La Violencia Digital Contra las Mujeres: Lo Virtual También es Real

Comparte este artículo:

Hace unos días, la senadora Andrea Chávez, del grupo parlamentario MORENA, fue víctima de un ataque de violencia digital cuando se difundió en redes sociales una imagen manipulada que fusionaba su cuerpo con el de otra mujer en una pose degradante. Aunque algunos han intentado justificar su difusión bajo el argumento de la libertad de expresión y la crítica hacia una persona servidora pública, este tipo de ataques trascienden el ámbito político y entran en el terreno de la violencia de género. No importa si no estamos de acuerdo con sus posturas políticas, la violencia y la humillación nunca deben ser toleradas como formas legítimas de crítica.

La libertad de expresión, como bien sabemos, no es un derecho absoluto. Tiene límites cuando atenta contra la dignidad humana, incita a la violencia o fomenta la discriminación, tal como lo establece la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Disfrazar la violencia de género como “crítica política” no es válido ni legítimo.

No caben excusas como “esa imagen ya circulaba por Internet” o “yo solo la subí”. Este tipo de violencia digital es una extensión de la que muchas mujeres enfrentan en su entorno físico. Lo que ocurre en el espacio digital también es real, y aunque los cuerpos o rostros de las víctimas no coincidan con las imágenes manipuladas, estas agresiones afectan profundamente su identidad y dignidad. Las repercusiones son tangibles: desde el daño a su reputación hasta el impacto en su bienestar emocional y profesional. Estos ataques no solo deshumanizan, sino que buscan silenciar las voces femeninas que ocupan espacios de poder o influencia pública.

Más allá de las implicaciones políticas, lo preocupante es cómo se ha normalizado este tipo de agresiones. Según ONU Mujeres, las formas más comunes de violencia en línea incluyen la difamación, el ciberacoso y el discurso de odio. En su estudio de 2022, advirtieron que la violencia digital está creciendo de forma exponencial, afectando especialmente a mujeres que ocupan posiciones de liderazgo político, periodístico y social.

Es un error considerar la violencia digital como algo distante de la violencia estructural que enfrentan las mujeres diariamente. Las agresiones en línea generan estrés, vulnerabilidad y, en muchos casos, fuerzan el alejamiento de las mujeres de los espacios de poder. Con la proliferación de programas de edición digital y la creciente disponibilidad de herramientas impulsadas por inteligencia artificial, las mujeres están expuestas a nuevas y peligrosas formas de violencia. No es solo la imagen distorsionada lo que está en juego; es su dignidad y su derecho a participar plenamente en la sociedad.

Aceptar la difusión de una imagen como esta es aceptar que la violencia puede ser justificada por diferencias de opinión o, peor aún, por ser mujer. Criticar a figuras públicas es legítimo, pero la crítica nunca debe transformarse en violencia de género. Mientras que los ataques hacia políticos hombres suelen centrarse en su desempeño, los dirigidos a mujeres tienden a centrarse en su género, reforzando un patrón de violencia de género.

En México, la Ley Olimpia representa un avance crucial en la protección contra la violencia digital. Sin embargo, muchas mujeres se encuentran con un camino lleno de obstáculos cuando intentan denunciar estos crímenes: desde la falta de conocimiento sobre sus derechos, hasta el miedo a represalias y la ineficacia del sistema de justicia. Aunque figuras públicas como Andrea Chávez cuenten con respaldo institucional para proceder legalmente, muchas otras mujeres en México no tienen el mismo privilegio ni acceso a justicia.

Es crucial que el caso de Andrea Chávez sea investigado y resuelto por las autoridades de justicia penal en México, ya que no solo se trata de su dignidad como servidora pública, sino también de enviar un mensaje claro de que este tipo de violencia no puede quedar impune. Sin embargo, no podemos ignorar que la mayoría de los casos de violencia digital, especialmente aquellos que no alcanzan la visibilidad mediática, rara vez llegan a una resolución favorable para las mujeres que denuncian. El acceso a la justicia para quienes no tienen una plataforma pública sigue siendo limitado, y muchas mujeres enfrentan largos procesos judiciales que a menudo terminan en la revictimización.

La justicia no debería depender de la visibilidad mediática ni del capital político de las víctimas. El caso de Andrea Chávez es solo un reflejo de un problema más amplio: la violencia de género no solo está en los agresores, sino también en la falta de respuesta adecuada por parte del sistema de justicia.

