Rousseau tenía razón

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Uno de los grandes problemas que aqueja a América Latina es el de la falta de vivienda. Millones de familias sufren por la ausencia de políticas públicas de desarrollo y asistencia habitacional y, en consecuencia, terminan padeciendo situaciones desesperantes.

Suertudos somos quienes jamás nos ha faltado un techo por las noches o una cama caliente en invierno. Como siempre supo ser en nuestros queridos países, los suertudos son minoría. La emergencia habitacional está frente a nuestros ojos día a día, cuando vamos trabajar y nos cruzamos con un hombre que duerme junto a sus hijos bajo un árbol en una plaza o, cuando las villas de emergencia que circundan las grandes ciudades crecen a ritmos estrepitosos.

Quizás en algún momento deberíamos plantearnos como ciudadanos, como sociedad, ¿En qué nos equivocamos? ¿Qué hicimos mal como para que unos pequeños metros de concreto valgan sumas irrisorias?

Aunque funcionarios públicos crean que cercando y vallando las plazas se acabará este problema, la realidad es que se requieren políticas públicas mucho más profundas y que, idealmente, se piensen con plazos mayores que hasta las próximas elecciones. ¿Qué latinoamericano no ha escuchado más de una vez esas curiosas historias donde políticos o punteros locales prometen viviendas a familias carenciadas antes de las elecciones y luego milagrosamente lo olvidan? Tal vez pierdan las llaves, nunca lo sabremos.

La solución a todos estos males es algo que pocos tienen, muchos desean y una gran mayoría alquila, ella es la propiedad. Según el diccionario de la Real Academia Española la palabra “propiedad” hace referencia al “derecho o facultad de poseer alguien algo y poder disponer de ello dentro de los límites legales”. Ahora, ¿cómo y por qué existe este “derecho”?

Quizás en algún momento deberíamos plantearnos como ciudadanos, como sociedad, ¿En qué nos equivocamos? ¿Qué hicimos mal como para que unos pequeños metros de concreto valgan sumas irrisorias?

La emergencia habitacional está frente a nuestros ojos día a día, cuando vamos trabajar y nos cruzamos con un hombre que duerme junto a sus hijos bajo un árbol en una plaza o, cuando las villas de emergencia que circundan las grandes ciudades crecen a ritmos estrepitosos.

En Argentina el sueldo mínimo de un trabajador asciende a 500 dólares por mes y el valor de mercado de un departamento en la Capital Federal en la provincia de Buenos Aires, para una familia tipo con dos habitaciones y en los barrios más accesibles, asciende a 110.000 dólares…

No hay que ser muy bueno con las matemáticas como para darse cuenta que estamos frente a un problema.

Pero el problema data de tiempos inmemoriales, desde el momento en que alguien decidió apropiarse de un pedazo de tierra y reclamarlo para sí. Por eso creo que no se equivocó Jean-Jacques Rousseau cuando allá por 1755 escribió en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres que: “El primero a quien habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘esto es mío’, y encontró gente tan simple como para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.

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