“Es culpa de la planeación urbana, “No tenemos planeación”, “hay intereses malvados”.
La planeación urbana existe. No es un fantasma que opere sin instituciones, presupuestos o reglas. Lamentablemente, ha salido de las Secretarías de Desarrollo Urbano en gran medida. Sin embargo, en el país y cada estado existen desde organismos hasta oficinas dedicadas a la elaboración de planes.
No es reciente. Tendrá aproximadamente 30 años que comenzó a ser indispensable contar con la técnica. Esto en medida de que comenzamos a crecer territorial y poblacionalmente. Demanda de infraestructura como servicios para esas comunidades en la periferia crearon tales posibilidades.
No obstante, como casi todo en México. Algunos de esos planes estuvieron supeditados a decisiones políticas que no consideraban los cambios de futuro. Eso aunado a la corrupción, la impunidad y también la falta de visión técnica que estuviera preparada no para tales cambios, sino para crearlos. Tan sólo hagamos la pregunta: ¿cuántos planeadores urbanos hay en la Zona Metropolitana de cualquier ciudad de México?, ¿cuántos organismos públicos dedicados a la planeación urbana? Esa fue una cuestión que nos hicimos expertos de todo el mundo, créame que la respuesta es igual de frustrante en la India, en Inglaterra, en Canadá que aquí. Vaya, es un tema generalizado sólo que en algunas partes estas ausencias son más visiblemente nocivas que otras.
El rezago nos ha alcanzado, no hay duda, con ello el conflicto, el caos, la selva de asfalto. Lo que vivimos con realidad urbana no es más que un reflejo de la coexistencia misma de eso, más los intereses. Intereses que no sobra decir que tenemos todos. Absolutamente cada habitante tiene un interés.
Los intereses de hecho no son malos ni buenos. Sólo son intereses. Pero se convierten en perjudiciales cuando sólo pensamos de la puerta de nuestra casa para adentro sin tomar en cuenta puntos de acuerdo común.
Eso no va a ser posible en su totalidad hasta que resolvamos también otra de las acefalías en las ciudades: la democracia.
La democracia tiene que ver con la Planeación urbana en la medida en que dejemos de entender que esos planes sólo surgen de la “nunca brillante idea” de un sólo actor (llámese Alcalde, Gobernador, empresario, etc). Tenemos que movernos y transitar un duro camino hacia la Planeación colaborativa que permita ese diálogo, la retroalimentación y la cooperación.
Cooperación que no está asegurada sólo con opinar sino que es la sumatoria de esfuerzos públicos, privados y de la sociedad civil que se conjugan no para determinar los planes, eso nos toca a los técnicos, sino para ejercer el derecho a la participación como la vigilancia y la continuidad en la ejecución de los mismos.
En algunas entidades del país, en el caso de México, todavía no se tiene claridad al respecto. En qué se puede, cómo, para qué… Estamos haciendo el camino y estamos aprendiendo a cómo lograr no permanecer inmóviles aún cuando la situación sociopolítica de nuestro país es tensa en este momento
De acuerdo con Joan Clós, Director de ONU-Hábitat esas son las variables que hacen que la planeación urbana sea ahora un reto colectivo que debe rebasar los límites de la técnica.
Quizá por eso los planeadores del futuro nos sentimos en una batalla solitaria y contracorriente. Porque entre esos planes arcaicos, intereses que no todos están en las mesas de debate y algunos en ese sentido del “nadie gana más que yo” nos estamos perdiendo de hacer más ejercicios ricos en diversidad, pluralidad y visiones distintas.
No es trabajo del gobierno. No es trabajo de hecho de una sola persona porque justo lo que pretendemos en la Planeación colaborativa es que esos intereses estén todos representados y decidan qué vamos a hacer realidad o no.
Entonces las preguntas se vuelven complejas, ¿cómo cambiar si los intereses -incluyendo los de los más “progres”, “educados” y con “dinero” cuando no existe en el imaginario si quiera la búsqueda del bien común?
Por eso estamos como estamos.
No es la Planeación, son los intereses que todos los tenemos. Y que en esta ciudad como en otras deberíamos preguntarnos qué clase de intereses tenemos porque con los que hoy están, incluyendo los de los habitantes, pocos quieren transformar a esa urbe que tanto nos duele y aqueja.
Intereses que corresponden a personas con alto nivel de conciencia nos permitiría seguir “picando piedra” en la muerte de la planeación urbana tradicional a una nueva sostenida en procesos colaborativos. Porque no, no es un fantasma. Ni tiene la culpa. Ni hay intereses malvados si el resto de los intereses hacen contrapesos. Eso, es repensar colectivamente la Ciudad en función de solucionar la realidad caótica y no de seguir teniendo fábricas de planes.