El Talón de Aquiles: “Somos Más Parecidos de lo que Quisiéramos Creer”

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Cada vez que inicié mi curso de “Sociedad y Cultura de África”, señalé dos elementos primordiales para eliminar estereotipos, sin lo cual no tiene sentido emprender estudios africanos: primero, desde una óptica comparada, debemos aceptar que es más lo que nos une que lo que nos separa; segundo, ni América Latina está “tan adelantada” con respecto a África, ni África está “tan atrasada” con respecto a América Latina. Veamos algunos indicadores que comprueban estos argumentos.

Ni América Latina está “tan adelantada” con respecto a África, ni África está “tan atrasada” con respecto a América Latina.

Somos más parecidos de lo que quisiéramos creer.

A finales de enero de 2016, Transparencia Internacional publicó su Índice de corrupción 2015. Más allá del hecho de que ningún país africano o latinoamericano se encuentra entre los diez primeros lugares, dos elementos llamaron mi atención. Por un lado, si bien es cierto que seis de las 12 últimas posiciones son ocupadas por países africanos (Guinea-Bissau, Libia, Angola, Sudan del Sur, Sudan, y Somalia), en dos posiciones sobresalen países de las Américas (Haití y Venezuela). Por el otro, el primer país de América Latina que aparece en la lista, Uruguay, lo hace en el lugar 21, no tan por adelante del primer país africano, Botsuana, que se ubica en lugar 28; de hecho, Costa Rica y Cabo Verde comparten la posición 40, Republica Dominicana y Somalia la 103, Argentina, Costa de Marfil, Ecuador, y Togo la 107, y Honduras, Malawi, Mauritania, y Mozambique la 112. Ruanda (44) y Namibia (45) están por delante de Cuba (56), El Salvador (72) y Panamá (72), y México aparece al mismo nivel que Mali (lugar 95), debajo de Liberia (83), Túnez (76), y Burkina Faso (76), así como de Argelia, Egipto y Marruecos (88).

Los cinco países más violentos del mundo son todos latinoamericanos, cuatro de los cuales se encuentran en Centroamérica.

Para aquellos que dudan de la solidez de la comparación, veamos indicadores de violencia, más concretamente de asesinatos. Hasta el 2012, América Latina era la región del mundo con mayor número de muertes por homicidio y armas de fuego. Los datos varían frecuentemente, en una especie de competencia malsana para saber cual es el país más mortífero, pero según diversos informes de homicidios de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUUD), Honduras, con una tasa de homicidios de 91,4 por cada 100,000 habitantes, fue el país más violento del mundo en 2011; sigue Venezuela, con tasas en los últimos años rondando 53/100,000 habitantes y, en general, al menos en 2013 siguen Belice (44,7), Jamaica y El Salvador (41.2), así como Guatemala (39,9). Nótese que los cinco países más violentos del mundo son todos latinoamericanos, cuatro de los cuales se encuentran en Centroamérica. El primer país africano en esta lista es Zambia (38), en la novena posición; sigue Uganda (36.3) en la 11, Malaui (36) en la 12, Lesoto (35.3) en la 13, Sudáfrica (31.8) en la 14, y República del Congo (30.8) en la 15. Cierto, la totalidad de los países del “Top 20” de la inseguridad mundial son latinoamericanos o africanos; de hecho, hay que esperar hasta la posición 34 para encontrar a Kirguistán (20.1), de Asia Central. Pero aún en ese marco, quiero recalcar que Brasil (26.5) es más inseguro que países “inestables” o gobernados por Estados “débiles” o “fallidos” como Sudán (24.2) y República Democrática del Congo (RDC: 21.7). Además, existe menos probabilidad de ser asesinado en Sierra Leona (14,9), Mauritania (14,7), Zimbabue (14,3), Gabón (13,8), Liberia (10,1), Senegal (8,7), o Madagascar (8,1), que en México (15,5). Nunca entendí por qué algunos latinos piensan que ir a África es aventurero, pues lo contrario es más exacto: para venir a América Latina, un africano requiere aventurarse.

