Crisis de identidad

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“Qui perd els orígens, perd identitat” – Frase que se hizo célebre gracias al cantautor español ‘Raimon’.

El que olvida sus raíces pierde su identidad porque sin saber de dónde viene, difícil es saber a dónde va.

El pasado martes 5 de noviembre se celebraron (si es que ese es el verbo correcto) unas de las elecciones más controversiales de la época moderna en los Estados Unidos. Trump resultó electo como el presidente número 47, convirtiéndose en el segundo en cumplir una reelección no consecutiva, algo que no sucedía desde que Grover Cleveland fue presidente 22 y 24 en 1892.

Para quienes seguían la política americana y su carrera a la presidencia desde el año pasado, cuando la elección parecía más bien una portada para un consultorio geriátrico, se hubiera pensado que estas elecciones serían una de las más apretadas, con un cierre fotográfico.

Hasta el resultado más actualizado, Trump obtuvo 295 de los 538 votos posibles del Colegio Electoral, siendo esto equivalente a 32 estados y más de 50.8% de la votación total. Un resultado mucho más holgado para la candidatura Republicana de lo que cualquiera (seamos sinceros, aunque las apuestas daban a Trump como claro favorito) hubiera pensado.

Desde la elección pasada, Associated Press se ha dado a la tarea de generar gráficos muy interesantes a partir de más de 120,000 entrevistas con votantes, esto con el fin de entender la orientación política y su voluntad a través de distintos cortes demográficos. Un poco de reflexión nos ayudará a crear una narrativa para explicar el por qué de estos resultados, justificando cómo es que sucedió uno de los escenarios menos claros.

No me llames frij*lero

La población hispana lidera el crecimiento demográfico de Estados Unidos: los latinos representaron casi el 71% del incremento total de la población en el último año. Según el último informe de la Oficina del Censo, de los 1.64 millones de personas añadidas en 2023, 1.16 millones eran hispanos.

Aunque los blancos no hispanos siguen siendo el grupo mayoritario en Estados Unidos, el rápido crecimiento de la población hispana la ha convertido en el segundo mayor grupo con el 19.5%, superando a la comunidad afroamericana. Uno de cada cinco residentes es latino.

Estos números se reflejan también en la población votante, donde no sorprende que los blancos no hispanos representen alrededor de tres cuartas partes del padrón electoral, seguidos de cerca por afroamericanos e hispanos. A primera vista, parecería que Kamala Harris tendría una ventaja lógica, considerando la retórica de la campaña de Trump, ¿no es así?

Trump, sin embargo, apostó por una campaña directa y sin filtros, fiel a su estilo, en la que mantuvo un discurso marcadamente racista y xenófobo. Sorprendentemente, este enfoque no alienó al voto hispano; de hecho, pareció atraerlo en buena medida. ¿Por qué?

Send them back

Según un estudio del Pew Research Center, más del 60% de los latinos en Estados Unidos son de segunda o tercera generación, y la proporción de aquellos que hablan español en casa ha disminuido de 78% a inicios de este siglo a 68% en 2021. Esto revela una progresiva pérdida de identidad hispana en el país. De hecho, un 8% de la segunda generación, es decir, la primera nacida en EE. UU., ya no se identifica como hispana. Esta tendencia aumenta a medida que las generaciones avanzan; para la cuarta generación, más del 50% de los hispanos ya no se consideran como tales.

Existe un sector de la población latina que ya no se siente parte de la comunidad, no quiere sentirse parte de una narrativa en la que se les agrupa con los inmigrantes actuales. Sobretodo con el estigma perpetuado en las campañas Republicanas. Hoy la población latina esta completamente “americanizada” y se asimila como tal, el bloque votante latino es menor a 50-60 años, nacido en los Estados Unidos y ya no habla en español. Todo esto como argumento desde la corriente de Trump en la que señala a una comunidad latina a la que ellos se sienten completamente ajenos. Hoy esa población latina se considera y asimila como americano, más bien nativo. Ellos también escuchan y repiten las frases de Trump: “Send them back” y no se sienten referidos.

El voto latino ha cambiado de manera significativa en los últimos años. En 2020, el 63% de los latinos votaron por Biden, mientras que en esta elección solo el 56% apoyó a Kamala Harris. Esta caída, aunque moderada, marca una diferencia crucial en el panorama electoral.

¿Qué preocupa a los americanos?

El voto latino ha cambiado de manera significativa en los últimos años. En 2020, el 63% de los latinos votaron por Biden, mientras que en esta elección solo el 56% apoyó a Kamala Harris. Esta caída, aunque moderada, marca una diferencia crucial en el panorama electoral.

Según Pew Research Center, un 73% de los estadounidenses considera que la economía es una prioridad. Aunque la inflación en EE. UU. se ha reducido al 6% tras alcanzar cifras históricas a principios de 2023 y el PIB ha mostrado signos de recuperación, la mayoría sigue preocupada por los altos precios de los alimentos y la vivienda. En abril de 2023, solo un 28% de los encuestados consideraba que la economía del país estaba en buen estado, aunque esta cifra representa un aumento de 9 puntos respecto al mismo mes del año anterior.

La percepción de experiencia de Trump también ha jugado a su favor. Un estudio de CBS News encontró que el 65% de los estadounidenses consideraban que la economía durante su mandato (2017-2021) funcionaba “bien”, mientras que solo el 38% tiene la misma percepción bajo la administración Biden. Los expertos sugieren que esta diferencia se debe, en parte, a la nostalgia por la situación económica previa a la pandemia y a las narrativas mediáticas divergentes entre demócratas y republicanos.

Este resultado electoral deja entrever una inquietante crisis de empatía y decremento en el tejido social hacia la identidad hispana en Estados Unidos, donde la urgencia por abordar temas económicos con poca memoria histórica, falta de su entendimiento y con un profundo egoísmo ha eclipsado la relevancia de otros factores sociales y culturales. La comunidad latina, a pesar de su creciente peso demográfico, sigue siendo tratada de manera instrumental y relegada a los márgenes del discurso político. La elección de Trump representa una aparente solución a problemas económicos inmediatos, aunque no está claro si sus propuestas cumplirán con esas expectativas o si, al final, contribuirán a una mayor desigualdad. Mientras las promesas económicas resuenan, el compromiso con una sociedad inclusiva y respetuosa de su diversidad parece cada vez más lejano, dejando a la identidad hispana en un segundo plano, en un país que sigue dividido en su búsqueda de progreso y pertenencia.

*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales

Los desastres no son naturales

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“Convenga usted que la naturaleza no construyó las 20 mil casas de seis y siete pisos, y que, si los habitantes de esta gran ciudad hubieran vivido menos hacinados, con mayor igualdad y modestia, los estragos del terremoto hubieran sido menores, o quizá inexistentes”. Carta de Rousseau a Voltaire, a propósito de un terremoto en Lisboa en 1755.

