Secreto de los Estados Unidos

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Estados Unidos es un país admirable. Es una potencia económica, política y un modelo a seguir para muchos. Es el país que ha recibido a millones de inmigrantes abriendo la posibilidad de cumplir el sueño americano.

Sin embargo, pocos recuerdan que gran parte de su supremacía no se debe solamente a su gente o su sistema económico o político – como las corrientes de supremacía blanca que han tomado el poder del tal país sugieren – sino al hecho de que la moneda que respalda la economía global es el dólar estadounidense.

Estados Unidos se considera como potencia mundial desde antes de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento se le solicitaba su apoyo por el bloque de occidente para contrarrestar al fascismo Nazi y sus seguidores, España y Japón.




No obstante, Estados Unidos no fue tan desafortunado como sus aliados, pues si bien sufrió el ataque en Pearl Harbor en 1941, su territorio continental no sufrió mayores consecuencias permitiéndole tener intacta su cadena productiva al finalizar la guerra.

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, esta situación los posicionó estratégicamente para sobresalir como potencia mundial, mientras el resto de los países desarrollados de la época como Inglaterra, Alemania o Francia, pasaban dolores de cabeza para reconstruir sus instituciones, cadenas productivas y tejido social.

Lo anterior tuvo como consecuencia que en julio de 1944, un año previo a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, se firmara el tratado de Bretton Woods. Este tratado internacional establecía al dólar estadounidense como moneda base global respaldado por el oro. El estar bajo estas circunstancias permitió a los Estados Unidos comenzar a financiar su propio crecimiento y el de otros países.

En otras palabras, Estados Unidos se convirtió en el banco de muchos países en vías de reconstrucción y/o desarrollo, obteniendo con ello no solamente control económico, sino geopolítico. Sin embargo, la impresión del dólar masivamente y su circulación por todo el mundo, puso entre dicho si en realidad estaba respaldado por oro.

Era inconcebible pensar que las Reservas de Fort Knox contaran con el oro suficiente para respaldar tan masiva distribución de la moneda. En 1971, la Guerra de Vietnam acrecentó esta situación con una alta impresión de dólares para financiar la guerra. Algunos países europeos comenzaron a comprar reservas en oro.

El caso más sonado fue Gran Bretaña y Francia, países  que exigieron a Estados Unidos convertir sus dólares a oro de manera repentina. Como era de esperarse, Estados Unidos no era capaz de respaldar el dólar en oro.

Es así, que Richard Nixon decide romper la relación dólar – oro. Sin embargo, ya era tarde, el dólar era la moneda que circulaba a nivel global y la moneda en que los países acumulaban sus reservas, muchos de éstos como cobertura para cubrir su deuda externa.

Estas deudas denominadas en dólares crecieron con mayor énfasis durante la crisis de petróleo de 1973, en donde grandes sumas de dólares se destinaron como deuda a países productores de petróleo, muchos de ellos países Latinoamericanos en vías de desarrollo. Y esta historia continúa hoy en día. El dólar sigue siendo la moneda base para la mayoría de las transacciones y préstamos internacionales.

Durante esta etapa y los años subsecuentes, Estados Unidos ha estado con la fortuna de seguir financiando su crecimiento con deuda. A diferencia de todos los otros países, su deuda está en dólares y ellos mismos tienen la manera de imprimir su propia moneda.

Ningún otro país tiene esta magnífica ventaja. Es en gran parte por esto, que su riesgo país, sus tasas de interés, su interminable cultura de crecimiento y consumismo por medio de la deuda, han permitido crear oportunidades y la potencia que es hoy en día.

Es por esto que cuentan con presupuestos ostentosos para su infraestructura y fuerza militar. Es por ello que tiene influencia geopolítica en cada rincón del planeta. No olvidemos, Estados Unidos es el país más endeudado del mundo.

En 2017, su deuda pública es equivalente a 19 mil millones de dólares ($19,000,000,000,000) representando aproximadamente el 105% de su PIB.  Se estima que para el 2020 su deuda pública sea de 22.6 miles de millones de dólares.

Pongamos todo lo anterior en términos coloquiales. Imagina que te invitan un amigo a jugar Monopoly. A diferencia de una partida bajo las reglas del Monopoly, el dueño de la casa decide contar con una condición especial: además de ser jugador, será el dueño del banco y además tiene una maquinita para imprimir billetes a su discreción.

