La marcha de la discordia

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«¿Por qué las marchas tienen que ser así?» es creo la pregunta obligada cuando se te ocurre tocar el tema de las marchas del orgullo gay. En muchos lugares del mundo, durante el mes de junio, se celebra el mes del orgullo gay y se llevan a cabo las marchas por la diversidad sexual y el orgullo LGBTTTIQ. 47 años después de las primeras marchas, muchos y muchas siguen (o seguimos) sin entenderlas.

Cada año es la misma historia, las marchas son motivo de discordia, división y agresión entre la comunidad LGBT, y otra oportunidad para que conservadores y homofóbicos puedan decirnos cosas muy feas. También como cada año, personas que son parte del amplísimo espectro de la diversidad sexual, parecen brincarse a la cancha de los conservadores y a veces terminan expresando posturas y opiniones intolerantes y en los peores casos, homofóbicas.

Las marchas del orgullo LGBT son expresiones sociales que enmarcan protesta, resistencia, fiesta y carnaval. No puedo pensar en otro movimiento o acontecimiento que tenga esas mismas características. Tal vez esa singularidad es la misma que hace que estas demostraciones sean tan difíciles de comprender.

Marchamos para promover el orgullo por ser lesbiana, gay, bisexual, travesti, transexual, transgénero, intersexual o queer porque nuestra sociedad continúa nutriendo un sistema de creencias y actitudes que está ahí justamente para decirnos lo contrario, que ser así está mal. Un sistema que permite que se nos discrimine, violente e invisibilice. Por eso es necesario que nos vean, y que nos vean en todas las formas y expresiones en las que existimos; que comprendan que todas ellas son aceptables, naturales, dignas de respecto, dignas de inclusión y merecedoras de todos los derechos. Sin tapujos, sin condiciones.

Algunos dicen que las marchas ya sólo son fiesta y no protesta, pero nunca he sabido de una donde no estén presentes las dos cosas. Basta con escarbarle poquito -en internet, por ejemplo- para descubrir que estas marchas con las que exigimos respeto y tolerancia siempre han sido diferentes, año con año, desde sus primeras ediciones, y su evolución ha ido de la mano con los avances que se han tenido en la batalla contra la discriminación y la homofobia.

Tampoco entienden la desnudez o el exhibicionismo. Le tenemos reserva o hasta miedo a los senos, a los glúteos, a las tangas o calzones. Pero la desnudez y la protesta desde hace mucho tiempo son dos canicas que muy seguido van en el mismo morralito y sirven para cumplir un importante objetivo: que la gente voltee a ver. Resulta muy tentador para los inconformes apelar al código de conducta con el que todos hemos sido formados para justificar su molestia por tanto encuerado y encuerada, sexualizando invariablemente la desnudez o el exhibicionismo. Está claro que no todos los que se desnudan en la marcha lo hacen como un acto de protesta, pero ¿no será que apoyar esta inconformidad sería alinearse y atenerse al mismo sistema moralino que es la base de muchos actos de discriminación en contra de la comunidad LGBT o las mujeres? Negociar con ese sistema es ir de reversa, es aceptar que el respeto es negociable, que la sociedad nos debe de respetar sólo si nos vestimos como ellos quieren, si nos comportamos como ellos quieren, si marchamos como ellos quieren.

Sin duda siempre hay cosas que se pueden mejorar. En muchas ciudades del país, las marchas se realizan con poco apoyo e intervención de las autoridades. Cumplen generalmente con los roles más elementales como controlar el tránsito, alertar a protección civil y asegurar la presencia de los cuerpos de seguridad pública. Pero el mantenerse en un rol de espectadores provoca que no se regulen y corrijan actos y conductas como el consumo de bebidas embriagantes -o drogas- en la vía pública. En las ciudades donde esto se ha visto reducido, ha sido en aquellas donde las autoridades participaron con un rol más integral, con operativos de seguridad y monitoreo y campañas de información para prevenir estos actos ilegales, pasando de espectadores a organizadores.

Las marchas del orgullo LGBT a las que he podido ir siempre han sido diferentes. No hay dos que resulten igualitas.

Las de Ciudad Juárez, debo admitirlo, no son tan grandes o bonitas como en otras ciudades; no participan empresas que no sean antros, el gobierno sigue sin entrarle de lleno (aunque este año participaron más) y la organización no siempre es la mejor, pero no por eso dejan de ser muy bellas. Encontrarás personas de todos los colores, formas y sabores; cada vez puedes ver a más familias -de todos los tipos que hay- marchando juntos o como espectadores; te toparás con gente cargando bolsitas de basura recogiendo lo que algunas cochinas y cochinos tiraron por ahí o jóvenes regalando besos y abrazos. A lo largo de la marcha, verás personas bailando y cantando, y a otras hondeando pancartas con mensajes de amor e inclusión o de protesta y oposición.

Si no estás de acuerdo con las marchas por razones meramente homofóbicas, intolerantes y discriminatorias, no hay mucho por hacer. Hará falta un cambio de corazón que un simple intercambio de ideas no siempre logrará.

