#ElTalónDeAquiles: “Fuga de cerebros”

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Hace poco cumplí veinte años de haber salido de mi país. En mi camino, son muchos los curiosos que se preguntan por qué me fui. La verdad, en aquel agosto de 1997 no tomé la decisión de irme para siempre. De hecho, nunca decidí no regresar; la vida fluye y con ella, decisiones y posiciones. Tampoco imaginé que me convertiría en un cerebro en fuga. La vaina es esta: no me considero un “cerebrazo”, que conste, pero sé que una cosa es aventurarse en el mundo, y otra es no querer volver. Erradamente se cree que no se vuelve porque no se quiere, pero he ido descubriendo, con el paso del tiempo, otros factores a los que me refiero aquí.

Hace poco cumplí veinte años de haber salido de mi país. En mi camino, son muchos los curiosos que se preguntan por qué me fui. La verdad, en aquel agosto de 1997 no tomé la decisión de irme para siempre. De hecho, nunca decidí no regresar; la vida fluye y con ella, decisiones y posiciones. Tampoco imaginé que me convertiría en un cerebro en fuga. La vaina es esta: no me considero un “cerebrazo”, que conste, pero sé que una cosa es aventurarse en el mundo, y otra es no querer volver. Erradamente se cree que no se vuelve porque no se quiere, pero he ido descubriendo, con el paso del tiempo, otros factores a los que me refiero aquí.

A Costa Rica he intentado regresar en dos ocasiones. En 2008, con la pretensiosa seguridad que otorga un flamantemente nuevo título de doctorado de una universidad norteamericana a un todavía joven investigador, decidí presentarme a un concurso en una institución educativa costarricense. Honestamente, lo pensé dos veces antes de hacerlo. Montreal deja respirar mejor que San José y mi curiosidad por el crecimiento multicultural seguía insaciable. Por años pensé que podía contribuir más a mi país desde afuera, pero en ese momento de mi vida, decidí matizar dicha opinión. La realidad me mostró, sin embargo, que para ganar el puesto, debía hacer cola detrás de quienes, tal vez con menos experiencia, habían esperado con fidelidad su turno para solventar una precaria situación laboral. No soy hijo de familia acomodada, y habiendo pagado mis estudios a punta de duro trabajo y aleatorias becas, no quise obviar las angustias y vicisitudes del pasado. De algo tenía que servir todo el sacrificio vivido. Además, tenía deudas, para lo cual se requería de ciertos ingresos.

El sendero de la vida me sorprendió, y aunque México me ofreció en 2012 lo anteriormente inalcanzable, un buen puesto basado en los méritos, llegó la hora de decidir si me conformaba o si buscaba crecer más. En el 2015, tomé un sabático y me declaré dispuesto a considerar un cambio de carrera que podría incluir un regreso a Costa Rica. En ese segundo intento, moderé mis pretensiones: hice saber que podría aceptar asociaciones parciales (ello para pilotear un acercamiento paulatino). Pero las respuestas que obtuve variaron del silencio a la evasiva. Entendí entonces que tras 18 años afuera, la gente ya no me conocía, y los que frecuentaba, ya no estaban en donde estuvieron. Para muchos, regresar después de tantos años equivale a buscar trabajo como en cualquier otro país. Una amiga canadiense no ha logrado integrarse en su lugar de origen porque, a pesar de su extensa experiencia como cooperante internacional en tres países latinoamericanos, vale más su “insuficiente experiencia canadiense”. Otra amistad, alemana, opina que quien deja el sistema nacional, batalla para atestar la idoneidad de su experiencia extranjera.

La cuestión trasciende regiones y culturas. Es el orden de las cosas. América Latina pierde competitividad porque muchos de sus talentos salen a estudiar al extranjero y no regresan. Planes de atracción hay, pero lo cierto es que muchos de estos cerebros no regresan no porque no quieren, sino porque no pueden. Los locales no cederán sus plazas a los extranjeros, que no conocen el meollo del asunto, y que no esperaron “como debe ser”. Y los gestores prefieren contratar conocidos. Si una institución becó, más probable aún es la contratación. No importa que el cerebro en fuga salga gratis. El lujo de la libertad molesta y es riesgo innecesario: es preferible apostar a la fidelidad. Esto no es bueno, tampoco es malo; simplemente, es.

No me quejo de mi vida porque no soy un miope malagradecido en plena auto-negación. Siempre estaré con el mejor de los ánimos, y profundamente agradecido, en donde pueda contribuir, y en donde me permitan hacerlo. Pero mientras estos patrones no cambien, persistirá la fuga de cerebros, y algunos seguirán preguntándose por qué tanto talento se va para no regresar. Esto, creo, es válido para muchos expatriados alemanes, canadienses, costarricenses… y también mexicanos.

