Escuchar el discurso con motivo del Segundo Informe de Gobierno del presidente fue extraño. El presidente abrió y cerró fuerte con el tema de la corrupción (como era de esperarse), pasó por los temas de la austeridad, los efectos y futuras soluciones para la pandemia; habló sobre los apoyos a comunidades indígenas, jóvenes y campesinos, la economía y la seguridad. En esencia, cubrió todo, pero había algo que no cuadraba.
¿Y por qué? Porque el enfoque con el que se abordaron los temas siguió siendo desde la óptica triunfalista del proyecto de nación de AMLO y porque se sigue priorizando el abordaje de los temas desde una postura que le favorece, pero que no es necesariamente la realidad que viven los mexicanos. En pocas palabras, porque choca escuchar que el presidente dice que todo va bien cuando, si miramos a nuestro alrededor, vemos que la cosa no va así. Y si las cosas no van bien, ¿por qué su popularidad se mantiene por encima del 50%? Aquí está el tema.
La respuesta es que hay dos elementos que juegan en esta historia: uno es Andrés Manuel y otro es el gobierno. Por ejemplo, cuando lo oímos decir que el gobierno no será recordado por corrupto, lo que verdaderamente se intenta hacer es asociar su la historia personal del presidente con la manera en que él dirige la administración. Andrés Manuel sabe que los mexicanos estamos acostumbrados a pensar que el presidente es quien tiene la última palabra en todo, pero si esto fuera así, ¿dónde quedarían los gobernadores, legisladores, jueces, tribunales y otras autoridades locales?
La popularidad que tenga o no el presidente no debería ser indicativo del desempeño de la administración, pero tendemos a creer que es así. Si bien la loza que ahora carga Morena producto de los videoescándalos protagonizados por David León y Pío López Obrador es grande, la realidad es que una cosa es lo que haga o dejen de hacer los morenistas y otra lo que él haga directamente.
Por supuesto que sería ingenuo suponer que los “apoyos en efectivo” sólo fueron una acción estratégica en exclusiva para la campaña de 2015 y que no se repitió en 2018, pero como dicen por ahí, “alienación que gana, repite”. Eso sí, mientras no haya evidencia de que esto también tuvo lugar en campaña presidencial y que él participara directamente, todo queda en el terreno de las sospechas.
El presidente podrá asegurar que México cuenta con el mejor gobierno en tiempos tan malos como los que estamos viviendo y que ya no hay funcionarios corruptos como García Luna, pero hasta que el relato no sea congruente entre ambas partes (persona y gobierno), de poco le sirve afirmarlo. Pretender que con base de imposiciones discursivas las cosas a nivel administrativo serán diferentes es casi como creer que uno se puede ganar la lotería sin comprar boletos.
Por cierto, ¿ya compraron su cachito para la rifa/no rifa del avión/no avión? No cabe duda que la congruencia es una virtud.