Pero si tus razones son otras, puede haber respuestas más fáciles. Si no te gusta la fiesta, no vayas, pero ¿por qué arruinársela a otros? Si no te sientes representado, asiste como eres, haz que la marcha te represente. ¿No te gusta andar en calzones?, vete en jeans y chamarra, ¿quieres protestar sin bailar y cantar?, protesta calladito y caminando. ¿No te gusta algo de la organización? Siempre se necesitan voluntarios.

Y si de plano ni sabes por qué no te gustan sólo no seas de esos que ni pichan, ni cachan, ni dejan batear.

LA DICTADURA HETEROSEXUAL

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Este sábado 10 de septiembre es la marcha nacional organizada por el “Frente Nacional por la Familia“, entre comillas, porque no se están manifestando a favor de ella, sino en contra de todas las familias.

Las personas que promueven este tipo de marchas no se manifestan por “sus derechos”, sino en contra de los de otras personas.

Si un grupo de hombres saliera hoy a manifestarse en contra del voto de las mujeres y promoviera una iniciativa de ley para removerlo, ello no sería manifestar una opinión, sino promover un discurso de odio por razón de género. El caso de ahora es el mismo, pero con discriminación por orientación sexual.

Se habla de una “dictadura gay” que viene a “meterse con nuestros hijos”, cuando al parecer la “dictadura” real es la heterosexual.

En México, la Suprema Corte se tardó, pero ya declaró inconstitucional la norma que prohiba a las personas del mismo sexo contraer matrimonio. Este criterio es jurisprudencia obligatoria.

Asimismo, la Corte también declaró en jurisprudencia obligatoria la inconstitucionalidad de la norma que incluya la procreación como finalidad del matrimonio.

No obstante lo anterior, aún hay personas que eligen discriminar y odiar sin fundamento real.

El Frente quiere promover una iniciativa de ley para impedir a las personas del mismo sexo casarse y formar una familia. Ésto sería totalmente inconstitucional y no tendría validez, por lo que el “esfuerzo” es inútil.

Se supone que el Frente está “armado” con abogados y abogadas. Si ésto es cierto, seguro están conscientes de que su iniciativa discriminatoria no tiene sentido. ¿Por qué insisten en meterse en la vida de las demás personas aun y sabiendo que no van a lograr nada?

¿Realmente es la comunidad LGBTTTIQ la que se está metiendo con sus hijos e hijas? ¿O son las mismas personas del Frente quienes les están inculcando abiertamente la desigualdad a sus propios hijos e hijas, adoctrinándoles para pensar que la ciudadanía no es única, sino que se divide en clases?

La lucha por los derechos de las personas LGBTTTIQ es la batalla de los derechos civiles de nuestro tiempo: estas personas no son ciudadanas de segunda clase frente a las personas heterosexuales. Se trata de derechos humanos, no de privilegios, como este Frente se ha empeñado en difundir.

Si las personas heterosexuales tienen derecho a casarse con la persona que aman, buscar lo mismo para las personas homosexuales no es privilegio, es igualdad de derechos.

Exactamente lo mismo es con la adopción. No es posible que una persona soltera pueda adoptar, pero si resulta que esta persona soltera es homosexual, automáticamente pierde su derecho.

Está comprobado científicamente (por estudios de la Universidad Clark de Massachusetts, la de Melbourne, la de Cambridge, la de Washington, etc.) que los niños y niñas que crecen en una familia de una pareja del mismo sexo tienen el mismo nivel de desarrollo que los de una familia de una pareja heterosexual.

Se ha comprobado (según estudios de la Universidad de California, de Padova, de Lethbridge, etc.) que la homosexualidad no es una decisión, sino una combinación de factores epigenéticos, hormonales y ambientales.

Empero, si la orientación sexual de una persona es una cuestión biológica o una decisión es irrelevante porque si resultase que indubitablemente es una decisión, esto no le quitaría sus legítimos derechos.

La conversación no debe girar en torno a si la orientación sexual es biológica o no, sino en torno a si todas las personas tenemos los mismos derechos humanos, independientemente de nuestras condiciones biológicas y de nuestras decisiones de la vida diaria. Y la respuesta es sí: sí tenemos los mismos derechos y hay que respetarlos.

Las parejas del mismo sexo no se meten con los derechos de las parejas de distinto sexo; tampoco se meten con sus hijos e hijas. ¿Qué les hace creer a las personas heterosexuales que tienen ese derecho? No lo tienen.

El problema no es el entorno familiar de la niñez que vive con una pareja homosexual, sino el estigma social y la discriminación que estas familias sufren por parte de la sociedad heteropatriarcal.

De acuerdo a varias disposiciones de la Ley Federal Para Prevenir y Eliminar la Discriminación, las conductas discriminatorias en las que incurre el Frente pueden ser materia de sanciones administrativas y de medidas de reparación, además de ser violatorias de la Constitución federal.

Resulta preocupante que se esté promoviendo un discurso de odio en las calles, pero es más preocupante aún que esta homofobia que mata –porque sí mata– se esté promoviendo dentro de casa.

La niñez no peligra con el reconocimiento ni la promoción de los derechos de la comunidad LGBTTTIQ, la niñez peligra con la tolerancia a la homofobia y, en general, a todo tipo de discriminación y de odio.

mariasantosv.blogspot.mx

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