Escribo esta columna el lunes 27 de abril del 2020. Con este día, ya van 42 desde que (informalmente) muchos mexicanos iniciamos nuestra cuarentena. Nos fuimos de puente el viernes 13 de marzo sin saber que no volveríamos. Ese fin de semana, el Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, anunció la suspensión de clases en todos los niveles iniciando el martes 17 como parte de los primeros esfuerzos para contener los contagios por COVID-19.
Desde entonces, las cosas no han mejorado. Las predicciones más pesimistas se han vuelto una dura realidad. El proceso de asimilar que el mundo está cambiando y que nos encontramos envueltos en una crisis que marcará a toda una generación es difícil, pero necesario. Considero importante compartirles un pensamiento que leí navegando por internet: No estamos en el mismo barco. Estamos en la misma tormenta, pero no el mismo barco. Unos en yate, otros en bote, otros luchando por no ahogarse. Que el privilegio no nos nuble la vista. El poder quedarse en casa, aprender desde tu computadora o levantarse tarde es un lujo que muchos, la mayoría, no se pueden dar. No olvidemos a quienes no tienen el privilegio de poner su vida en pausa. La empatía y la solidaridad son vitales, fundamentales y necesarias en tiempos de crisis.
La complicada situación mundial provocada por el coronavirus nos ha hecho darnos cuenta de cosas que en cualquier otra circunstancia no habríamos notado. Primero, y antes que nada: sí existen los héroes, visten de bata y trabajan en los hospitales. Ni los políticos ni las ideologías te van a salvar la vida. Un doctor sí. Y tuvo que ser necesaria una pandemia global para caer en cuenta de que el sistema de salud siempre debe de ser prioridad.
Segundo, hemos notado que muchos de nosotros no somos indispensables para el funcionamiento de la sociedad. Es un golpe de realidad para que protejamos e impulsemos a quienes sí lo son.
Llevamos 42 días de encierro voluntario por responsabilidad, porque entendemos que hay que buscar el bien mayor. La simple acción de no salir de casa si no tienes que hacerlo salva vidas, aunque no se pueda notar. Se protege uno mismo, se protege a los familiares y se protege a los ciudadanos que nos rodean.
Pronto esto acabará, y es nuestra responsabilidad salir a las calles como una versión mejorada de nosotros mismos. Y no, no me refiero al físico: tenemos que salir con un enorme sentido de empatía de ahora en adelante. Ser una generación solidaria y noble es la clave de un buen futuro. Que los valores que nos unen sean nuestro estandarte. Como la generación que liderará al mundo en el futuro, debemos entender las verdaderas prioridades. Vean a países como Nueva Zelanda, que desde el primer momento priorizaron la salud por encima de cualquier otro aspecto, y hoy cumplen una semana sin contagios locales. En este debate hay muchas posturas válidas, pero algo es cierto: sin una población saludable, no hay nada. Es algo que algunos líderes de los países más poderosos del mundo no terminan de entender.
La cuarentena no será permanente, pero es cuestión nuestra que los estragos causados por la pandemia tampoco lo sean. Si después de estos tiempos difíciles no abrimos los ojos nosotros los jóvenes, nada nos hará darnos cuenta. Es hora de darle importancia a lo que realmente lo merece. Terminemos de tratar de esenciales a cosas que no lo son, y tratemos de esencial a lo que siempre lo fue, pero no queríamos aceptar.
Cuídense mucho, usen tapabocas y no dejen de luchar por México.