El principal problema que enfrenta la humanidad en este inicio del siglo XXI es la migración de pueblos destrozados. Producto del desequilibrio del desarrollo industrial, de una colonización mal enfocada y de agresiones bélicas por materias primas y riquezas naturales, la migración de comunidades étnicas enteras ha provocado dolor y sufrimiento, porque al desarraigo se han sumado la explotación de una criminalidad internacional desalmada que no tiene límite en sangrar la pobreza hasta provocar su muerte, después de haberla extorsionado.
Las causas de este problema son la codicia y la ceguera. Codicia por la búsqueda de riquezas naturales que la misma naturaleza puso en mano de los pueblos devastados, ceguera en la imposibilidad de asociar los pueblos devastados a la prosperidad resultante de sus riquezas naturales.
La migración afecta por igual a todas las partes del planeta. Algunas por fuentes (inagotables) de migrantes desamparados, otras por ser objeto del deseo de estos pueblos hacía una prosperidad imaginaria y que no muestran capacidad para absorber la miseria exportada por sus propias políticas y prácticas comerciales y bélicas. México está inmerso en el problema.
Después de haber expulsado a millones de migrantes por haber sido incapaz de ofrecer alternativas de prosperidad, México se ve ahora en el doble dilema de absorber miles de migrantes devueltos y de servir de amortiguador entre la ola migratoria de América Central y el muro de rechazo que estableció Estados Unidos, por su política racial negativa y de ostracismo nacional.
La propuesta del diputado Muñoz Ledo de establecer ciudades refugio es muy generosa pero implica una política de desarrollo social que el gobierno actual es incapaz de ofrecer por su negativa en aceptar que la inversión privada sea el motor del desarrollo del país. México podría crecer a una velocidad mayor a la de su vecino del Norte si estuviera dispuesto a absorber para fines productivas esta inmigración centroamericana.
Para esto, falta que el caudillo en turno acepte que el capital privado pueda ser fuente de integración social y no solamente de rechazo y de explotación de los trabajadores. Al dificultar la inserción del capital privado en la economía nacional, impide que sus ideales socialistas se transformen en realidades prosperas para cientos de miles de inmigrantes (y de pobres mexicanos) que tocan a la puerta de su sueño y que por el rechazo del diablo anaranjado, podrían encontrar aquí en México la solución de su expectativa y una respuesta de nuestro país a tanta demanda de justicia.
El socialismo de AMLO necesita un mejor enfoque y mayor realismo económico. Debería dejar a un lado una ideología que solamente ha traído miseria y pobreza. Y que la seguirá trayendo. El México del futuro será socialista y entenderá el rol positivo y generador de riqueza de la inversión privada.