#PulsoUrbano: “2017: Favor de no blindar al urbanismo de la política”

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Lo que nos dejó el 2017 fue un largo año de tensiones para hacer que la Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano aprobada a nivel federal en 2016 pasará con éxito en los Congresos locales al menos como un marco de referencia para la adaptación local de qué es lo que deberíamos poner a consideración de la Agenda legislativa como propuesta para la reglamentación de las ciudades del futuro.

En medio de confusiones, ignorancias y desinformación absoluta, así como de perfiles egóicos de técnicos que han vivido de hacer negocio con lo que saben pero no entienden qué significa a profundidad el bien común, así como de muchos intereses en juego, Nuevo León fue el único estado en la República Mexicana que se amparó ante esta naciente Ley que fue liderada por el Senador Francisco Burquez en el Senado.

La tan urgente como importante #ReformaUrbana pasó a la historia como una renovada visión legislativa que permitiría servir de brújula para hacer ciudades de escala humana. Una apuesta ríspida para quienes siguen creyendo que la ciudad sólo se puede sostener de prácticas, diseños o Planeación errónea del pasado.

Sin embargo, pese a ese conflicto, algunos de los puntos importantes pasaron y son ahora parte de la Ley de Desarrollo Urbano de Nuevo León. No salió de forma ideal como lo hubiéramos querido quienes hemos impulsado durante años una nueva reglamentación para la ciudad. Pero al menos se generó el debate necesario.

No pudimos con la carga cultural e historia que piensa que la ciudad sólo debe ser para transitarse y no para vivirse. A pesar de eso, la realidad seguirá marcando el reloj de los cambios que podrán ser rechazados pero que tarde o temprano son inevitables.

Porque si hay algo que debemos rescatar es el cómo le haremos para transformar esta urbe regiomontana que hoy no es competitiva para hacer la que necesita de serlo a raíz también de la agenda urbana internacional. El reto es enorme cómo la carencia de indicadores de calidad de vida que auguren su éxito.

Considero que la mayor proeza en este año que termina fue no blindar al Urbanismo de la política. Que, al contrario, técnicos tan comprometidos con su ciudad como Paulino Decanini, Gabriel Todd y la que le escribe, hayamos dado la cara de forma frontal a defender el futuro que no puede seguir estando en el monopolio de intereses que más que nocivos empiezan a ser en la distancia del tiempo, arcaicos.

Está confrontación al menos hizo ese debate mucho más factible y no el espléndido silencio en el que ha vivido un tema tan importante como el diseño de la ciudad.

Había escrito hace tiempo en este mismo espacio que perdimos, pero en realidad viéndolo en esa perspectiva ganamos abrir la puerta de manera transparente en la defensa de la ciudad competitiva, justa, segura, humana y sustentable no que queremos, sino que hemos trabajado desde la raíz.

No más blindajes en lo “oscurito”. Hay que hacer política urbana. Porque como diría la abuela de un amigo. Nadie puede defender como uno lo que es de uno.

Nuestro fue el gran logro de la Reforma Urbana a nivel nacional en su adaptación en los Congresos locales de cada entidad del país. Ese es un gran logro. Velar hoy por el mañana de las ciudades en México. Aún y cuando la nuestra sigue en el rezago urbano en el que quiere estar.

#PulsoUrbano: “Eres el aire que respiro”

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¡Qué frase tan romántica! Admitiré que es de mis favoritas… De no ser porque respiro ese aire y siento que en la ciudad en la que vivo, ¡es mortal! De hecho, sin ser la única, comienzo a estornudar, a sentir que tengo que inhalar más profundo y que me cuesta ver en la lejanía de esa “nata” denso color gris que nos impide visualizar con claridad el horizonte. Pero descubrí que sí, que no es una percepción personal, sino un grave problema de salud pública que está siendo mal atendido tanto en la prevención como en la reacción.

Es momento, en que poco sabemos qué es lo que tenemos que hacer ante la crisis ambiental que esta mala calidad del aire representa. Aunque los gobiernos están obligados a proveernos información, no toda la población se mantiene enterada. O no todos entendemos que esto está íntimamente relacionado con enfermedades cardiovasculares o que es altamente probable que tenga que ver con nuestras alergias y otros malestares respiratorios que no se quitan con cualquier dosis o con las frecuentes visitas al médico.