Normalmente, cuando nos referimos a desastres, hablamos de eventos únicos en el tiempo: el momento en que ocurrió un terremoto, las horas dentro de un huracán o los años que duran las guerras. Sin embargo, hablar del desastre es hablar de sus consecuencias: las muertes, los desaparecidos, los heridos, pero también las miles de casas perdidas, los hospitales, las escuelas y otros daños a la infraestructura de los territorios que experimentaron “el desastre”.

Pasamos, con justa razón, investigando qué se perdió durante esos momentos. Sin embargo, la mayor pérdida no suele ocurrir durante el desastre, sino después de él. Grandes segmentos de la sociedad se encuentran en una situación sumamente vulnerable, por lo que cualquier imprevisto los deja desamparados. En un plano social y personal, sobreponerse a situaciones como estas resulta complejo, pues no solo se requiere dinero público para la reconstrucción, sino que el contexto socioeconómico, institucional y el estado de derecho también condicionan la eficiencia de su aplicación. Siendo fatalistas, para psicoanalistas como Viktor Frankl, los momentos posteriores a un trauma causan desencanto, en donde “el sufrimiento que se tuvo (…) no fue el máximo, sino que se puede sufrir más al ver que todo ha cambiado y que nunca nada será igual…”.

De acuerdo con diversas investigaciones, la aparición de fenómenos climatológicos se ha vuelto hasta tres veces más común durante los últimos treinta años. Tan solo en el último mes, territorios como el sureste de los Estados Unidos han vivido ya dos huracanes de categoría 3 y 4: Helene y Milton, respectivamente.

Este periodo de desastres naturales ha sido el más mortífero para Florida desde el huracán Katrina. A falta de confirmar el cálculo de los daños, se han registrado más de 250 decesos, cientos de desaparecidos y pérdidas superiores a los 200 millones de dólares, superando las del evento de 2005.

Anualmente, millones de personas se ven expuestas, de forma directa o indirecta, a desastres naturales. Según el CRED (Centre for Research on the Epidemiology of Disasters), entre 2001 y 2020 ocurrieron en promedio 347 desastres cada año en el mundo. En 2021, se registraron 432 desastres que provocaron más de 10,000 pérdidas humanas e impactaron a más de 100 millones de personas. El CRED estima que la frecuencia de estos eventos seguirá en aumento y afectará a un número mayor de personas.

El verdadero desastre, sin embargo, ocurre en la reconstrucción. Más allá de los eventos, las consecuencias no son las mismas para todos los países, territorios o incluso para la población dentro de estos. No solo depende de la intensidad del evento, la extensión territorial, el número de personas afectadas o el impacto en la infraestructura; el factor más importante para determinar la magnitud de las consecuencias es la vulnerabilidad social. Esta es el resultado de las desigualdades que enfrenta la población para acceder a las oportunidades que brindan el mercado, el Estado y la sociedad, así como la falta de entornos equitativos que permitan aprovecharlas para desarrollar su potencial, lo cual incrementa la susceptibilidad de una persona, comunidad o grupo a sufrir los impactos de los desastres naturales.

Acuérdate de Acapulco…

México es un claro ejemplo de lo que explico en los párrafos anteriores. Los desastres naturales, mal que bien, suceden con una cadencia casi aceptada y resignada por la población mexicana; sin embargo, conforme pasa el tiempo, es cada vez más difícil volver a levantarse. Toma más tiempo y ha permitido que nos demos cuenta de cuán capaz es la clase política de aprovecharse económicamente de la vulnerabilidad social.

Hace exactamente un año, Acapulco vivía momentos de tensión con la llegada del huracán Otis, categoría 5. Las imágenes transmiten el inmenso vacío en el estómago que provoca vivir el abismo de una catástrofe de tal magnitud. Por supuesto que dolieron, y siguen doliendo, los retratos de la bahía entre escombros y el silencio del día después del impacto. Hoy, Acapulco no solo resintió el impacto del huracán, sino también la invertebrada respuesta de las autoridades.

De acuerdo con las cifras oficiales, Otis dejó más de 60 fallecidos, aunque la falta de credibilidad en las autoridades lleva a la población a pensar que en realidad fueron cientos de víctimas fatales, más de 350 según las funerarias del estado. De acuerdo con agencias como Bloomberg, la estimación de los daños económicos superó los mil millones de dólares (El Universal). Para cubrir esta obligación, el Gobierno Mexicano no cuenta con margen de maniobra. En 2021, el Gobierno Federal decidió eliminar el Fondo Nacional de Desastres, convirtiéndolo más en un programa de asistencia social que en un fondo de infraestructura, pero ese es otro tema.

México cuenta con recursos insuficientes para afrontar este tipo de situaciones: hoy el FONDEN tiene más de 18 mil millones de pesos, una línea presupuestal de más de 10 mil millones de pesos y 485 millones de dólares en un bono catastrófico manejado por el Banco Mundial. Todos estos recursos serían apenas suficientes para afrontar una tragedia como la de Acapulco, y nos quedaríamos sin presupuesto para enfrentar una nueva. El problema no son solo los recursos, sino también cómo se ejecutan y cuál es la columna vertebral de la estrategia y el accionar de las autoridades.

Sin poder pararse…

En México, los fenómenos naturales se han vuelto excusas para justificar infraestructuras obsoletas y potencialmente mortales. Las recuperaciones son tan improvisadas que Acapulco volvió a sufrir los estragos de una mala reconstrucción tan solo un año después.

En septiembre pasado, las calles se convirtieron en ríos nuevamente en Acapulco, y muchas casas se han perdido. Esta vez no fue Otis, sino John quien afectó a miles de personas y dejó en evidencia la ineficiencia en los operativos desplegados hace menos de 11 meses.

John revivió el trauma de miles de acapulqueños, pero también sepultó su esperanza. La verdadera tragedia no está solo en Otis o John, sino en la incapacidad de sobreponer una agenda política a una reconstrucción con sentido, a atacar problemas de raíz, no solo en la infraestructura, sino también en la lucha contra la vulnerabilidad de millones de mexicanos, susceptibles al desastre. No hace falta un huracán, sino un leve ventarrón, para destrozar los bienes materiales, los sueños y las esperanzas de la gran mayoría fuera del círculo privilegiado. A eso llamamos vulnerabilidad.

Sin planes de contingencia claros y un presupuesto especializado para hacer frente al desastre, es difícil volver a levantar una ciudad que ha visto apagarse sus luces desde hace un par de décadas. Reitero: no es solo el desastre, sino lo que viene después. Hoy, hay poco espacio en la agenda política para siquiera pensar en reconstruir una ciudad que compartió vida con el país.

