Hablar de ideología suena anticuado, trasnochado, y, en el mejor de los casos: “vintage”, aquello a lo que se tiene aprecio -admiración, incluso- en el presente, pero es intrínsecamente perteneciente al pasado. Yo no estoy tan seguro. El jueves, el congreso de Nuevo León se vanaglorió de aprobar una reforma al Código Civil para prohibir el matrimonio infantil. Más que aplaudir la reforma, habría que reflexionar cómo era posible que tal aberración siguiera existiendo.
Pero hay otro tema relacionado al matrimonio que está pendiente debatir en el estado: el de personas del mismo sexo. Ahí sí, los mariachis callaron. En estos tiempos en que se cree (o se quiere hacer creer) que la ideología es cosa del pasado, pareciera que las fuerzas políticas tradicionales tienen muy presente que prefieren congelar el asunto, a correr el riesgo de “ofender” a los votantes conservadores.
En las relaciones sociales la ideología es similar al viento: aunque no la veamos, está presente, y hay momentos en que se hace sentir. En política, pocas técnicas tan efectivas como el cansancio: dejar que el tiempo pase, que los temas se enfríen ¿de qué otra manera podría explicarse el dilatar un derecho que la Suprema Corte ha reconocido? La lógica es sencilla: esperar hasta que pueda venderse como inevitable mandato judicial para no asumir el costo político, y qué mejor que esto suceda cuando hayan pasado las elecciones. Ahí está la vergonzante respuesta de Margarita Zavala ante una pareja de mujeres lesbianas, con hijos, que le solicitan definir su postura para dar certeza jurídica a la comunidad LGBT.
La precandidata independiente se sobresalta ante la presencia del ojo negro de la cámara de un móvil, y sus reacciones resultan una delicia tragicómica: -“¿Estás grabando eso? No, no, apaga eso, que esto es distinto…Yo creo que el matrimonio es hombre y mujer, lo demás habrá que revisarlo -Nuestras familias ya existen ¿qué vas a revisar? -“¿Alguien quiere tomarse una foto?”.
Otro caso muy distinto, pero que también revela trasfondo ideológico, es el del transporte público. Nos es más fácil pensar que en esta ciudad debe haber 5 millones de coches, generando embotellamientos interminables que recuerden a “La autopista del sur” de Cortázar, a contemplar la posibilidad de tener una empresa pública que lo reordene de fondo ¿Qué otro criterio, sino el axioma de que lo privado es mejor que lo público, permitiría sostener un modelo tan ineficiente y caduco como el existente? ¿Por qué nadie pone el grito en el cielo si es evidente que los empresarios del transporte lucran con la disminución de la calidad de vida de la población con menos recursos? ¿Por qué la negativa a cambiar de paradigma, si prácticamente todos los casos de éxito internacionales en la materia tienen como elemento fundamental ser una empresa pública, donde la prioridad es mover a las personas, no hacer negocio? Aquí hay otro fenómeno interesante: descafeinar la ideología.
¿El transporte público en Nuevo León sigue siendo público? Por supuesto, los privados meramente tienen concesionado prestar al servicio. Ah, vaya, entonces el sagrado principio se mantiene incólume, como momia cuya sangre caliente hace mucho se evaporó. La distracción, la ignorancia y vaciar de contenido son algunas de las tácticas para evitar el conflicto ideológico, pero así como el viento no desaparece por decreto, tampoco lo hace la ideología. Ahora que nos acechan las boletas electorales, bien haríamos en pensar en qué creemos y por qué. Como escribió el poeta francés Paul Valéry: “Se levanta el viento. Debemos tratar de vivir”.