Algunos grupos de organizaciones de la sociedad civil están presionando para que se entregue la información completa. Hasta ahora, tampoco estamos tan en el “hoyo” como hace algunos años. Al menos ahora contamos con un semáforo que podemos consultar en diferentes sitios de Internet gubernamentales, así como la difusión en medios de comunicación masiva.

Pero, más allá de eso, ¿nos acostumbraremos a vivir así?, sobre todo, ¿a sabiendas que los costos de estas enfermedades o molestias derivadas las pagamos nosotros? Es difícil el panorama que presentamos.

Porque aún con esa entrega de datos, de poco sirve conocer que este día o tal otro día está más o menos contaminado, si no estamos haciendo algo para que las condiciones de contaminación del aire no condicionen nuestros hábitos o que sólo sean mero conocimiento de las razones que incrementan nuestros malestares físicos.

Si son las padreras, los autos; si es la conglomeración de personas; si es la falta de ética de las empresas; si es la inacción de los gobiernos… Lo cierto es que tendríamos que estar exigiendo que cualquiera que sea responsable de contaminar y agravar la situación que nos deja vulnerables ante escenarios adversos, sea castigado o sancionado como debería ser.

Nuestra vida es valiosa, respirar es uno de los actos mecánicos menos apreciados porque no es visible, sin embargo, de eso se sostiene los cuerpos humanos. Dicen que somos lo que comemos, pues para variar también somos lo que respiramos. Si eso que estamos respirando es de mala calidad, imaginemos sus consecuencias. ¿Qué es lo que se tiene que hacer? Primero, que nos cambien el sistema de monitoreo que es arcaico y fuera de los estándares internacionales. Esta proeza no sólo es para el estado de Nuevo León sino para el país. Es decir, que esta medición no tiene precisión, por lo tanto, lo primero es eso. Pero lo segundo tiene que ver con que tanto gobiernos como empresas tendrían que estar haciendo reglamentos y lineamientos de lo que se puede hacer o mejorar para dejar de contaminar. Así como programas de reacción desde las secretarías de salud pública que son los primeros que atienden pacientes con diversos síntomas relacionados.

Además, de los castigos o incentivos para las conductas que favorezcan la calidad del aire. Nosotros, tendríamos que ocuparnos de mantener el tema como prioridad y vigilarlo desde cada una de nuestras trincheras. Que la mala calidad del aire no discrimina. Sus costos elevados son para todos. No, no quiero el aire que respiro. Ni que seas el aire que respiro, si no es el aire que asegura o garantiza mi salud y la de los habitantes de esta ciudad.

#PulsoUrbano: “De los “ExExEx” del urbanismo”

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¿A quién le conviene un modelo de ciudad basado en planeación urbana que está a merced de intereses económicos voraces y de decisiones políticas sin ética? La respuesta inmediata de personas conscientes, sería “a nadie”. Sin embargo, contrario a lo que parece, sí existen personas que no sólo les conviene de “ayer”, sino que han construido esta ciudad a propósito de sus negocios y no de los intereses comunes. Aunque se disfracen de “justicieros”.

Por eso, ante el debate del dictamen de la Ley de Desarrollo Urbano de los últimos días, deberíamos de cuestionarnos qué hay detrás de lo que está en juego. Que no se reduce a un enfrentamiento personal como algunos lo han querido presentar (como si el Senador Francisco Burquez, quien impulsó la Reforma Urbana a nivel nacional fuera el “culpable” de todo) o al monstruo del libre mercado que parece que pone una “pistola” a sus consumidores para que sean idiotas que no cuestionan. Cuando cientos de años nos han comprobado que el mercado jamás se dará “un balazo en el pie”.

No. Tampoco es que ONU-Habitat tenga intereses “perversos” que vienen del “extranjero” o del “sur” para la conquista delirante en esquizofrenia que padecemos los mexicanos como enfermedad de lo que no sabemos ni conocemos, pero que nos encanta el chisme que contiene teorías de la conspiración.

Más bien, lejos de la Ley o no Ley, deberíamos de estar analizando también cómo es que llegamos a este punto. El de vivir en una urbe con la peor calidad del aire de América Latina, con la menor competitividad en nuevos negocios y un déficit en espacios públicos verdes en el promedio del que deberíamos tener, entre un largo etcétera. En resumen: Una metrópoli “venida a menos”, que de ser el ícono y el epicentro de la economía mexicana ha pasado a estar por debajo del deseo de las nuevas generaciones para desarrollar sus talentos y el futuro de sus vidas aquí.