Ahora bien, el resto de los otros jugadores – de los cuales tu formas parte – tienen un número limitado de billetes para pagar sus transacciones y si solicitan deuda, ésta es denominada en la moneda oficial del juego. ¿Se te hace justo el juego? ¿Qué le dirías a tu amigo? ¿Quién ganaría la partida?




Existen intentos aislados en los que se ha desafiado al dólar. Sin embargo, ninguno ha surtido efecto. Por ejemplo, la Unión Europea tenía como objetivo convertir su moneda en la competencia frente al dólar. Desde su fundación en  1993 a la fecha, ha logrado colocar al euro como una moneda importante a nivel global, sin embargo sigue siendo lejana competencia frente al dólar.

Si bien algunos países cuentan con reservas en euros, éstas son relativamente pocas contra el dólar. Estudios apuntan que en 2006, cerca del 65% de las reservas internacionales de los países estaban en dólares. Lo sigue el euro con un distante segundo lugar con el 26% de las reservas internacionales.

Un dólar fuerte y una Unión Europea en conflicto, sigue demeritando la posibilidad de quitar al dólar como moneda dominante.

No debe sorprendernos que Trump públicamente haya comentado su apoyo a la salida del Reino Unido de la Unión Europea y declarado que el modelo de la Unión Europea es obsoleto.

En 2003, Estados Unidos y sus aliados invadieron Irak aparentemente para desarmar a tal país de armas de destrucción masiva – armas que nunca fueron encontradas. Existen varias teorías sobre la verdadera razón por la cual Estados Unidos decidió invadir a Irak.

Una de estas teorías apunta a que la idea de derrocar a Saddam Hussein fue en respuesta a que Irak comenzó hacer todas sus transacciones de petróleo en euros. Cabe recordar que Irak es miembro de  la OPEC, el 12vo productor de crudo y el 5to país con mayores reservas de petróleo.

Estados Unidos no podía – ni puede – permitir que los países productores de petróleo decidan usar otra moneda como referencia al precio del petróleo y mucho menos la compra-venta a nivel global de tan preciado insumo.

Esto sería una seria amenaza a la hegemonía del dólar. Se dice que la invasión de Irak fue un claro mensaje para los líderes del mundo: El petróleo se cotiza en dólares y cualquiera que se descarrile de esta práctica, sufrirá las consecuencias.

En 2011 nace el bloque económico BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como las economías emergentes más grandes del mundo. En 2014, el  bloque comenzó a introducir la idea de crear un Banco central (Banco BRICS) y una moneda única para sus transacciones.

Como resultado se perdería la dependencia de los bancos de occidente y del dólar. Hasta hoy, poco se ha avanzando en el tema.




Donald Trump ha creando fuertes turbulencias en todo el mundo, incluyendo desmanes con países aliados de los Estados Unidos. Ha sugerido desconocer tratados internacionales de comercio y promovido regresar a una etapa de proteccionismo.

No sólo eso, su administración ha tomado el atrevimiento de sugerir desconocer tratados que rigen la comunidad financiera. Es aquí donde el tema de la moneda juega un importante rol.

Si bien la hegemonía del dólar ha sido una desventaja competitiva para otros países, también puede ser el talón de Aquiles para los Estados Unidos.

Suena descabellado, pero ¿qué pasaría si los países se unen y determinan una nueva moneda base o un índice de monedas como referencia en vez del dólar? ¿Qué pasaría si el petróleo y otros commodities se comienzan a cotizar en otra(s) moneda(s) en el mercado global? ¿Qué pasaría si los países comienzan a cambiar sus reservas internacionales a otra(s) moneda(s)?

¿Qué pasaría si Estados Unidos se cierra al comercio global, pero el resto del mundo sigue abierto al comercio, utilizando otra(s) moneda(s) para sus transacciones?

Suena irreal llegar a ese nivel de coordinación global. Por otro lado, Estados Unidos lucharía con capa y espada contra estas iniciativas  como secretamente lo lleva haciendo desde 1944. Sin embargo, imaginemos por un momento que se llegue a concretar. Esto cambiaría el orden global a una escala sin precedentes.

