En los pasados días se han presentado diversas manifestaciones públicas en Cuba, tanto en las calles, como en redes, en prensa, donde se reclaman diversos derechos, se cuestiona al régimen en su legitimidad como continuador de la Revolución y de su sistemática incapacidad para atender los problemas que aquejan a la nación insular específicamente lo concerniente a alimentos, medicinas y la crisis provocada por el COVID-19.
La situación problemática en Cuba no es nueva ni reciente. El actual régimen se ha caracterizado por la represión, por los recortes económicos y por una ausencia de voluntad democrática en la toma de decisiones. Incluso en plena manifestación el régimen ha mostrado poca sensibilidad, ha llamado “contrarevolucionarios” a los manifestantes y abiertamente ha mandado a la policía y el ejército a reprimir en una clara violación de derechos.
Analicemos las distintas visiones del problema. Por un lado, están los extremistas, esos a quienes poco les importan los cubanos. Los extremistas que equiparan al régimen de Díaz Canel con el ideal revolucionario de los 50s y que con melancolía ahistórica intentan justificarlo y del otro lado, los radicales de derecha que niegan el embargo y abogan por el intervencionismo militar norteamericano.
A decir verdad, el análisis es mucho más complejo, más profundo y lejos de respuestas simplistas tan de moda hoy en día. Las y los cubanos tienen un reclamo legítimo, un reclamo que ha estado presente por décadas y que sigue sin ser atendido.
También está la postura del régimen, un gobierno que se aferra al tema del embargo económico de Estados Unidos como bandera para defender sus intereses. En verdad es innegable el daño que ejerce y que, como en cualquier embargo realizado por una potencia económica a un país subdesarrollado, quienes sufren las consecuencias son los más pobres, no la élite. También, intenta acusar a Estados Unidos por agitar las protestas, lo cual sólo deslegitima las inquietudes de la gente y les añade un tinte político. En cualquier caso, el gobierno, en una postura de “autosuficiencia” ha ofrecido poco en materia de soluciones o de diálogo.
Otro lugar común en la prensa internacional es el debate “comunismo [sic]” vs “capitalismo” el cual es bastante estéril y no tiene ningún sentido porque las demandas cubanas van más allá de sistemas económicos, aún contando la incapacidad de la planeación central de la economía cubana y de sus tomadores de decisiones.
Finalmente, está el uso político del tema, por un lado, algunos países, políticos e intelectuales de izquierda han refrendado su apoyo al régimen en una postura simplista, de supuesta coherencia ideológica y carente de autocrítica, en tanto en otros países, como algunos políticos colombianos y chilenos conservadores, en franca hipocresía han llamado al “respeto a la libre manifestación”. Como se ve, la politiquería busca posicionamiento, generar ruido, pero al mismo tiempo, pone en un segundo lugar las necesidades cubanas.
En México, la postura de AMLO ha sido vista como cauta, otros la ven como tibia. Sin embargo, la postura mexicana no puede negar el llamado de apoyo humanitario, claro está, con respeto a la soberanía cubana y lo más importante, buscando que las y los cubanos sean quienes decidan el futuro de su país y no por medio de una invasión militar extranjera. Es decir, la libre autodeterminación de los pueblos, una doctrina históricamente mexicana.
Como ciudadanos mexicanos podemos coadyuvar a exponer las necesidades del pueblo cubano, apoyarles en materia humanitaria y procurando que el gobierno mexicano atienda solicitudes de asilo político en caso de ser necesario.
Esperemos que la situación se ataque en sus causas, que el gobierno cubano por medio del diálogo pueda abrir a mayor participación en la vida pública y ofrezca los cambios tan deseados por la ciudadanía cubana.
Lo dicho, dicho está.