Mi madre dice que “crecer, duele”.

No hace mucho me llegó este mensaje del urbanista Juan Ignacio Barragán: “¿Sabe cuál era el negocio de Burquez antes de entrar a la política? Desarrollador Inmobiliario […] Lo invitamos a que se vaya a vivir ahí y nos deje en paz a los nuevoleoneses”.
¿Vivimos en paz en esta ciudad en el declive? ¡No!

Cuando lo recibí, pensé de inmediato: “Como diría mi abuela: para tener la lengua larga, hay que tener la cola muy corta”. Porque una Ley que tiene que ver con la calidad de hábitat de la población, no debería reducirse a lo que son o no son las personas que la impulsan. Porque si se trata de aventar culpas, en mi lista estarían los que no han hecho para impedir esta situación o para crear un futuro distinto y el citado en cuestión, que ha sido corresponsable de esto porque ha sido Ex Director, Ex Secretario, Ex, Ex, Ex, no qué aportar ni qué decir, que eso de “déjennos en paz” será para él y sus negocios, que entonces quedaría en el mismo lugar de lo que crítica.

Vayamos más d-e-s-p-a-c-i-t-o. Pertenezco a una generación nacida de la crisis. Al menos, de forma personal, no estoy dispuesta a que las generaciones anteriores por sus errores o aciertos, dirijan mi -nuestro- futuro. La Reforma Urbana podrá ser un poema bien contado de “bicis, árboles y banquetas”, pero al menos es un poema del que la gente se ha “amparado” entre miedos del futuro que viene inevitable y como la expectativa de que se deje de ver a los cambios legales como inamovibles, ¡vaya mínimo el debate que por mucho tiempo ocultaron detrás de su escritorio existe! Más nos valdría estar anticipándonos a lo que nos espera que no está en una bola de cristal, sino es tan predecible como observar nuestra realidad presente.

Por eso es tan importante, velar por una Reforma Urbana que prevea y cree (de crear) el futuro que hoy se puede incluso acariciar con tantos avances, pero sobre todo con tantas necesidades evidentes de las comunidades junto con sus habitantes. Agua, aire, propiedad de la tierra, espacios públicos, movilidad. No le podemos dejar eso a los “ExExEx” que ya vivieron su momento y en lugar de aprovecharlo nos crearon una ciudad de planes obsoletos, que sólo están listos en la gaveta para que en cualquier cambio de partido político se vayan a la basura. Planeación absurda de unos cuantos, de los que el dinero le puede pagar a los “ExExEx”…

¡Se rompió! Y con o sin Reforma Urbana, estamos creando otra urbe, la que no ven, pero es. A la que no toman en cuenta, pero es. A la que ven desde Google Maps, pero es.

Lo siento, esto no es personal, es la vida humana que en la urbe necesita de “agua fresca” capaz de anticiparse a lo que viene. Porque lo que fue, fue y lo que será, será. Si es que pudiera ponerme un letrero, diría no que nos dejen en paz, que no nos dejen en paz, que nos cuestionen lo suficiente como para ni siquiera conciliar el sueño ante la gravedad de la urbe regiomontana.

Lo sentimos, no es personal.

Estamos trabajando por una Ley de no sólo permisos. Sino por una Reforma Urbana digna del futuro de la humanidad. Que los “ExExEx” no pudieron crear.

#PulsoUrbano: “En esta esquina los vecinos y en esta otra…”

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Viví mi niñez en una vecindad. No sé si eso sirva de experiencia suficiente para no idealizar la vecindad. Aprendí que no hay día sin conflicto diario que más vale que se te pase rápido, porque en la ley de la selva, sólo sobrevive el más fuerte. Por eso mismo, cuando la gente apela a la decisión común entiéndase como “los vecinos”, suelo cuestionar con cierto grado de beneficio de duda sobre quiénes son esos vecinos, cuáles son sus perfiles, intereses, circunstancias. No. No me dejo llevar por el grado de pureza, razón e ingenuidad que parece tiene la palabra de manera innata. Si le contara…

