#ElTalónDeAquiles: “Rom-Pom-Pom-Pom 2017”

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El silencio dignificante siempre ha sido mi arma en la adversidad, incluso cuando recibí oficialmente la noticia que Santa Claus no existía. En aquella fatídica reunión familiar, sólo alcancé a decir: “de todas formas, ya lo sabía”. Nunca me he dejado doblegar por las sorpresas que da la vida. ¿Quién podría seriamente creer que yo me hubiera tragado el cuento de que un viejo regordete, que viaja supersónicamente en un trineo volador jalado por renos, entregaba regalos a los niños que se portaban bien? Sin embargo, debo aceptar que sentí decepción. Esa conversación solo confirmó lo que ya sabía. Santa Claus no existe, y ese hecho provocó despecho.

Muchas navidades he pasado desde ese entonces. Varias las pasé compartiendo con familia y amigos tropicales, tal vez en alguna playa de mi querida Costa Rica; otras las pasé solo o acompañado deambulando por el frío invierno de Canadá. ¿Cómo olvidar a los amigos y amigas que me abrieron sus casas para rodearme de notas de piano y de niños en la nieve? Alguna vez también me perdí en Miraflores, sin saber qué diantres hacía yo inmiscuido en una noche buena peruana. Y aunque despotriqué contra Ciudad de México (CDMX) en 2016 por negarse a darme algo de lo que le pedí, también organicé posadas desde 2013, que fueron llenando mis apartamentos de trayectorias de vida. Poco importa si el epicentro fue Monterrey, CDMX, o Cholula, la consigna siempre fue compartir, celebrar.

Estas remembranzas me llevan al meollo del asunto de este Rom-Pom-Pom-Pom 2017: ¿Qué es el espíritu navideño? En el mundo capitalista en el que nos ha tocado vivir, para muchos la navidad es un momento para mostrar, por medio del consumismo compulsivo, el amor hacia los demás. Mientras más se compra, o mientras más caros sean los regalos, mejor. Para otros, es la excusa perfecta para embarcarse en un maratón de fiestas. Los kilos de más que aparecen en enero y las tarjetas de crédito al rojo vivo, no surgen por arte de magia. Comamos, bebamos, y gastemos sin parar: la navidad es una excusa para romper la dieta corporal y financiera. ¡Qué curioso concepto del espíritu navideño!

Aunque la mayoría piensa que la navidad es tiempo para dar, creo que, en mi caso, lo que ha hecho la diferencia entre las mejores navidades y las que no han sido tan buenas, es lo recibido. Me explico. Cuando hablo de recibir, me refiero a lo inmaterial, aquello destinado a convertirse en recuerdos que terminan adhiriéndose a nuestra historia personal. Además, se requiere de madurez y humildad para recoger. A algunos nos cuesta bajar “las defensas”, parar de buscar justificaciones racionales para los actos del prójimo, y simplemente dejarse llevar por el cariño desinteresado. En fin, y esto es lo más importante, es imposible recibir sin dar. Pero no es en navidad, sino a lo largo del año, que se da. Llámese amistad, solidaridad, humanidad, simplicidad, trasparencia, honestidad… poco importa. Navidad no es más que un momento en donde el común de los mortales decide dar, porque así nos lo mandata nuestras costumbres modernas. Naturalmente, se da más a aquellos de los cuales más se ha recibido.

Esta navidad he podido constatar la fortaleza y diversidad de mis jóvenes redes de nuevas amistades. Pareciera que, sin querer, he sembrado más de lo que supuse, lo cual me hace pensar que algo debo de estar haciendo bien. El cariño llega de todos los lugares y es una fuente de energía que me hace hoy declarar que Santa Claus no es un regordete volador, sino una idea abstracta que nos llama a dar y recibir desinteresadamente a lo largo de nuestra trayectoria de vida. Mientras pueda beber y envolverme en esas vibraciones, tendré suficiente espíritu navideño para acurrucarme en él, y para esparcirlo a mi alrededor. No es más que un acto de agradecimiento, pues, así como hay que dar para recibir, también hay que saber recibir para poder dar. ¡Felices fiestas!

Fernando A. Chinchilla

Cholula (México), diciembre de 2017

El Talón de Aquiles: Rom-Pom-Pom-Pom 2016

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Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), de los aproximadamente 7,4 billones de seres humanos que habitamos en 2016 el planeta, alrededor de 36%, es decir más de 2 billones, somos infantes. Los datos no son exactos, pero, en honor a la verdad, para los efectos de este ensayo, eso no importa.