Los estragos de la destrucción de los cimientos sociales y de infraestructura en la ciudad no se verán pronto, pero cuando se muestren, será demasiado tarde para enderezar este roble que crece descuidado, improvisado y en las garras de un grupo de interés que se aprovecha de la tragedia ajena.

*Las opiniones descritas en este texto corresponden exclusivamente al autor y no a sus enlaces profesionales

El mito del águila

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Propongo la siguiente definición de nación: es una comunidad política imaginada, y se le imagina como inherentemente limitada y soberana.

Es imaginada porque los miembros de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, no se encontrarán con ellos, ni siquiera oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión (…) Las comunidades se distinguen no por su falsedad o autenticidad, sino por el estilo en que se las imagina.

Finalmente, [la nación] se imagina como una comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación actuales que puedan prevalecer en cada una, se concibe como una camaradería profunda y horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que hace posible, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas no maten, sino que estén dispuestas a morir por esas imaginaciones limitadas.

— Benedict Anderson, Imagined Communities (1983)

Las historias y los símbolos son fundamentales porque nos permiten dar sentido a nuestra existencia, definir quiénes somos, cómo nos relacionamos con los demás y cómo nos situamos en el mundo. La identidad no se genera en un vacío; surge de la interacción entre nuestras experiencias personales y las narrativas compartidas que nos rodean.

Cuando hablo de narrativas, me refiero a la forma en que se estructura y cuenta la historia de nuestra existencia, aquello que determina el status quo y nos ayuda a entender nuestra realidad. Estas historias no solo definen a los individuos, sino también a las comunidades, los grupos sociales, las naciones y las culturas. Las narrativas colectivas, como las de la familia, la sociedad, la nación o la religión, nos proporcionan una identidad compartida y un sentido de pertenencia. Por ejemplo, las historias de la fundación de una nación, las leyendas populares o los mitos religiosos crean una sensación de continuidad y cohesión dentro de un grupo, conectando nuestras vidas individuales con algo más grande.

El mito del Volk

Völkisch es una palabra alemana que connota tanto lo “folclórico” como lo “populista”. En sus orígenes, era una visión cultural profundamente arraigada en la idea de una identidad nacional compartida y un amor por las tradiciones, la naturaleza y el idioma. Como ocurre con muchos mitos, es difícil rastrear su origen exacto. Sin embargo, se le atribuye gran parte de su desarrollo a Richard Wagner, cuyas óperas y representaciones de la esencia germana a través de mitos y leyendas –como la trilogía del Nibelungo— son parte integral del pensamiento völkisch.

El riesgo de la instrumentalización

Lo que comenzó como una narrativa de identidad para el pueblo germánico terminó convirtiéndose en el mayor catalizador del nacionalismo y el mito de la raza aria. Paradójicamente, Houston Stewart Chamberlain, un británico que se fascinó con Wagner, se casó con su hija y desarrolló las teorías de la raza aria. El resto de esta historia es bien conocido, y lo obviaré…

El nacionalismo

El peligro de las narrativas identitarias en las naciones es la polarización, pues para pertenecer a un grupo, es necesario definir al “otro”. Como bien dice Sartre, “somos conscientes de nosotros mismos en tanto que somos vistos por otros”, y nuestra identidad se configura, en parte, a partir de cómo nos ven. Al diferenciarnos, las narrativas y los símbolos pueden ser manipulados para excluir a otros o justificar ideas peligrosas. El nacionalismo extremo, por ejemplo, puede distorsionar las historias colectivas para construir una identidad que excluye o demoniza a ciertos grupos. Los mismos símbolos que unifican a una nación pueden usarse para fomentar el odio, la xenofobia o el racismo.

Más mexicanos, más… ¿humanos?

La Encuesta Mundial de Valores (EMV) ha revelado una tendencia curiosa: los mexicanos son cada vez más conscientes de su historia y, por ende, se sienten más orgullosos de identificarse como mexicanos. Sin embargo, este orgullo nacional no está necesariamente relacionado con una mayor disposición a “sacrificarse” por el país.

Esta paradoja puede deberse a varios factores que influyen en la identidad nacional y en la relación de los ciudadanos con el Estado y sus instituciones. Los mexicanos sienten un fuerte sentido de identidad basado en elementos culturales como la historia, la música, las tradiciones y la rica herencia cultural. Este orgullo parece estar más vinculado a la comunidad y la cultura que a las instituciones gubernamentales, incluidas el ejército.

Cansados de luchar…

A pesar del orgullo por la capacidad de resistencia y la lucha cotidiana, esta misma lucha puede generar una sensación de agotamiento y una menor disposición a comprometerse con sacrificios extremos, como la lucha por la nación. El aumento del orgullo nacional parece estar más relacionado con la comunidad y la solidaridad ciudadana que con el Estado o sus instituciones.

Los mexicanos pueden sentir satisfacción y orgullo por la capacidad de unirse frente a las adversidades como sociedad civil, mientras que desarrollan un desapego hacia el gobierno o hacia cualquier noción de “lucha” que implique obedecer a las autoridades políticas o militares. Este fenómeno también refleja una mayor conciencia crítica de la historia, lo que lleva a muchos a rechazar las narrativas tradicionales del nacionalismo vinculado a la guerra y los conflictos armados.

Hoy, la comunión con el ser mexicano funciona porque imaginamos a nuestros compatriotas a través de nuestra individualidad, aun sin conocer a la mayoría. Sin embargo, “en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”, aunque nuestra imaginación está limitada y segmentada por círculos sociales y económicos.

Septiembre de incertidumbre

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“Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.” — Un epigrama de Jean-Baptiste Alphonse Karr en la publicación de enero de 1849 de su diario Les Guêpes (“Las avispas”).

Me había propuesto que estas publicaciones pudieran funcionar más allá de la coyuntura en que se lean, es decir, hablar de ideas y no de noticias. Sin embargo, hoy es necesario abordar un tema coyuntural que será el marco teórico para entender lo que sucederá en las próximas décadas en nuestro país.

Lo que ocurra durante septiembre de 2024 promete marcar el rumbo de la nación. Y no, no me refiero a las últimas semanas de La Casa de los Famosos. Es sorprendente lo poco mediático que ha sido el tema de la transición presidencial, en la cual, durante un mes, coinciden la nueva legislatura y los últimos días del actual presidente. Para sorpresa de nadie, resulta más cómodo ver 24 horas de un reality show que tomar conciencia de la compleja realidad que vive y vivirá nuestro país.

