La muerte de 89 personas en Hidalgo es trágica no solo por la pérdida de vidas humanas, sino porque destapa la ruptura del tejido social que tenemos los mexicanos
Era viernes por la tarde y a mi celular llegaba la noticia de una explosión en un ducto de gasolina en el estado de Hidalgo. En ese momento la nota solamente mencionaba múltiples heridos, pero al correr el tiempo y la información, se supo que había decenas de muertos y la cifra continuó aumentando.
Tlahuelilpan es un nombre de origen náhuatl que significa “lugar donde se riegan las tierras”. Este territorio localizado en el Valle del Mezquital del estado de Hidalgo, fue uno donde se asentaron los aztecas durante su recorrido hacia Tenochtitlan.
Según datos del INEGI, el 53.1% de sus habitantes vive en pobreza moderada y 12% en pobreza extrema. Es decir, 2 de cada 3 pobladores se encuentran en pobreza. Incluso la zona de Tlahuelilpan se encuentra ligada al huachicoleo (el lugar de la explosión está a 14 kilómetros de la refinería de Tula). De hecho, hace apenas unos días una turba retuvo a un grupo de militares que se encontraba realizando tareas de combate al robo de hidrocarburos.
Paradójicamente, el 19 de enero lo que se regó fue gasolina y la vida de 89 personas (al 21 de enero), además de 53 heridos de gravedad. El suceso por sí mismo es triste, pero igual de triste lo que se vio en redes sociales. No faltó tiempo para que la tragedia fuera tomada a broma por algunos usuarios, como si la vida de las personas fuera un juego.
Lo que más llamó mi atención fue la manera tan fácil en que muchos juzgamos a quienes se encontraban ahí. Dichos de se lo merecen “por robar el combustible” hasta el “no debían estar ahí sabiendo del peligro que implicaba la fuga de gasolina”.
Debo confesar que mi primera reacción fue parecida al segundo comentario, mi sentimiento fue de malestar hacia las personas, porque en mi pensamiento era ilógico que se encontraran robando gasolina de un ducto con el peligro que representaba. Pero las causas del porqué lo hicieron van más allá del gandallismo o el aprovechamiento, incluso más profundas que la necesidad.
Testimonios de testigos relatan que había corrido el rumor de que existía una fuga de gasolina, lo que llevó a un grupo nutrido de pobladores a presentarse y sacar provecho de la gasolina que salía a borbotones. Risas, gente rociada en gasolina, vómitos por el olor, hasta familias con niños eran parte de la escena. El ejército y la policía estatal rebasados se encontraban como espectadores.
Hasta la fecha no se tiene un conocimiento claro de qué provocó el fuego que acabó con la vida de 89 personas. Lo de Tlahuelilpan es un suceso lamentable, pero igual de lamentable ha sido la reacción que desencadenó. Burlas fuera de lugar, juicios de valor huecos. Muchos de nosotros sentenciamos sin el mínimo de información el acto sucedido. Menospreciamos sus muertes porque se encontraban robando o simplemente porque no debían estar ahí.
Mi más sentido pésame a las familias de las personas que perdieron la vida. Toda la fuerza para los más de 50 heridos y sus familiares. Confíemos en que las autoridades hagan su trabajo, en que las causas del accidente se clarifiquen, y que en caso de haber responsables, se les juzgue y castigue.