Al contestar la entrevista bastante atropellada que le hizo Carlos Marín en el aeropuerto de Vancouver, durante la escala de su vuelo a China para ¿participar? ¿asistir? al G-20 , el presidente Peña demuestra claramente que su patrón no es el pueblo de México quien lo eligió “democráticamente”, sino unos intereses económicos y financieros.
Intereses que no se preocupan mucho de los paisanos ni de la posible desgracia de millones de familias en peligro de desmantelamiento, que les vale un posible muro o el desprecio del melenudo ignorante, y de sus seguidores llenos de odio, no le importa nada los insultos y la agresividad verbal del desarrollador mañoso que hizo sus millones a base de bancarrotas.
La “victoria” proclamada por Peña consiste en haber transformado el rechazo al TLC en una promesa de renegociación para modernizarlo. ¿En qué términos? Ni él lo sabe. Ni nadie lo sabe. Solamente cree tener una promesa de renegociar en lugar de eliminar. Ahí está el drama de México.
No cuenta la dignidad, no cuentan once millones de familias que hicieron su vida del otro lado de la frontera por falta de oportunidades de este lado. Cuentan intereses económicos, tanto americanos como mexicanos y en nombre de estos intereses, el presidente acepta la humillación de una Nación.
Más bien, no la percibe, por lo tanto menos la entiende y obviamente no la aceptará hasta que sea una realidad. De ganar el fascista, se dará cuenta que sus promesas no valen nada y tendrá que tragarse su vergüenza y responsabilizarse de la de un pueblo completo. Las lecciones de la Historia no sirven. ¿No hay ninguna dignidad tampoco en el gabinete presidencial?
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