Se tendría que estudiar a fondo las implicaciones de que el dólar se convierta en una moneda más. ¿Cómo tendría Estados Unidos que tratar ahora su deuda pública? ¿Tendría Estados Unidos que experimentar lo que otros países han vivido: inflación, políticas monetarias restrictivas, alza en tasas de interés? ¿Sería inevitable una recesión para Estados Unidos acarreando al resto del mundo? Sin hacer un análisis a detalle, podríamos adelantar que habría caos, guerras y en definitiva el derrumbe del orden mundial como lo conocemos hoy en día.

Las consecuencias son tan catastróficas que parece impensable en que tales cambios se den. Sin embargo, si Estados Unidos sigue siendo un bully en cuyas negociaciones posiciona al resto de los países siempre en una posición perder, ¿porqué no ir a una negociación perder – perder? Quizá este sacrificio es necesario para tener un mundo más justo y equilibrado hacia el futuro.

Esto dejaría a Donald Trump solo con sus vacías palabras – y desgraciadamente con sus armas – para negociar. Sin duda esta es una idea descabellada, pero si surge el juego Estados Unidos vs. El Resto del Mundo, es una idea que estos últimos podrían llegar a considerar al menos para dar la señal que también Estados Unidos requiere del resto del mundo.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

El Talón de Aquiles: EL RETROCESO DEL PROGRESO

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El 23 de junio de 2016, el 52% de los británicos votaron a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El 3 de octubre, 50.21% de los votantes en un referéndum, seis millones y medio de colombianos, se opusieron a un acuerdo de paz. El 8 de noviembre, Hillary Clinton obtuvo más de dos millones y medio de sufragios que Donald Trump (voto popular), quien sin embargo ganó los votos electorales.

Presentar un texto argumentando que en este 2016 triunfaron el temor y la ignorancia es insuficiente, pues opinólogos y futurólogos ya se me adelantaron. Procedo entonces a desarrollar dos factores que dan profundidad a esa tesis: la incapacidad ciudadana a alimentar un régimen que requiere de participación de calidad, y una desconexión indulgente de las fuerzas políticas que deberían defender las conquistas sociales logradas durante la segunda mitad del Siglo XX, explican por qué estamos como estamos.

La democracia representativa: víctima del capitalismo (casi) salvaje

Soy el producto de un mundo socialdemócrata que la revolución neoconservadora de los años 1980 destruyó. Se me enseñó que cada derecho conlleva una responsabilidad, que es adeudo del ciudadano informarse y contribuir al debate, y que el interés colectivo pasa por encima del individual. No me considero “socialista”, mucho menos “comunista”, pero sin duda soy “izquierdista”.

 




Se me convenció que el principal rol del Estado es la moderación política: al redistribuir la riqueza y fortalecer la clase media, el Estado evita las derivas extremistas tanto de izquierda (revolución bolchevique) como de derecha (nazismo), que se alimentan de pobreza e ignorancia. La democracia solo funciona en donde la clase media, urbana, y educada, es fuerte. La educación es antídoto a la manipulación y demagogia.

Una de las primeras víctimas del neoliberalismo fue la educación. La obsesión por controlar el déficit fiscal y la nefasta idea que el sector privado siempre es mejor que el público, evaporaron presupuestos, debilitaron servicios, y alentaron privatizaciones.

La educación privada nunca ha sido reconocida por inculcar valores de solidaridad social; y la pública, aunque quisiera, no tuvo condiciones. Se crearon así brechas entre los que pudieron pagar una educación de calidad, y los que no.

Los resultados están a la vista: a los ciudadanos de hoy no les interesa lo público, ya sea porque no le dan importancia (creen que no la tiene), o debido al exceso de trabajo – la pauperización del mercado laboral también es una realidad – que no permite una participación política activa de calidad.

A este escenario agréguesele la explosión en importancia de internet, de las redes sociales, y la consolidación de una cultura en donde el límite entre espectáculo y realidad se borraron. Hoy, no se sabe qué información es real e irreal. Los “trolls” desinforman, distorsionan, y divulgan falsedades adrede a quienes no saben, y no quieren aprender a distinguir, como decía la canción, “entre besos y raíces”. Hoy, la política es espectáculo, el ciudadano espectador, y el votante consumidor.

Las marchas de salvación de la patria y de dignidad nacional organizadas por el uribismo contra un acuerdo de paz en Colombia, son ejemplo de ello. De nada sirvió defender uno de los acuerdos de paz más ambiciosos y sofisticados que se hayan firmado, que contaba con el apoyo unánime de la comunidad internacional.