Bueno, sí, le voy a contar. Que los seres humanos somos tan predecibles como inciertos. Que a veces sabemos lo que queremos y otras no. Que en ocasiones no estamos ni para los problemas personales ni colectivos. Nos tiramos al drama. Nos levantamos. Nos ponemos en el lugar de los demás, aunque a veces los odiamos con “odio jarocho”. Sabemos del arte de la hipocresía y de esa sutileza de mirar por “arriba del hombro” creyendo que tenemos la verdad de nuestro lado. Somos tan inciertos porque nadie, al menos en este país, nadie nos enseñó a pelear, cabildear, negociar, nuestras evidentes y naturalmente diferencias. Aunque no parezca y a muchos les convenga sobredimensionar la bondad, somos tan “culeros” como “pendejos”, déjeme usar esa libre expresión del español.

¿No le queda el saco? ¿está super seguro? ¿siente que exagero? ¿soy una joven pesimista que no sabe nada de la vida? No. La convivencia es el reto de las ciudades del siglo XXI, precisamente, porque como cuando era niña y me di cuenta que había de todo y no con todos podíamos ser “los mejores amigos del mundo”, somos diversos, diferentes, dispuestos a confrontarnos una y otra vez sobre los demás como si fueran nuestro propio espejo.

De ahí que cada vez que leo sobre “vecinos”, sonrío, dudo, pienso. Tal como el sociólogo Alain Touraine se preguntaba en ese texto extraordinario: ¿Podemos vivir juntos? Porque si pensábamos que sí, entre tanta escala de grises o diversidad no reconocida, es una de las tareas titánicas más titánicas de la civilización postmoderna.

La ciudad es una construcción social. A veces, en mi trabajo como urbanista social, que es una muestra minúscula de lo que realmente coexiste y cohabita en los diferentes territorios, me consta que la infraestructura es del siglo pasado, cuando el futuro depende de nuestra capacidad de sumar, hacer acuerdos, negociar, saber juntar en lo que sí estamos de acuerdo y desechar lo que no. Me vuelvo a sentir entonces como esa niña que era testigo o protagonista de las peleas cotidianas, pero que tarde o temprano tenía que solucionar o ser parte de la solución de los problemas.

No puede existir la queja eterna. No debemos permitirnos eso. Que vecinos somos todos para el caso. Habitantes de una tierra cuya civilización está en juego de lo que decidamos. No hay vecinos buenos, no hay malos. Hay vecinos. Punto.

#PulsoUrbano: “Las banquetas con sangre entran”

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Si algo aprendí de mis maestros Antanas Mockus y Sergio Fajardo es a privilegiar la ética por sobre todo interés personal o colectivo. Me queda claro que la Zona Metropolitana de Monterrey con su cultura “cochecentrista” pone aprueba nuestro comportamiento ético.

Por eso es importante que a la hora de implementar programas de cultura vial entendamos cuál es el sentido de lo que se quiere cambiar. O de otra forma seguiremos viendo escenas donde las personas pueden perder los estribos.

El programa #pintaturaya de San Pedro Garza García como idea es muy buena. Se trata de no permitir que los automovilistas usen el espacio público peatonal (llamado banqueta) como estacionamiento público gratuito. Por eso, insisto que como idea es estupenda.

Sin embargo, siendo tan delicado el tema -no debería pero en Monterrey lo es porque el “auto es primero”- no se puede dejar en manos de quienes creen que abusando del poder o haciendo uso excesivo de la fuerza van a transformar los comportamientos de las personas.

Lo que se debe esperar es la multa correspondiente. Lo que debería pasar es que te la entreguen sin “petición de moche” de por medio. Explicarte basándote en el reglamento. Este escenario dista mucho de bajar a golpes a un conductor, evidentemente prepotente, de su auto.

He leído hasta el cansancio justificaciones de ese acto por la defensa del policia a quien minutos antes el mismo conductor le echó el auto. Sin embargo, tenemos que aspirar al mejor comportamiento de ambas partes y no irnos con la finta de creer qué hay que ponerse de parte de alguien cuando vivimos en un país con tanta impunidad que a quien menos le confías es a la policía.

