Lo pequeño es hermoso: El precio del progreso

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“Any intelligent fool can make things bigger, more complex, and more violent. It takes a touch of genius–and a lot of courage to move in the opposite direction.”
Small is Beautiful, en The Radical Humanist, Vol. 37, No. 5 (agosto de 1973), p. 22

Ya es casi un lugar común decir que lo que ocurre en Nuevo León estos días parece sacado de las escenas más impactantes de Interstellar. Sin embargo, lo verdaderamente alarmante es que, a pesar de la crisis ambiental, la rutina en el estado apenas cambia. Sí, hay marchas los domingos, organizadas en horarios convenientes, pero parecen más un acto de simulación política que una verdadera exigencia de cambios en las políticas ambientales hacia la industria.

Las imágenes de la contaminación desmedida en la ciudad nos obligan a una reflexión: ¿realmente vale la pena? Cuando la generación de riqueza atenta contra la salud pública, cuando se vuelve “recomendable” no salir de casa, evitar los parques y renunciar a cualquier actividad al aire libre, el costo del progreso se vuelve evidente. Hospitales llenos de niños y adultos con problemas respiratorios nos recuerdan que tal vez sea hora de cuestionarnos si el “cambio está en uno” o si, en realidad, estamos ante un problema estructural que nos rebasa.

La bendita industrialización

Lo menos criticable en las ciudades metropolitanas de nuestro país, como Monterrey, Guadalajara o Ciudad de México, es que, sin lugar a dudas, existe una mayor oportunidad de vida profesional. Esto es indiscutible.

En el caso de Monterrey, las raíces industriales se remontan a la época en que el General Porfirio Díaz designó a Bernardo Reyes como Gobernador del Estado. Nuevo León reconfiguró su vocación industrial después de la pérdida de más del 50% de su territorio, lo que acercó la frontera y abrió la puerta a nuevas oportunidades. Mi hipótesis es que, si este hecho histórico no hubiera ocurrido, tal vez Monterrey no sería lo que es hoy. La proximidad al mercado más grande del mundo obligó a la región a establecerse como un proveedor clave, buscando asociarse con dicho gigante económico.

A finales del siglo XIX, las políticas económicas implementadas permitieron reducciones y estímulos fiscales que atrajeron a empresarios de diversas partes del país. Estas medidas fueron suficientes para consolidar algunas de las industrias que aún representan símbolos de la ciudad, como la Cervecería Cuauhtémoc y la Fundidora de Metales. Ambas continúan siendo parte fundamental de la identidad de Monterrey, tanto en el plano social como en el vocacional, atrayendo sectores como la siderurgia y la automotriz, entre otros.

Hoy en día, de cada 10 pesos generados por el Producto Interno Bruto (PIB) en el estado, 4 provienen de las industrias. Es decir, el 40% de la riqueza en Nuevo León se genera a través de la manufactura, el procesamiento y transformación de productos terminados, así como de la construcción, entre otros sectores. Para poner esto en perspectiva, de cada 10 pesos de riqueza generada por la industria en México, 1 proviene de Nuevo León, lo que lo convierte en el principal contribuyente industrial de los 32 estados del país.

Crecimiento y desarrollo

No hace mucho tiempo escribí sobre cómo mi ciudad natal se había convertido en la “ciudad más pobre del país“. En aquel entonces comenté que es común, en teoría, pensar que, en contextos de alto desempeño, las consecuencias sociales se hacen evidentes cuando el crecimiento se sobrepone a otros aspectos esenciales del desarrollo. Realmente creo que existen argumentos que consideran que el desarrollo no es una alternativa al crecimiento, sino que ambos son complementos naturales. El verdadero problema radica en cómo definimos el crecimiento, pues no puede existir desarrollo económico sin una riqueza generada; y, por otro lado, no puede haber crecimiento sostenible sin una economía preparada para impulsarlo de manera equilibrada.

Este análisis sobre el daño que causa la búsqueda de las métricas actuales de crecimiento no es nuevo. En territorios donde la desigualdad es evidente, han surgido personalidades dignas de nuestra atención, que nos invitan a cuestionar, por lo menos, las métricas del sistema vigente. Un ejemplo claro es Amartya Sen, un economista que incorpora cuestiones éticas al debate de las políticas económicas. Para él, el desarrollo no puede medirse únicamente en incrementos de ingresos, ni siquiera a través del aumento del ingreso per cápita. Es necesario un conjunto de mecanismos entrelazados que permitan, progresivamente, el ejercicio pleno de las libertades. Es relevante resaltar el uso de la palabra libertades, pues Sen parte del supuesto de que la pobreza y la desigualdad nacen de la carencia de diversas libertades: sociales, políticas y económicas, las cuales incluyen, por supuesto, la capacidad de disfrutar de un medio ambiente sano. Una de las ideas centrales de este pensador es que la libertad es desarrollo.