Pudo más la desinformación. También eso explica el éxito de las campañas de los líderes aislacionistas del Reino Unido y de Trump, cuya sorpresa ante sus propias victorias apenas superó las evidentes muestras de la falta de preparación para las mismas. La cohesión social del consenso keynesianismo fue rota hace tiempo. Hoy, las consecuencias son evidentes.

Brechas y condescendencias

Claro, el neoliberalismo no es culpable de todo. La izquierda también lo es. Primero, dejamos de ser izquierda. Nos derechizamos. Nuestro supuesto proyecto inclusivo no lo fue tanto: siempre excluimos a religiosos y otros grupos que no dudamos en llamar “fundamentalistas”.

Si el Partido Demócrata hubiera defendido al proletariado blanco rural arruinado por la deslocalización empresarial fruto de la globalización, hubiera probablemente mantenido su apoyo. Pero la izquierda de Clinton, antiaborto y pro-gay (alienándose así el voto religioso y conservador) se convirtió además en la primera línea de defensa del libre comercio, con lo cual perdió el voto de los trabajadores. Segundo, existe en la izquierda una tendencia a la condescendencia.

Muchos nos vemos como una especie de vanguardia liberadora cuya misión es guiar a los alienados hacia el “progreso”. La educación, ese instrumento que extirpó nuestra ignorancia, nos da esa responsabilidad social, que constituye nuestra mejor muestra de consciencia y solidaridad.

Ser de izquierda es un privilegio de burgueses, y muchos de los votos “racistas, xenofóbicos, y sexistas” que vimos en 2016 son reacción a ese complejo de superioridad. ¿Cómo apoyar el aislacionismo en un mundo globalizado? ¿Cómo no entender que la paz es mejor que la guerra? Al ser parte de la “izquierda caviar”, nos hemos desconectado de las inquietudes del ciudadano común. Nos cuesta imaginar que haya gente que no piense como nosotros.

Los triunfos populistas de 2016 no nos gustan porque no se amoldan a la idea de progreso que nosotros, izquierdistas, hemos construido. Es casi patético constatar los fallidos esfuerzos del Presidente colombiano, Juan Manuel Santos, para explicar, con complejos tecnicismos, sin duda correctos pero también aburridos, el acuerdo de paz, mientras Uribe ejecutaba una retórica simple, sin duda simplista aunque apasionada, que tergiversó lo acordado y le dio la victoria.

Y cuando el elector nos dijo que éramos nosotros los que no habíamos entendido su grado de frustración, los frustrados fuimos nosotros ante mayorías que se atrevieron a no compartir nuestra opinión portadora de valores progresistas dignas del siglo XXI.

Los resultados en el Reino Unido, en Colombia, y en Estados Unidos no son antidemocráticos porque son el fruto de lógicas democráticas, pero ponen en entredicho la construcción del ideal democrático de centro-izquierda, basado en el respeto, la tolerancia, y el reconocimiento de la diversidad, y en la defensa de minorías.

 




Las mujeres, que rara vez han sido minoría, también cuentan en esa visión, que ahora vemos en peligro en un mundo en donde las mayorías progresistas brillan por su inexistencia. En Estados Unidos, un tercio de los ciudadanos es incapaz de nombrar uno de los tres poderes de gobierno.

¿Cómo darle poder a tantos ignorantes? Filósofos como Platón y John Stuart Mill ya han propuesto ideas para limitar los efectos políticos perniciosos de la inopia popular. Es aquí, precisamente aquí, en donde se abre la puerta al autoritarismo de izquierda, tan peligroso como el de derecha.

Conclusión: tengo miedo

Queda todavía mucho por analizar. Se debe aceptar que esta racha victoriosa populista de derecha no se alimenta solo del temor e ignorancia: una buena proporción de la clase media, individuos con ingresos anuales de USD 100,000 o más, votaron por Trump, así como lo hicieron 42% de las mujeres y 29% de los latinos (más de los que votaron por Romney). Además, 43% de sus votantes tienen título universitario.

El retroceso del progreso ha causado una profunda división social: los treinta millones de personas votaron en el Brexit (la tasa de participación casi alcanza 72%), dividieron al Reino Unido entre Inglaterra y Gales (favorables a salir de la Unión Europea) y Escocia e Irlanda del norte (a favor de la permanencia).

Colombia, como Estados Unidos, es un país dividido, como lo muestra el proceso que actualmente se desarrolla para aprobar una nueva versión del acuerdo de paz (que sigue generando oposición). Tercero, las mayorías silenciosas pesan fuerte. El abstencionismo debe ser estudiado con mayor detalle.