Intento responder, de forma estructurada y meticulosa, a una pregunta de singular importancia en estos momentos: ¿Cómo hace San Nicolás para entregar regalos a todos los niños y niñas del mundo?

Replanteo el problema: si el pico de actividad de Santa es de las 8:00 pm a las 5:00 am, entonces nuestro personaje cuenta con ocho horas, 480 minutos o, para ser más exactos, 28,800 segundos, para cumplir con su misión. Redondeemos: esto significa que Santa debe visitar 4,166,666 niños por minuto, o 69,444 por segundo.




Además, tendría que viajar a unos 300,000 kilómetros por segundo, una velocidad cercana a la de la luz. Supongamos además que todos los regalos cupieron en el trineo (no soy adepto de las teorías que plantean que son sintetizados en carbono). En fin, algunos estiman que debe parar 850 millones de veces durante su itinerario: ¿cómo lo hace?

Las respuestas a esta pregunta pueden ser reagrupadas en tres categorías. Empecemos por la explicación más simple: se sabe que, si su itinerario va en el sentido opuesto al de la rotación de la Tierra, contaría con 24 horas, es decir, 1,440 minutos, para completar su recorrido. Todos lo sabemos, el planeta pasa 12 horas de día y 12 de noche y, por lo tanto, si al adaptar su itinerario, Santa podría pasar 24 horas “de noche”, con lo que sólo tendría que visitar a 1,388,888 niños por minuto.

A decir verdad, aun aceptando las más locas teorías – hay quienes indican que el diseño aerodinámico del trineo lo hace alcanzar a velocidades inimaginables mientras que otros aseguran que los renos tienen mochilas de propulsión por reacción (proceso de fusión fría) – por más que su ejército de duendes le ayuden, el argumento no parece convincente.

Debemos entonces pasar a otra categoría de explicaciones, las que parten de la premisa que San Nicolás no puede ser entendido siguiendo los preceptos de la física ordinaria. Al respecto, la física cuántica, en particular la relación de indeterminación de Werner Heisenberg (Premio Nobel de Física, 1932) es más apropiada para elucidar el problema.

Claro, aquellos que me conocen saben que no soy especialista en el tema. Sin embargo, puedo indicar, gracias a Wikipedia, y luego de una intensa labor de copiar-pegar, que es imposible definir con precisión, simultáneamente, ciertos pares de variables físicas, como la posición y el movimiento lineal. No me pregunte por qué; la verdad es que no entendí.




El punto es que si conocemos la velocidad del trineo, no sabemos dónde está; y si tenemos su ubicación, es difícil determinar su velocidad. Santa podría entonces, desde esta perspectiva, estar en cualquier parte del planeta, al menos si concebimos a nuestro regordete amigo como una superposición de estados cuánticos. Muchos Santas podrían esfumarse y reaparecer por doquier.

Otra explicación, aunque siempre en esta misma categoría, consiste en señalar que San Nicolás conoce, como ningún otro, la teoría de la relatividad especial de Einstein. Santa sabe manipular espectacularmente bien el espacio y tiempo, al menos mejor que cualquiera de nosotros. En ese sentido, dos hipótesis pueden ser señaladas aquí.

Por un lado, existe una nube de relatividad donde se encuentra él, a partir de la cual se puede ver al mundo como si estuviera congelado. El tiempo, el espacio, y la luz se perciben de forma diferente a lo interno de dicha nube. Por lo tanto, Santa contaría con meses para entregar los regalos, a pesar que, en nuestro planeta, solo vivamos una noche mágica.

Por otro lado, Santa podría usar “Agujeros de Gusano” (también conocidos como el Puente de Einstein-Rosen), los cuales son descritos en ecuaciones de la relatividad. Se trata básicamente de atajos, una especie de túnel en el espacio y tiempo, a través de los cuales se puede desplazar la materia, y que conectan dos lugares remotos.

Gracias a ambas hipótesis, entendemos cómo Santa no solo tiene tiempo para despegar, alcanzar velocidad de crucero y efectuar sus aproximaciones finales respetando las más estrictas normas aeronáuticas de seguridad internacional, sino también para tomar su leche deslactosada light y sus galletitas de asparíamos.