¿El crecimiento es infinito?

Creo que esta es una de las preguntas que nos hacemos menos veces de las que deberíamos. ¿Qué tan sostenible es crecer a un ritmo como el que ha dictado la mecánica económica actual desde hace algunas décadas? Esta fue una cuestión que el famoso Club de Roma, compuesto por centenares de científicos, delegó al MIT en los años 70. La respuesta fue un trabajo de investigación que sigue vigente, aunque con ciertos matices, hasta el día de hoy.

Los límites del crecimiento (en inglés The Limits to Growth) es el título del informe que respondió a esta pregunta, publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo. La autora principal, en el que colaboraron 17 profesionales, fue Donella Meadows, biofísica y científica ambiental, especializada en dinámica de sistemas. La conclusión obtenida es muy malthusiana y está basada en la simulación informática del programa World 3: si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales siguen sin cambios, alcanzaremos los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.

Es decir, en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles. Y, por si se lo preguntaban, sí, existen nuevas versiones de este reporte que han recreado y comparado los resultados descritos hace 50 años con lo que ha sucedido…

En 2012, se editó en francés el reporte Les limites à la croissance (dans un monde fini). En esta edición, los autores disponen de datos fiables en numerosas áreas (el clima y la biosfera, en particular), según los cuales ya estaríamos alcanzando los límites físicos. La conclusión, por tanto, es menos polémica y los autores no tienen reparos en mostrar, mediante el instrumento de la huella ecológica, que el crecimiento económico de los últimos cuarenta años ha sido una danza en los bordes de un volcán que nos está preparando para una transición inevitable. Además, dedican dos capítulos para proponer posibles transiciones que deben ser rápidas, apoyados en ejemplos, para evitar el temido colapso.

La idea de que existen límites físicos al desarrollo económico ha sido sistemáticamente ignorada o desacreditada, especialmente en el mundo anglosajón. Desde los años 80, se impuso una “Era de la Denegación”, en la que se minimizó el impacto ambiental del capitalismo y se ridiculizó cualquier planteamiento que cuestionara el dogma del crecimiento. La crítica a estos límites fue desechada como “malthusiana”, y los modelos de desarrollo sostenible promovidos por organismos internacionales resultaron ineficaces para detener la crisis ecológica. El dilema central radica en la contradicción entre la naturaleza finita del planeta y la lógica económica de maximización de beneficios.

El inminente colapso 

Para los movimientos post-ecologistas, las crisis que se avecinan serán tanto medioambientales como económicas, desencadenando colapsos parciales, intensificación de conflictos y una creciente desigualdad. La humanidad se enfrentará a un planeta más cálido, con ecosistemas deteriorados y una reducción en la disponibilidad de recursos clave.

La aparición de este informe abrió la puerta a nuevas corrientes de pensamiento, muchas de ellas extremistas, pero necesarias para alertarnos sobre un escenario que no debemos descartar. Para estos movimientos, la clave no está en lograr un desarrollo sostenible, sino en preparar estrategias de resiliencia para un mundo que se degradará progresivamente. Aceptan que el futuro será muy distinto al presente, por lo que abogan por una adaptación pragmática a los límites del planeta.

Ante este panorama, algunos movimientos post-ecologistas, como Dark Mountain o las iniciativas de transición local, se enfocan más en la resiliencia que en la sostenibilidad. Proponen preparar a las comunidades para el colapso, con formas de vida más descentralizadas. A diferencia de la confianza en soluciones tecnocráticas o en la voluntad política de las élites, estos movimientos buscan aceptar que el colapso será inevitable, llevando a la humanidad a enfrentar un planeta más cálido, con ecosistemas deteriorados y menos recursos clave.

El des-desarrollo y el siglo de la prueba

Fundado por los escritores británicos Paul Kingsnorth y Dougald Hine, Dark Mountain es un movimiento que parte de la premisa de que la civilización industrial no puede sostenerse y que el enfoque ecologista centrado en el desarrollo sostenible ha fracasado en su intento por detener la crisis ambiental. En lugar de seguir con la ilusión de que podemos “salvar el planeta” mediante reformas dentro del sistema actual, Dark Mountain propone aceptar el colapso y prepararnos para un mundo radicalmente distinto.

Para este movimiento, el futuro no será una prolongación del presente con tecnologías más limpias, sino que se asemejará más a una “desindustrialización forzada”. La sociedad será más fragmentada, con migraciones masivas y, posiblemente, una militarización de la escasez. Los modelos económicos post-ecologistas abogan por una drástica reducción del consumo, economías locales autosuficientes y una menor dependencia del mercado global. Proponen comunidades que gestionen sus propios recursos energéticos, alimentarios y materiales, priorizando la resiliencia sobre el crecimiento.