Si vemos más allá, encontraremos que debería ser innecesario llegar a ese punto en donde el respeto por la banqueta con sangre entra. No estamos en Texas (¡qué bueno!) y deberíamos aspirar a más civilización que Ciudad. Porque sin esa sociedad que no entienda que el espacio público no es sinónimo de estacionamiento gratuito y sin esa sociedad que no entienda que ninguna autoridad tiene que bajarte de tu auto golpeándote, poco se puede hacer para la transformación.

La perspectiva de todo cambio tiene que estar en la reeducación de las personas, seamos autoridades o no. Esto lo he aprendido no sólo de mis maestros, sino de la experiencia. Hubo un día que me cansé de hacerla de policía de tránsito, de pegar stickers de “te estacionas como pendejo”, de viodeograbarlos, de subir las fotos con las placas visibles de sus autos, de agresiones que con el tiempo aprendí que no llevan a nada. Absolutamente a nada. Más que a la persona incluso le valga más o lo haga más a propósito de rebelarse al regaño público o la multa.

Ese programa no debió salir sin que estos policías estuvieran capacitados. Porque igual que en el Turismo, en el espacio público, el uso de la fuerza es más bien una oportunidad perdida para la ética, la educación urbana y la convivencia social… No, las banquetas con sangre jamás van a entrar.

#PulsoUrbano: “#19s y el “valemadrismo” mexicano de la construcción”

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Ya hay quienes lo apodan “el cartel inmobiliario”… Después de que las pérdidas de vidas humanas y materiales estén causando estragos en el centro-sur de México. Por supuesto que ante la tragedia humana, lo más importante que debemos destacar es la solidaridad inmediata, generosa y presente de la gente que se ha entregado de forma incondicional para ayudar a los damnificados.

Pero detrás de ese orgullo mexicano que nos da cada persona que ha sido capaz de hacer cualquier cosa con tal de salvaguardar la dignidad de la vida humana, los cuestionamientos surgen también desde los escombros: ¿Quién otorgó permisos dónde se supone que no debería otorgarse permisos? ¿Quién o quiénes fueron negligentes a la hora de no atender los avisos previos de edificaciones en malas condiciones? ¿Quién o quiénes se atrevieron a entregar departamentos casi nuevos con materiales de baja calidad? ¿Quién o quiénes hicieron caso omiso a las advertencias de las regulaciones e inspecciones que se supone debían existir?

Son preguntas generales que sin entrar a los detalles pueden darnos el panorama sombrío en el que estamos parados como habitantes de este país.

Tan sólo hace unos días después de hacernos preguntas sobre si Monterrey estaría preparado para un sismo u otro huracán y saber que la respuesta es negativa rotundamente, una mujer junto con otros miembros de su familia cayó en un socavón en Monterrey. Para variar, la respuesta en medio de este drama de “valemadrismo” fue ver cómo dos administraciones municipales jugaban a echarse la culpa.

Es tal el riesgo que no sólo el espacio público se ve afectado por decisiones en donde de por medio va la negligencia o la corrupción o la omisión por parte de las autoridades, sino incluso la vivienda… Tan sólo pensemos en esas “cajitas de zapatos” que hacen pasar por casa y que después de construidas representan más “dolores de cabeza” qué beneficios no sólo para los pobres sino para la clase media a la que les venden “gato por liebre”.

¡Qué difícil vivir en estas condiciones! En donde las construcciones anteriores como nuevas están dependiendo de personas sin conocimiento y/o lo que es peor: sin ética.

Después de este sismo somos testigos de que el “qué tanto es tantito” de nuestro valemadrismo mexicano si tiene consecuencias y a veces mucho más graves de las que imaginamos.

#PulsoUrbano: “Despacito no es el nombre de una canción”

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El movimiento slow después de nuestros “traumas” post ‘enemil’ revoluciones industriales y tecnológicas, llegó para quedarse. El frenesí de la inmediatez ha llegado a una crisis álgida que ha impactado tan negativamente nuestra calidad de vida que no sólo tenemos que replanteárnoslo en la comida, por ejemplo, sino incluso en la forma en cómo nos movemos en la Ciudad.

Porque, ¿quién no quiere llegar más rápido a su destino? Todos, al frente o no de un volante. Tanto así que a veces las personas son capaces de elevar su nivel de imprudencia saltándose los semáforos en rojo, ‘echando’ el auto a los transeúntes, incluso, ganando el espacio vial a fuerza de claxonazos y otras maniobras que ponen en riesgo la vida del resto de los automovilistas.

