¡Incrédulo! si eres uno de esos científicos que requieren información pública de entidades creíbles y reconocidas, visita la página del North American Aerospace Defense Command (NORAD), un sistema de vigilancia aeroespacial creado en 1956 para fomentar la seguridad aérea civil y militar en Norteamérica: http://www.noradsanta.org. ¿Sabías que NORAD lleva 60 años siguiendo a Santa Claus? Si ellos dan espacio a la magia… ¿Por qué nosotros no?
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Hace 18 años fui por primera vez, en invierno, a Quebec City. Al llegar al viejo casco de la ciudad, comprendí que sin proponérmelo, tal vez había llegado al pueblo en donde vive un viejo regordete de unos 120 kg que baja por las chimeneas sin ensuciarse ni quemarse una vez por año para repartir regalos a los que se portan bien. En realidad, se afirma que Santa Claus, o mejor dicho, San Nicolás, no desciende por las chimeneas. ¿Verdad o ficción? La verdad es que en esta época de globalización y de internet, de reggaetón y de deriva de la democracia representativa, ya no se sabe qué es cierto. Por ello, una divagación histórico-conceptual dividida en dos episodios no necesariamente interconectados, puede ser oportuna.
¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche?
Acto primero: occidentalismo. Tal vez pueda parecer una evidencia, pero hay que recordar que Papa Noël es un símbolo cultural occidental que encuentra su origen en un obispo cristiano, nacido en una familia bien acomodada de Anatolia (actual Turquía), del siglo IV. Es decir, el viaje ultrasónico en trineo se concentra Norteamérica y Europa, pero deja en las márgenes a Asia y África. De hecho, en algunos países los regalos los trae el “Niño Dios” o los “Reyes Magos”. Se dice que los cristianos pudieron apenas sacar sus reliquias hacia Italia cuando los musulmanes se asentaron en Turquía. Por eso es que en oriente se conoce a este personaje como San Nicolás de Mira mientras que en occidente se hace referencia a San Nicolás de Bari. ¿Y como llegaron los regalos a la historia? Conmovido por las consecuencias de la peste, continua la historia, Nico repartió bienes entre los más necesitados. Poco después en su vida se convirtió en sacerdote y después en un obispo. ¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche? En 1624, cuando los holandeses fundaron la ciudad de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York), importaron al continente Americano sus costumbres, entre ellas las de Sinterklaas (festividad iniciada en 343 DC, que se celebra el 5-6 de diciembre en Alemania, Austria, Bélgica, Países Bajos, Polonia, República Checa, y Suiza, y que se basa, precisamente, en un personaje que trae regalos a los niños: el famoso San Nicolás de Bari). En 1809, el escritor Washington Irving pronuncia en inglés, de forma un tanto burlona, Sinterklaas, transformándolo de hecho en “Santa Claus”. Siempre lo digo: sin contexto histórico es imposible entender el presente. Claro, tal vez no lo comprendamos todo, pero al menos ahora sabemos que aquel enano flacucho se convirtió en un gordis bonachón barbudo en 1863, cuando el caricaturista alemán Thomas Nast así lo ilustró para la historieta Harper’s Weekly.
¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”.
Acto secundo: el poder de la nostalgia. La nostalgia es una condición inventada en el siglo XVII, diagnosticada inicialmente en soldados suizos, y que fue considerada como una enfermedad. Científicos concluyeron luego que se trataba de un sentimiento humano normal. ¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”. ¿Cuántos padres explicaron a sus hijos por qué hay que ir a ver el sétimo episodio de Star Wars en este fin de año? ¿Cuántos nietos compraron la colección remasterizada de The Beatles a sus abuelos? La máquina de consumo es tal que aunque no se crea en la navidad, aunque se piense que se trata de un show de consumismo, por el “bien” de lo niños, de su imaginación, y de la magia en ella envuelta, se debe mantener el mito. O sea, no se permite ser un amargado. Cuando sus hijos crezcan, podrán entonces reproducir y heredar esta dulce nostalgia. Y todos veremos por los siglos de los siglos las mismas películas y escucharemos los mismos villancicos de siempre, porque eso es lo que debemos hacer. ¡Rom-pom-pom-pom, Rom-pom-pom-pom! El sarcasmo es mi fuerte, como también lo es la crítica positiva. En este vacío contemporáneo de modelos sociales alternativos, debemos encontrar la forma de criticar el modelo imperante para proponer algo más, ojalá algo más humano. ¿Es el consumo y la repartición de bienes materiales la única forma de expresar amor, empatía, y simpatía en esta época de fin de año?
La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo.
Conclusión: magia. ¿Sabías que las luces navideñas instaladas en Estados Unidos consumen 6.63 billones de kilovatios-hora? Eso es más que la energía que consume en todo el año países como El Salvador (5,35 billones), Etiopía (5,30 billones) o Tanzania (4,81 billones). Pero dejemos las estadísticas de lado y vayamos a lo esencial. ¿Cuál es mi punto en esta columna? Nunca sabré empíricamente si Québec City es el pueblo de San Nicolás. Pero mi alma de niño dice que sí lo es. La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo. Es por ello que durante este tiempo de fin de año, no solo los niños sino también nosotros, los a veces mal llamados “adultos”, debemos prestarnos a animar este espíritu inocente y juguetón, pero siempre con la conciencia sociológica de parar bien los pies en donde se debe, para ser capaces de medir bien el terreno y transmitir así lo que sí vale la pena traspasar.
¡Felices fiestas!
Fernando A. Chinchilla
San José (Costa Rica), 23 de diciembre de 2015
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