Más allá de la existencia o no de una esperanza, este enfoque nos invita a abandonar la ilusión del progreso infinito y a centrarnos en construir nuevas narrativas que nos ayuden a enfrentar un mundo en declive. Se habla de decrecimiento y de una economía basada en la cooperación y el reparto equitativo de los recursos. Sin embargo, estos enfoques siguen siendo marginales y no cuentan con la fuerza suficiente para reemplazar el sistema dominante antes de que el colapso avance. Tal vez, no se trate de evitar la crisis, sino de sobrevivirla con la menor pérdida posible. Para ello, es esencial cambiar nuestra relación con la naturaleza, aceptar los límites biofísicos y replantear el propósito de la economía y la política. El siglo XXI, para los pensadores post-ecologistas, será el Siglo de la Gran Prueba, donde la humanidad decidirá si puede adaptarse o sucumbir ante sus propias contradicciones.

*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales

Exceso de poder: El botón nuclear de los aranceles

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“In 1930, the Republican-controlled House of Representatives, in an effort to alleviate the effects of the… Anyone? Anyone? The Great Depression, passed the… Anyone? Anyone? The tariff bill. The Hawley-Smoot Tariff Act, which… Anyone? Raised or lowered? Raised tariffs in an effort to collect more revenue for the federal government.

“Did it work? Anyone. Anyone know the effects?”

Economics teacher continues: “It did not work, and the United States sank deeper into the Great Depression.”
(Ferris Bueller’s Day Off, 1986)

Ni en la más improbable de las coincidencias habría imaginado que una de las películas mencionadas –aunque no necesariamente nominadas (ya que no es del agrado de la comunidad de La Academia) en los Premios Oscar de este año– retrataría, en gran medida, el pensamiento de uno de los personajes más icónicos de la actualidad. No solo es una figura omnipresente en la cultura pop, sino también uno de los hombres más poderosos del mundo.

Si algo debe reconocerse del actual presidente de Estados Unidos es su habilidad para mantenerse relevante, trasladando su filosofía de vida al ámbito político y moldeando, a su manera, el actuar de una nación entera, como si fuera una extensión de su propia personalidad.

A escasas horas de que el hombre más poderoso del planeta se pronunciara ante el Congreso, reafirmando, entre otras medidas, la imposición de aranceles a México y Canadá, la mayor reflexión gira en torno a dos grandes cuestiones: el uso del poder económico como una herramienta de coerción más allá de la política y las consecuencias de implementar medidas radicales sin siquiera iniciar un diálogo sobre comercio internacional.

Lo que hoy hace el poder ejecutivo estadounidense es aplicar el poder económico como un instrumento de negociación, un principio fundamental de la Economía Política. Cuando un gobierno toma una decisión –especialmente una de esta magnitud– lo hace con una causa económica de fondo, utilizándola como herramienta dentro del juego político y las instituciones de una sociedad. Las decisiones políticas no solo tienen un origen económico, sino que afectan directamente las estructuras de poder, la distribución de recursos y la producción de bienes y servicios.

¿Qué pretenden los Estados Unidos?

Enfoquémonos en el caso de México. La premisa principal es la imposición de tarifas o aranceles a todos los productos provenientes de nuestro país, una medida absolutamente extrema que, tras haber sido anunciada hace más de un mes y postergada en varias ocasiones, finalmente entró en vigor el pasado 4 de marzo por algunas horas y tal parece que será pospuesta por un mes más.

El mismo 4 de marzo, ante la Cámara de Representantes, la retórica desde Washington dejó en claro una actitud de triunfo y desdén hacia sus países vecinos y sus autoridades. Aunque el plan de ejecución no es del todo claro, el discurso da por sentada la aplicación de estas medidas y, además, sostiene con soberbia que “México quiere hacerlos felices”.

Durante meses, las mesas de negociación en el frente económico han trabajado para evitar lo que han logrado desplazar hasta abril. El gobierno mexicano lo apostó todo, extraditando a más de veinte capos capturados en México, desplegando cientos de miles de elementos de la Guardia Nacional en las fronteras para frenar el tráfico tanto de personas como de fentanilo, entre muchos otros “gestos de buena voluntad”. Pero nada de eso parece ser suficiente para desaparecer los aranceles de la conversación bilateral.

Los aranceles como botón nuclear

“No podemos contenerlo cuando está enojado, y tiene la mano en el botón nuclear”, fue el mensaje que la administración de Nixon hizo llegar a Vietnam del Norte en el siglo pasado. La estrategia era clara: hacer creer al enemigo que el presidente estadounidense estaba completamente fuera de control y que sería capaz de hacer cualquier cosa si no se rendían.