Siempre me impresionó lo mucho que saben los africanos sobre América Latina, por lo que me avergüenza lo poco que sabemos sobre África. Tal vez por ello, me cuesta tolerar la condescendencia fruto de la ignorancia.

Ni tan adelantados, ni tan atrasados.

A mediados de enero de 2016, el Fondo Monetario Internacional (FMI) revisó a la baja las proyecciones de crecimiento mundial para el 2016-17, situándolas entre un 3,4% y un 3,6% del Producto Interno Bruto (PIB). En América Latina, las previsiones son modestas: primero, se vaticina una contracción del PIB agregado de 0.3% en 2016; luego, un crecimiento de 1.6% en 2017. Pero para África, se pronostica una (modesta) continuación de la expansión económica. Claro, siempre se podrá indicar que es más fácil crecer cuando no hay nada: el 20.7% de crecimiento del PIB que se espera en Sudán del Sur en el 2016 se puede explicar de esa forma; pero lo mismo podría aplicar a Haití, la economía más pobre del hemisferio occidental, que sigue sufriendo las secuelas del terremoto de 2010, y cuyas previsiones de crecimiento son, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de apenas un 2.5%. Por supuesto, no todo son buenas noticias en África; existen también países que se alejan del promedio, como Guinea Ecuatorial y Sierra Leone, que experimentaron contracciones económicas de -15,3% y -12,8% en 2015. Pero América Latina tampoco es ajena a estos casos: Venezuela sufrió una contracción del PIB de 4,2% en 2015 según el Banco Mundial, y el FMI augura una caída del -18% entre el 2015 y 2016, asistida por una inflación de 720% en 2016. Siempre me impresionó lo mucho que saben los africanos sobre América Latina, por lo que me avergüenza lo poco que sabemos sobre África. Tal vez por ello, me cuesta tolerar la condescendencia fruto de la ignorancia. Basado en estimados para 2014, observamos que Etiopía (10,3%), RDC (9,2%), Costa de Marfil (7,9%), y Mozambique (7,4%), tuvieron todos crecimientos del PIB mejores que República Dominicana, primer país de nuestra región que aparece en en listado del FMI (posición 17, con un crecimiento de 7,3%). Entre esta isla y Panamá, el siguiente país latinoamericano en aparecer (6,20%), están Mali (7,2%), Sierra Leone (7,1%), Tanzania (7%), Chad, Mauritania, Níger, y Ruanda (6,9%), República del Congo (6,8%) y Nigeria (6,3%)..

Ahora, para los que desconfían del PIB por ser un indicador reductor y distorsionador, veamos dos datos adicionales: el coeficiente GINI, que mide desigualdades en la distribución del ingreso (0 es una distribución perfecta de la riqueza y 100 es una distribución perfectamente desigual), y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas. Las cifras sobre la desigualdad son muy incompletas, por lo que es difícil elaborar un panorama global. Los datos del Banco Mundial del 2011, sin embargo, permiten contrastar el coeficiente Gini de Brasil (53,1), Chile (50,8), Colombia (54,2), Guatemala (52,4), Honduras (57,4), Panamá (51,8), y Paraguay (52,6), todos por arriba de 50, con el de Chad (43,3), Benín (43,4), Republica del Congo (40,2), RDC (42,1), Senegal (40.3) y Togo (46), todos debajo de 50. Ocho países latinoamericanos mostraron índices menores a 50, pero ninguno por debajo de 40: Argentina (43,6), Bolivia (46,3) Costa Rica (48,6), Ecuador (46,2), El Salvador (42,4), Perú (45,5), República Dominicana (47,4), y Uruguay (43.4). En cuanto al IDH, es posible que sí hallemos alguna diferencia entre las regiones, al menos si nos basamos en los datos de 2014. Dos países latinoamericanos, Argentina y Chile, se clasifican entre los 49 países con un “Muy Alto IDH”; ningún país africano integra este grupo; además, 19 países de América Latina y el Caribe se encuentran en el segundo grupo, el de “Alto IDH”; solo tres países africanos – Argelia (83), Libia (94), y Túnez (95) – están presentes. Además, de los 39 países que integran el grupo de “IDH Medio”, 12, es decir, 30,7%, son africanos: Botsuana (106), Egipto (108), Gabón (110), Sudáfrica (116), Cabo Verde (122), Marruecos (126), Namibia (126), Congo (136), Guinea Ecuatorial (138), Zambia (139), Ghana (140) y Santo Tomé y Príncipe (143). Esos son los mejores ejemplos de África, los cuales contrastan con los siete países de las Américas que, al estar incluidos en este grupo, muestran un rezago con relación al resto: Paraguay (112), El Salvador (116), Bolivia (119), Guyana (124), Nicaragua (125), Guatemala (128), y Honduras (131). En fin, forman parte del grupo de 32 países con “Bajo IDH”, 23 casos africanos (71,8%); en cuanto a nuestra región, solo Haití (lugar 163) se encuentra en esta categoría.

