El fin de semana se logró evidenciar que existen un sinnúmero de caras en México; por un lado la paz y el mensaje de amor que mandaba Francisco y por el otro 49 familias ahogadas en llanto por la muerte de sus hijos, los reos.
En la Ciudad de México, el Papa Francisco era recibido por el presidente Enrique Peña Nieto y su esposa a nombre de un país en su mayoría fiel a la iglesia católica. Esta era una visita diferente; atrás quedó el Papa Juan Pablo II que era recibido con júbilo y emoción en medio de multitudes deseosas de recibir su bendición. En el olvido y poco trascendente quedó Benedicto que aun cuando fue un boom comercial para las televisoras denotaba la lejanía cada vez más ancha entre la iglesia y un país que ya no creía en casi nada.
Éste es un Papa distinto al menos en su mensaje. Debo decir que no soy católico y sin embargo admiro a la persona que en la jerarquía más alta de la religión llena de lujos y poder se atreva a mandar un mensaje de humildad como camino al cielo.
Un Papa americano que voltea las miradas del mundo a una región que pocos envidian y muchos amamos. Francisco representa una luz en medio de la pederastia y el enriquecimiento de Obispos que han hecho de la fe un negocio opulento y redituable.
Pero a varios cientos de kilómetros- aprovechando el mes del amor- el llanto ahogado y la frustración hacían eco en el Penal de Topo Chico por la riña en la que 49 o más perdieron la vida. A las afueras del penal las familias de los reos estaban devastadas, los medios de comunicación circulaban videos del suceso en donde ni un solo policía intervino para detenerlo; todo parecía un ajuste de cuentas entre cárteles del narcotráfico.
Aún con el sufrimiento de las familias, el desastre por sí mismo y la fe que en estos días está a “flor de piel” por el Papa Francisco, no bastó para que un grupo de inadaptados inundaran las redes sociales con comentarios como “se lo merecían por ser delincuentes y asesinos”, “para que lloran las madres si es su culpa por no educarlos bien” o “prefiero que muera un reo a un policía” como si nos correspondiera el juicio final del bien y el mal, como si nuestra vida tuviera un valor superior a la de un “delincuente o asesino” que además, en al menos un tercio del penal, lleva un proceso como ‘presunto culpable’ e incluso otros que siendo inocentes tuvieron la suerte de estar en el lugar y a la hora equivocada, cuestión que hoy los tiene dentro de la madriguera.
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En el día del amor y la amistad característico de una mercadotecnia empalagosa y sin fin, el mensaje que México mandaba con sus reos asesinados y con periodistas callados a balazos era justamente lo contrario por lo que adoraban a Francisco.
¡Bienvenidos a México!, el país donde Dios, el Papa y el día de San Valentín duran lo mismo.
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