Hoy, la Casa Blanca ha adoptado una versión económica de aquella táctica. Su botón nuclear son los aranceles. Un arma de destrucción no física, pero sí económica, con efectos devastadores tanto para México como para Estados Unidos o cualquier país al que se le impongan restricciones comerciales. Washington aprovecha su posición como el mayor consumidor del mundo para convertir su mercado en un instrumento de presión política.

Con esta estrategia, el objetivo va más allá del comercio. Se busca condicionar temas como la migración indocumentada o el tráfico de fentanilo, utilizando el poder económico como herramienta de control. Sin embargo, este tipo de movimientos conllevan riesgos: la incertidumbre y la tensión siempre son antinegocios, afectan el crecimiento económico y desalientan la inversión.

En este cálculo político, las consecuencias para la población quedan en un segundo plano. La mirada está puesta en los intereses de los grandes productores, quienes generalmente pertenecen a la cúspide de la pirámide socioeconómica. El impacto en los consumidores es irrelevante. La inflación provocada por los aranceles será, como tantas veces antes, un impuesto a la pobreza que para quienes toman estas decisiones resulta una molestia marginal.

¿Qué se ha implementado hasta ahora y qué sabemos?

El secretario de Comercio de los Estados Unidos, Howard Lutnick, adelantó esta semana que el gobierno estadounidense podría anunciar acuerdos con México y Canadá para suavizar los aranceles impuestos a ambos países. La propuesta original contemplaba una tarifa generalizada del 25% sobre todos los productos importados. Hasta ahora, la única concesión ha sido una pausa en los aranceles de productos incluidos en el T-MEC por lo menos durante un mes. 

Claudia Sheinbaum sostuvo este jueves una llamada con su homólogo estadounidense para alcanzar un acuerdo, el cual anunció en ese mismo momento. Sin embargo, incluyó en sus eventos de la semana un mitin este domingo al más puro estilo de campaña presidencial.

Todos perdemos

El período de gracia otorgado por la administración estadounidense para la implementación de los aranceles se ha extendido. Las declaraciones del líder norteamericano han intensificado la tensión en los mercados, debilitando significativamente el peso mexicano.

Desde hace dos años, México se ha consolidado como el principal socio comercial de Estados Unidos. Tan solo las importaciones provenientes de nuestro país superan los 500 mil millones de dólares anuales. Sin embargo, otro récord que ha sido utilizado como argumento para justificar estas medidas es el creciente déficit comercial de 171 mil millones de dólares que enfrenta la economía estadounidense.

Diferentes agencias estiman que la imposición de aranceles podría llevar a México al umbral de una recesión, con una contracción del PIB de entre 0.5% y 1%, frenando el crecimiento proyectado de 1.2% en 2024. El impacto, naturalmente, se agravaría si la medida se mantiene por un periodo prolongado, ya que cerca del 80% de nuestras exportaciones tienen como destino el vecino del norte.

La aplicación de un arancel del 25% sobre las importaciones mexicanas pone en riesgo un comercio bilateral valuado en más de 840 mil millones de dólares anuales. Los sectores más afectados serían el automotriz, el petrolero, las telecomunicaciones, los equipos de cómputo y las autopartes, todos ellos parte de una cadena de producción regional profundamente integrada.

Para México, las consecuencias son claras: pérdida de empleos, impacto en el sector de transporte y logística, así como una disminución significativa en la inversión. Pero el mayor golpe radica en la incertidumbre que genera esta política comercial. La planificación estratégica empresarial requiere estabilidad, y con este escenario volátil, resulta prácticamente imposible diseñar estrategias de largo plazo. La falta de certeza se traduce en menor rentabilidad, encarecimiento de productos y una preocupante pérdida de competitividad a nivel global. De hecho, diversas armadoras como Honda o Volvo han cancelado ya proyectos en México para sus productos y trasladar sus fábricas a Estados Unidos. A pesar de que las tarifas se han aplazado, la incertidumbre es tal que no pueden darse el lujo de invertir con los ojos cerrados en nuestro territorio.

Un disparo al pie

Retomando la idea expresada en los párrafos anteriores, parece ser que los Estados Unidos aún no terminan de comprender que también existe una implicación seria y perjudicial para ellos mismos. Hay una razón por la cual muchas empresas americanas decidieron establecerse en México: los costos más bajos de producción.

Estados como Arizona, Texas, Louisiana, Alabama, Utah, Nuevo México, Missouri, Kentucky y Michigan serán los más afectados por esta medida. Los aranceles, al aumentar los costos de exportación, obligan a las empresas a buscar alternativas para la producción, y la relocalización es una de esas opciones. Sin embargo, producir nuevamente en Estados Unidos generaría un aumento de los precios internos, lo que ya hemos visto reflejado en el precio de productos como el huevo y otros bienes agrícolas.

