Argentina: se viene la reforma electoral

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Dicen que los presidentes disfrutan de una suerte de “luna de miel” al asumir sus funciones que les permite implementar políticas que tal vez en otros contextos no podrían o por lo menos les costaría mucho más. Es durante estos breves meses que se suelen dar las medidas de shock y Mauricio Macri, claro está, no se quedó atrás en este sentido.
 

Una de las tantas promesas de campaña de la coalición Cambiemos (Propuesta Republicana y Unión Cívica Radical) fue la de llevar adelante una reforma del régimen electoral.

Desde el gobierno no quieren demorarse mucho en este asunto, es así que rápidamente se comenzó a armar un equipo encargado de llevar adelante dicha reforma. El soldado que eligió el presidente para esta empresa fue Adrián Pérez, abogado y Secretario de Asuntos Políticos y Fortalecimiento Institucional del Ministerio del Interior, obras públicas y vivienda.
 
Si bien no se puede afirmar que se haya dado un gran debate en torno al tema, hay tres aristas que han sido repetidas hasta el cansancio por el Gobierno. Ellas son:
 
1.Boleta única (tanto electrónica o papel)
2.Unificación en todo el país de las fechas de votación.
3.Creación de un organismo autónomo del poder ejecutivo.
 
Ahora, ¿Qué significan estos puntos y qué fines persiguen?
 
Bajo el pretexto de estar persiguiendo mejoras en cuanto a rapidez en el recuento de votos, mayor transparencia y reducir la cantidad de fiscales necesarios en las mesas de votación y en el posterior recuento, el gobierno propone significativos cambios.
 
La propuesta de la utilización de una boleta de votación única es algo que viene dando vueltas hace muchos años. Los principales detractores de las múltiples boletas se centran en que implican un gran despilfarro de dinero y alientan al robo y rotura de las mismas, y cuando no, hasta la quema de las urnas como sucedió recientemente en las elecciones de la provincia de Tucumán. Los que se resisten al voto electrónico esgrimen que los sistemas son fácilmente vulnerables y también han habido quejas sobre la reciente implementación del sistema de boleta única electrónica en la ciudad de Buenos Aires por las irregularidades en la licitación de la empresa adjudicataria de los sistemas. En cuanto a la boleta única, basándose en la experiencia de la provincia de Santa Fe, se ha manejado que requiere tiempos de escrutinio mucho más extensos.
 

Por último, se habla de la creación de un organismo autónomo del poder ejecutivo. Aquí se busca reemplazar a la Dirección Nacional Electoral.

El segundo punto, la unificación de las fechas de votación en todo el país, persigue el objetivo de evitar las numerosas y sucesivas fechas en las que se vota, para contrarrestar las quejas que despertó en los ciudadanos, el año pasado, las numerosas ocasiones en las que debieron acudir a las urnas. Un detalle no menor es que cada provincia es quien debe elegir las fechas en las que se llevarán a cabo los comicios, esto implicaría un duro trabajo de negociación con los gobernadores.
 
Por último, se habla de la creación de un organismo autónomo del poder ejecutivo. Aquí se busca reemplazar a la Dirección Nacional Electoral, que actualmente depende del gobierno en turno, por un ente idealmente imparcial, menudo objetivo.
 
Una vez elaborado el proyecto de ley será preciso que sea aprobado por una mayoría especial en el Congreso, esto implica 129 votos a favor en la Cámara de Diputados y 37 en la Cámara de Senadores. Para ello, la coalición gobernante deberá acordar con el Frente Renovador y el ahora fracturado kirchnerismo.
 
De más está decir que las reformas electorales favorecen siempre a quienes las llevan adelante y son, en su mayoría, hechas a medida de los intereses del oficialismo en turno.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

El empleo público en Argentina

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Desde que Juan Domingo Perón, allá por 1950, ingresó en el escenario político nacional, el rol que ocuparon los trabajadores en la historia cambió y marcó un quiebre para siempre. Así como los obreros se fueron agrupando en gremios y haciéndose más fuertes, la sociedad toda comenzó a organizarse y de a poco surgieron nuevas demandas que el Estado no estaba tal vez del todo capacitado para satisfacer.

El fortalecimiento de la clase trabajadora fue de la mano con el fomento de la industria nacional, y esto produjo que el país se desarrollara económicamente.

El fortalecimiento de la clase trabajadora fue de la mano con el fomento de la industria nacional, y esto produjo que el país se desarrollara económicamente. Las masas populares se fortalecieron y al ser reconocidos sus derechos (laborales, civiles) sus demandas comenzaron complejizarse como es lógico en un país en desarrollo.

