No es un secreto a voces o algo que solo se sepa en las cúpulas de la clase política, pero el PRI está viviendo una de sus peores crisis, si no es que la peor en su historia. El partido emanado de la Revolución mexicana hoy ha tenido incluso que recurrir a tácticas risorias para mantenerse en el radar de algunos sectores de la sociedad mexicana junto con algunos de sus líderes, quienes se amalgamaron en sectores o agrupaciones que los mantuvieran en el poder y que son de lo poco que queda vivo del histórico partido que hoy ve en el horizonte la posibilidad de ganar al menos uno de los estados en la contienda electoral del 2023.
En gran parte y como generalmente pasa cuando las cosas no se ven del todo bien, el mal estado del instituto se debe al mal estado del dirigente, y es que Alito Moreno se ha encargado desde que llegó a la presidencia del partido a hacer más mal lo que de por sí ya venía en declive. Un presidente lejano de las bases, un presidente lejano de las leyes y de los órganos rectores del instituto político, que además se ha visto enfrascado en escándalos y en chismes de lavadero con su paisana Layla, y un presidente servil al gobierno que ha votado todo en muchos temas legislativos a favor de los intereses del gobierno en turno hoy se ha, además de todo lo anterior, aferrado a su pequeño trono de Insurgentes, para mantenerse vigente un poco más.
Si bien la declive y el status actual del partido no es solamente gracias a Alito sino también a gestiones de dirigentes pasados y a la propia gestión del hoy soltero, ex presidente, Enrique Peña Nieto, deja mucho que desear el actuar del también diputado Moreno, pues no halla la forma de darse a notar, más que de forma burda, a base de gritos, sombrerazos y de posicionamientos huecos que parecen más sacados de una galleta china de buenos deseos que de un político que dirige al partido más viejo del sistema político nacional.
Quedaron ya atrás las buenas épocas del revolucionario institucional con dirigentes que dictaban la agenda, de dirigentes que encaraban y que daban batallas dignas de recordar para anteponerse inclusive en ocasiones al presidente, gobernadores o a otros líderes, incluso aunque fueran del mismo partido.
Quedaron ya atrás también las buenas épocas de unidad y de alineación ante las dirigencias. Hoy cada líder, por pequeño que sea, busca solamente llevar agua a su molino y buscar afianzarse lo más que se pueda en la cuota de poder y de dinero que los pequeños huesos aún siguen dando.
La gota que ha derramado el vaso en últimas fechas es la del rompimiento con una parte del Grupo Parlamentario tricolor en el senado, donde, de nuevo y fiel a su costumbre, Alito se ha encargado de menoscabar, confrontar y hasta ofender a quienes lo han cuestionado y han evidenciado su falta de liderazgo.
Se rumora, ha trascendido, que no solo son los senadores quienes buscan la destitución de Alito como dirigente del PRI y quienes están cada vez conformando un bloque más solido de oposición en el partido que permita mejor comunicación con las bases, reglas claras en los procesos de designación de candidaturas, menos actos que rayan en lo circense para darse a notar y sobre todo, menos autoritarismo y más democracia.
El tiempo podrá darles la razón aunque la que tienen el día de hoy, la de la falta de competitividad electoral del PRI frente a sus contrincantes es tan grande que en un acto de humildad el presidente debería por dignidad irse por los malos resultados. Si bien, en alianza se puede pensar en el triunfo de Coahuila y tal vez del Estado de México, es en gran parte a la aportación de los panistas y no al buen trabajo de Moreno como un generador de más simpatizantes priistas.