El precio de la arrogancia económica

Las consecuencias de la imposición de aranceles no son únicamente económicas, sino también políticas y sociales, y afectan a ambas naciones de manera profunda y equitativa. La utilización de tarifas como herramienta de negociación, sin la debida consideración de los efectos a largo plazo, socava la relación bilateral entre Estados Unidos y México, dos países que, pese a sus diferencias, comparten una economía interdependiente. Esta medida no solo amenaza el bienestar económico de millones de trabajadores en ambos lados de la frontera, sino que también siembra la semilla de una fractura en una relación que ha sido crucial para el crecimiento y desarrollo de América del Norte.

Lo que está en juego es mucho más que una simple diferencia comercial: es un juego de poder en el que se intenta someter a un vecino por medio de la economía, sin un verdadero interés en encontrar soluciones duraderas. Al apalancarse en su posición dominante como principal consumidor mundial, el presidente de los Estados Unidos parece olvidar que las decisiones basadas en el ego y la venganza rara vez conducen a la prosperidad para todos. En lugar de generar una política económica coherente y colaborativa, lo que estamos viendo es una estrategia de “toma o deja” que se apoya en la amenaza constante, sin ofrecer una verdadera propuesta que beneficie a todos los involucrados.

Al negociar de esta manera, se ignoran las consecuencias para la población estadounidense. La economía de Estados Unidos también sufrirá las repercusiones de sus propias decisiones, ya que los consumidores americanos serán los primeros en experimentar los efectos de los precios más altos y la pérdida de acceso a productos de calidad provenientes de México. Es una estrategia que, al final, solo sirve para alimentar una narrativa de poder y superioridad que es completamente insostenible a largo plazo.

Por tanto, las decisiones unilaterales en materia de comercio no solo dañan la relación bilateral, sino que también demuestran un entendimiento erróneo de la economía globalizada y de la cooperación internacional. La verdadera fortaleza económica no se basa en el aislamiento ni en el abuso del poder, sino en la construcción de alianzas estratégicas que promuevan el bienestar de todas las partes. Si no se reconsidera este enfoque y se da espacio al diálogo y al entendimiento mutuo, los costos de esta política serán insostenibles para ambos países.

 

Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusicamente al autor y no a sus enlaces profesionales

Salvando al sol naciente: Japón y las décadas perdidas

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“The paradox of the modern age, I realized, is that we live in a world that is closely integrated in some ways, but fragmented in others. Shocks are increasingly contagious. But we continue to behave and think in tiny silos.”
― Gillian Tett, The Silo Effect: Why putting everything in its place isn’t such a bright idea

Es la segunda mitad de los años 80, y Japón dominaba el mundo, construyendo una de las mayores burbujas económicas de la historia. La apreciación del yen tras los Acuerdos de Plaza y Louvre encareció las exportaciones japonesas, lo que llevó al Banco de Japón a reducir drásticamente las tasas de interés, facilitando el crédito barato y alimentando una ola especulativa. Los bancos, incentivados por nuevas regulaciones, canalizaron enormes cantidades de dinero hacia los keiretsu y comenzaron a prestar cada vez más a perfiles mucho más riesgosos.

Desde la perspectiva actual, con la ventaja del análisis retrospectivo, la burbuja que estaba a punto de estallar resulta evidente. Sin embargo, en ese momento, Japón vivía una época de expectativas desbordantes. En 1995 se estrenaría la tercera parte de Back to the Future, y nada ilustra mejor el dominio japonés de la época que aquella escena en la que Doc Brown se burla de un chip “Made in Japan”, a lo que Marty McFly responde: “Todo lo mejor se hace en Japón”. La narrativa de una Japón imparable llegó a tal punto que, en la misma película, es un japonés quien despide a Marty cuando viaja al 2015.

El dinero entraba a raudales desde todo el mundo. Si bien el yen se había apreciado y Japón se había vuelto más caro para el exterior (de hecho, el único objetivo que se logró con los acuerdos fue eliminar el superávit comercial con EE.UU.), los activos japoneses ofrecían enormes rendimientos, tanto en bolsa como en bienes raíces. A estos últimos años, los japoneses los denominan baburu keiki, o “la economía de burbuja”.

La formación de la burbuja

Ya hemos hablado del impacto cultural que Japón experimentó con la globalización. Uno de los primeros valores que se desvaneció ante la occidentalización fue el del ahorro. La economía clásica en su forma más empírica: ante el fácil acceso al crédito, la avaricia venció al ahorro, y los japoneses comenzaron a redirigir su capital hacia la renta variable y la especulación.

En la década de los 80, el rendimiento de la bolsa japonesa alcanzó casi un 20% anual y hasta un 30% para los inversionistas extranjeros. Tan solo el PIB de Tokio superaba al de la Unión Soviética, y Japón contaba con la Bolsa de Valores más grande del mundo. Todos los bancos más grandes del mundo eran japoneses y tomaban deuda en moneda extranjera, aprovechando la apreciación del yen.