Por eso entiendo perfectamente que cuando la propuesta urbana de hacer una ciudad caminable, se perciba como un ideal no sólo inalcanzable sino hasta “estúpido”. Porque la primera pregunta en el imaginario de las personas es cómo van a transitar rápido cuando caminar implica, en apariencia, reducir la velocidad. Y ese decremento para muchos podría ser la parálisis de una ciudad.

¿Por qué? Porque en ese sistema económico en el que estamos sosteniéndonos como sociedad, diseñamos Ciudad para la inmediatez. La entramada urbana para ser transitada, no para ser vivida.

Aunque la miopía de los técnicos, políticos y algunos supuestos expertos de la sociedad civil hayan puesto de moda como tema principal la “movilidad”, en el fondo esto tiene que ver con cercanía. Es decir, con revertir dos defectos del modelo de Ciudad pensado para sostener la velocidad y no en función de los movimientos de las personas que no necesariamente deben de ser rápidos.

Por eso hoy existe un concepto de slow cities pensando en que el futuro de la Ciudad debe ser en función de dónde hacemos la vida para que todo nos quede cerca y no en llegar rápido a distancias enormes en donde no hay multimodalidad o transporte que alcance para satisfacer tal necesidad. Más allá de eso: revaloriza la producción local, la convivencia y la sustentabilidad de las comunidades.

Aunque esto aplica a ciudades pequeñas de menos de 50 mil habitantes, si hacemos una planeación urbana distrital podríamos adaptar este concepto por cercanía a las necesidades locales por distrito como una forma de al menos entender que no podemos seguir sosteniendo un modelo de ciudad en donde las vialidades sean la única forma de asegurar la distancia y la velocidad.

¿Cuáles son las características de una slow city? De acuerdo al sitio de Internet Tuara Tech:

– Se lleva a cabo una política medioambiental y de infraestructuras que trata de mantener y desarrollar las características del territorio y del tejido urbano.

– Se promueve el uso de los avances tecnológicos orientados a mejorar la calidad del medio ambiente y los núcleos urbanos.

– Se incentiva la producción y el uso de productos de alimentación obtenidos con técnicas naturales y compatibles con el medio ambiente.

– Se protegen las producciones autóctonas vinculadas al territorio, promocionando la relación entre los consumidores y los productores de calidad.

– Se promueve la calidad de la hospitalidad y de la convivencia entre habitantes.

Gandhi decía que “en la vida hay algo más importante que incrementar la velocidad”. Tendremos que romper con el hábito de hacer ciudades para transitar a prisa. Partiendo de ahí, entonces, podríamos comprender cómo en ciudades compactas y densificadas sí se puede llegar caminando a casi cualquier parte.

#PulsoUrbano: “¿Ciclovías?”

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En esta ciudad del norte del país eso es casi como invocar al “Diablo”. Hasta los que se supone que son técnicos -hasta “egresamos de Harvard” o qué han vivido en París- y que han pasado por las oficinas de Desarrollo Urbano están en contra. Pregunta o excusa que no sólo le escuchará al taquero -sin menospreciar a los taqueros que tienen una de las mejores profesiones del mundo-: “pero, ¿y el clima?”.

Me ha tocado escuchar todos los pretextos empezando por nuestros 45 grados al sol en verano, “Monterrey no es para andar en bici”, “no hay espacio” y otra serie más que mejor no escribo porque si vives aquí, ya te los sabes. Aunque tampoco es para menos ni hay que minimizarlos porque sí, técnicamente, es un reto eso del clima para cualquier proyecto de obra pública… Pero algunos se instalan en el problema como justificación y no como solución.

Ya alguna vez lo intentó el Municipio de San Pedro Garza García y sin éxito. Lamentablemente, la sociedad civil que avaló ese proyecto en sus inicios, así como organismos internacionales que dieron asesoría (gratuita o no) se “lavaron las manos” echándole a la administración pública de aquel entonces toda la responsabilidad. Que además, últimamente, es casi “metodología”. Claro, en México es común que “pierden” algunos en individual, pero ganamos todos en plural.