Así, el Estado se fue expandiendo a través de diversos órganos e instituciones para poder contener y responder a las exigencias propias del momento histórico. Oszlak y O’Donnell hablaron de “la cuestión”, este concepto enmarca perfectamente el significado de las “demandas” a las que me refiero. Para ellos, la cuestión se trataba de “necesidades y demandas socialmente problematizadas por distintos grupos que promueven su incorporación a la agenda (pública) de problemas socialmente vigentes”.

La respuesta más común que tomó el Estado argentino fue la de ir respondiendo a estas cuestiones a través de la creación de nuevos ministerios, secretarías, órganos descentralizados, etc., que pudieran ir resolviendo las necesidades sociales.

La respuesta más común que tomó el Estado argentino fue la de ir respondiendo a estas cuestiones a través de la creación de nuevos ministerios, secretarías, órganos descentralizados, etc., que pudieran ir resolviendo las necesidades sociales. Por supuesto que al expandirse fue necesitando ir cubriendo una cantidad enorme de empleos. Fue así que lentamente se fueron multiplicando los funcionarios administrativos, más conocidos como “empleados estatales”.

Entre los vaivenes políticos el Estado se agrandó, se achicó, se desmanteló, para luego volver a expandirse para absorber una cantidad impresionante de personas que habían quedado desempleadas producto de años de malas políticas y malas decisiones.

Muchos cambios políticos se dieron en el país durante los últimos 60 años, entre ellos dictaduras atroces, restauración de la democracia, un gobierno neoliberal, un período de fuerte crisis económica y social, una década de un gobierno que se autodenominó “nacional y popular”, y ahora, uno que plantea ser todo lo opuesto a su antecesor. Entre los vaivenes políticos el Estado se agrandó, se achicó, se desmanteló, para luego volver a expandirse para absorber una cantidad impresionante de personas que habían quedado desempleadas producto de años de malas políticas y malas decisiones. Durante los ’90 se vivió tal vez el peor cimbronazo para el empleo público, ya que Carlos Saúl Menem decidió acatar la receta del Consenso de Washington. Esta incluyó una serie de “recomendaciones” de organismos internaciones, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), para que los países latinoamericanos pudieran lograr un desarrollo económico exitoso. Entre dichas recomendaciones se encontraban la reducción o reordenamiento del gasto público, la privatización de la empresas estatales y la “flexibilización” laboral (que más bien debería ser precarización). Estos puntos fueron seguidos a la perfección, adelgazando la estructura estatal. Años más tarde, lleno de ansias de reactivar una economía golpeadísima luego de la crisis del 2001, el kirchnerismo utilizó el empleo estatal para dar techo y pan a una gran cantidad de personas y poder reactivar la parada economía a través del consumo interno.

De las crisis se salió, las recaudaciones aumentaron, y el Estado continuó expandiéndose de forma estrepitosa. Muchas veces ya no para solucionar una situación de emergencia sino, que para poner en práctica una lógica clientelar que demostró cumplir su cometido en numerosas oportunidades.

El empleo público está tan arraigado a nuestra historia política y social que, como de costumbre, se pueden escuchar voces a favor y en contra. También se han difundido muchos estereotipos sobre los empleados públicos. Solo algunos de ellos se refieren a “lo poco que trabajan”, que son “ñoquis” (término que se utiliza para referirse a quienes sólo acuden en fin de mes o el día 29 —día del ñoqui— a cobrar el sueldo), que tienen tareas insignificantes como “poner sellos” para justificar sus puestos y no ser echados a la calle, entre muchos otros.

Hoy, un nuevo presidente ocupa el sillón de Rivadavia y con su “cambio” impulsa una purga del Estado. Un Estado hipertrofiado y que tal vez dejó hace mucho tiempo de ser eficaz pero que, a pesar de todo esto, muchos (no todos) son ciudadanos que cuentan con su sueldo a fin de mes para poder subsistir, alimentar a sus hijos o proporcionarse una vivienda. Una consecuencia más de decisiones políticas cortoplacistas y tomadas sin pensar en el futuro de los trabajadores, que es mucho más largo que los 4 años que pueda durar un mandato presidencial.