Los bancos pronto se quedaron sin deudores solventes y poco riesgosos, por lo que expandieron aún más el crédito. Pero no solo los bancos y los inversionistas extranjeros se lanzaron a la especulación: las grandes empresas industriales crearon divisiones específicas para ello, conocidas como zaiteku (財テク), o “tecnología financiera”. De hecho, en 1987, Nissan habría registrado fuertes pérdidas operativas de no ser por su especulación financiera.

En ese mismo año, el PIB per cápita de Japón superó al de EE.UU.: 20,745 dólares frente a 20,038 (según datos del Banco Mundial). Se hablaba de Japón como la próxima superpotencia económica. La burbuja alcanzó su auge en el sector inmobiliario y de la construcción. El exceso de liquidez provocado por la entrada masiva de divisas convirtió cualquier terreno habitable o construible en un activo altamente codiciado. Se dice que los jóvenes recién graduados no solo financiaban una casa, sino dos o más. La inversión extranjera en infraestructura también se disparó, dejando tras de sí una sobreoferta que colapsaría más tarde.

Los precios de la vivienda crecieron hasta el punto de afectar la competitividad del país. Se dice que en las noches era necesario exhibir un billete de 10,000 yenes para poder tomar un taxi en el lujoso barrio de Ginza. A finales de los 80, hacerse socio de un club de golf costaba más de un millón de dólares.

Yakuzas: los carteles de la burbuja inmobiliaria

El valor de los inmuebles japoneses se multiplicó por cinco en la década de los 80. Pero cuando la burbuja alcanzó su punto máximo y la demanda se desplomó, los precios cayeron hasta un 70%. Durante ese periodo, el hombre más rico del mundo era japonés: Yoshiaki Tsutsumi, quien construyó su fortuna en el mercado inmobiliario.

Para evitar la especulación con los inmuebles, Japón impuso un sistema de impuestos progresivos sobre la venta de propiedades, que aumentaban según el tiempo transcurrido desde la compra. Sin embargo, esto también restringió la oferta de terrenos disponibles, disparando los precios a niveles astronómicos. Un apartamento de 27 metros cuadrados en el centro de Tokio no costaba menos de 200,000 dólares (sin ajustes por inflación), casi cuatro veces más que sus equivalentes en Manhattan.

El crimen organizado también desempeñó un papel crucial en la burbuja, dejando una marca profunda en la sociedad japonesa. Los yakuza han estado históricamente involucrados en la industria de la construcción, controlando cientos de empresas del sector.

Durante la burbuja financiera, la mafia inmobiliaria se dedicó a expulsar inquilinos y propietarios de sus edificios mediante hostigamiento, acoso y extorsión para demoler las estructuras, reconstruirlas y venderlas a precios inflados.

Además, surgieron los prestamistas que tomaban la vida del prestatario como garantía, y los sokaiya (acosadores corporativos), quienes compraban acciones de empresas y chantajeaban a los directivos exigiendo pagos o beneficios. Empresas como Mitsubishi y Toshiba sucumbieron a estas prácticas.

La intervención de la policía fue clave para frenar estas actividades, especialmente después del asesinato de un directivo de Fuji Photo en 1994. Aunque el crimen financiero en Japón persistió hasta bien entrado el siglo XXI, la presencia de los yakuza se ha reducido considerablemente.

La explosión y década perdida

Con todo este contexto, la economía japonesa estaba evidentemente sobrecalentada. En 1989, el Banco de Japón comenzó a subir las tasas de interés de forma gradual para frenar la burbuja, hasta alcanzar un 6%.

El flujo de crédito se cortó de un momento a otro. En 1990, la burbuja estalló y la bolsa japonesa se desplomó un 32%. Dos de los bancos más importantes del país, el Long-Term Credit Bank y el Industrial Bank of Japan, tenían miles de millones de dólares en préstamos incobrables. Incapaces de capitalizarse, tuvieron que vender estos créditos basura a inversionistas extranjeros, absorbiendo enormes pérdidas. Los bancos japoneses operaron en números rojos durante toda la década de los 90.

Japón, que en ese momento tenía 120 millones de habitantes (y que sigue teniendo prácticamente la misma cifra debido a los efectos de esta crisis), vio cómo cinco millones de personas perdían su empleo. El suicidio se convirtió en la principal causa de muerte entre los hombres de 20 a 44 años.

La crisis no solo golpeó el mercado financiero, sino que también afectó profundamente la economía real. El colapso del consumo interno llevó a una sobreproducción de bienes, lo que desencadenó un periodo prolongado de deflación (una caída generalizada de los precios). Japón entró en un ciclo de estancamiento en el que las empresas no encontraban incentivos para invertir, y el crecimiento económico se volvió prácticamente nulo.