La proeza mal planeada y ejecutada en San Pedro -que tampoco vamos a eximir a quienes sí deben rendir cuentas de su responsabilidad legal- tuvo consecuencias desastrosas. Un veto que no sólo provocó que hasta organismos internacionales sepultaran de sus reportes los kilómetros de ciclovías de esa zona, sino un silencio absoluto cuando se toca el tema, ¿quién quiere fletarse en soledad un reto de tal magnitud para ofrecer a la ciudad otra forma de movilidad mucho más sustentable ante la cultura regiomontana que tiene por Dios a los autos? Seamos honestos. Nadie en sus 5 sentidos. Es más, no nos atrevamos a sacar el tema entre los que habitamos la Colonia Del Valle porque arde Troya en coraje nomás de recordar que fueron más de 10 millones de pesos sin resultados. Así y se tengan documentos valiosos como el BICIPLAN que generó el Gobierno del Estado de Nuevo León o la inclusión de esta movilidad urbana en algunos proyectos de las Alcaldías, a pesar de los golpeteos mediáticos que genera la sociedad civil que lo sustenta, hoy son pocos los convencidos de que ésta pueda ser una realidad práctica, factible y medible en resultados para la ciudad.

¿Estamos entonces ante una parálisis? No. Lo dudo, porque ante la Nueva Agenda Urbana generada por ONU-Hábitat, los cambios en la Reforma Urbana y otros que deben derivarse de ésta en las entidades del país así como la crisis ambiental y económica que está sacando hasta del transporte público a las personas más pobres, esto de la bicicleta y su infraestructura serán la opción para las ciudades del futuro. No la única, pero sí una de las que son clave.

Lo menos es el debate sobre dónde deben ir las ciclovías que se ha generado a partir de que el bien intencionado Humberto Torres, Secretario de Desarrollo Sustentable del Estado, haya comunicado que esta infraestructura puede ir sobre la banqueta… Se ha armado un ir y venir de opiniones que lo único que están logrando es frenar aún más las posibilidades.

Aunque nos quemen en “leña verde” considero que ante esta decisión histórica que pocos podrían atreverse a decidir, hoy no se trata de cuestionar si se puede o no la infraestructura ciclista. Es que tiene que ser y punto. No hay discusión.

Si es arriba de la banqueta (que, además, le aclaro que el concepto de banqueta está por desaparecer para cambiar por “calle completa” en un futuro que espero sea más cercano y una visión ampliada de cómo compartir y organizar el espacio público) o debajo de ella, tenemos que adaptarnos para hacer que suceda.

No es capricho. No es opcional. No es tampoco hacer la Ciudad para los activistas. Es que tenemos que hacer que suceda y para eso habrá que ceder. Porque en los detalles, los manuales no funcionan ni las fórmulas salidas de una fotografía de Ámsterdam. Tenemos que concretar un proyecto de ciclovías viable para la ciudad… Que sí se puede que sea arriba de la banqueta. Incluso, hay ciudades que lo han hecho así y no se “acaba el mundo”. Como técnica de la materia sabemos que eso es posible y que es la deuda pendiente. Sin embargo, la pregunta es más profunda que sólo poner opciones dicotómicas de dónde “debe” ir… Tiene que ver con el compromiso y la responsabilidad pública de dejar atrás el miedo, las amargas experiencias y comenzar de nuevo a replantearnos la infraestructura ciclista que dicho sea de paso no se reduce única y exclusivamente a ciclovías.

#PulsoUrbano: “No hay ríos secos…”

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El Río Santa Catarina que divide en dos a la urbe regiomontana tiene exceso de atención. Esto, considerando que no es no es el único Río y que lleva años en el abandono, incluso antes del huracán Alex y después, obviamente, aunque se supone que personas van y vienen con la intención de rehabilitarlo.

¿Re-a-qué? Lo que leyó. En Monterrey, como en otras ciudades de América Latina, los ríos no son tema hasta que “afectan” el modus vivendi de habitantes que se acostumbraron a modelos de ciudad que le dieron la espalda a sus rios.

Y, por supuesto, ante cada imprevisto natural, al menos éste desde 2010, sigue en ese abandono sistemático de no tomar en cuenta el elemento de la vida que contiene un río: el agua.

De hecho, de ser un “canal” de canchas privadas de futbol (también leyó bien: canchas privadas de futbol), sin la intervención de nadie, ha tomado su cause como lo que es: un río. Qué estrictamente “es una corriente natural de agua que fluye con continuidad”, según Wikipedia.