Somos más parecidos de lo que quisiéramos creer, y ojalá que la aceptación de esta evidencia permita revivir nuestra curiosidad y nuestras ansias de aprender de un continente que tiene mucho que ofrecer.

Consideraciones finales.

La discusión podría ser más enriquecedora si nos damos a la tarea de definir los conceptos aquí propuestos para elaborar esta comparación. Por ahora, sin embargo, recordaré que Transparencia Internacional no mide “corrupción” sino “percepciones de corrupción”, que la violencia puede tomar múltiples formas – el homicidio no es más que una de ellas –, que el PIB no mide el progreso y es insuficiente para determinar grados de desarrollo o subdesarrollo, y que el IDH pretende medir algo tan complejo como la “riqueza” de las vidas humanas. En ese marco, si bien América Latina lleva un camino recorrido en materia de desarrollo humano, en términos de las percepciones de corrupción de nuestras élites políticas, de la inseguridad en nuestras calles, de las perspectivas a corto y mediano plazo de crecimiento económico, y de las desigualdades socioeconómicas, no solo no somos tan diferentes a África, sino que en algunos casos, varios de los países africanos lucen mejores indicadores que los nuestros. En definitiva, somos más parecidos de lo que quisiéramos creer, y ojalá que la aceptación de esta evidencia permita revivir nuestra curiosidad y nuestras ansias de aprender de un continente que tiene mucho que ofrecer. Tal vez así podamos, viendo nuestro reflejo en ese espejo africano, aprender mucho más sobre nosotros mismos.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

El Talón de Aquiles: “ROM-POM-POM-POM 2015”

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¡Incrédulo! si eres uno de esos científicos que requieren información pública de entidades creíbles y reconocidas, visita la página del North American Aerospace Defense Command (NORAD), un sistema de vigilancia aeroespacial creado en 1956 para fomentar la seguridad aérea civil y militar en Norteamérica: http://www.noradsanta.org. ¿Sabías que NORAD lleva 60 años siguiendo a Santa Claus? Si ellos dan espacio a la magia… ¿Por qué nosotros no?

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Hace 18 años fui por primera vez, en invierno, a Quebec City. Al llegar al viejo casco de la ciudad, comprendí que sin proponérmelo, tal vez había llegado al pueblo en donde vive un viejo regordete de unos 120 kg que baja por las chimeneas sin ensuciarse ni quemarse una vez por año para repartir regalos a los que se portan bien. En realidad, se afirma que Santa Claus, o mejor dicho, San Nicolás, no desciende por las chimeneas. ¿Verdad o ficción? La verdad es que en esta época de globalización y de internet, de reggaetón y de deriva de la democracia representativa, ya no se sabe qué es cierto. Por ello, una divagación histórico-conceptual dividida en dos episodios no necesariamente interconectados, puede ser oportuna.

¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche?