 

Fernando A. Chinchilla

San Andrés de Cholula, 9 de septiembre de 2017

“EL TALÓN DE AQUILES”: EL ROL DEL PROFESOR TERCERMUNDISTA

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Siempre recordaré mi primera clase de maestría, cuando el profesor de metodología, al abordar tópicos relacionados al desarrollo de las ciencias, indicó que la diferencia entre los estudios de grado (bachillerato y licenciatura) y de post-grado (maestría y doctorado) es la siguiente: en el primer caso seguimos siendo consumidores de conocimiento, mientras que en el segundo nos convertimos en productores. El contraste, que no solo se aplica a la Ciencia Política sino al conocimiento en general, no es mínimo; tiene implicaciones en complejos procesos sociopolíticos de África, América Latina, y en otras latitudes del mundo. Desearía hoy salirme del comentario de actualidad tradicional para atraer la atención sobre un tema tal vez no muy de moda, pero sobre el cual debemos reflexionar si lo que deseamos es heredar a las generaciones futuras un mejor mundo que en que nos tocó vivir: se trata del rol del profesor, en concreto del de Ciencia Política, particularmente en los países en vías de desarrollo. Procedo en dos tiempos: primero delineo lo que necesitamos y luego explico por qué no somos capaces de producirlo.

¿Somos capaces de producir el conocimiento científico que nuestros países necesitan? … ¿Somos los profesores de Ciencia Política en los países en vías de desarrollo capaces de producir o adaptar instrumentos conceptuales para entender mejor las realidades que nos rodean?

Importar conceptos pensados para otras realidades. Los conceptos elaborados por europeos y estadounidenses se aplican más o menos bien a otras realidades. Algo muy corrupto en Alemania puede no serlo en México; lo que es inestable en Latinoamérica, puede ser estable en África; y nuestros regímenes políticos, menos autoritarios que los de antaño, no son tan democráticos como los de otros países. El problema de la comparabilidad de contextos diferentes es mayor, pues si aceptamos que todo es único, que nada se compara, no podríamos identificar regularidades que nos permitan comprender nuestro mundo. No podríamos entonces hacer “Ciencia” y, por lo tanto, como decía un buen amigo, más que “Ciencias Políticas”, estaríamos ejerciendo “Fiestas Políticas”. Este es de hecho uno de las grandes cuestiones de los estudios comparados: ¿Pueden los conceptos viajar? ¿Podemos crear nociones válidas en diversas realidades? El debate sigue su curso, y no es mi objetivo zanjarlo aquí. Mi punto es que si queremos comprender mejor nuestro mundo, debemos generar nuestros instrumentos de medición, o al menos adaptar los existentes con la rigurosidad necesaria para garantizar la exactitud de nuestras mediciones.

Consecuentemente, como sociedades, debemos invertir en investigación y desarrollo (I+D), y esto aplica no solo a las “ciencias duras”, sino a todas las ramas del quehacer humano: la cultura, las artes, y por supuesto, a las Ciencias Sociales. Estoy convencido que vista con seriedad, la Ciencia Política puede ser más difícil que otros saberes más “exactos”, pues el arte de interpretar con precisión al zoon politikón, depende del control que podamos ejercer sobre factores aleatorios y subjetivos. Por ello, una de mis preocupaciones siempre ha sido enseñar a trabajar con meticulosidad, con el mayor de los respetos por nuestra profesión. Y esto lleva a preguntarnos: ¿Somos capaces de producir el conocimiento científico que nuestros países necesitan? O, para expresarlo en los mismos términos de la pregunta inicial: ¿Somos los profesores de Ciencia Política en los países en vías de desarrollo capaces de producir o adaptar instrumentos conceptuales para entender mejor las realidades que nos rodean? Mi respuesta, más allá de las excepciones que por suerte siempre encontramos, es negativa. Y ello se debe principalmente a tres factores que explico a continuación, y que nos relegan a una posición de consumidores de Ciencia Política.

… no solo nuestros países no invierten para crear lo que necesitamos, sino que la élite intelectual es cooptada por los países desarrollados, que ofrecen medios más favorables para el desarrollo profesional.

Producir vs. consumir. El primer factor que condena al profesor tercermundista a un rol de consumidor, es la presión en la carga de enseñanza a la cual es objeto, sobre todo si el mismo se desenvuelve en universidades privadas cuyas finanzas dependen exclusivamente de los ingresos provenientes de las colegiaturas. Con una asignación equivalente a ocho, a veces a diez cursos anuales, los cuales se adicionan a responsabilidades administrativas, de representación institucional, y de investigación aplicada (consultorías pagadas por clientes según un esquema que privilegia la privatización del conocimiento), es difícil, como intelectual, hallar el tiempo para leer, reflexionar, diseñar, financiar, implementar, redactar, y publicar, investigación innovadora. Con un poco de suerte, podremos tal vez testar teorías, pero no con la rigurosidad requerida dadas las múltiples distracciones a las que somos objeto. En los países primermundistas, enseñar lo que investiga no solo es posible sino que no es excepcional, como sí lo es en el ambiente universitario privado latinoamericano.