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La relación entre la representación política, los partidos y discurso

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¿De qué se trata cuando se habla de “crisis de representación política”? Generalmente se hace referencia cuando la ciudadanía no ve representados sus intereses en los políticos y se diluye el respeto por los partidos o cuando éstos toman medidas poco populares. En las jóvenes democracias latinoamericanas son comunes las muestras masivas de descontento, principalmente a través de manifestaciones callejeras, que pueden ser pasivas o no, para exigir la toma de alguna medida o la eliminación de alguna otra.

Si no se ejerce desde la sociedad civil una suerte de control y llamados de atención a los representantes, se corre el riego de ser pasados por encima.

Primero debe tenerse en claro que la forma representativa de gobierno implica que los puestos de toma de decisiones serán ocupados por personas elegidas a través del voto popular en elecciones periódicas. Una vez depositado el voto en la urna muchas veces el ciudadano cree que ha concluido con su obligación y se retira a su vida privada. He aquí un problema, ya que si no se ejerce desde la sociedad civil una suerte de control y llamados de atención a los representantes, se corre el riesgo de ser pasados por encima. Muchas veces sucede que los representantes congregan en su figura mucho poder y, si no son controlados atentamente, pueden actuar en pro de sus intereses privados.

Los votantes cada vez menos parecen elegir a sus representantes siguiendo lineamientos ideológicos o partidarios sino que se inclinan por figuras conocidas, que se muestran en medios de comunicación.

Comenzando con el predominio de los personalismos, los votantes cada vez menos parecen elegir a sus representantes siguiendo lineamientos ideológicos o partidarios sino que se inclinan por figuras conocidas, que se muestran en medios de comunicación y cuyos nombres aparecen poco relacionados a sus partidos de pertenencia. Por otro lado, los partidos buscan ampliar sus bases de apoyo vaciándose de contenido ideológico y se vuelven cada vez más partidos “atrapa todo” (“Catch all party”, concepto introducido por Otto Kirchheimer en 1966). Finalmente, los medios de comunicación toman un rol cada vez más importante en la esfera pública imponiendo agenda con base en sus intereses privados. A su vez, hay enormes sectores de la población que son invisibilizados al no contar con representación política, uno de los más numerosos es el de los inmigrantes ilegales, pero también puede tratarse de minorías étnicas.

Los partidos buscan ampliar sus bases de apoyo vaciándose de contenido ideológico y se vuelven cada vez más partidos “atrapa todo”.

Si se buscan los orígenes de la representación política a lo largo de la historia, es imprescindible comenzar por la polis griega. El nomos (ley) era producido en espacios públicos como la asamblea a través del debate público y la persuasión. Por supuesto que sólo tomaban parte quienes contaban con tiempo y medios para dedicarse a dicha actividad. Ahora, nos encontramos frente a estados modernos que han construido toda una estructura de funcionamiento alrededor de la representación y los representantes del pueblo.

Un politólogo que ha tratado el tema de representación con gran puntería ha sido Bernard Manin. Estableció cuatro principios clásicos de los gobiernos representativos. Estos son: la independencia en la toma de decisiones de los representantes electos, la libertad de opinión pública, elecciones periódicas y, finalmente, el debate para la toma de decisiones públicas. Los últimos dos puntos son los que suelen funcionar mejor, mientras que los dos primeros son los que menos se respetan.

A lo largo de la evolución política, el discurso ha sido la forma predominante de comunicación de la representación. La importancia ascendente de los medios de comunicación durante el siglo XXI es innegable, no sólo como nexo entre la ciudadanía y los eventos relevantes, sino también, marcando la agenda pública de debate. El primero de ellos fue la prensa escrita, alrededor del 1800, que surge inicialmente como un vehículo complementario del discurso para luego transformarse en un discurso en sí mismo. De esta manera, la opinión se diversificó en oral y en escrita. Años más tarde, y gracias a la revolución tecnológica, apareció la radio y más tarde la televisión. El último de estos cambios ha sido el internet.

Ante todas estas transformaciones, los partidos políticos, otro elemento central que hace a la representación política, se han visto obligados a ir adaptándose a estos nuevos medios. Como punto de partida de su expansión se puede tomar a la Revolución Francesa. A partir de este momento histórico, se dio una proliferación y consolidación de partidos de todo tipo, de inspiración religiosa, integrados por diversas fuerzas sociales, etc.

Una de las maneras que la ciudadanía aplica a modo de “sanción” cuando sus representantes no cumplen son sus promesas de campaña o se desempeñan mal en sus cargos, es el denominado “voto castigo”. Así, el desempeño anterior de los políticos es tenido en cuenta a la hora de emitir el voto.

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