Por tanto, hoy tenemos cientos de documentos visuales y gráficos que son sólo una pequeña muestra de lo que vive en ese río que para nada está seco: aves, árboles, peces, plantas, etc.

Es usual que, incluso, en tomas áreas podamos ver la conjunción de agua y “verde” que se presenta.

Sin embargo, vaya usted a saber si por necesidades (o necedades) políticas quieran desempolvar este tema que quisiéramos que más que moverle, mejor aprovecháramos el contorno del cause natural para otros temas pendientes en su contorno hasta el momento intocable más que por las vialidades, como la movilidad urbana sustentable, por ejemplo.

Pero bueno, tal parece que está “de moda”, pocos saben qué le acomoda de esa moda y ahora todos van a limpiarlo. No sé si se den cuenta de que limpiarlo no sirve de demasiado si la gente sigue tirándole basura indiscriminadamente y los tomadores de decisión de todos los niveles de gobierno o lo ven como un sobrante de la Ciudad o como un botín de votos o de a ver quién obtiene más likes de Facebook

Lo cierto es que para comprometerse con el río y todo lo que eso implica tendríamos que hacer algo más que limpiar o llevar a consulta con un “sí” o “no” tan simple y somero.

Comenzar a darle a todos los ríos (no sólo a este) la atención que necesitan para verlos como pieza clave del entramado urbano y diseño de la Ciudad como de la vida social y económica, por supuesto, ecológica, que representa.

Esta mañana conversando con dos mexicanos deportados de Estados Unidos me enteré que al Río Santa Catarina también lo usan para dormir y bañarse… Vaya, el río está cumpliendo con su función civilizatoria por excelencia: Hacer la Ciudad a partir de necesidades y demandas.

Sí, los ríos son algo mucho más complejo que sólo infraestructura o pensar que están “secos” o creer en la estupidez que se “regeneran” con canchas que salen de planos “bonitos”. Algo está en juego y no es el río, sino el agua y con ésta la civilización.

#PulsoUrbano: “Mitos urbanos (Parte III)”

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Hablemos de hábitos. En las columnas anteriores nos concentramos en algunos mitos de la planeación urbana, el mercado e infraestructura. Pero, ¿qué pasaría si viviéramos en la Ciudad de nuestros sueños y resulta que un día “por obra y gracia” tenemos la mejor infraestructura, planeación urbana y un mercado activo hacia la construcción de ciudades de escala humana? Imaginemos…

Difícilmente esa ciudad podría ser sostenida en el tiempo si no cambiamos nuestros hábitos urbanos. Eso no quiere decir que todo el cambio esté en uno, pero sí que necesitamos hacernos corresponsables desde nuestros ámbitos privados como la familia, la escuela o las empresas para generar otras costumbres, dinámicas y cultura social que lo permita.

Hay hábitos muy sencillos que podemos hacer y que si impactan en mover el mercado porque somos consumidores en el sistema capitalista en que vivimos; y sí tienen una resonancia significativa en las exigencias hacia el Estado, que con sus políticos, funcionarios e instituciones respectivas son los legalmente responsables del diseño e implementación de proyectos públicos como regulación y vigilancia de proyectos privados. Claro, esto porque somos también habitantes con derechos.

Sin embargo, es un mito que pensemos que la responsabilidad de hacer la Ciudad recae única y exclusivamente sobre los “dueños” de ese mercado o los responsables en el Estado.

La obligación moral que sí depende del individuo tendría que hacernos actuar en la vida cotidiana para promover los cambios en hábitos más importantes que representan la transformación urbana del futuro.

“La gente no camina”, pues camine más porque de hecho aunque se tenga auto en casa, todos caminamos.

“La gente tira basura”. No sólo no la tire, aprenda a autoeducarse en su consumo, reciclaje, reuso y separación de residuos.

“La gente da moches para sus trámites en las oficinas de desarrollo urbano”. Intente no alimentar a la burocracia que vive de ese monstruo llamado corrupción.

Porque si enuncio más ejemplos nos daremos cuenta que no se trata de “la gente”, sino de nosotros. De lo mucho o poco que podemos contribuir para hacer una ciudad en donde está garantizada la calidad de vida colectiva tanto como la dignidad humana.

Es un mito que lo que se hace en lo privado no genere una consecuencia en lo público, porque el entramado urbano territorial es el hogar público llamado Ciudad.