El presidente Peña le tiene pavor a las mayorías porque intuye que no se realizarán alrededor del PRI. Por esto, alegando que ya no es tiempo de hacer los cambios electorales requeridos (¿en qué pensaba cuando era tiempo? ¿en una hegemonía pasada y olvidada del PRI?) se pronunció en contra de la segunda vuelta electoral, ya que según él “sólo construye mayorías de forma ficticia”.
Prefiere un presidente que tenga que enfrentar la ingobernabilidad que resulta de recibir el 30% de los votos expresados, que corresponden a menos de 20% de los votantes totales) que la madurez política que se forja a través de consensos preelectorales obligados por una segunda vuelta cuyo objetivo es construir una mayoría que otorgue legitimidad y por la tanto gobernabilidad.
Argumenta que logró acuerdos sin tener mayoría, a través del Pacto por México, pero no aclara cuanto le costó al país este consenso partidista, asentado en una corrupción que enmarcó la totalidad de su sexenio.
Gustavo Madero y Jesús Zambrano podrán contestar esta pregunta. No aclara que se desbarató este consenso cuando se acabó el cemento que lo mantenía artificialmente unido.
Afirma que la segunda vuelta “no es el mejor modelo para asegurar la construcción de mayorías”, pero no propone alternativas, porque en las democracias verdaderas, no se usan las armas que usó para establecer el Pacto por México.
Rechaza la segunda vuelta electoral en base a malos ejemplos como el caso peruano. Olvida la mayoría de las democracias occidentales que se apoyan en esta herramienta para darle solidez a sus regímenes electos, por lo menos durante el periodo constitucional que les corresponde.
¿Puede él alegar solidez constitucional? Faltando dos años para terminar un mandato cuestionado adentro y afuera por tantas manifestaciones evidentes de una corrupción incontrolable, porque permitida desde el más alto nivel de la Nación. ¿Reclamó en esta misma entrevista la corrupción de Javier Duarte? Solamente estipuló que tendrá que rendir cuentas. ¿Lo condenó? Nunca.
Sus cuatro mosqueteros del nuevo PRI copiaron su ejemplo como gobernador del Estado de México y llegaron a la conclusión que todo era permitido. ¿Quién sabe si lo superaron? Todavía no llega a la superficie la extensión del daño causado en el Estado de México durante su sexenio.
El presidente defiende un régimen moribundo, en lugar de encabezar los esfuerzos en búsqueda de nuevos caminos. Su legado significará probablemente el fin del régimen actual. Ojalá la renovación sea electoral y no violenta.
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