No es secreto, ni es sorpresa. Nuestros legisladores, nuestros funcionarios públicos y nuestros gobernantes son, en su mayoría, una élite oligárquica que nos recuerda a épocas aristocráticas de cortes fastuosas y opulentas. Hoy, nuestros legisladores son la digna representación de María Antonieta, quien empolvaba sus pelucas con harina cuando el resto de la población no tenía pan. Así, diputados y senadores empolvan hoy sus pelucas con un bono de 667 mdp que aprobaron por concluir su legislatura.
Sí, el bono es resultado del ahorro que los diputados hicieron a lo largo de su legislatura, pero en un país con más de 50 millones de habitantes en pobreza, es un absurdo que la Cámara doble el monto ahorrado por cada diputado. En un país donde casi la mitad de su población no tiene pan, nuestros legisladores reciben partidas millonarias. Sin embargo, lo que más molesta, no es por sí mismo el despilfarro, lo que molesta es el cinismo.
“Es parte del salario, y en este país todo asalariado tiene derecho al salario”, fueron las sabias y elocuentes palabras de Jorge Estefan Chidiac, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, para defender lo indefendible. Con qué cara hace semejante declaración, cuando en este país hay asalariados que perciben un ingreso menor a 100 pesos, por día. Con qué cara justifica recibir un millón 155 mil pesos, cuando los damnificados del sismo del 19 de septiembre reciben 120 mil pesos para la reconstrucción TOTAL de su vivienda.
Lo que molesta, es la poca calidad moral de las personas que reciben esta remuneración. No hace pocos días un grupo de letradas diputadas tuvieron la osadía de gritar en pleno San Lázaro el ya conocido “eeh puto”, un grito que no es apto ni en estadios ¿Es realmente ese tipo de prácticas las que imperan en un recinto de ese nivel?
Es momento de decir ¡basta! Por largos años, México ha sido un país con una ciudadanía pasiva, apática, quejosa. Se inundan las redes sociales con indignación y repudio hacia la opulencia de la clase política, repudio hacia la corrupción y a las casas blancas, a la impunidad frente a los socavones y a los desvíos de recursos. La frustración de los ciudadanos es palpable, pero me voy a atrever a hacer el comentario: la indignación, el repudio y las quejas en redes sociales, no van a resolver nuestros problemas.
Sí, quejémonos, pero más allá que eso, exijamos, demandemos, actuemos, es nuestro derecho y nuestro deber como ciudadanos. Si algo nos enseñó el sismo del pasado 19 de septiembre, es que unidos tenemos la fuerza para levantar a un país, pero para levantarlo tuvimos que actuar, así tenemos que actuar ahora. Recordemos que muchos de los diputados que el día de hoy se están premiando con bonos millonarios, los escogimos nosotros (ya los pluris, son harina de otro costal).
Hagamos el ejercicio, ubiquemos a nuestros diputados, contactémoslos, cuestionemos, propongamos. Que el cambio del país no dependa de unos cuantos que, a lo largo de los años, nos han demostrado su poco amor por México.
Y por último, a diputados y senadores les pregunto ¿es que no les da vergüenza?