La nueva legislatura que entra en funciones este mes trae consigo una reconfiguración del poder digna de los giros más dramáticos de cualquier guion televisivo. La coalición Morena-PT-Partido Verde no solo ha asegurado la mayoría en ambas cámaras, sino que ha alcanzado la codiciada mayoría calificada. En términos prácticos, esto significa que tienen los votos suficientes para modificar la Constitución sin necesidad de negociar con la oposición.

Este “Congreso oficialista” llega en el momento más oportuno para el presidente López Obrador, quien se encuentra en la recta final de su sexenio. Con apenas un mes por delante, AMLO tiene la oportunidad de consolidar su legado a través de una serie de reformas que podrían aprobarse de manera “fast track”.

Este último tema ha sido especialmente polémico para quienes han seguido de cerca las elecciones de los últimos meses. Existe un término político llamado “sobrerrepresentación”, que ocurre cuando un partido obtiene, en función del mecanismo electoral correspondiente, un porcentaje de curules superior al porcentaje de votos obtenidos o permitido por ley. Sin embargo, esta limitante dejó de aplicarse para las coaliciones a principios de este milenio. La coalición que impulsó a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, obtuvo el 59.7% de los votos en las elecciones presidenciales, y hoy cuenta con 373 diputados (el 74.6% de la Cámara de Diputados), quedándose solo a un curul de la mayoría calificada. De manera similar, alcanzan 83 escaños en el Senado, de los 128 disponibles.

A partir de esta semana y hasta el último día de su mandato, el presidente tiene la oportunidad de impulsar una cantidad considerable de iniciativas, pero sobre todo retomar aquellas que no lograron convencer al Congreso en su momento.

Entre las iniciativas que más resuenan está la polémica reforma al Poder Judicial. Este proyecto de ley, presentado originalmente el 5 de febrero de 2024 por el todavía presidente López Obrador, incluye 20 iniciativas que abarcan diversas modificaciones constitucionales y reformas secundarias.

La reforma judicial propone un cambio radical en el funcionamiento actual del Poder Judicial a nivel federal. En el centro de la reforma está la “democratización” de la elección de autoridades judiciales, sometiendo a elecciones populares más de 1,600 puestos gubernamentales, incluidos jueces, magistrados y ministros. En 2025, se elegirían ministros de la Suprema Corte y la mitad de los jueces y magistrados de distrito; la otra mitad sería elegida en 2027. También se plantea reducir el número de ministros de la Suprema Corte de 11 a 9, con un sistema de rotación para la presidencia cada dos años. Además, se propone sustituir al Consejo de la Judicatura Federal por un nuevo órgano encargado de administrar (y controlar) al Poder Judicial, y limitar las remuneraciones de magistrados y jueces, quienes no podrían percibir salarios superiores al del presidente.

Busquemos argumentos a favor…

No es ningún secreto que el sistema de justicia mexicano no es motivo de orgullo, plagado como está de corrupción y nepotismo. Los defensores de la reforma argumentan que la elección popular de jueces aumentará la transparencia y la rendición de cuentas, permitiendo que la justicia sea más accesible para todos los ciudadanos y fomentando una mayor participación ciudadana. La reforma se presenta como un paso hacia la democratización del sistema judicial, “asegurando que jueces y magistrados reflejen mejor la voluntad del pueblo”.

Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual…

La realidad es que la reforma al Poder Judicial nos dejará en el mismo lugar, quizá incluso algunos pasos atrás. Una reforma de este calibre en un sistema de justicia donde solo el 10% de los delitos son denunciados, y de esos casos, apenas el 1% llega a ser presentado ante un juez, no cambiará nada. La reforma no toca las fiscalías, ni las policías estatales, locales o comunitarias, donde ocurren las primeras injusticias sociales.

Me cuesta trabajo imaginar a cualquier ciudadano tratando de seleccionar a jueces entre hasta mil 600 boletas. La Reforma permitirá que los jueces deban favores políticos, inclusive anonimizando su participación en juicios a su placer. Hoy será posible ser parte del sistema judicial con 8 de promedio y la “recomendación” de un vecino.

La reforma, tal como se presenta, es una oportunidad desperdiciada para robustecer la justicia en nuestro país, donde la corrupción no termina, solo cambia de manos cada sexenio. La reforma quebrantará la autonomía de uno de los tres poderes, haciendo al partido hegemónico casi “dueño” de todos ellos: controlando el poder Ejecutivo con Claudia, el Legislativo con un Congreso sobrerrepresentado, y el Judicial con un sistema politizado que hace “valer la voluntad del pueblo”. Un pueblo manipulado, desconcertado, cansado y que ha decidido creer que las cosas cambiarán tanto, pero tanto, hasta dejarlas igual.

 

La transición y otras ficciones

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“Within the next generation I believe that the world’s rulers will discover that infant conditioning and narco-hypnosis are more efficient, as instruments of government, than clubs and prisons, and that the lust for power can be just as completely satisfied by suggesting people into loving their servitude as by flogging and kicking them into obedience.
-Extracto de la carta de Aldous Huxley a George Orwell (California, 21 de octubre de 1949)

El miércoles pasado, Claudia Sheinbaum recibió su constancia como presidenta electa de México, marcando el inicio de una nueva era política en el país. Este hito histórico no solo representa la llegada de la primera mujer a la presidencia de México y Norteamérica, sino que también plantea una serie de interrogantes sobre el futuro de la nación.

Sheinbaum heredará un México complejo y polarizado. Por un lado, el gobierno saliente de López Obrador deja un legado de programas sociales ambiciosos y una retórica de transformación nacional. Por otro, la nueva mandataria enfrentará desafíos formidables: una economía en cuerda floja, instituciones debilitadas y una sociedad fragmentada.

La llegada de una mujer a la presidencia es, sin duda, un avance significativo para la igualdad de género en la política mexicana. Sin embargo, sería ingenuo asumir que este hecho por sí solo garantiza una agenda progresista en materia de derechos de las mujeres. Como bien señala Rosario Guerra en su análisis “Tenemos presidenta”, la verdadera prueba estará en las políticas concretas que Sheinbaum implemente y en su capacidad para desafiar las estructuras patriarcales enquistadas en el sistema político mexicano.

Un aspecto preocupante de esta transición es la sombra alargada de López Obrador. Si bien se han observado algunos distanciamientos en decisiones de gabinete, persiste la percepción de que el actual mandatario busca mantener las riendas del poder tras bambalinas. La posible desaparición de organismos autónomos como el INE y el TEPJF, avalada por una mayoría cuestionable, sugiere una continuidad en la concentración del poder que podría socavar la independencia de Sheinbaum como presidenta.

