La relación entre México y Estados Unidos es clave. Me inclino a pensar que es más clave para nosotros que para ellos, pero eso no implica que no lo sea. Las aguas están muy agitadas del otro lado del Río Bravo y de este lado también comienzan a moverse, y en ambos casos se trata de movimientos por temas electorales, lo que tiene a todos con las sensibilidades al por mayor y los nervios de punta.
El presidente López Obrador se ha negado a reconocer la victoria del demócrata Biden y apela al principio de no intervención de la Doctrina Estrada; el mismo al que se ha recurrido en ocasiones anteriores cuando la postura del gobierno mexicano suele ser contraria a la predominante en el contexto internacional, por ejemplo, cuando nuestro país se negó a las invasiones en el medio oriente a principios de los 2000.
La negativa ha sido gasolina para críticas de la oposición, poniendo en duda la cualidad de estadista del presidente y recordándole cómo sí abrió las puertas del país al expresidente Evo Morales cuando fue exiliado de su país; todo ello en medio del clima electoral que hace que cualquier crítica sea magnificada sin importar si viene desde la derecha, desde la izquierda, desde el oficialismo o desde la oposición.
Como aclaración, es importante destacar que la situación de Morales se trataba de un caso de golpe de Estado y, sí, quizá hay una afinidad ideológica o de pensamiento, pero que AMLO no reconozca aún la victoria de Biden realmente no es tan grave como se ha manejado; sobre todo porque el proceso en el país vecino (estricto sentido) no ha concluido, aunque la verdad es que la congratulación no llega en buena parte porque en la mente de nuestro presidente habita el fantasma del 2006.
Visto desde una perspectiva estrictamente legal, el presidente hace bien en su proceder, pues no se adelanta a los hechos y maneja la diplomacia de una manera cauta. Pero justo aquí está el asunto: es verdad que el derecho internacional es de cuidarse, pero en este ámbito los gestos y las formas son muy importantes, y no reconocer a Biden incluso cuando ya una amplia mayoría de los protagonistas del ámbito internacional lo han hecho; y tomando en cuenta que compartimos una de las fronteras más grandes del mundo, por supuesto que es normal que genere controversia.
Hay que recordar que independientemente de si Biden gana desde ya o se va a la corte, Trump sigue siendo el presidente de Estados Unidos hasta el 20 de enero, lo que significa que las decisiones que tome aún podrían afectar a nuestro país. No hay que olvidar que Trump es una persona de impulsos y ya una vez amagó fuertemente con subirnos los aranceles de un día para otro, medida que si bien es muy poco probable que tome en los próximos días (pues, la verdad, en estos momentos somos su menor preocupación), no quita que haya otras similares que se le puedan ocurrir de repente.
No hay que pecar de inocentes, pero tampoco hay que meterse en camisa de once varas así de a gratis y por nomás. A veces hay que ser un poco más condescendientes y, sinceramente, nada de malo tiene festejar el fin de la etapa más oscura de la democracia contemporánea del (todavía) país más poderoso del mundo.