 




En 2016, los intolerantes afirmaron su voz, por tanto tiempo irrespetada y ridiculizada. Basta de hablar de integración, de paz, de cambio climático, de musulmanes, y de comunidades sexualmente diversas: es hora de ocuparse de la gente “normal” con problemas reales. A partir de 2016, el fenómeno es mundial.

En Francia, los analistas monitorean con atención el apoyo a Marine Le Pen y al Frente Nacional. En Costa Rica, gárrulos oportunistas como Otto Guevara se atreven a reivindicar el discurso incendiario de Trump. Ya se propuso estudiar la abolición del beneficio de la nacionalidad costarricense a los hijos de nicaragüenses nacidos en Costa Rica. Veamos si se le ocurre construir un muro entre Costa Rica y Nicaragua.

El retroceso del progreso se alimentó por una derecha neoliberal que cercenó el consenso keynesiano, pero también por una “izquierda champagne” que en un inicio se quiso oponer, pero que terminó pactando con el capitalismo de la post-Guerra fría.

Ayer fueron los que vemos como “fundamentalistas reaccionarios” los que temieron la llegada a la Casa Blanca, de lo que vieron como un presidente negro, musulmán, que ni siquiera había nacido en Estados Unidos. Hoy, somos nosotros, izquierda y centro-izquierda, los que tememos la llegada a esa misma Casa Blanca de lo que vemos como un populista ignorante, irresponsable, e imprevisible. ¿Ignorancia versus prepotencia?

Fernando A. Chinchilla
San José (Costa Rica), diciembre de 2016

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La ciencia y el Brexit

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En estos días hemos visto a todos los politólogos y comunicadores del mundo hablar del famoso Brexit. Bien cita Hector Aguilar Camín en Milenio a Borges diciendo “La democracia es la exageración de la estadística”.

Y cierto es, al final, el peso de unos cuantos decidieron por otros, algo intrínseco de la democracia. Ahora que el resultado ya está y el ultranacionalismo está en boga hay que analizar las lecciones que nos deja.

El primer punto es el abrir el debate sobre el mecanismo de contabilizar los votos en un referéndum de tan alta importancia. El simple hecho de que Inglaterra tenga una mayor población que Irlanda del Norte, Escocia y Gales pone a estos países más pequeños en una posición inferior y aunque si bien es cierto, el voto popular británico fue quien decidió el resultado, no tomó en cuenta que el voto del galés y el inglés no está supeditado a los mismos intereses aún y siendo británicos los dos.

Otra pregunta y quizá la fundamental es conocer el “mindset” del voto. Considero que el tema del Brexit debe verse desde el punto de vista de cada británico y no del que mejor le convenga a México o a determinado país. El ciudadano británico cayó en el discurso populista nacionalista de una Bretaña para los británicos, un discurso aislacionista que en pleno siglo XXI suena arcaico y retrógrada aun y con todas las consecuencias anunciadas que esto pudiera traer según expertos y analistas de todo el mundo.

Sin embargo, respecto a esto, Jesús Silva-Herzog escribe “Los tercos quieren pintar el voto británico como la victoria de los tontos, la imposición de los ignorantes, el triunfo del resentimiento”. En su perspectiva, que me parece válida, nos hace buscar entender el razonamiento del ciudadano común, en un concepto, el rechazo a las élites y a su ciencia. Se votó contra los dominantes, fue un triunfo moral para muchos negando la realidad científica planteada por expertos.

Silva-Herzog sentencia diciendo “El desprestigio de los datos abre la puerta a las peores demagogas”, una verdad contundente que resume esa negación de los datos, ese rechazo a los economistas y su mundo, ese rechazo a los analistas de la burocracia. El apego a la identidad, el nacionalismo, la desconfianza y la inseguridad minaron las conciencias de muchos votantes a tomar tan drástica decisión.

El Brexit constituye el hecho histórico más transcendental en Europa desde la caída del Muro de Berlín. Las consecuencias no me atrevo a pronosticarlas, ni para bien ni para mal, sigo pensando que la ciencia de la economía nos dará el mejor consejo, al menos ella no está sujeta ni a votos ni al gusto de nadie.

Lo dicho, dicho está.