En el frente económico, el panorama es igualmente desafiante. El gobierno entrante heredará un país con las arcas vacías, tras el agotamiento de los fondos de emergencia en proyectos de infraestructura controvertidos. Estas obras, que prometían impulsar el desarrollo, han resultado en muchos casos más costosas de lo previsto y de utilidad cuestionable, dejando a México en una posición fiscal precaria justo cuando más necesita recursos para enfrentar retos sociales y económicos apremiantes.

La transición

La gran incógnita que flota sobre México es cómo gobernará realmente Sheinbaum. ¿Será una presidenta con voz y agenda propias, o se convertirá en una mera ejecutora de los designios de su predecesor? El riesgo de que asuma un papel de “presidenta delegada”, “vicepresidenta” o simple “encargada” es real y preocupante. La autonomía de Sheinbaum será crucial para determinar si México avanza hacia una democracia más madura o retrocede a una posible segunda ‘dictablanda’ en la historia mexicana.

La expectativa más grande en México, por tanto, gira en torno a cómo Sheinbaum ejercerá su mandato presidencial. ¿Logrará distanciarse de la sombra de López Obrador y forjar su propio camino? ¿Tendrá la fortaleza para defender las instituciones democráticas y al mismo tiempo impulsar las reformas necesarias para un México más justo y próspero?

Tenemos presidenta, sí, pero la pregunta crucial es: ¿tendremos una verdadera líder capaz de unir al país y llevarlo hacia adelante, o seremos testigos de un gobierno que perpetúe las divisiones y los vicios del pasado bajo una nueva fachada? Solo el tiempo y las acciones concretas de Sheinbaum darán respuesta a esta pregunta.

Siervo de la Nación

La manipulación de la opinión pública y el uso de narrativas poderosas han sido cruciales para consolidar el poder de la 4T. En lugar de recurrir a la fuerza bruta, la política mexicana ha visto un uso estratégico de los medios para moldear percepciones, fomentar lealtades y polarizar a la población.

La construcción de un discurso que apela a las emociones y promete un cambio profundo puede generar una suerte de “amor a la servidumbre”, donde la población, seducida por la promesa de un futuro mejor, se adapta a un sistema que, en última instancia, refuerza estructuras de poder ya establecidas. Esta transición revela cómo el control político se ha sofisticado, moviéndose de la coerción directa a un condicionamiento más sutil. Tal vez la 4T ama a su servidumbre: a nosotros, “el pueblo”. Es cuando menos plausible la hipótesis de que caímos a un Síndrome de Estocolmo, donde el sometimiento y la subordinación se disfrazan de un amor a la patria.

El verdadero obstáculo

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“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres.”

Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo (2000)

En México, como en gran parte de Latinoamérica, el deporte se ha convertido más en un campo de batalla político que en una actividad física. En nuestro país, el deporte está atrapado en un ciclo vicioso de egos e intereses, resultando en un abandono sistemático que ha frenado significativamente su avance en las últimas décadas.

Hablar de políticas públicas en el deporte implica debatir sobre la inversión en la salud corporal de la sociedad, la cual, a largo plazo, impacta positivamente en el deporte de alto rendimiento. Invertir en el deporte en México puede enfocarse en la promoción de la cultura física o en el desarrollo del alto rendimiento, caminos paralelos que, aunque distintos, no son disociados.

El verdadero obstáculo

El alto rendimiento deportivo en México está compuesto por federaciones deportivas y el Comité Olímpico Mexicano, todos subsidiados por la CONADE (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte), presidida actualmente por Ana Gabriela Guevara. Ser un atleta de alto rendimiento en México no solo requiere destacar en su disciplina, sino también ser un experto en relaciones públicas, marketing y obtención de subsidios. Los atletas deben superar a los entes reguladores, cuyos escándalos y luchas por recursos son una constante en su vida diaria.

El bienestar del sector deportivo y su éxito depende en gran medida de las acciones (o su falta) del ente público. El deporte ha sido uno de los sectores más perjudicados en la asignación de presupuesto. Durante este sexenio, el presupuesto de la CONADE se ha reducido a menos de la mitad, pasando de un promedio anual de 4.9 mil millones de pesos a solo 2.3 mil millones. Este recorte ha afectado las becas para deportistas de alto rendimiento, reduciéndolas en más del 40%, y la atención a prospectos deportivos sigue siendo deficiente.

La detección y atención de talentos deportivos también se ha deteriorado, con una reducción de 3,182 en 2018 a solo 2,477 en 2019. El número de becas otorgadas a deportistas se ha reducido en un 45%, de un promedio anual de 2,299 a solo 1,269. El apoyo a federaciones deportivas se ha reducido en un 23%, pasando de un promedio anual de 468 millones de pesos a solo 361 millones. Organizaciones como el Comité Olímpico Mexicano y la Federación Mexicana de Natación han sufrido recortes del 90% y 88%, respectivamente.

Lograrlo… a pesar de México

Ser un deportista de alto rendimiento requiere más que talento. Implica sacrificar alternativas tradicionales de vida, dedicarse profesionalmente a un deporte desde la infancia, renunciar a una vida social y, en muchas ocasiones, buscar maneras de financiarse, apostando todo por alcanzar el éxito y compensar años de sacrificio, con el gran riesgo de no lograrlo.

Este obstáculo se agrava si el deportista tiene la fortuna de representar a México. El deporte mexicano está infectado por la corrupción, una enfermedad endémica de la política mexicana. Las instituciones deportivas son insuficientes y están contaminadas por la podredumbre de sus representantes. Los deportistas deben sobrevivir sin el apoyo necesario. “Nos dan lo mínimo indispensable”, argumentan las medallistas olímpicas de Tiro con Arco en París 2024. “No voy a agradecer por darnos de comer”, comentó una de ellas.

El sistema las ha obligado a buscar otros medios para solventar sus gastos de entrenamiento y competencias internacionales. Tal es el caso del equipo de nado sincronizado, quienes terminaron vendiendo trajes de baño para cubrir sus gastos, logrando colocarse entre los 10 mejores equipos del mundo. “Por mí que vendan tupperware”, contestaba Ana Gabriela Guevara.

Las federaciones que manejan el dinero de los deportistas también están envueltas en escándalos. La Federación de Natación, por ejemplo, ha desviado millones de pesos, coaccionando a deportistas y otros líderes. El Comité Olímpico Mexicano no ha podido justificar 27 millones de pesos en gastos del ciclo Olímpico actual. La problemática es compleja y no hay dónde esconderse. Ni la CONADE ni las federaciones ofrecen una solución.

Cuando los atletas luchan no solo contra sus rivales en la competencia, sino también contra un sistema plagado de corrupción y negligencia, la ilusión de ganar medallas se ve empañada. Los logros deportivos se convierten en medallas que, en realidad, llevan el nombre de políticos que capitalizan el éxito ajeno. ¿Hasta cuándo nuestros grandes atletas soportarán este peso? ¿Nos quedaremos sin la ilusión de ver a nuestros deportistas triunfar y sin ganas de competir por nuestro país?

