La Taquería

Hoja de Ruta: “¿De dónde viene la innovación?”

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La narrativa dominante del desarrollo económico está centrada en el concepto de emprendedurismo, que en tiempos recientes ha recibido el apellido “social” para describir aquellos modelos de negocio que buscan generar rentas y, al mismo tiempo, impacto positivo en la sociedad. Esto ha venido fortaleciendo la idea de que el emprendedor es una fuerza natural que debiera ser apoyada, dejándole ser y hacer para que cree nuevo valor y riqueza.

En este proceso, el individuo con ideas e iniciativa se vuelve la materia prima del desarrollo, y el estado ─lo público─ suele vérsele como un estorbo o, cuando mucho, un trampolín  que debe financiar las grandes ideas de las y los genios de cochera.

En el santoral del emprendedurismo están figuras como Steve Jobs y Mark Zuckerberg, quienes sin más que su brillantez e inquebrantable voluntad, generaron invenciones que han transformado al mundo. Esto es cierto a medias, o como sucede con personajes de alto calado, el mito se entrelaza con la realidad.

La inteligencia y tenacidad de estas y otras figuras no es la cuestión, sino la “individualidad” de sus logros ¿de dónde han provenido muchos de los grandes descubrimientos y tecnologías que en el último siglo han cambiado al mundo? En gran medida, de los fondos públicos.

La razón es sencilla y hasta pudiese sonar paradójica: los gobiernos están dispuestos a asumir riesgos mucho mayores que los inversionistas privados, su paciencia es extensa y en muchos de los casos saben que lo invertido irá a fondo perdido, porque su razón de ser no es generar rentas, sino generar ventajas estratégicas.

Un ejemplo de lo anterior es DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de EEUU, que fue creada por Dwight Eisenhower en 1958 tras el lanzamiento del primer satélite de la historia por la Unión Soviética, el Sputnik 1.




DARPA ha producido algunos de los avances tecnológicos que se convirtieron en base de las tecnologías que definen nuestra era: inventó el Internet; tuvo influencia en la creación de la interfaz que sería la base de Windows; desarrolló la tecnología que sería la base de Google Maps; financió el asistente de voz Siri (una compañía independiente que después fue comprada por Apple) y desarrolló el sistema de navegación NAVSAT que eventualmente se volvería el GPS, por mencionar algunos.

Mariana Mazzucato en un artículo para Slate señala que “Aunque EEUU se nos ha vendido como el modelo del progreso a través de la empresa privada, su innovación se ha beneficiado de un estado muy intervencionista”, agregando que el Instituto Nacional de Salud gasta $30 billones de dólares al año (o gastaba, antes del presupuesto anti-ciencia de Trump) en investigación farmacéutica y biotecnológica que es responsable del 75% de los medicamentos innovadores cada año.

La paradoja es interesante: el emprendedurismo que tiene como mantra el logro individual, debe en gran medida sus proezas a las bases construidas por investigación financiada públicamente. Si los gobiernos están dispuestos a tomar altos riesgos, esperar largo tiempo y ejercer cuantiosos recursos para generar las innovaciones que cambian la historia, habrá que tener cuidado con el mito individualista que busca desmantelar al estado.

Por el contrario, apostar por un modelo de impulso a la innovación desde lo público que se complemente con un fuerte apoyo a la investigación académica y alianzas con la iniciativa privada, puede convertirse en una de las ventajas estratégicas de un nuevo modelo nacional de desarrollo.




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