La crisis del coronavirus ha sacado a la luz ‘una vez más’ un problema de desigualdad estructural presente a nivel mundial: La perpetua dicotomía de los que tienen recursos y de los que se encuentran en un estado de alta vulnerabilidad.
Dentro de los distintos grupos vulnerables que ven temerosos como transcurren los días de pandemia, se encuentran aquellos de los que nadie habla, los extraños, los que son invisibilizados en su país de destino por no “pertenecer”, dejando a un lado que por el simple hecho de ser personas, ostentan derechos. Ellos, son los migrantes.
El migrante es aquella persona que sale de su lugar de residencia habitual de manera temporal o permanente, cruzando fronteras físicas para romper con desigualdades sociales. Dentro del fenómeno migratorio, existe la migración regular internacional, es decir, todos aquellos que cuentan con los documentos necesarios para salir de su país y cruzar a otro. Estas personas pertenecen a un sector de migrantes no vulnerables, que cabe mencionar son la mayoría. Por otra parte, se encuentran las personas que migran de manera irregular en situaciones de extrema vulnerabilidad, escapando de la violencia, discriminación, crisis económicas y medioambientales, en otras palabras, dejando atrás sus comunidades de origen para encontrar una vida mejor.
Los migrantes irregulares son víctimas de gobiernos sordos, ciegos e ineficaces. La problemática social en la que viven, se agudiza aún más en estos tiempos de contingencia. En Estados Unidos, los migrantes indocumentados han sufrido pérdidas de trabajo a causa de los cierres de campos y empresas; y debido a su situación irregular, no son beneficiarios de los programas sociales, aun pagando impuestos y contribuyendo a la economía estadounidense. Esto resulta en una baja en el envío de remesas, que se traduce en familias de migrantes sin sustento y protección alguna.
Si hablamos de los solicitantes de asilo, la situación no mejora. A principios de año, se implementó un nuevo protocolo de protección a migrantes, titulado Quédate en México. Este plan impuesto por la administración de Trump, permite que solicitantes de asilo en Estados Unidos sean retornados al territorio mexicano en espera de la resolución a su proceso, esto viola protocolos y tratados internacionales. A diario, aproximadamente 1250 migrantes son regresados a las ciudades fronterizas sin ningún apoyo.
En los últimos días, el gobierno estadounidense anunció que debido al COVID-19, toda solicitud de asilo será suspendida y retomada en las primeras semanas de abril. Los albergues de migrantes en ciudades como Tijuana, han tratado de asistir a estas personas, pero debido a los altos flujos migratorios, la falta de recursos y apoyo gubernamental, el problema ha ido en aumento. Los albergues no cuentan con el espacio necesario, ni la capacidad para atender a personas que pueden llegar a contagiarse, la única opción es confinar a todos dentro del mismo espacio, sin importar el riesgo.
No son sólo los migrantes indocumentados en Estados Unidos o los solicitantes de asilo y refugiados en México, esto sucede en Grecia, Italia, Croacia, Colombia entre muchos otros Estados cuyos mandatarios, han dado la orden de cerrar fronteras y suspender solicitudes de asilo. Así mismo, representantes de países como Hungría y Serbia, han externado discursos que incitan al odio y discriminación hacia los migrantes en esta pandemia.
Los migrantes son personas, que lo único que han hecho es desplazarse para poder sobrevivir y quienes al igual que nosotros, están sufriendo en medio de una contingencia mundial, pero a diferencia nuestra, son olvidados por mandatarios y por la sociedad en general. Reflexionemos desde el privilegio y trabajemos para impactar positivamente en la vida de al menos una de estas personas, como dice el libro del talmud “si salvas un alma aunque sea solo un alma, es como si salvarás el universo entero”.