Cada vez veo más complicado que se logre algo trascendente en nuestro deporte, pero tampoco veo un verdadero cambio acercarse a nosotros. El deporte mexicano necesita transparencia y un riguroso seguimiento del presupuesto. Debe ser accesible para todos, con rendición de cuentas y espacios de participación. México requiere una reestructuración profunda para garantizar el uso eficiente y transparente de los recursos, priorizando la inversión en infraestructura y en personas. El deporte de élite debe ser un trabajo digno, con reglas claras que permitan a los atletas vivir de él, aspirando a llevar el nombre del país a lo más alto en la historia.

 

Sobre el futuro de los sistemas políticos

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“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia.” — Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

La democracia, el supuesto sistema político que promueve la participación ciudadana y la representación igualitaria, está enfrentando una crisis global sin precedentes. En varios rincones del mundo, la promesa de gobiernos democráticos se está desvaneciendo, reemplazada por la sombra del autoritarismo y el poder concentrado. Este fenómeno no es exclusivo de una región, sino que se manifiesta tanto en naciones desarrolladas como en desarrollo, afectando a potencias mundiales y a países con democracias emergentes.

El regreso de la hegemonía en México

Las elecciones recientes en nuestro país han puesto de manifiesto una tendencia hacia el resurgimiento de un poder hegemónico. Durante décadas, el país luchó para liberarse del dominio de un solo partido, logrando establecer una pluralidad política que, aunque imperfecta, representaba un avance significativo. Sin embargo, los resultados recientes sugieren un regreso a los viejos tiempos, donde una élite política y moral busca monopolizar el poder.

La concentración del poder no solo erosiona la pluralidad política, sino que también amenaza la rendición de cuentas y la transparencia. Este resurgimiento hegemónico podría llevar al deterioro de las instituciones democráticas, una disminución de los derechos civiles y la generación de una apatía social.

Frente a la democracia como espectáculo

Del otro lado del Río Bravo, se preparan para unas elecciones que parecen más un espectáculo de entretenimiento que un proceso democrático serio. Las campañas políticas se asemejan a programas de televisión, donde los candidatos actúan más como celebridades que como servidores públicos. Esta teatralización de la política ha desviado la atención de los problemas fundamentales y ha polarizado aún más a la sociedad.

Estados Unidos pareciera estar cimentado sobre instituciones sólidas; sin embargo, el ADN de la sociedad del espectáculo infecta la política, provocando una aparente polarización. Debord, en su libro “La sociedad del espectáculo”, argumenta que la vida social auténtica ha sido sustituida por su imagen representada en forma de espectáculo en la sociedad moderna. Existe una “separación espectacular” donde la vida real está mediada por una serie de imágenes o filtros que nos alejan de la capacidad de generar una realidad diferente. Las lógicas míticas que constituyen nuestra manera de pensar y entender el mundo son el espectáculo.

Hoy en día, la línea entre realidad y ficción parece desdibujarse cada vez más. Incorporamos ilusiones y elementos irreales en nuestra vida diaria a través de la realidad aumentada y virtual. Parece que realidad y ficción han encontrado su punto de encuentro e interaccionan entre sí para cambiar el mundo real y virtual según nuestras necesidades.

En este contexto, no es sorprendente que pensar en “conspiraciones” sea visto con menos escepticismo, cuando en realidad podrían ser estrategias de control de la narrativa por parte de quienes detentan el poder político y económico.

El sistema político estadounidense enfrenta desafíos similares a los de muchas otras democracias en crisis. El próximo 5 de noviembre vivirán una de sus elecciones más interesantes, la sexagésima. En medio del delicado atentado contra Trump y la renuncia de Biden a su reelección, el futuro político de una de las economías más trascendentales se enfrenta a la incertidumbre.

Reflexión: ¿Hacia Dónde Van los Sistemas Políticos?

La crisis de la democracia es solo una parte de un fenómeno global más amplio: la transformación de los sistemas políticos. ¿Es la democracia todavía un sistema vigente en el siglo XXI? ¿Vale la pena luchar por ella, o debemos explorar alternativas más adecuadas para las realidades contemporáneas?

El libro “Cómo mueren las democracias” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt analiza cómo las democracias pueden deteriorarse y colapsar, incluso sin un golpe militar o una revolución violenta. Los autores, investigadores de la Universidad de Harvard, argumentan que las democracias actuales tienden a morir de una manera más sutil, a manos de líderes electos democráticamente que subvierten gradualmente las instituciones y normas democráticas. Esto se logra a través de reformas constitucionales, plebiscitos y fallos judiciales, sin necesidad de tanques en las calles.

Los líderes autoritarios suelen llegar al poder a través de elecciones, utilizando la democracia como pretexto para socavarla. Emplean estrategias como polarizar a la sociedad, deslegitimar a los oponentes y debilitar instituciones clave como la prensa y el sistema judicial. La preservación de la democracia requiere un esfuerzo constante de la sociedad civil y el compromiso de los partidos políticos con las normas democráticas. Los autores proponen vías para evitar el declive democrático, como la destitución de líderes antidemocráticos, la no reelección y el fortalecimiento de los contrapesos institucionales.

“La gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia”. Levitsky y Ziblatt nos recuerdan que la democracia puede ser socavada desde dentro. Si se quiere evitar que el poder se concentre en manos de unos pocos y asegurar que la democracia, o cualquier sistema político que adoptemos, sirva a los intereses de todos los ciudadanos, es necesario rescatar el interés público e involucrarnos activamente.

La pregunta fundamental es si estamos dispuestos a comprometernos y reinventar nuestros sistemas políticos bajo la idea de hacerlos más inclusivos, justos y representativos. La respuesta no es simple, pero la necesidad de un cambio es innegable.

*Economista y consultor

Reflexiones en tiempos electorales

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Desde su independencia en 1821, México ha tenido 65 gobernantes. Las primeras décadas de la República se caracterizaron por su inestabilidad, con líderes que tuvieron hasta 11 mandatos, periodos tan cortos como meses o días, e incluso gobiernos paralelos como el de la Guerra de Reforma. La construcción de bases políticas en México llevó más de un siglo.

Construir una democracia en este país ha sido un proceso doloroso. Nuestra historia está marcada por intervenciones extranjeras, pérdida de territorio, guerras civiles y dictaduras, hasta llegar a la llamada “Revolución”. Esta etapa institucionalizó un sistema de poder que brindó cierta estabilidad económica, pero también significó más de 70 años de hegemonía y concentración de poder. México tiene 202 años de historia, de los cuales solo 20 han sido bajo una democracia medianamente funcional.