Japón pasó de ser el país que compraba edificios y campos de golf en el extranjero a verse obligado a venderlos a precios de remate. Un ejemplo claro es el Hotel Bel-Air, que se vendió por 50 millones de dólares, la mitad de lo que se había pagado por él solo cinco años antes.

Las secuelas de la burbuja

En términos fiscales, el déficit presupuestario japonés (la diferencia entre los ingresos y los egresos del Estado) pasó del 2.4% del PIB en 1991 a más del 200% en la actualidad. Japón es hoy uno de los países más endeudados del mundo y ha mantenido tasas de interés cercanas a cero durante décadas en un intento por estimular la economía.

El país entró en una era de ajustes y reformas que no lograron devolverle el dinamismo de antaño. La explosión de la burbuja dejó cicatrices profundas en la sociedad japonesa: el optimismo desbordado de los años 80 se transformó en una visión mucho más cautelosa y pragmática del futuro. Japón entró a un periodo de estagnación, la economía japonesa registró un crecimiento promedio anual de 0.7%, con un máximo de 4% en 2010. Por otro lado, la sorprendente deflación apareció entre 1995 y el 2012, la inflación primedio anual fue de (-1.5%), como un fenómeno económico sin precedentes.

Japón no volvió a ser el mismo después del estallido de la burbuja. La confianza a ciegas en el crecimiento infinito se convirtió en cautela que marcó a una sociedad en incertidumbre y precariedad laboral. La crisis no solo dejí cicatrices económicas, sino que alteró profundamente el tejido social: una generación entera vio desaparecer sus oportunidades, los salarios se estancaron, la natalidad cayó y la idea del empleo de por vida -pilar de lo que era el mercado japonés- comenzó a desmoronarse.

Hoy Japón sigue atrapado en las secuelas de su pasado, con un crecimiento anémico y una población envejecida que se enfrenta a nuevos desafíos. El milagro económico japonés de la posguerra se convirtió en una advertencia para el mundo sobre los peligros de la especulación descontrolada. Tres décadas después, Japón sigue buscando cómo salvar al sol naciente.

*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales

Afirma Barragán que el suministro de agua ya es 24/7, excepto para García.

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El Titular de Agua y Drenaje de Monterrey Juan Ignacio Barragán, informó que tanto el área metropolitana como la región citrícola ya cuentan con suministro de agua las 24 horas del día, los siete días de la semana.

Sin embargo, el municipio de García y algunas zonas elevadas se encuentran aún sin el abastecimiento del líquido al 100%, debido a problemas en sus infraestructuras.

El director mencionó que se estará gestionando un plan para dicho municipio pero que podría extenderse hasta un año para ser resuelto.

Por lo pronto, también detalló que el panorama podría seguir manteniéndose positivo para el estado con la llegada de próximas lluvias aunque reiteró que el organismo que puede confirmar el hecho es el Servicio Metereológico Nacional y Protección Civil federal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).

Actualmente la Presa de La Boca cuenta con un nivel del 79.4%, La Cerro Prieto con 14.4% y El Cuchillo con 66.7%.

Visitará AMLO Nuevo León; discutirá Plan de Apoyo.

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El Presidente Andrés Manuel López Obrador informó que visitará el próximo fin de semana el estado de Nuevo León, con el fin de realizar un recorrido por la Presa El Cuchillo II, que se ubica en el municipio de China; un segundo acueducto que se estima aporte 10,000 litros por segundo de agua a la entidad y que comenzaría sus obras dentro del próximo mes.

Además, el mandatario específico que anunciará el Plan de Apoyo dirigido a la entidad, sobretodo, en el tema de la crisis hídrica.

Lo acompañarán el Secretario de Gobernación, Adán Augusto López y los titulares de la Sedena y la Conagua.

Con anterioridad, López Obrador hacía firmado un decreto que establecía propiciar ayuda federal a Nuevo León para sobrellevar la crisis hídrica que se encuentra enfrentando actualmente, además de otros estados de la zona norte.

La Conagua había emitido el mes pasado, una declaración de emergencia nacional por sequía, debido a las condiciones en las que se encuentra la zona norte del país.

Ya no se producirá cerveza en el norte, afirma AMLO.

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Cómo forma de afrontar a la sequía y crisis hídrica que vive actualmente México (especialmente en sus estados del norte) el presidente Andrés Manuel López Obrador ha detallado que su Gobierno ya no ofrecerá más permisos para que la industria cervecera continúe operando en esta zona del país.

Mencionó y sugirió que se podría propiciar una mudanza al sur, como lo han hecho algunos compañías según argumentó el mandatario.

