La tecnología se ha desarrollado en estos últimos años a niveles vertiginosos abriendo un espectro de posibilidades jamás imaginadas. La “vorágine tecnológica” puede hacerse más palpable si se tiene en cuenta que un niño nacido en 2010 es un nativo digital y ha vivido sus primeros años de desarrollo en contacto con celulares, tablets y notebooks. Este mismo niño, para la edad de 5 años ya es capaz de manejarlos con total naturalidad. De hecho, este importante salto puede verse en las diferencias que hay mismo dentro de los millenials, generación nacida entre 1980 y 2000. Los nacidos hasta fines de los ’80 probablemente no hayan tenido un celular hasta los 17 o 18 años, en cambio, los nacidos a partir del ’95 para los 11 o 12 años ya eran dueños de celulares y la conexión a internet vía banda ancha ya era una cotidianidad.
Los cambios y avances son extremadamente veloces, y la filosofía que rige parece ser “adaptarse o desaparecer”. Al punto que hoy ser un joven adulto sin conocimientos en computación o internet puede llegar a ser una gran limitante para conseguir un buen trabajo. Y hasta los adultos mayores se esfuerzan para ponerse al día con los avances.
La humanidad está más conectada que nunca, y los tiempos de espera se han acortado. Además de volvernos cada vez menos pacientes, nos hemos acostumbrado al fácil acceso a la información. Hoy basta con poner en Google una palabra para encontrar su significado en pocas milésimas de segundos. El acceso a medios de comunicación y redes sociales es tan simple como prender la televisión, tocar un ícono en una pantalla o dar un click con el mouse. Este aumento de contacto y accesibilidad ha vuelto cada vez más influyentes a los medios de comunicación pero, a pesar de que nuclean un nicho de influencia tremendamente poderoso, no son inmunes a los “frenos y contrapesos” que pueda ponerles la sociedad.
Hoy no hay bien más preciado que la información, y quien la maneje tendrá al resto de las fuerzas a sus pies.
Antiguamente no había bien más preciado que la tierra. Luego fueron los ejércitos, el oro, el poder político, etcétera. Si lo pensamos bien vivimos en un mundo en el que casi absolutamente todo tiene un precio, pero hay algo que es muy difícil de cuantificar en dinero y, sin embargo, se ha llegado a pagar millones y millones por ello. Hoy no hay bien más preciado que la información, y quien la maneje tendrá al resto de las fuerzas a sus pies.
Es bien sabido que los medios de comunicación son un negocio, así como la información que circula a través de ellos hacia los receptores. ¡Pero cuidado! No hay que caer en el enorme y común error de creer que la sociedad es totalmente pasiva y, cual objeto carente de voluntad, internalizará todo sin cuestionamientos. Cada vez más las sociedades reaccionan contra informaciones que difunden los medios, campañas publicitarias, dichos de figuras o políticos. Sin ir más lejos, luego de los atentados en Paris el pasado 13 de noviembre, se difundieron por las redes sociales muchas reflexiones sobre porque los medios de comunicación le dedicaron al tema horas y horas de coberturas especiales, cuando días atrás el Líbano había sufrido un atentado y poco se había difundido. Esto vale para los innumerables horrores que ocurren en el resto del mundo cotidianamente, ya sea el avión ruso que explotó en Egipto producto de una bomba, o los más de 310.000 muertos que, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, ya se ha cobrado la guerra en Siria.
¿Cuál es el rol de estos medios en la formación de la llamada y discutida opinión pública?
Ahora, ¿cuál es el rol de estos medios en la formación de la llamada y discutida opinión pública? Antes que nada, vale aclarar que a pesar de que no existe consenso sobre una definición particular de que es la opinión pública, podría sostenerse que se trata de una toma de posición, o juicio, de un grupo social sobre algún tema en particular que se encuentra en la agenda pública y que se difunde por algún canal de comunicación. Volviendo a la pregunta, hay distintos estudios que dan cuenta sobre la poca correlación entre lo que los medios difunden sobre algún asunto particular y lo que los espectadores opinarán del mismo. McCombs y Shaw, a través de su teoría del agenda setting, fueron los responsables de arribar a la difundida premisa que reza: “Los medios no son exitosos, la mayor parte del tiempo, en decirle al público que pensar, pero si sobre que pensar”.
Los consumidores de medios de comunicación cuentan con el poder de la reflexión y es preciso que lo utilicen.
Los consumidores de medios de comunicación cuentan con el poder de la reflexión y es preciso que lo utilicen. Es lógico que tras ser machacados días enteros con determinados temas, sólo podamos referirnos a ellos. Pero esto no justifica que no le dediquemos tiempo a buscar, leer e informarnos por nuestros propios medios. Es momento de ocupar un rol más activo en la cadena de circulación de la información. No se debe caer en el lugar común de creer que la opinión pública es única y extrapolable a toda la sociedad, como sostuvo Pierre Bourdieu: “La opinión pública no existe, en el sentido de suma de opiniones individuales; que constituyen una opinión de la media, unánime.”
En definitiva, todo esto nos lleva a cuestionarnos, ¿cuál es el futuro de la comunicación? Aparentemente hay dos posibilidades. Por un lado, puede que esta faceta de una sociedad reflexiva y contestataria siga desarrollándose, obligando a los medios de comunicación a ser más transparentes, serios y claros con respecto a sus posiciones políticas y líneas editoriales. Y por el otro, es probable que terminen de migrar por completo hacia la oferta de entretenimiento “24/7”, estupidizando y distrayendo de los asuntos importantes. Eso todavía está por verse.
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