No hay día que a López Obrador no se le critique por su forma de comunicar. Acostumbrados a su ritmo pausado en las mañaneras y por el uso de expresiones coloquiales (a veces displicentes), el discurso de ayer en el marco de su visita a Estados Unidos fue, en todo sentido de la palabra, extraordinario.
El discurso del presidente logró empatar lo barroco de la diplomacia mexicana con su relato de austeridad y nostalgia por la historia. Fue elocuente, incisivo y convincente. Envió un mensaje de equidistancia de fuerzas entre ambos países y puso en baluarte los activos de México para el fortalecimiento de la economía de la región. En pocas palabras, un acierto.
Es verdad que hubo un momento de condescendencia y adulación a Trump y a su administración que sonaron fuera de lugar, pero AMLO también supo manejar la tribuna y el espacio donde se encontraba. Por supuesto que es exagerado decir que México ha recibido comprensión y respeto por parte de Trump y que ha sido gentil con nuestro país, pero la firme sentencia de que “hay agravios que no se olvidan” resonó con fuerza.
Más allá del clásico juego de honores y de buenos deseos propios de la diplomacia, nuestro país sale fortalecido en tiempos convulsos y de mucha incertidumbre. Mucha buena vecindad, mucha amistad, mucha fraternidad, pero eso sí, cada quién viendo por lo suyo. Para uno, la reunión era crucial porque necesita frenar la estrepitosa caída del PIB y atraer inversión extranjera. Para el otro, una oportunidad de comunicar gestión y grandes triunfos con los que intenta recuperar su posición en las encuestas, pues se juega el puesto en poco tiempo.
Es verdad que son contadas las ocasiones en las que el presidente se ha involucrado en asuntos de política exterior y por ello su actitud en este encuentro sorprende aún más. El López Obrador de ayer es, sin temor a equivocarme, la mejor versión de él que hemos visto hasta ahora, y este discurso es quizá el mejor que el presidente haya dado, y vaya que le gusta hablar y escucharse a sí mismo.
A todas luces, una reunión exitosa que demostró que el servicio diplomático de nuestro país está muy bien preparado. Su comunicación fue más allá de las palabras: el viaje en vuelo comercial, las visitas a los monumentos de Juárez y Lincoln (con sus respectivas coronas de flores), y hasta el uso de una corbata conmemorativa con los diseños de todas las águilas que alguna vez han estado en el escudo nacional, son pequeños detalles que aportan congruencia y terminan por redondear la visita.
Este López Obrador es el que muchos quieren y el que otros temen, pues seguramente habrá un repunte en las encuestas de aprobación. Las cosas se pueden hacer bien, sólo hace falta que se lo propongan.