Ya no se puede dar permiso en donde no hay agua o donde están abatidos por completo los mantos freáticos y ya lo que se esta sacando es agua con arsénico“, fue la explicación del mandatario ante el hecho de tomar esta decisión.

López Obrador continúa puntualizando que el principal objetivo en estos momentos debe de ser que se le dé prioridad al consumo doméstico de agua.

Finalmente, AMLO aclaró que la medida no significa parar la producción de cerveza en todo México, pues es una industria que genera muchos empleos, pero que sí se busquen alternativas de que no dañen o perjudiquen más a la emergencia hídrica que enfrenta la zona norte como en el caso de Nuevo León.

La Comision Nacional del Agua (Conagua) había declarado el pasado mes, que México se encuentra en un estado de emergencia por sequía, especialmente sus estados del norte.

Plantea Samuel aplicación de tarifas progresivas en materia de agua.

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Durante un video compartido en sus redes sociales donde reflexiona sobre la crisis de agua que enfrenta Nuevo León, el Gobernador Samuel García planteó la idea de propiciar la aplicación de “Tarifas Progresivas“.

Esta medida se implementaría mediante un Consejo Técnico “limpio y apolítico”, en el que se plantearía que la tarifa del servicio de agua aumente en las zonas de mayor poder adquisitivo.

Esta propuesta surgiría después de que varios Organismos No Gubernamentales (ONG) criticaran los aumentos por parte de Agua y Drenaje al recibo del agua que se originaron desde el pasado mes de marzo, siendo que muchas colonias no cuentan con suministro o abastecimiento del líquido.

García declaró que para ciertos sectores de Nuevo León, la tarifa es demasiado “barata” y ante ello, no escatiman en desperdiciar y no propiciar buenos cuidados al líquido.

Por otro lado, el mandatario afirmó que se seguirán planteando estrategias como la construcción de pozos someros y profundos.

Afirma Barragán que ya pasó lo peor de la crisis del agua.

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El Director de Agua y Drenaje, Juan Ignacio Barragán ha afirmado que se espera un panorama positivo en las próximas semanas, pues lo “peor” de la crisis hídrica ya ha ocurrido.

Sus declaraciones suceden luego de que explicara que la Presa Cerro Prieto en conjunto con la Presa de la Boca, ha mostrado recuperación en efecto del bombardeo de nubes, una de las estrategias insignia que se han realizado desde el inicio de la crisis.

El titular informó que se destinará una inversión extra de $1,500 millones de pesos, como una vía de recursos para afrontar la emergencia, además de proveer infraestructura que a largo plazo, evite que una situación similar pueda repetirse.

Nos sentimos confiados de que vamos saliendo de esta crisis… tendremos una situación mucho más tranquila para la ciudadanía“, fue lo que declaró Barragán.

Se espera que el próximo año inicie la construcción de la Presa El Cuchillo II, que abastecería del líquido a la zona metropolitana con cinco metros cúbicos por segundo.

Activa ejército plan especial contra sequía.

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La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ha activado el Plan DN-III-E que significa que se propiciarán más recursos para la repartición de pipas y que se continuará estimulando y bombardeando nubes para generar lluvias.

El plan se ha activado como una medida de emergencia debido a que Nuevo León se encuentra en una de las fases más críticas de la sequía tras el agotamiento de la Presa Cerro Prieto.

La Sedena mencionó que estará enviando pipas a las zonas más vulnerables y afectadas por la crisis hídrica, como lo es el caso de la zona norponiente.

Asimismo, se utilizará el avión King Air para continuar con el bombardeo de nubes con el fin de originar precipitaciones en la zona de la Presa de la Boca en Santiago.

Es la primera vez que se activa el plan desde el comienzo de la sequía en el mes de marzo.

Advierte ONU que Afganistán entrará en verdadera crisis cuando terminen las evacuaciones

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El día de hoy, martes 31, las evacuaciones de Afganistán habrán concluido, por lo que la ONU afirmó que está previsto que empezará la verdadera crisis para los 39 millones de habitantes que permanecerán dentro del país y que necesitarán ayuda de la comunidad internacional.

El comisionado para los refugiados, Filippo Gradi, aseguró que: “Los puentes aéreos para salir de Kabul terminarán en cuestión de días, el frenesí mediático se calmará y la tragedia ya no será visible, pero seguirá siendo la realidad para millones de afganos. No debemos darles la espalda porque una crisis humanitaria mucho mayor solo está empezando.

En los últimos 8 meses, medio millón de habitantes se han visto obligados a abandonar sus hogares, se contabiliza que 3.5 millones de personas viven como desplazados internos a causa de la violencia. Además, 2.3 millones de refugiados afganos viven en Pakistán e Irán, los dos países vecinos que han abierto las puertas a esta población.

Con información de EFE Y Vanguardia