Estoy convencido que vista con seriedad, la Ciencia Política puede ser más difícil que otros saberes más “exactos”, pues el arte de interpretar con precisión al zoon politikón, depende del control que podamos ejercer sobre factores aleatorios y subjetivos.

El segundo factor, el cual afecta de sobremanera a algunas universidades públicas, tiene que ver con la politiquería. Ninguna entidad de educación superior, privada o no, del norte o del sur, está exenta de la política mal entendida; es decir, del trueque de favores y de las adulaciones interesadas, pero sus consecuencias son más significativas en las escuelas de Ciencia Política tercermundistas. Para nadie es un secreto que partidos políticos tradicionales pueden insertar en las aulas universitarias sus esquemas clientelistas para reclutar profesionales, profesores y estudiantes, bajo la promesa de trabajos estables bien remunerados. Lo que deberían entonces ser núcleos generadores de cambio se convierten en máquinas de propaganda para explicar lo inexcusable y para defender estructuras anacrónicas que ahogan la innovación que necesitamos. Mientras las universidades públicas de nuestros países sigan siendo presa de los tentáculos de la politiquería–y aquí no estoy obviando el hecho que las estadounidenses (y de otras latitudes) no puedan ser presa de intereses corporativos–difícil será que produzcan conocimiento científico válido que nos permita cambiar hechos sociales tan reprochables como las inexcusables brechas de desigualdad, los insoportables niveles de pobreza, y los insultantes grados de corrupción.

Tercero, el especialista que busque alcanzar la excelencia, deberá inmigrar a donde están las oportunidades. Es decir, no solo nuestros países no invierten para crear lo que necesitamos, sino que la élite intelectual es cooptada por los países desarrollados, que ofrecen medios más favorables para el desarrollo profesional. Lo confieso, me considero cómplice de esta fuga de cerebros desde 1997, cuando salí de Costa Rica para radicarme en Canadá. Y aunque en estos últimos años alguna contribución habré hecho en México, sigo pensando que mucho más útil serían mis contribuciones en Centroamérica. Estas condiciones, lejos de ayudar a producir conocimiento en nuestros países, lo obstruyen y nos condenan a nosotros, los profesores de ciencia política, a ser espectadores, consumidores pasivos, cuya principal función es repetir lo que otros propusieron. ¿Sabe usted que la mejor biblioteca sobre la intervención de Naciones Unidas en El Salvador se encuentra en… Nueva York?

Para nadie es un secreto que partidos políticos tradicionales pueden insertar en las aulas universitarias sus esquemas clientelistas para reclutar profesionales, profesores y estudiantes, bajo la promesa de trabajos estables bien remunerados.

Cosas en las que debemos pensar para mejorar. El profesor que solo enseña y no investiga, pierde competitividad, y con él su país, pues se priva del ejercicio y desarrollo de destrezas que habría podido poner al servicio del tan necesitado desarrollo. Eso es cierto en las ciencias duras, y también en las sociales. Hoy, la riqueza es producto de la innovación patentada. Nuestros gobiernos lo saben, y por ello destinan sumas crecientes a I+D. Pero la brecha entre los países tercermundistas y las economías desarrolladas es inmensa. Además, habría que ver cuánto de esos recursos se destinan a la I+D en Ciencia Política; sospecho que el porcentaje varía entre lo raquítico y lo inexistente. Claro, el tema del lugar de las Ciencias Sociales en nuestras sociedades–el neoliberalismo ha tenido profundos efectos sociales, entre ellos la impresión de que las artes y las humanidades no sirven para nada porque no son rentables en el sentido mercantilista del término–es complejo y amerita no uno, sino varios artículos. Valga por ahora mencionar que mientras nuestros países no inviertan en I+D, seguirán generando menos riqueza; y mientras sigamos siendo consumidores, mientras estemos obligados a emigrar para ser productores, mientras estemos expuestos a sobrecargas académicas excesivas o a lógicas politiqueras, será muy difícil que podamos contribuir a generar lo que necesitamos para lograr el cambio. Decía un buen amigo que la función del “académico” no es seguir las tendencias, sino orientarlas. Que así sea entonces, empezando por esta tribuna.

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– “Todos los puntos de vista son a título personal y no representan la opinión de Altavoz México o sus miembros.”