“Within the next generation I believe that the world’s rulers will discover that infant conditioning and narco-hypnosis are more efficient, as instruments of government, than clubs and prisons, and that the lust for power can be just as completely satisfied by suggesting people into loving their servitude as by flogging and kicking them into obedience.”
-Extracto de la carta de Aldous Huxley a George Orwell (California, 21 de octubre de 1949)
El miércoles pasado, Claudia Sheinbaum recibió su constancia como presidenta electa de México, marcando el inicio de una nueva era política en el país. Este hito histórico no solo representa la llegada de la primera mujer a la presidencia de México y Norteamérica, sino que también plantea una serie de interrogantes sobre el futuro de la nación.
Sheinbaum heredará un México complejo y polarizado. Por un lado, el gobierno saliente de López Obrador deja un legado de programas sociales ambiciosos y una retórica de transformación nacional. Por otro, la nueva mandataria enfrentará desafíos formidables: una economía en cuerda floja, instituciones debilitadas y una sociedad fragmentada.
La llegada de una mujer a la presidencia es, sin duda, un avance significativo para la igualdad de género en la política mexicana. Sin embargo, sería ingenuo asumir que este hecho por sí solo garantiza una agenda progresista en materia de derechos de las mujeres. Como bien señala Rosario Guerra en su análisis “Tenemos presidenta”, la verdadera prueba estará en las políticas concretas que Sheinbaum implemente y en su capacidad para desafiar las estructuras patriarcales enquistadas en el sistema político mexicano.
Un aspecto preocupante de esta transición es la sombra alargada de López Obrador. Si bien se han observado algunos distanciamientos en decisiones de gabinete, persiste la percepción de que el actual mandatario busca mantener las riendas del poder tras bambalinas. La posible desaparición de organismos autónomos como el INE y el TEPJF, avalada por una mayoría cuestionable, sugiere una continuidad en la concentración del poder que podría socavar la independencia de Sheinbaum como presidenta.
En el frente económico, el panorama es igualmente desafiante. El gobierno entrante heredará un país con las arcas vacías, tras el agotamiento de los fondos de emergencia en proyectos de infraestructura controvertidos. Estas obras, que prometían impulsar el desarrollo, han resultado en muchos casos más costosas de lo previsto y de utilidad cuestionable, dejando a México en una posición fiscal precaria justo cuando más necesita recursos para enfrentar retos sociales y económicos apremiantes.
La transición
La gran incógnita que flota sobre México es cómo gobernará realmente Sheinbaum. ¿Será una presidenta con voz y agenda propias, o se convertirá en una mera ejecutora de los designios de su predecesor? El riesgo de que asuma un papel de “presidenta delegada”, “vicepresidenta” o simple “encargada” es real y preocupante. La autonomía de Sheinbaum será crucial para determinar si México avanza hacia una democracia más madura o retrocede a una posible segunda ‘dictablanda’ en la historia mexicana.
La expectativa más grande en México, por tanto, gira en torno a cómo Sheinbaum ejercerá su mandato presidencial. ¿Logrará distanciarse de la sombra de López Obrador y forjar su propio camino? ¿Tendrá la fortaleza para defender las instituciones democráticas y al mismo tiempo impulsar las reformas necesarias para un México más justo y próspero?
Tenemos presidenta, sí, pero la pregunta crucial es: ¿tendremos una verdadera líder capaz de unir al país y llevarlo hacia adelante, o seremos testigos de un gobierno que perpetúe las divisiones y los vicios del pasado bajo una nueva fachada? Solo el tiempo y las acciones concretas de Sheinbaum darán respuesta a esta pregunta.
Siervo de la Nación
La manipulación de la opinión pública y el uso de narrativas poderosas han sido cruciales para consolidar el poder de la 4T. En lugar de recurrir a la fuerza bruta, la política mexicana ha visto un uso estratégico de los medios para moldear percepciones, fomentar lealtades y polarizar a la población.
La construcción de un discurso que apela a las emociones y promete un cambio profundo puede generar una suerte de “amor a la servidumbre”, donde la población, seducida por la promesa de un futuro mejor, se adapta a un sistema que, en última instancia, refuerza estructuras de poder ya establecidas. Esta transición revela cómo el control político se ha sofisticado, moviéndose de la coerción directa a un condicionamiento más sutil. Tal vez la 4T ama a su servidumbre: a nosotros, “el pueblo”. Es cuando menos plausible la hipótesis de que caímos a un Síndrome de Estocolmo, donde el sometimiento y la subordinación se disfrazan de un amor a la patria.