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Los hooligans de Monterrey

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Hace 30 años, en junio de 1986, cientos de aficionados ingleses inundaban la ciudad de Monterrey para ver a su equipo jugar la fase de grupos de la Copa del Mundo jugada en nuestro país. Con la llegada de los ingleses, México conoció por primera vez a los hooligans, también llamados ultras que son una bola de inadaptados sociales que bajo el pretexto del futbol hacen N cantidad de desmanes y desorden por donde pasen. Tristemente, los hooligans son un sello característico que ha venido cargando el pueblo inglés durante años.

En esos días de ese Monterrey pre-urbanizado, los hooligans llegaron a la Central de Autobuses de Avenida Colón rumbo a la zona del Tecnológico donde jugarían contra Portugal y Marruecos. Comentarios de la época y narraciones periodísticas señalan la inoperancia de la policía y la sorpresa del público ante estos sujetos que hicieron destrozos en su paso.

Esa fase de grupos que fue algo complicada para Inglaterra, aunado al calor infernal que se vivía en ese mes, increpó a los hooligans de tal manera que tenían que sacar su coraje de algún modo.

En esos días de ese Monterrey pre-urbanizado, los hooligans llegaron a la Central de Autobuses de Avenida Colón rumbo a la zona del Tecnológico donde jugarían contra Portugal y Marruecos.

Escandalizaron en las cantinas del Centro, tuvieron varias batallas campales a las afueras del Estadio Tecnológico contra mexicanos que les hicieron frente con unos cuantos detenidos y para terminar de burlarse de la autoridad, hombres y mujeres se bañaron sin ningún pudor enfrente del Palacio de Gobierno ante la mirada burlona de la policía.

Paren a los hooligans es el clamor en Monterrey” tituló El Norte en esos días. Ahora en 2016, el fenómeno se repite en Francia, los hooligans ingleses se enfrentaron a otros igual de violentos como son los ultras rusos.

Decenas de lesionados y daños en negocios dejaron en Marsella que sin deberla ni temerla ha tenido que pagar el plato roto del nulo control de la seguridad. A diferencia de los policías regiomontanos de 1986 que solo se reían de ver a los hooligans desnudos bañándose en la Macroplaza, en Francia han tomado medidas serias y apropiadas.

De inicio, han puesto sobre la mesa la eliminación de Rusia e Inglaterra como medida final si los altercados continúan. Aparte de eso, han decidido escoltar a estos grupos antes y después de los partidos y expulsar del país a todo aquel desquiciado que siga causando problemas.

A diferencia de los policías regiomontanos de 1986 que solo se reían de ver a los hooligans desnudos bañándose en la Macroplaza, en Francia han tomado medidas serias y apropiadas. De inicio, han puesto sobre la mesa la eliminación de Rusia e Inglaterra como medida final si los altercados continúan.

A reserva de las subsecuentes investigaciones que se harán de cada caso, vemos como la seguridad nacional se pone en riesgo por sujetos descontrolados y carentes de límites que son usados por células del crimen para hacer sus fechorías. Esto no es nada nuevo, ni dejará de pasar tristemente… sin embargo, es preciso señalar que en Francia se están tomando medidas que aquí en México debemos copiar y aplicar no solo en espectáculos deportivos sino de cualquier tipo.

Las barras, que son la versión tropical de los hooligans en México, son grupos que se comportan y actúan por líderes que cual cártel manipulan y agreden a todo aquel que consideren enemigo.

Quizás en México no tenemos en las barras el nivel de violencia que tienen en Inglaterra pero, en un país donde la violencia es casi endémica, no estamos para tolerar más cosas como esta.

30 años pasaron desde el paso hooligan en Monterrey y el gol con la mano de Maradona que los eliminó. Con la mano, la mano de la cero-tolerancia debemos acabar con las barras en México que no le aportan nada al fútbol ni le aportarán y así cortar de tajo cualquier elemento violento bajo el auspicio de una camiseta de un equipo…

Lo dicho, dicho está.

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París en Inglaterra

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Criticado por muchos, el balompié muchas veces ha sido pretexto para exacerbar el patrioterismo, pues al final se trata de una confrontación entre representantes de dos naciones, y los sentimientos o resentimientos fácilmente pueden salir a flote. Javier Aguirre alguna vez le llamó: “La guerra sin muertos”.

Al final se trata de una confrontación entre representantes de dos naciones, y los sentimientos o resentimientos fácilmente pueden salir a flote. Javier Aguirre alguna vez le llamó: “La guerra sin muertos”.

