Cuando un tema que apela a la ira acapara la totalidad de la discusión en todos los canales de información, las probabilidades de que se sustituya por otro en el corto plazo son mínimas. El tema tendría que encontrar una salida por si propio cauce o bien ser opacado por otro aún más complejo. Tristemente, de la indignación y confusión por el avión presidencial, el país habla de feminicidios.
Un país donde mueren once mujeres cada día difícilmente es un país feliz. Un país en el que existe un miedo latente por saber si en cualquier momento un agresor podría intentar hacer de las suyas gracias a que está solapado por la impunidad, no es un país feliz. Un México manchado de sangre, por el motivo que sea, no puede ser un país feliz.
Es fácil lanzar críticas al aire sin ningún tipo de objetivo más que generar conversación. Es muy sencillo indignarse desde el teléfono, en redes sociales o sentir frustración y luego olvidarse cuando algo interrumpe nuestra reflexión. Lo que verdaderamente resulta complicado es hacer denuncia: el altísimo índice de impunidad no motiva en lo más mínimo en preocuparse. Dejarse llevar por la presión social y callar cuando en un grupo uno tiene una opinión diferente ya es la regla. Vergüenza.
Una sociedad educada en el machismo no puede cambiar de un día para otro, pero lo que siempre se puede hacer es, al menos, comenzar el cambio. Ayudar a nuestras madres, amigas, primas, hermanas; a todas las mujeres que están en nuestro entorno, realmente no cuesta nada. Si cooperamos entre todos y nos detenemos un momento ante una situación de riesgo e intervenimos, ahí está haciéndose el cambio.
Uno podrá no sentirse identificado con los grupos de mujeres que pintan las paredes de Palacio Nacional o con las que hicieron lo mismo en el Ángel de la Independiente (hace algunos meses), pero lo que no se puede negar es que el conflicto existe y hasta que no haya una solución que al menos disminuya significativamente el número de feminicidios en México, el tema seguirá en la agenda. Los símbolos son importantes y ahora cubiertos de pintura reflejan que la historia de nuestro país está cambiando y el relato ya no es compatible con la actualidad. Reflejan que quienes nos deberían representar están se preocupan más por el pasado que por el presente.
Intentar opacar una situación de tal coyuntura pidiendo “creatividad” en las formas de hacer protesta (como apuntó Polevnsky), más que contribuir al diálogo, enfurece e indigna. La ira es como la olla de presión: si se reprime, explota. Empatía, cordura y congruencia. Rendición de cuentas, alternativas y acción.
Ayudar es sencillo. Nada cuesta ser solidario