Durante la historia de la humanidad, la guerra y la paz han sido ejes fundamentales para el desarrollo del ser humano en su condición de animal. Organizar a una sociedad tan plural, fanática y extrema ha resultado tema de debate entre las naciones. Unos pugnan por el petróleo, otros lo hacen por ganar territorios y algunos más locos por simple poder.
Por si no fuera poco, con la llegada de las redes sociales la voz popular (más popular que informada) ha decidido formar parte de los asuntos internacionales como uno de sus deportes favoritos.
Están los que se quejan por quejarse. Estos seres capaces de criticar a todo aquel que se mueva a la derecha, a la izquierda o al centro, con el único fin de poder escribir en sus deterioradas redes sociales.
Les acompañan los “intelectuales”, aquellos que toman un bando y lo defienden a muerte en su gran mayoría con ningún argumento que los respalde.
Entre guerra permanente en regiones como Siria, homicidios estratégicos en Ayotzinapa, atentados terroristas en París o delincuencia organizada (muy organizada), el mundo le ha perdido el respeto a la muerte.
Y están los peores, esos seres que se quejan de las quejas de las personas. Parece de risa, pero existen, tal cual lo diría Facundo Cabral: “Les tengo miedo porque son muchos”.
Entre guerra permanente en regiones como Siria, homicidios estratégicos en Ayotzinapa, atentados terroristas en París o delincuencia organizada (muy organizada), el mundo le ha perdido el respeto a la muerte.
El ser humano es el mayor peligro para su propia raza.
A decir verdad, la muerte ya forma parte de nuestra rutina. Es normal leer sobre atentados en los principales periódicos del mundo, ver las noticias repletas de sangre o caminar frente a cementerios cada vez más grandes mientras las librerías cierran en grandes cantidades.
El ser humano es el mayor peligro para su propia raza, y no sólo por el hecho aparentemente normal que contempla personas malas viviendo en el mismo mundo que personas buenas; sino porque su ambición de poder le ha llevado a destruir ciudades y practicar canibalismo social.
La religión no puede ser objeto de disputa, de exagerada creencia y mucho menos la razón de asesinar en nombre del omnipotente que creas.
La religión no puede ser objeto de disputa, de exagerada creencia y mucho menos la razón de asesinar en nombre del omnipotente que creas. Los niños no pueden cargar armas en lugar de libros, las mujeres no deben ser objetos sexuales —aún y cuando el más idiota libro “sagrado” lo diga— y los hombres no nacieron para morir en la guerra sino para vivir y construir un mejor mundo.
Debemos recuperar el respeto a la muerte, y aún sabiendo que a todos nos llegará, esperar el momento ideal para recibirla con agrado. Hay que educar para la paz, aunque estemos preparados para la guerra.
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