Un proceso de 200 años que ha implicado la construcción de instituciones y una identidad colectiva, superando adversidades, dictaduras unipersonales y de grupos políticos, como lo describió Vargas Llosa al referirse a la “dictadura perfecta”.

Recientemente, encontré algunos videos del siglo pasado que mostraban el entusiasmo con el que la gente asistía a votar, la esperanza de un cambio para construir un mejor país. La participación electoral era una tradición familiar.

El año 2000 marcó la primera alternancia y transición federal en el país, resultado de movimientos estudiantiles en 1970 y cambios en Congresos Locales y Gobiernos municipales. Sin juzgar el gobierno de esa alternancia, su importancia en el progreso democrático es indiscutible.

Es necesario reflexionar sobre cómo se ha aprovechado la alternancia política y en qué ha quedado a deber. Los resultados económicos y sociales han puesto en riesgo la legitimidad de las instituciones. Además, la construcción de este sistema político ha sido complicada y dolorosa, lo que lleva a cuestionar si el sistema actual es la mejor alternativa para el país.

Me resulta difícil encontrar el entusiasmo ciudadano por involucrarse en lo político. Reconocer la decadencia de nuestra clase política y su impacto en la participación ciudadana es un primer paso.

Hoy, la víspera de la elección que probablemente llevará a la primera presidenta de México, reina la decepción. No por elegir a una mujer, algo que ya era necesario, sino por la calidad de los contendientes en estos comicios.

Los debates presidenciales recientes han expuesto la realidad de nuestras opciones:

  1. Hegemonía: Claudia representa la continuidad del proyecto de Morena, mostrando una sorprendente similitud con el actual presidente. El riesgo de mantener este proyecto es el resurgimiento de la hegemonía en el país, algo que las “alternativas” en estas elecciones buscan contrarrestar.
  2. Alternancia: Sin embargo, las alternativas actuales no son tomadas en serio:
    1. Xóchitl, a pesar de lograr una coalición sorprendente, proyecta poca preparación y falta de capacidad para enfrentar los desafíos del país. Su campaña se limita a las bases electorales de sus partidos sin reconocer los errores del pasado. No hay coherencia entre su plataforma y su discurso, lo que dificulta el apoyo de quienes se niegan a votar por el PRI.
    2. Máynez, por otro lado, es una candidatura improvisada de Movimiento Ciudadano, sin un proyecto de nación claro. Esta alternativa carece de seriedad y parece más una “página de Facebook que se salió de control”.

Es responsabilidad de las nuevas generaciones mantener viva la esperanza en un mejor futuro. Hoy, no veo esa esperanza. Las supuestas alternativas ideales se alían con quienes antes criticaban, lo que dificulta imaginar una plataforma para el crecimiento y desarrollo real.

Diagnóstico: Desesperanza

Reconocer la realidad es importante, pero caer en la desesperanza implica renunciar a la posibilidad de cambio. La desesperanza en el futuro político de México tiene serias implicaciones para la democracia, ya que puede llevar a una menor participación ciudadana, menos exigencia de rendición de cuentas y polarización, consolidando el poder en manos de unos pocos.

Cortázar dice que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Hoy, la esperanza de México no debe ser atribuida a un grupo político, sino al fomento de un pensamiento crítico que nos ayude a construir un mejor entorno. La política en México no debe de ser el arte de lo posible, sino que debemos aspirar a contar con las voluntades de cambiar lo imposible.

Sobre la (des)información, los medios de comunicación y la verdad

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“Nothing can now be believed which is seen in a newspaper. (…) General facts may indeed be collected from them (…) I will add, that the man who never looks into a newspaper is better informed than he who reads them; inasmuch as he who knows nothing is nearer to truth than he whose mind is filled with falsehoods & errors. He who reads nothing will still learn the great facts, and the details are all false.”

Carta de Thomas Jefferson a John Norvell, 1807

Controlar la narrativa y, por ende, lo que se considera verdad, ha sido la forma de soportar el poder. Desde leyendas y cánticos en la prehistoria hasta los modernos medios de comunicación y redes sociales. Thomas Jefferson, en 1807, ya señalaba la subjetividad inherente en la reproducción de los hechos. La selección de palabras, el tono y la estructura de las oraciones influyen en la interpretación de la realidad.

Para pensadores como Derridá, inclusive el significado de las palabras es dinámico. Para él, el lenguaje es inherentemente ambiguo, las palabras no pueden capturar la totalidad de la realidad objetiva, lo que socava la noción de una verdad fija y definitiva. Ahora, imaginemos agregarle una opinión o postura a través de los perfiles de diferentes medios, lo que nos termina llegando es cada vez más alejado de los hechos.

Los sesgos

Los humanos tenemos la debilidad de interpretar a nuestro gusto la información disponible, ejerciendo una influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios, la toma de decisiones y, por supuesto, la interpretación por parte de terceros. Los sesgos influyen en nuestra percepción del mundo, con implicaciones culturales y sociales. En la era digital, donde se genera una cantidad abrumadora de información diaria, el sesgo de confirmación se vuelve especialmente peligroso. Este sesgo nos lleva a buscar e interpretar información que confirme nuestras creencias preexistentes.

La nueva era de la información y los filtros burbuja

Este es un momento muy interesante en la historia humana. La era digital ha exacerbado este desafío, con la proliferación de información y la influencia de los algoritmos de las redes sociales. Cada minuto se suben más de 500 horas de contenido a plataformas como Youtube. Necesitaríamos 80 años para consumir el contenido que se sube al día. Pese a esa cantidad de información, las redes sociales cuentan con algoritmos sumamente adictivos y poderosos que refuerzan ciertos sesgos.

Existe un concepto llamado el filtro burbuja, este es un fenómeno en el cual las plataformas en línea, como los motores de búsqueda, las redes sociales y los sitios de noticias, presentan a los usuarios contenido que se alinea con sus intereses, preferencias y comportamientos anteriores, creando así una “burbuja” de información personalizada. El filtro burbuja es un proceso mediante el cual las plataformas utilizan algoritmos para seleccionar y presentar contenido que probablemente sea relevante o atractivo para un usuario específico, en función de su historial de búsqueda, clics anteriores, interacciones en redes sociales y otros datos recopilados.

¿Y ahora qué?

La estructura económica actual, la cual prioriza la rentabilidad y la ambición, ha permeado hacia las compañías de medios de comunicación, lo que compromete su objetividad, perpetúa ciclos viciosos de desinformación y manipulación. Existen distintas estrategias que alimentan la polarización de los medios, los hacen más morbosos y por ende aumentan sus ingresos pues es “lo que vende”.