Ella Llegó, Pero Aún Faltamos Nosotras

Comparte este artículo:

Es un hecho histórico. Por primera vez en la historia de México, tenemos una PresidentA. No solo eso, por primera vez, dos mujeres fueron las principales contendientes en una elección presidencial. Dos perfiles completamente diferentes, liderando propuestas políticas aún más divergentes, pero al final, dos mujeres. Y hoy, una de ellas se encuentra al frente del poder ejecutivo. Esto no es un detalle menor, especialmente en un país donde aún nos cuesta trabajo aceptar el uso del género femenino en nuestro lenguaje, mucho menos un lenguaje inclusivo que abarque a todas las personas. Decir “PresidentA” es un acto político, un acto de resistencia, porque nombrar es existir. Y ella es una PresidentA, no una PresidentE.

Pero no confundamos este hito con la llegada de todas las mujeres al poder. El hecho de que una mujer ocupe la silla presidencial no significa que la agenda feminista esté garantizada, ni que los derechos de todas las personas en México, incluyendo las diversidades, estarán automáticamente en el centro de su gobierno. Ser mujer no es sinónimo de ser feminista, ni asegura una perspectiva de derechos humanos. Sin embargo, el simple hecho de que una mujer haya alcanzado el más alto escaño de la política mexicana es histórico, y eso es digno de celebrarse.

Aun así, no debemos dejar de lado nuestras exigencias. Yo quiero una presidenta feminista, una que entienda que la estructura misma del poder que ahora ocupa puede perpetuar las violencias de género. Hemos avanzado un enorme paso, al tener una mujer como PresidentA, pero ese no debe ser nuestro destino final. La verdadera meta es la distribución equitativa del poder y las oportunidades, que no solo Claudia llegue, sino que lleguemos todas. Su llegada es un recordatorio de que el camino hacia la verdadera igualdad de género es mucho más complejo de lo que se nos hace creer.

Es también necesario dejar de replicar discursos violentos que la reducen a ser un simple “títere” de hombres. No importa si no estamos de acuerdo con sus políticas, es innegable que es una mujer que ha llegado por sus propios méritos a la cima de la política mexicana. Criticarla es necesario, como es necesario con cualquiera persona servidora pública, pero no desde la violencia de género. No es adecuado tachar de “dama de hierro” ni que llamarle fría, porque cuando un hombre se comporta de la misma manera, lo llamaríamos líder.

La fuerza de este momento histórico también se refleja en quienes la acompañan. Ifigenia Martínez, líder de la Cámara de Diputados, quien nació 28 años antes de que las mujeres en México pudieran votar, fue quien colocó la banda presidencial a nuestra primera PresidentA, después de que 65 hombres la portaran antes. Este acto, simbólico y poderoso, nos recuerda que, aunque la llegada de una mujer a la presidencia es significativa, no estamos en un momento en el que los derechos humanos y la equidad de género estén asegurados. Vivimos en un país donde la violencia feminicida sigue siendo normalizada, donde 10 mujeres son asesinadas cada día, y donde aún la violencia sexual es ocho veces más común contra niñas y adolescentes que contra sus pares varones.

Tener mujeres al mando de los tres poderes del Estado es un gran logro, pero eso no significa que la lucha por la equidad de género haya terminado. Nos recuerda que ser mujer en el poder no es suficiente; necesitamos más. Queremos una PresidentA que comprenda cómo el poder puede perpetuar las violencias que estamos tratando de erradicar.

Han pasado 203 años desde la consumación de la independencia de México, 108 años desde el primer Congreso Feminista en Yucatán, 71 años desde que las mujeres pudimos votar, y hoy tenemos una PresidentA. Sin embargo, el país que liderará Claudia aún enfrenta enormes desigualdades. Las mujeres seguimos ganando menos por el mismo trabajo, solo 2 de cada 10 empresas tienen mujeres en sus consejos de administración, y la paridad, al ritmo actual, no se alcanzará hasta el 2052.

Claudia dijo que no llegó sola, que llegamos todas, pero la realidad es más compleja. Llegaste tú, Claudia, pero aún faltamos muchas. Y lo que deseo para ti y para México es que uses tu poder para mejorar la vida de todas las personas. Que inviertas en escuelas, en transporte público, en clínicas. Que escuches a las madres buscadoras y no las ignores, que no fortifiques el Palacio Nacional cuando salgamos a protestar, porque seguiremos exigiendo que nos protejas, que nos unas y que nos defiendas.

PresidentA, tu llegada es un paso histórico, pero no el final del camino. Nos recuerda que aún queda mucho por hacer para que realmente lleguemos todas, para que cada mujer y persona en este país tenga acceso a las mismas oportunidades, derechos y libertades. El poder que ahora sostienes debe ser una herramienta para construir un México más justo, donde no solo una mujer pueda alcanzar la cima, sino donde todas las personas podamos caminar hacia adelante sin miedo. No es suficiente haber llegado tú; necesitamos que uses esa fuerza para abrir el camino para las que aún faltamos. Porque solo entonces podremos decir que, verdaderamente, llegamos todas.