Ahora bien, es posible elaborar otro razonamiento basado en la nanotecnología. Siempre recordaré – esto es cierto – la respuesta de un colega, profesor de cierta universidad, cuando le pregunté qué era la “nanotecnología”.

Con toda naturalidad, me respondió que era la aplicación de la tecnología a nivel nano. Recientemente los seres humanos logramos situar un objeto microscópico dentro de nano-estructuras que, al distorsionar la luz para “envolver” al objeto, lo hicieron parecer como si fuera invisible.

Si partimos de la premisa (no probada, aunque razonable) que Santa no es como los demás, podemos suponer que tal vez conoce esta tecnología desde hace lustros. Y si esto es así, entonces tiene todo el año para colocar sus regalos, los cuales permanecerían invisibles hasta que los vuelve visibles el día de Navidad.

A decir verdad, no me queda muy claro cómo funciona el proceso para hacerlos visibles, pero si esto es así, y sin tomar en consideración las vacaciones, incapacidades, y otras prestaciones, Santa contaría entonces con un año completico para colocar sus regalos: son 518,400 minutos.

Podría, aunque sea por unos instantes, ser serio, e indicar, como lo hice en mi columna navideña del 2015 (que también algo de serio tenía), que San Nicolás es un símbolo cultural occidental. Las tesis aquí desarrolladas aplicarían a Norteamérica y Europa (que por cierto sufren de presión demográfica por escasez de infantes).

Además, recordaba en 2015 que en algunos países los regalos (todavía) los trae el “Niño Dios” y los “Reyes Magos”. O sea, Santa no está solo. Podría incluso señalar que, según el Banco Mundial, 2,200 millones de personas vivían con menos de US $3,10 diarios en 2011. Si aplicamos el porcentaje de 36% de niños, llegamos a la muy aproximativa y desactualizada, aunque inaceptable cifra de 792 millones de niños en situación de pobreza. Pero guardo mi reflexión sociológica para otra ocasión.




Por el momento, conscientemente insisto que Santa visita a todos los niños que nos hemos portado bien (y que en general somos la gran mayoría). Y como buen occidental que soy, imperialista cultural al que le encanta imponer valores universales, postulo que Santa visita a todos los infantes del mundo, sin importar que sean sirios, ucranianos, hondureños, o somalíes.

Como mi meta en la columna navideña de “El Talón de Aquiles” es rescatar algo de la magia perdida, propongo combinar las tres familias de teorías aquí expuestas, y concluir que, para Santa, entregar los regalos de navidad, es un juego de niños.

¡Felices fiestas!

Fernando A. Chinchilla

Ciudad de México, 21 de diciembre de 2016

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”

El Talón de Aquiles: “ROM-POM-POM-POM 2015”

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¡Incrédulo! si eres uno de esos científicos que requieren información pública de entidades creíbles y reconocidas, visita la página del North American Aerospace Defense Command (NORAD), un sistema de vigilancia aeroespacial creado en 1956 para fomentar la seguridad aérea civil y militar en Norteamérica: http://www.noradsanta.org. ¿Sabías que NORAD lleva 60 años siguiendo a Santa Claus? Si ellos dan espacio a la magia… ¿Por qué nosotros no?

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Hace 18 años fui por primera vez, en invierno, a Quebec City. Al llegar al viejo casco de la ciudad, comprendí que sin proponérmelo, tal vez había llegado al pueblo en donde vive un viejo regordete de unos 120 kg que baja por las chimeneas sin ensuciarse ni quemarse una vez por año para repartir regalos a los que se portan bien. En realidad, se afirma que Santa Claus, o mejor dicho, San Nicolás, no desciende por las chimeneas. ¿Verdad o ficción? La verdad es que en esta época de globalización y de internet, de reggaetón y de deriva de la democracia representativa, ya no se sabe qué es cierto. Por ello, una divagación histórico-conceptual dividida en dos episodios no necesariamente interconectados, puede ser oportuna.

¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche?