El incremento en rentabilidad sería el resultado de tácticas para desviar la atención de problemas importantes, crear situaciones que generan reacciones específicas, implementar medidas impopulares de manera gradual, entre otras acciones influenciadas, a beneficio de algún interés propio o tercero.

Hoy los medios apuntan a desviar la atención del público mediante distracciones sensacionalistas, crear problemas y ofrecer soluciones simplistas, graduando la calidad del contenido para normalizar la superficialidad, presentar medidas impopulares como inevitables, influir en la audiencia como si fueran niños, apelar a las emociones en lugar de la reflexión, mantener a la audiencia en la ignorancia y la mediocridad, promover la conformidad con la superficialidad, reforzar la auto-culpa y conocer a los individuos mejor que ellos mismos para manipular sutilmente sus decisiones de consumo.

Con esta óptica es que hay que consumir la información hoy. Más en una coyuntura de debilitamiento democrático a vísperas de elecciones. Es inevitable y necesario romper con esta dinámica, exponiéndonos a opiniones e interpretaciones adversas y reconociendo los límites de nuestro propio entendimiento. En un mundo inundado de información, la búsqueda de la verdad requiere valentía y discernimiento, pero también nos brinda la oportunidad de fortalecer nuestra libertad y nuestra democracia.

El situarse en una cueva de eco es uno de las condiciones más peligrosas, vuelve al ignorante en narcisista, egoísta y con una aparente superioridad. La dinámica actual de la información refuerza creencias de manera ciega y resulta peligroso puesto que crea extremistas. Abandonar el pensamiento crítico y sucumbir ante la complacencia y seguridad ilusoria funciona de una manera similar a estar rodeado de aduladores. Que las generaciones crezcan con información en filtros burbuja me preocupa sobremanera, ya que estas son las que determinarán el futuro (y el presente). Tendremos (o ya tenemos tenemos) gobernantes, empresarios y “activistas” que viven, se informan y ejercen en burbujas.

Sobre las decisiones y la democracia

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El quietismo es la actitud de la gente que dice: “Los demás pueden hacer lo que yo no puedo.” La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: “Sólo hay realidad en la acción.” Y va más lejos todavía, porque agrega: “El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida.” (Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo)

Para el filósofo, escritor y pensador francés Jean Paul Sastre, los seres humanos estamos condenados a la libertad. Agregaría que estamos atados a las causas que nos anteceden, inconscientes de que somos consecuencia de la interpretación de la historia. No somos libres de nuestro pasado, pero es el marco teórico y nuestra cancha para la toma de decisiones diarias.

Cada elección tiene su anverso, es decir, una renuncia, por lo que no hay diferencia entre el acto de decidir y de renunciar.

Cada elección diaria implica la renuncia a una alternativa. Al elegir una opción se excluye la posibilidad alterna. A veces, esta libertad es solo otra palabra para definir la alternativa por perder y es la ansiedad de la duda ante la decisión; la decisión de elegir una cosa y renunciar a otras. No hay nada más humano que una renuncia.

La libertad individual implica la capacidad de tomar decisiones autónomas, con sus restricciones intrínsecas. Estas decisiones reflejan la autonomía y la voluntad del individuo, su expresión de libertad. Dice Isaiah Berlín que la libertad de los lobos significa la muerte para los corderos. Es decir, nuestras decisiones tienen consecuencias, y más importante aún, el bien individual no es necesariamente el bien común.

La realidad de nuestras elecciones se manifiesta en la dualidad entre decidir y renunciar. A veces, renunciar se percibe como una expresión consciente de la libertad. La capacidad de decidir a qué renunciar puede ser tan significativa como la elección misma. Dice más de la elección aquello a lo que renuncias que la elección misma; y en la libertad radica la posibilidad de renunciar a la felicidad dentro de nuestras alternativas.

Una toma de decisión auténtica implica ser consciente de las renuncias y de asumir la responsabilidad de ellas. La libertad auténtica implica aceptar las consecuencias de las elecciones y que afectan a aquellos que participan en tu núcleo cercano, o inclusive, en la sociedad. La renuncia, lejos de ser un acto de debilidad, se convierte en la contraparte necesaria de cada elección.

Sobre las decisiones personales y su relación con la democracia

La vida en sociedad nos transforma en actores políticos, donde nuestras elecciones personales reverberan en la narrativa colectiva de la historia. La democracia, con su ambición de equilibrar la libertad individual con el bien común, se presenta como el sistema que busca gestionar las complejidades inherentes a la convivencia humana.

En el escenario político, nuestras decisiones se expanden más allá de lo personal, convirtiéndonos en arquitectos de la sociedad que habitamos. La democracia se erige como el delicado arte de gestionar la complejidad humana, donde la participación ciudadana y el respeto por los derechos individuales son las fuerzas que sostienen la balanza.

La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás

En el análisis de la democracia, no podemos ignorar sus imperfecciones. La democracia contemporánea enfrenta retos como la polarización, la desinformación y la apatía ciudadana. La complejidad de la sociedad humana y la diversidad de perspectivas hacen que encontrar una alternativa clara y superior a la democracia sea un desafío monumental.

En un mundo donde la autoridad unipersonal ha llevado a opresiones históricas, la democracia, a pesar de sus fallas, sigue siendo el camino de una sociedad más justa y equitativa. La indefinición de alternativas claras nos insta a mejorar y perfeccionar la democracia en lugar de abandonarla, recordándonos que la tarea de perfeccionar este sistema de gobierno es una responsabilidad compartida entre ciudadanos, líderes y pensadores.

¿Qué significado tiene hoy la democracia?

Este año se cocina como una encrucijada para la democracia, con más de 70 países, que albergan a la mitad de la población mundial, ejerciendo su derecho a través de elecciones. En este sentido, ante la apatía surge la pregunta de qué significa hoy la democracia. No tenemos respuestas claras ante sus deficiencias, pero poseemos el poder de decisiones individuales significativas.

En este contexto, hacer conscientes nuestras renuncias adquieren una nueva dimensión. No solo representan actos individuales, sino también una contribución personal a la sociedad que define nuestra convivencia. En el ejercicio de la democracia, cada decisión, cada renuncia, se convierte en un una vuelta al timón tanto personal como colectivamente. Hoy es clave entender el por qué de nuestras renuncias, ejecutarlas y definir qué significarán entorno a la vida y las alternativas restantes.

En un mundo que puede parecer, a veces, indiferente e inmenso ante la presencia de una persona más o menos, una decisión cambia por lo menos uno de los 7 billones de mundos, cada uno tan valioso como el otro. Tomar decisiones diarias para mejorar 2 o tal vez 10 mundos, valora de una manera distinta nuestra vida y el sentido de la misma.