Acto primero: occidentalismo. Tal vez pueda parecer una evidencia, pero hay que recordar que Papa Noël es un símbolo cultural occidental que encuentra su origen en un obispo cristiano, nacido en una familia bien acomodada de Anatolia (actual Turquía), del siglo IV. Es decir, el viaje ultrasónico en trineo se concentra Norteamérica y Europa, pero deja en las márgenes a Asia y África. De hecho, en algunos países los regalos los trae el “Niño Dios” o los “Reyes Magos”. Se dice que los cristianos pudieron apenas sacar sus reliquias hacia Italia cuando los musulmanes se asentaron en Turquía. Por eso es que en oriente se conoce a este personaje como San Nicolás de Mira mientras que en occidente se hace referencia a San Nicolás de Bari. ¿Y como llegaron los regalos a la historia? Conmovido por las consecuencias de la peste, continua la historia, Nico repartió bienes entre los más necesitados. Poco después en su vida se convirtió en sacerdote y después en un obispo. ¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche? En 1624, cuando los holandeses fundaron la ciudad de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York), importaron al continente Americano sus costumbres, entre ellas las de Sinterklaas (festividad iniciada en 343 DC, que se celebra el 5-6 de diciembre en Alemania, Austria, Bélgica, Países Bajos, Polonia, República Checa, y Suiza, y que se basa, precisamente, en un personaje que trae regalos a los niños: el famoso San Nicolás de Bari). En 1809, el escritor Washington Irving pronuncia en inglés, de forma un tanto burlona, Sinterklaas, transformándolo de hecho en “Santa Claus”. Siempre lo digo: sin contexto histórico es imposible entender el presente. Claro, tal vez no lo comprendamos todo, pero al menos ahora sabemos que aquel enano flacucho se convirtió en un gordis bonachón barbudo en 1863, cuando el caricaturista alemán Thomas Nast así lo ilustró para la historieta Harper’s Weekly.

¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”.

Acto secundo: el poder de la nostalgia. La nostalgia es una condición inventada en el siglo XVII, diagnosticada inicialmente en soldados suizos, y que fue considerada como una enfermedad. Científicos concluyeron luego que se trataba de un sentimiento humano normal. ¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”. ¿Cuántos padres explicaron a sus hijos por qué hay que ir a ver el sétimo episodio de Star Wars en este fin de año? ¿Cuántos nietos compraron la colección remasterizada de The Beatles a sus abuelos? La máquina de consumo es tal que aunque no se crea en la navidad, aunque se piense que se trata de un show de consumismo, por el “bien” de lo niños, de su imaginación, y de la magia en ella envuelta, se debe mantener el mito. O sea, no se permite ser un amargado. Cuando sus hijos crezcan, podrán entonces reproducir y heredar esta dulce nostalgia. Y todos veremos por los siglos de los siglos las mismas películas y escucharemos los mismos villancicos de siempre, porque eso es lo que debemos hacer. ¡Rom-pom-pom-pom, Rom-pom-pom-pom! El sarcasmo es mi fuerte, como también lo es la crítica positiva. En este vacío contemporáneo de modelos sociales alternativos, debemos encontrar la forma de criticar el modelo imperante para proponer algo más, ojalá algo más humano. ¿Es el consumo y la repartición de bienes materiales la única forma de expresar amor, empatía, y simpatía en esta época de fin de año?

La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo.

Conclusión: magia. ¿Sabías que las luces navideñas instaladas en Estados Unidos consumen 6.63 billones de kilovatios-hora? Eso es más que la energía que consume en todo el año países como El Salvador (5,35 billones), Etiopía (5,30 billones) o Tanzania (4,81 billones). Pero dejemos las estadísticas de lado y vayamos a lo esencial. ¿Cuál es mi punto en esta columna? Nunca sabré empíricamente si Québec City es el pueblo de San Nicolás. Pero mi alma de niño dice que sí lo es. La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo. Es por ello que durante este tiempo de fin de año, no solo los niños sino también nosotros, los a veces mal llamados “adultos”, debemos prestarnos a animar este espíritu inocente y juguetón, pero siempre con la conciencia sociológica de parar bien los pies en donde se debe, para ser capaces de medir bien el terreno y transmitir así lo que sí vale la pena traspasar.

¡Felices fiestas!

Fernando A. Chinchilla
San José (Costa Rica), 23 de diciembre de 2015

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”