La Taquería

#Todosvigilamos

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En las pantallas de hoy bastan unos segundos para definirte. Ya sea a través de fotos o videos de tus errores y estupideces, o incluso mediante la revelación de tus conversaciones privadas. El contexto no importa, no hay tiempo para eso. Eres lo que nos mostraron que eres. Eres unos cuantos segundos.

Combinemos lo anterior con la oportunidad de mostrarte una versión moldeada de mí, esa posibilidad de crearme una personalidad virtual sustentada en no más que publicaciones y opiniones emitidas en redes.

¿Puedo entonces denostarte y humillarte por hacer o decir algo que no me gusta o que considere incorrecto? ¿Puedo insultarte y difundir las imágenes de tus actos para invitar a los demás a participar en una suerte de linchamiento exprés?

Y es que al condenar, pretendo demostrar mi integridad como persona y ciudadano. Entre más enérgicos sean mis reclamos, más compromiso con mi causa mostraré. Al agredir al “incorrecto” en sus bienes o en su persona (verbal o hasta físicamente) para grabar sus reacciones o al divulgar su rostro a través de las redes sociales, me siento “proactivo”, creyendo que le doy una “lección” y convenciéndome de que estoy “haciendo algo” para mejorar la situación.

Esas personalidades virtuales ya han caído víctimas de algunas ridiculizaciones. Por ejemplo: Durante el mes de abril de 2014, el sitio www.npr.org publicó en redes sociales un enlace titulado: Why Doesn’t America Read Anymore? (¿Por qué Estados Unidos ya no lee?). Al abrir el enlace, solamente te mostraba un mensaje diciéndote que habías abierto un artículo de broma, no obstante, mucha gente compartió el artículo acompañado de opiniones extensas y enérgicas, evidentemente resultantes de no haber ni siquiera abierto el artículo para leerlo.

Otro caso fue la broma de 4chan denominada: #Pissforequality (Orina por la equidad) en la que se invitaba a la gente a orinarse en los pantalones y compartir su foto en redes sociales para “crear conciencia” contra la violación provocando que, al paso de unas horas, múltiples “activistas” de sillón llenaran Twitter y Facebook con sus desagradables imágenes.

Lo anterior ha sido descrito por el comediante estadounidense Bill Maher como: Lazy Liberalism (Liberalismo perezoso) en el que regañar se convierte en el sustituto de verdaderamente hacer algo.

Lo anterior ha sido descrito por el comediante estadounidense Bill Maher como: Lazy Liberalism (Liberalismo perezoso) en el que regañar se convierte en el sustituto de verdaderamente hacer algo, y en el que mis actos se dirigen más a sentirme bien conmigo mismo, reforzando la personalidad que he creado, que en hacer sentir bien a los supuestos beneficiarios de mi lucha virtual. Sin embargo, estas inquisiciones virtuales no sólo son llevadas a cabo por personas de pensamiento liberal sino también por conservadores.

Ejemplos hay muchos, desde “buenas conciencias” que difunden imágenes de personas estacionadas en lugares para discapacitados hasta quienes buscan publicar tus fotos privadas para que los demás sepamos “la clase de persona que eres” (promiscuo, vicioso, etcétera) o, tal vez, cómo ya ha ocurrido, intenten hacer pública tu orientación sexual para ridiculizarte. Y es que en este contexto de difusión de actos que desapruebo para sustentar mi personalidad virtual, o en el abuso del anonimato de las redes, ¿quién decide qué sí se publica, y qué no? ¿Cuál linchamiento está justificado, y cuál no?

No voy a profundizar sobre el hecho de que quienes realizan estos juicios de valor parecieran darse “baños de pureza”, ya que nunca he creído que para emitir una opinión debas ser alguien ejemplar; precisamente uno de los aspectos más importantes de la objetividad es la irrelevancia del emisor, es decir: si hay evidencia o sustento para tu dicho, éste es válido sin importar quién y cómo seas. Pero hablemos del cómo se hacen estos juicios.

Partamos de que nadie tiene derecho a afectar las pertenencias de otro ni de exponerlo a la luz pública para ocasionarle un perjuicio. Muy diferente es una llamada de atención personal a quien, por ejemplo, se estacionó en un lugar para discapacitados a un acto de vandalismo sobre su automóvil o un insulto acompañado de la difusión de su imagen, justificando ambas conductas en una supuesta lección moral o “súper cívica”.

Las redes sociales se transforman en la hoguera a la que arrojo a quien no me gusta, para que los demás me acompañen a castigarle.

Las redes sociales se transforman en la hoguera a la que arrojo a quien no me gusta, para que los demás me acompañen a castigarle. El ojo de las “buenas costumbres” al acecho de todos nosotros es tan indeseable como confuso: ¿cuáles costumbres son las “buenas”?

El anonimato en algunos casos, las personalidades virtuales en otros y la indiferencia e incompetencia de las autoridades para actuar de manera eficiente en relación a determinadas conductas, han propiciado un ambiente de acción y difusión ciudadana totalmente descontrolado con consecuencias positivas en algunos casos con la revelación de actos de corrupción, delitos o casos de pederastia, y fatales en otros, como aquellas personas que han sido duramente castigadas por el repudio y la ridiculización que han generado incluso suicidios.

John P. Barlow en 1996 publicaba la Declaración de Independencia del Internet rechazando tajantemente la intervención de cualquier gobierno a intentar regular lo que ocurría en el ciberespacio. Actualmente, la regulación sigue estando pendiente y sujeta a múltiples claroscuros pero parece cada vez más evidente que no puede seguir siendo un espacio totalmente desierto y carente de reglas.

La conocida como “Ley Fayad” pretendía deficientemente legislar, entre otros temas, sobre esta materia: la difusión de imágenes privadas. Pero padecía de lo mismo que sus antecesoras; existía la posibilidad de una interpretación que castigara a quienes difunden actos de corrupción o ilegalidad.

La conocida como “Ley Fayad” pretendía deficientemente legislar, entre otros temas, sobre esta materia: la difusión de imágenes privadas. Pero padecía de lo mismo que sus antecesoras; existía la posibilidad de una interpretación que castigara a quienes difunden actos de corrupción o ilegalidad.

El tema no es sencillo pero sí es apremiante y en virtud de que el día de hoy todos en todo momento podemos transformarnos en vigilantes, nos vemos obligados a enfrentar una pregunta esencial: ¿quién vigilará a los que vigilan? Y principalmente: ¿cómo vigilarán a los que vigilan?

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