A veces estos enfrentamientos no sólo involucran a naciones sino que en ocasiones a ciudades o hasta a barrios de un mismo pueblo. Motivos geográficos, históricos, socioeconómicos o incluso religiosos, enemistan a los seguidores de dos oncenas al grado en que la victoria de un equipo más que ser vista como un triunfo deportivo que en nada cambia nuestras vidas, es percibida como la derrota de la cosmovisión contraria. Les ganamos.

Los partidos entre Serbia y Croacia (repúblicas ex yugoslavas), Fenerbache y Galatasaray (zona europea contra zona asiática de Estambul) Celtic y Rangers (Católicos contra protestantes de Glasgow) desgraciadamente muchas veces han llevado a sus aficionados a conductas violentas.

No olvidemos la “Guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador a finales de los años 60, o a los mexicanos que cantaron “Osama, Osama” en un México contra Estados Unidos en Guadalajara.

Más cerca de nosotros, no olvidemos la “Guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador a finales de los años 60, o a los mexicanos que cantaron “Osama, Osama” en un México contra Estados Unidos en Guadalajara.

Podría decirse que los futbolistas suelen entender mejor que se trata de un juego (o tal vez el temor a suspensiones o lesiones los haga entenderlo mejor) y aunque no pocas veces se han visto rebasados, la realidad es que las agresiones son más comunes y extendidas en la tribuna.

Las colectividades reunidas parecen formar entes que manifiestan ideas o sentimientos de forma simplificada a través de frases breves o conductas más primitivas. No hay diálogo entre los miles de un color y los miles del otro. Además de las obvias imposibilidades físicas, tal vez principalmente porque no se trata del espacio idóneo y porque ahí se siente mucho más de lo que se piensa.

Pero estos entes colectivos de comportamiento precario no siempre han sido violentos, sino que a veces han sido lapidarios al abuchear o rechiflar a mandatarios como Díaz Ordaz o Miguel de la Madrid, o se han hermanado a pesar de la enemistad de sus gobiernos como en el partido entre la Alemania Federal y la Alemania Democrática de 1974, o en el Estados Unidos contra Irán de 1998 en el que los jugadores de ambos equipos se tomaron la foto juntos.

Y todo esto nos lleva al día de ayer en Wembley. Si bien es cierto que la rivalidad entre ingleses y franceses es más bien añeja, seguía pareciendo impensable que una enorme colectividad británica entonara la Marsellesa francesa en territorio inglés, y sin embargo, esto ocurrió antier durante el partido entre Francia e Inglaterra.

Los muertos no tienen la culpa de sus gobiernos y eso ni a través de la “representación popular” puede negarse.

Nadie se detuvo a pensar en para qué serviría, qué cambiarían, si había otros conflictos de mayor relevancia en el mundo, si los gobiernos occidentales han castigado cruel y severamente al Medio Oriente, si hay otros muertos que también merecen importarnos, sino que simplemente así lo sintieron: mostrar apoyo a los franceses por los hechos lamentables de la semana pasada, pues al final, los muertos no tienen la culpa de sus gobiernos y eso ni a través de la “representación popular” puede negarse.

La Marsellesa cantada con francés mal pronunciado no cambia nada, al igual que el abrazo de alguien no te regresará a un ser querido que ha muerto, o las lágrimas no te devolverán a tu perro perdido (a menos que comas comida para perro en exceso, como sugería Homero Simpson). Pero no deja de ser un gesto de apoyo que no debemos privar de su nobleza por el pragmatismo: no sirve de nada pero significa mucho.

La condena a las potencias occidentales por su brutalidad en Medio Oriente —muchas veces disfrazada o callada—, la solidaridad con los sirios, musulmanes o con otros sucesos lamentables no es excluyente de un abrazo a los ciudadanos franceses que fueron víctimas el viernes y a una colectividad dolida más por la pérdida de sus personas que por la vulneración de su gobierno o de sus principios ideológicos. Después de todo, nadie le dedicó nada a sus gobernantes ni les pidió que invadieran o tomarán represalias.

Más allá de los dirigentes del país, de sus representantes deportivos, territorios o incluso lenguajes, los miles de un color sintieron la necesidad de abrazar a los miles de otro color, y la forma que encontraron de hacerlo fue cantando al unísono la misma canción.

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