Acto primero: occidentalismo. Tal vez pueda parecer una evidencia, pero hay que recordar que Papa Noël es un símbolo cultural occidental que encuentra su origen en un obispo cristiano, nacido en una familia bien acomodada de Anatolia (actual Turquía), del siglo IV. Es decir, el viaje ultrasónico en trineo se concentra Norteamérica y Europa, pero deja en las márgenes a Asia y África. De hecho, en algunos países los regalos los trae el “Niño Dios” o los “Reyes Magos”. Se dice que los cristianos pudieron apenas sacar sus reliquias hacia Italia cuando los musulmanes se asentaron en Turquía. Por eso es que en oriente se conoce a este personaje como San Nicolás de Mira mientras que en occidente se hace referencia a San Nicolás de Bari. ¿Y como llegaron los regalos a la historia? Conmovido por las consecuencias de la peste, continua la historia, Nico repartió bienes entre los más necesitados. Poco después en su vida se convirtió en sacerdote y después en un obispo. ¿Cómo se transformó en un anciano fortachón con un índice de grasa corporal superior al 30% que una vez al año olvida sus triglicéridos y colesterol para despegar en un trineo volador durante una loca noche? En 1624, cuando los holandeses fundaron la ciudad de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York), importaron al continente Americano sus costumbres, entre ellas las de Sinterklaas (festividad iniciada en 343 DC, que se celebra el 5-6 de diciembre en Alemania, Austria, Bélgica, Países Bajos, Polonia, República Checa, y Suiza, y que se basa, precisamente, en un personaje que trae regalos a los niños: el famoso San Nicolás de Bari). En 1809, el escritor Washington Irving pronuncia en inglés, de forma un tanto burlona, Sinterklaas, transformándolo de hecho en “Santa Claus”. Siempre lo digo: sin contexto histórico es imposible entender el presente. Claro, tal vez no lo comprendamos todo, pero al menos ahora sabemos que aquel enano flacucho se convirtió en un gordis bonachón barbudo en 1863, cuando el caricaturista alemán Thomas Nast así lo ilustró para la historieta Harper’s Weekly.

¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”.

Acto secundo: el poder de la nostalgia. La nostalgia es una condición inventada en el siglo XVII, diagnosticada inicialmente en soldados suizos, y que fue considerada como una enfermedad. Científicos concluyeron luego que se trataba de un sentimiento humano normal. ¡Oh, nostalgia pura, natural, auténtica, y espontánea!… ¿O no? De hecho, sociólogos contemporáneos argumentan que se trata de un fenómeno económicamente construido por la sociedad de consumo, que encuentra su mayor expresión durante lo que en occidente conocemos como “Navidad”. ¿Cuántos padres explicaron a sus hijos por qué hay que ir a ver el sétimo episodio de Star Wars en este fin de año? ¿Cuántos nietos compraron la colección remasterizada de The Beatles a sus abuelos? La máquina de consumo es tal que aunque no se crea en la navidad, aunque se piense que se trata de un show de consumismo, por el “bien” de lo niños, de su imaginación, y de la magia en ella envuelta, se debe mantener el mito. O sea, no se permite ser un amargado. Cuando sus hijos crezcan, podrán entonces reproducir y heredar esta dulce nostalgia. Y todos veremos por los siglos de los siglos las mismas películas y escucharemos los mismos villancicos de siempre, porque eso es lo que debemos hacer. ¡Rom-pom-pom-pom, Rom-pom-pom-pom! El sarcasmo es mi fuerte, como también lo es la crítica positiva. En este vacío contemporáneo de modelos sociales alternativos, debemos encontrar la forma de criticar el modelo imperante para proponer algo más, ojalá algo más humano. ¿Es el consumo y la repartición de bienes materiales la única forma de expresar amor, empatía, y simpatía en esta época de fin de año?

La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo.

Conclusión: magia. ¿Sabías que las luces navideñas instaladas en Estados Unidos consumen 6.63 billones de kilovatios-hora? Eso es más que la energía que consume en todo el año países como El Salvador (5,35 billones), Etiopía (5,30 billones) o Tanzania (4,81 billones). Pero dejemos las estadísticas de lado y vayamos a lo esencial. ¿Cuál es mi punto en esta columna? Nunca sabré empíricamente si Québec City es el pueblo de San Nicolás. Pero mi alma de niño dice que sí lo es. La capacidad de ver magia y de pensar con humor desaparece con el tiempo, a menos que tomemos acciones explícitas para evitarlo. Es por ello que durante este tiempo de fin de año, no solo los niños sino también nosotros, los a veces mal llamados “adultos”, debemos prestarnos a animar este espíritu inocente y juguetón, pero siempre con la conciencia sociológica de parar bien los pies en donde se debe, para ser capaces de medir bien el terreno y transmitir así lo que sí vale la pena traspasar.

¡Felices fiestas!

Fernando A. Chinchilla
San José (Costa Rica), 23 de diciembre de 2015

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”